viernes, junio 29, 2007

...Y se movió hacia arriba

...Y se movió hacia arriba

Si la oposición no ha capitalizado el descontento, ya no lo hará. Una confesión de ineptitud extrema. En la Concertación se puede ver una prueba antes de las encuestas.

Víctor Maldonado


Los aciertos y la fortuna

JUNIO ERA EL MES en que se inclinaba la balanza en política. Respecto de los principales actores, las tendencias en las encuestas parecían oscilar en la duda, sin decidirse a las subidas o bajadas. Los principales líderes, los partidos y las coaliciones se movilizaron por entero para que las tendencias giraran en su favor.

Luego de que trascurriera casi todo el mes no se puede decir que haya habido un cambio dramático. Tampoco se esperaba que ocurriera eso. En cambio, lo que se sabía que iba a acontecer era que se presentaría una pequeña inclinación inicial en favor de un sector y éste tendría la primera opción de consolidarse en los meses siguientes.

Y lo que sucedió es que la pequeña inclinación de la que hablamos favoreció a la Concertación.

Claro que nada es definitivo y vendrán nuevas oportunidades para todos. Pero da la impresión de que, nuevamente, la oposición se farreó una de sus grandes oportunidades.

Cuando el Gobierno es fuertemente criticado por la intervención en la vida de la ciudad que significó el Transantiago y la alternativa política de reemplazo no experimenta ningún apoyo adicional significativo es, simplemente, porque se ha errado el camino.

La derecha no tiene excusa posible. A nadie puede culpar por su incompetencia, puesto que el socorrido recurso de explicar sus derrotas por el intervencionismo electoral, no tiene aplicación alguna en este caso. Para ser sinceros y coherentes con lo señalado a principios de mes, la situación se presentaba tan frágil para el oficialismo que cualquier acontecimiento podía ser desequilibrante. No sólo no podía cometer errores significativos, sino que requería buena fortuna.

Una falla en el suministro de gas desde Argentina, un accidente, una crisis mal llevada, un acontecimiento fortuito y negativo, en fin, cualquier evento de ese tipo había que tenerlo en cuenta. Pequeñas cosas podían tener repercusiones amplias.

Pero el azar no jugó en contra y todas las pruebas propiamente políticas fueron, finalmente, superadas. En el trayecto, se cometieron errores, no siempre se pudo apreciar un buen trabajo de equipo y no faltó la ocasión en que un acuerdo parlamentario era detenido -hasta la exasperación- por consideraciones menores.

Sin embargo, nada de esto predominó. Hay que acostumbrarse a reconocer los méritos cuando los hay.

Esperando que pase el cadáver del enemigo

La derecha jugó a dejar solo al oficialismo a fin de que éste se enredara tanto en sus desacuerdos que hiciera una demostración práctica de ingobernabilidad. No pasó nada así.

En una votación clave se desmarca el senador Zaldívar del oficialismo, pero también Bianchi de la oposición y Flores se allanó a un acuerdo.

Desde ahora, se sabe que las individualidades pesan, pero también que los bloques existen y pueden mostrar una amplia consistencia en sus acciones. El primero que se adaptará a las nuevas condiciones, mucho más flexible y con menos certezas, ganaría una ventaja apreciable.

Los resultados están a la vista: la derecha se puso a esperar el fracaso ajeno y la Concertación trabajó activamente por el éxito propio. ¡Qué más se puede agregar!
Lo que le pasa a la oposición es que no se gradúa. Ha pasado de estar plenamente disponible para los acuerdos, a oponerse a ellos casi como dogma. Se trata del simplismo hecho conducta.

Y una actuación así requiere de un diagnóstico no menos simplón. La oposición ha concluido que, en el pasado, ha sido ella misma la que ha sacado a la Concertación de los atolladeros. Ahora se arrepiente amargamente del pacto Insulza y Longueira en el Gobierno de Lagos. Ha hecho un giro en 180 grados a la espera de que el oficialismo se hunda ante las dificultades para que luego quedar a su merced.

En el fondo, lo que quiere es administrar una lenta agonía oficialista, procurando entregar justo el oxígeno necesario para que el moribundo pueda entregar la banda presidencial. Y tanto se convenció de que estábamos en un escenario con destino único y conocido que se quedó esperando en la UTI a un paciente que nunca llegó.

La nueva línea de conducta requería de una persistencia implacable. Todo lo que el Gobierno hacía saldría mal o terminaría en fracaso. Los éxitos debían brillar por su ausencia.

Al mismo tiempo, se necesitaba capitalizar el malestar ciudadano, mostrándose rotundo en la crítica. A tanto se llegó, que la propuesta opositora más perfilada del período se llama, con simpleza y sin modestia, “el desalojo”.

Pesimismo y optimismo

Ni siquiera la encuesta Casen, que mostraba una fuerte disminución de la pobreza y de la indigencia pudo sacar a la oposición del escepticismo radical.

De manera que ya uno podía saber por anticipado cuál iba a ser la actitud ante lo que viniera: la decisión anticipada era considerar que no iba a funcionar, no resultaría o iba directo al fracaso.

La verdad es que la derecha no avanza. Justo en el momento en que tenía que remontar, se estancó. Hasta parece que su candidato presidencial ha retrocedido en la evaluación pública pese a que no existe duda de que ya no tiene competencia al interior de su sector.

Tal parece que por estos lados las lecciones son asimiladas con lentitud. El estancamiento de Piñera ha coincidido con su esfuerzo sistemático por marcar las críticas de un modo bastante apreciable. Pese a eso, ha mantenido esta misma línea de conducta, lo que se explica más por inercia que por sensatez.

El Gobierno está evitando cometer errores. Incluso está recuperándose de la caída en el apoyo popular en la capital, y no es poco decir. A nadie se le puede ocurrir empezar a celebrar.

Para que remonte tendrá que seguir mejorando. Pero ya está visto que puede hacerlo.

Se ha dicho que el Gobierno ha debido pagar costos altísimos durante la negociación parlamentaria. La imaginación de muchos ha ido más lejos que los hechos verificados. La verdad es que si se hubieran pagado costos inaceptables ya se hubiera sabido, porque éste no es un país donde los secretos se guarden y se cuiden.

El cambio fundamental experimentado no va por ese lado. Lo que se ha sincerado es que no existe una mayoría automática de la Concertación.

A partir de ahora, cada nueva votación requerirá un esfuerzo grande de convencimiento. ¿Habría sido mejor seguir actuando como si se fuera mayoría?, ¿estaríamos en mejor posición por guardar las apariencias?, ¿a quién se estaría convenciendo de la ausencia de dificultades?

Si se ha de construir algo sólido, no será sobre la base de sostener el decorado de una mayoría de papel. No es así como se puede convencer a un país.

De momento, lo seguro en la oposición es que se puede apreciar el fracaso de una estrategia que no ha rendido frutos.

El domingo pasado un matutino titulaba de esta benévola forma el desempeño de la Alianza: “Bachelet frena descenso y oposición sigue sin capitalizar crisis del Transantiago”.

La verdad se puede decir de un modo más directo: si la oposición no ha capitalizado ese descontento, ya no lo logrará. Es una confesión de ineptitud política extrema.

En la Concertación, se puede anticipar una prueba aun antes de conocer los resultados de las encuestas más conocidas. Estoy convencido de que los liderazgos que se fortalecerán en el oficialismo son los que más apoyan a Bachelet y que se han mantenido en un mismo discurso y acción constructiva referido al país y no a sí mismos. Creo que el país premiará las opciones más positivas. Otros opinarán distinto. Queda poco para salir de dudas.

lunes, junio 25, 2007

Las movilizaciones de temporada

Las movilizaciones de temporada

Víctor Maldonado


Todo menos un centro

Las movilizaciones estudiantiles se han reiniciado. Pero esta vez no parecen tener un foco central que aglutine a todos sus adherentes. Lo que está ocurriendo ahora es que las demandas que se presentan asemejan a una colección de temporada, donde es posible encontrar cuanta cosa está en la conversación cotidiana: estatizar la educación, solucionar el Transantiago, debatir la Ley Penal de Responsabilidad Juvenil, entre otros.

No cabe duda que se podrá seguir recogiendo otras demandas que vayan apareciendo en los días que sigan, pero no dan la sensación de orientarse a nada en concreto. Es lo que ocurre cuando lo que se busca son justificaciones, más que cuando se está motivado por razones profundas que se imponen como evidentes o necesarias para todos.

Así que encontramos de un cuanto hay. Menos una línea ordenadora que clarifique lo que se quiere. En este sentido, se está dando una muestra de debilidad más que de fortaleza.

Lo que tuvimos el año pasado fue una causa de fondo –creída y asumida- que llamaba a movilizarse. Ahora tenemos una movilización que busca una causa que la justifique. Pero se nota mucho dónde se encuentra el interés principal, que esta vez se encuentra más en la emulación de la efervescencia anterior, más que en los contenidos explícitos que se esgrimen.

Una diferencia notable con las movilizaciones del año pasado, se encuentra en que, con anterioridad, la mayoría estudiantil, bien dirigida y eficientemente coordinada, llegó a imponerse sobre los grupos mucho más reducidos de elementos radicalizados que parecían especializados en distorsionar las manifestaciones del grueso del estudiantado.

Este año, se había experimentado un retroceso. Nuevamente la imagen de los encapuchados empezó a predominar en la imagen televisiva. Solo recientemente se esta produciendo una reacción ante un desborde que afecta mucho más a los jóvenes que a ningún otro.

Que se movilicen de un modo más enfático las minorías, no es ninguna novedad. Lo que no ocurre con mucha frecuencia es que la mayoría ponga límites a las movilizaciones que se hacen en nombre de todos, pero que terminan por ser distorsionados sin consultarle con nadie.

Recuperar los derechos de la mayoría

Si hay algo que está sacando de quicio a las mayorías es cuando se les expropia el derecho a manifestarse.

La participación nunca es algo teórico. Algunos especulan sobre un supuesto deterioro de la capacidad de acciones colectivas en nuestra sociedad. Está claro que este no es el caso de nuestros jóvenes.

De hecho, las movilizaciones estudiantiles del año pasado no dividieron a los secundarios entre apáticos y movilizados, si no entre jóvenes que encaraban las movilizaciones de distinta manera.

El movimiento no tuvo pleno éxito hasta que la mayoría logró imponer un modo pacífico y propositivo de dar a conocer sus demandas. Otros siempre prefirieron “agudizar las contradicciones” como se decía en una época bien diferente.

El problema básico consiste en que las minorías que optan por el uso de la violencia a todo evento, no lo hacen por su cuenta. Lo que hacen es incorporarse a las manifestaciones pacíficas y cambiar su carácter en momentos clave. Actúan como un elemento parasitario que aprovecha la energía de otros para instalarse.

Esto se ha convertido casi en una costumbre unilateralidad. Nada agradable de sufrir por parte los afectados.

Pero, tal parece que hay límites. A principios de mes, en Valparaíso, una manifestación secundaria muy masiva, volvió a sufrir la interferencia de un grupo bastante más pequeño que inició los habituales disturbios. Pero esta vez no tuvieron que enfrentarse a Carabineros si no a los otros estudiantes.

Los movimientos no son fuertes porque se desbordan si no porque se autorregulan. Se gradúan y deciden alcanzar objetivos distintos a la pura catarsis. Eso es lo que está en cuestión y tiene una importancia para toda la sociedad.

Lo decisivo, no obstante, no terminan siendo las reacciones puntuales, si no quien termina por imponer la lógica que es adaptada y seguida por los diferentes líderes y organizaciones. Esto es algo que aún no se establece con claridad. En los hechos, aún existe una gran confusión que es justo el ambiente que precede a los momentos definitorios.

El movimiento estudiantil no está coordinado, a lo más está sub-coordinado por parcialidades. Esta es una obviedad.

Los intentos por producir una efervescencia muy amplia, que termine por arrastrar al conjunto de los jóvenes en una espiral cada vez mayor, han terminado en fracaso.

Pingüinos dos, el regreso

Es difícil acostumbrarse a la idea, pero las gestas épicas no se producen todos los años entre mayo y septiembre. Somos un país de regularidades, pero nunca para tanto. Lo que sigue después del entusiasmo es la necesidad de consolidar y construir. Eso tiene sus propias especificidades y hay que preparase para ellas, no para la repetición nostálgica de lo ya vivido.

De momento, han sido más los que se han preparado para una revolución pingüina segunda parte, que para el nuevo momento.

Por eso, y hasta ahora, todo se está volviendo movimientos tácticos de tomas, desalojos y retomas de los mismos puntos. Tal vez alguien tenga suficiente paciencia como para entretenerse en esto, pero lo cierto es que termina siendo cansador por inconducente.

Fue muy significativo el hecho de que el movimiento secundario tuvo la necesidad de reprogramando movilizaciones por problemas de convocatoria, y que no logren conectarse las organizaciones de la capital con las demandas secundarias de regiones.
También es una señal a considerar que el movimiento universitario haya independizado su agenda, aun cuando continúe imitando el procedimiento de los secundarios. En especial por el empleo de las tomas. Como sea, es notorio que se está volviendo a una cierta normalidad y a una recuperación de las especificidades de cada cual.

No puede ser de otra manera, cuando las movilizaciones son sobre objetivos genéricas, inevitablemente quedan a la espera las reivindicaciones particulares. Se pueden suspender por un tiempo, pero inevitablemente ellas vuelven por sus fueros.

En resumen, empezar a repetirse no es nunca bueno como señal para nadie. Pero cuando sucede entre jóvenes, repetirse es mucho peor. Un grupo de dirigentes está tratando de repetir los éxitos del año pasado, manteniendo en lo posible el libreto, pero cambiando los protagonistas principales. Pero eso no es posible.

El nuevo comienzo

El movimiento secundario tiene que tomar en cuenta los efectos que el propio movimiento tuvo y que son innegables. El gobierno cambio, las políticas públicas se modificaron, el debate público experimentó un giro.

Una movilización estudiantil por sí misma no produce una modificación tan significativa. Para que esto ocurriera era necesario que los demás quisieran poner en el centro de atención ciudadana la reforma de la educación.

Como dije, lo que toca ahora es consolidar el papel de la organización estudiantil en el nuevo contexto que ayudó a formar de un modo tan determinante.

Consolidar significa dedicarle tiempo a definir el nuevo rumbo. En este caso, se requiere demostrar capacidad de hacer propuestas, de analizar iniciativas que provienen del gobierno o de otros actores y contra-argumentar de manera solvente.

La buena noticia es que algunos han aceptado este desafío. Ya se dispone de documentos de alta calidad, que están circulando y que representan un auténtico aporte. No son todos, pero son los que han encontrado el camino correcto.

Lo que termine por pasar en medio de los jóvenes, tendrá muchas más consecuencias de las que se pueden observar en la superficie y es de alto interés nacional.

viernes, junio 22, 2007

Las votaciones, los partidos y los “casos especiales”

Las votaciones, los partidos y los “casos especiales”


Si tras la indisciplina abierta todos miran al techo, lo que cambia es la imagen pública del partido entero. La organización política termina por ser mirada como un conjunto en el que se toman decisiones formales, pero donde se implementan estrategias de acción individuales.

Víctor Maldonado


El resultado y el camino

Era tanto lo que se jugaba al inicio de esta semana que los análisis de los días anteriores se habían detenido a la espera de los acontecimientos. Se estaban moviendo tantos actores, se podían asumir tan variados comportamientos, la combinación de factores daba para tanto, que no era fácil de encontrar a alguien que se quisiera arriesgar a predecir desenlaces.

Lo que todos constataban era que, luego de la votación del Senado, nada volvería a ser como antes. Sin ir más lejos, al comité político de La Moneda se le veía como en una cuenta regresiva hacia una hora cero en la que se definiría su destino.

Estábamos en una de esas ocasiones en las que importa tanto el resultado que se alcanza como la forma en que se llega a dicho resultado.

En realidad, este proyecto de ley estaba resultando un catalizador perfecto de los más diversos intereses políticos. Quien quería mandar un mensaje a un actor político importante, había encontrado la mejor manera de hacerse oír y concitar la atención pública.

El problema estribaba en que, antes de la primera votación, se estaba agregando una cantidad tan importante de indicaciones al proyecto mismo y de condiciones para votarlo favorablemente que todo eso amenazaba con hacer imposible su procesamiento.

Como cualquiera de nosotros lo sabe muy bien, es fácil meterse en un embrollo, pero bastante más difícil encontrar la vía de salida. Para poner una complicación adicional, no parecía que los actores relevantes hubieran elegido el camino más expedito para conseguir sus objetivos.

Parecía viable agrupar la necesidad coyuntural de asegurar el funcionamiento del transporte público capitalino con la plausible incorporación de mejoras verificables al Transantiago.

De este modo, y en vista de una votación importante pero puntual, bien se pudo abrir y comprometer un debate mayor de una forma muy natural y ordenada.

Si se distinguía entre estos temas, distintos pero vinculados, se hacía muy difícil para el Gobierno no mostrarse receptivo a precisar un calendario y un cronograma de avances constatables y efectivos, incluso más exigente que aquel comprometido hasta el presente.

Éste era un curso de acción perfectamente posible. Sólo que, en política, las alternativas más productivas y obvias se pueden visualizar con mucha más facilidad de lo que se pueden implementar. Obstáculos adicionales se encuentran siempre.

Además, está visto que el Transantiago es una piedra con la cual es posible tropezar en más de una ocasión. Escupir al cielo no es una buena idea en ningún caso, y menos en este.

Los partidos y los "casos especiales"

Todo se tiende a enredar más cuando se discute un tema a través de otro, o junto con otro de naturaleza distinta.

De tal modo, está casi garantizado que nunca se llegará a acuerdo, simplemente porque nadie se encuentra muy seguro sobre qué es lo que se está conversando.

De más está decir que cuando se pide la salida de dos ministros a cambio de un voto (lo cual es importante ¡para fortalecer al Gobierno!), ya no es factible explicar con simplicidad el propósito de las iniciativas en curso.

En ocasiones como ésta resultan decisivos los personajes que logran sobrepasar el cerco de obstáculos que se había ido construyendo y permiten superar la sensación de encontrarse en un callejón sin salida.

En este caso, en el Gobierno resulta claro que el comité político salió de una prueba muy difícil y que la Presidenta Michelle Bachelet intervino en una gestión crucial. Entre la contraparte destacaron Bianchi y Flores. Esta es una línea a sostener y amplía a otros casos particulares.

Pero esto plantea la cuestión del efecto que el nuevo escenario provoca en los partidos políticos. Y ése es otro cantar.

Porque hay que decirlo: nada volverá a ser igual después de este episodio. Por mucho que los partidos tengan la costumbre de presenciar todo tipo de actuaciones de algunos de sus representantes -a fin de preservar lo fundamental de su unidad-, hay, sin embargo, un límite. Y cada cual lo está encontrando.

La discrepancia en una organización política es completamente habitual. Siempre y cuando se presente con el fin de procesarla, asimilarla y llegar a conductas asumidas en conjunto.

En otras palabras, el límite de la disidencia es el respeto de la democracia interna. De otro modo, nunca habrá un camino común.

Además, no es posible “dejar hacer y dejar pasar”, porque cuando un partido decide una conducta incumbente y, tras todos los procedimientos de rigor, hay quien se permite señalar que lo decidido ni le va ni le viene, entonces se llega a un punto de no retorno.

En efecto, si tras la indisciplina abierta todos miran al techo, lo que cambia es la imagen pública del partido entero.

La organización política termina por ser mirada como un conjunto en el que se toman decisiones formales, pero donde se implementan estrategias de acción individuales. Terminan por ser clubes de la buena intención y pertenecer a su dirigencia oficial es algo que oscila entre lo honorífico y lo decorativo.

Cuando ser mayoría no significa nada, los partidos, de realidades de carne y hueso, pasan a ser espectros a los que sólo se les invoca cuando alguien está muy aburrido o no tiene nada mejor que hacer.

En otras palabras, el costo pasa a ser demasiado alto. Mayor, sin duda, del que supone encarar las consecuencias. Por eso es momento de los grandes acuerdos vinculantes o de las grandes crisis. Los partidos necesitan actualizar sus pactos de convivencia interna. Esto es lo mejor y lo sensato. Es también lo urgente a conseguir. Porque si no, lo que experimentarán son rupturas... y vividas a corto plazo por lo demás.

Aprovechar el tiempo ganado

Pero dejemos a los partidos y volvamos al tema central: lo que no hay que permitir que nunca pase es que la política de trinchera se convierta en sinónimo de la política en general.

El modo cómo se está avanzando en la votación parlamentaria del Transantiago es una buena demostración de cómo se puede llegar a enfrentar un problema de un modo constructivo.

Haberse enredado en un tema así hubiera tenido consecuencias graves. Más de las que se pueden apreciar en un primer vistazo. Se evita un riesgo importante.

No hay que perder la perspectiva: lo que se ha ganado es tiempo y el tiempo hay que aprovecharlo. Pero lo que no puede ocurrir es que, tras el fin de año, se vuelva, sin más, a una situación similar sin haber cambiado nada en la situación que causó que se pidieran recursos adicionales.

Las mejoras en el servicio deben ser palpables, lo que hace mucho debiera estar en funcionamiento tiene que entrar en operaciones; la gente quiere encontrar buses en los paraderos y no enterarse de las explicaciones de por qué no ocurre con la suficiente frecuencia. Se ha ganado un respiro.

Luego de cuatro meses, el Plan Transantiago no ha pasado a ser un dechado de virtudes, pero tampoco resulta hoy un atado de puras debilidades. Al fin y al cabo, se han enfrentado dos huelgas de choferes y se ha resistido bastante bien.

Vamos a saber que estaremos reentrando a la normalidad cuando el transporte vuelva a ser un tema sectorial y la política remonte algo más de vuelo del que hemos visto hasta ahora en situaciones críticas. Falta aún para que lleguemos a este punto.

viernes, junio 15, 2007

El arte de la negociación

El arte de la negociación

Lo importante es no empezar a discutir otras materias usando como pretexto un debate acotado con un propósito específico. Tanta pasión no la obtiene nunca una discusión que requiere urgencia.

Víctor Maldonado


Primeras partes casi siempre son buenas

La manera cómo se llega a acuerdos parlamentarios y con quiénes se logra no es algo obvio para nadie. De hecho, el modo en que se conduce una negociación política siempre ha resultado un tema crucial para obtener resultados.

Si esto reviste importancia en cualquier circunstancia, se entenderá lo relevante que resulta cuando lo que está en juego es el Plan Transantiago y, detrás suyo, todo lo demás.

Por cierto, los pasos a dar no son obvios, porque se encuentran a disposición variantes que pueden llegar a tener sensibles diferencias.

Durante la primera parte de esta negociación -tensa, larga y difícil-, el Gobierno se concentró en conseguir el ordenamiento de la Concertación en la Cámara de Diputados. Los entretelones de las gestiones que llevaron a una votación cerrada del oficialismo se pueden ver en cualquier medio de comunicación, puesto que la costumbre de mantener aspectos en reserva sobre lo que se conversa o negocia parece estar entrando en desuso.

De la etapa inicial de este proceso parlamentario, se pueden sacar muchas lecciones de importancia.

Antes que todo porque se evaluó con acierto el margen de maniobra del que se disponía en esta rama legislativa. Como se sabe, la Concertación tiene una mayoría significativa en la Cámara. Se puede ganar, incluso con un margen de disidencia pequeña, si se es capaz de mantener unido al oficialismo.

Siendo así, es posible apelar a la identidad común, a los compromisos compartidos y a marcar diferencia con los opositores. De allí que el tema más importante en esta fase llegaron a ser las efectivas compensaciones que obtendrían las regiones a cambio del financiamiento pedido para el sistema de transporte público de la capital. Es decir, puesto que no está en cuestión el fondo, el acento se puso en una especie de equidad de beneficios para todos.

Por supuesto, de una demostración de unidad concertacionista sólo se podían esperar cosas positivas.

Además, en un tema tan determinante para la gestión de la Presidenta Michelle Bachelet en su conjunto, todo el mundo tiene derecho a saber a qué atenerse respecto de que se puede esperar de un parlamentario cuando lo elige.

Por cierto, una coalición debe garantizar que se puede comportar como tal, en particular en los momentos críticos. Y lo que estaba en cuestión era precisamente eso.

La flexibilidad como norma

Queda mucho por evaluar con posterioridad. No cabe duda de que lo que presenciamos fue un ejercicio colectivo de convencimiento mutuo. Al menos tal parece que fue lo más frecuente. Aquí no importan sólo los resultados, sino los procedimientos.

Lo cierto es que se necesita de una disciplina que sea tal y no mero comercio. La lealtad vía romper el “chanchito” tiene poco de lealtad y mucho de “chanchito”. Por eso un procedimiento de estas características nunca debe ser la norma.

En la Concertación se pueden tener diferencias de opinión. De hecho, a nadie se le ocurriría establecer conglomerados mayoritarios si no existieran discrepancias que procesar. De eso se ha tratado siempre: de confluir desde las diferencias.

Pero en lo que se debe ser estricto es que las diferencias se mantengan a nivel de las opiniones o pareceres y no respecto del tipo de comportamiento considerado como aceptable. Sobre esta base, todo lo demás se puede construir.

Ahora el oficialismo tiene una de sus pruebas más duras, especialmente después de que se ha tenido éxito en la fase inaugural de su cometido. Y es que no puede hacer de una negociación una cuestión de principios. No puede cambiar la naturaleza de su intento ni buscar otros objetivos, por importantes que le parezcan, con motivo del financiamiento del Transantiago.

Lo que se está buscando es el acuerdo para un financiamiento indispensable en una iniciativa gubernamental altamente polémica. Punto. No da como para combinarlo con ninguna otra cosa. Ahora es cuando se necesita de una mayor flexibilidad. Porque la negociación sigue en el Senado. Y así como se diagnosticó certeramente la situación en la Cámara, se debe evaluar que de los senadores la diferencia entre las coaliciones es mínima. Tanto, que cualquier diferencia de opinión en el oficialismo puede dar por el suelo con una iniciativa que no puede fracasar.

En el Senado se han de buscar todos los apoyos posibles. Sin límites establecidos con antelación. Porque en el nuevo escenario se está demasiado al límite como para considerarse autosuficientes.

Tan efectivo es que cada decisión individual cuenta, que dos senadores como Eduardo Frei y Carlos Ominami, con experiencia de sobra y capacidad reconocida, han hecho una proposición inicial de tan amplio alcance que obligaría a una revisión de fondo de los acuerdos ya aprobados.

Por cierto, lo que más importa en este caso es que varios otros, por las más diversas razones, pueden verse tentados a plantear sus propios y particulares puntos de vista, con lo que se llegaría a una situación cada vez más difícil de manejar.

Y lo que parece de interés general para las dos coaliciones políticas es no ponerse en una situación que terminen por servir, sin proponérselo, a unos pocos audaces que pescan en el río revuelto.

Por lo mismo, el Gobierno tiene la obligación de negociar en dos frentes simultáneos. Hacia el interior de la Concertación y con la Alianza.

La flexibilidad de unos y otros será muy significativa a la hora de resolver y será bien determinante.

La estrategia ambidiestra

La Moneda no le ha cerrado las puertas a nadie. A la derecha le conviene hacerse parte de la solución. Quedarse atrapada como parte del problema no tiene nada de atractivo. Por eso redujo sabiamente su petitorio al Gobierno.

Puede que resulte o puede que no. En pocas ocasiones se había tenido con anterioridad la sensación de que lo que termine por ocurrir se definirá en el último momento.

Que un acuerdo amplio se logre o que se apruebe por un margen mínimo tiene al final menos importancia que el que se haya negociado bien, implementando una sola estrategia en que todos los representantes de Gobierno colaboraron desde su función más propia.

Aunque signifique más trabajo, hay que partir de la base de que cualquier proyecto puede ser enriquecido, que un debate puede dar lugar a iniciativas posteriores en los que se traten temas de fondo, que la transparencia de las acciones del Ejecutivo puede tener mayores exigencias, etc.

Lo importante es no empezar a discutir otras materias usando como pretexto un debate acotado con un propósito específico. Tanta pasión y dedicación no la obtiene nunca por sí sola una discusión que requiere urgencia.

Lentamente, la expresión de las distintas personalidades está reemplazando a la presentación de argumentos. Las diferencias de influencia y los protagonismos están ganando terreno. Sin duda, la proyección de figuras políticas de primer nivel está concitando la atención de todos y está influyendo en la toma de posiciones. Razón de más para pasar directamente a esos temas, llamándolos por su nombre y compitiendo como se corresponde.

Mientras, el Transantiago tiene que funcionar. No existe una alternativa disponible y el tiempo se agota. No hay para qué jugar con la paciencia de los ciudadanos.

viernes, junio 08, 2007

Diferimos pero convergemos

Diferimos pero convergemos

No hay que olvidar que el límite es el bien común. Asumir riesgos personales está muy bien. Pero no ocurre lo mismo con poner en riesgo al país o afectar un conjunto importante de ciudadanos.

Víctor Maldonado


La diferencia

Para llegar a acuerdos la Concertación conversa. Esto es muy sencillo de decir, pero saber hacerlo mejor que la derecha hace toda la diferencia.

La política está siempre presente y eso significa, también hacia dentro, que se negocia para llegar a acuerdos. Cuando se aplican, el Gobierno y la Concertación lo hacen bien en esta materia. Y es lo que tendrán que seguir haciendo, con especial dedicación y sin descanso durante todo este mes.

Si se mira con atención lo que ha pasado en los últimos días, se podrá apreciar que el protagonista más destacado ha sido el comité político de La Moneda. Los ministros han sido activos en la búsqueda de acuerdos y han funcionado como equipo, cada uno con roles distintos.

Los efectos de esta actuación han sido notorios. En ocasiones anteriores, el Ejecutivo ha enfrentado momentos difíciles justo cuando la Presidenta Michelle Bachelet ha estado en el extranjero. Ahora se tuvo que enfrentar una semana nada fácil, con conflictos en varios frentes y una negociación difícil en curso. Con todo, no existió la sensación de vacío de poder. Cada cual estaba intensamente ocupado en tareas concretas y coordinadas.

Esto es muy importante de comprobar, porque muestra a un equipo de dirección que ha logrado afiatarse y colaborar de modo eficiente entre sí. Es un dato que habrá que tomar muy en cuenta para analizar los futuros acontecimientos.

Sin este tipo de conducta colectiva, que es la mismo que muestran los presidentes de partidos de la Concertación, no sería posible emprender tareas difíciles. Y obtener recursos para el Transantiago está entre los desafíos más complejos a implementar. Basta con ver lo que está pasando.

No ha sido necesaria la participación de un clarividente para saber que la negociación de un proyecto de ley de financiamiento del plan de transportes iba a consistir en cualquier cosa menos en entregar un “cheque en blanco” por parte de los parlamentarios. Menos, si cabe, en el caso de los legisladores oficialistas.

Incluso considerando las múltiples complejidades, el acuerdo siempre ha sido posible de alcanzar, a condición de respetar dos condiciones básicas: factibilidad y voluntad de converger.

Lo primero es obvio. La política cumple un papel insustituible en las decisiones públicas, pero no lo es todo. Puede acordarse un imposible, pero no se puede implementar. Hay que optar entre alternativas reales y eso requiere un conocimiento de los límites dentro de los cuales es posible moverse.

Pero la segunda condición es imprescindible, en especial con los últimos y más remisos miembros de la Concertación dispuestos a llegar un acuerdo.

Todo, menos un rechazo decidido con anticipación

¿Cuándo no es posible un acuerdo total? Cuando alguien tiene la decisión previa, ya tomada, de negarse a aceptar cualquier convergencia de opinión.

Cuando se ponen condiciones para llegar a un acuerdo, como en la entrega de recursos al Transantiago, se está procediendo de modo franco y entendible. Es lo que han hecho los parlamentarios de regiones, que buscaron asegurar el envío efectivo, equivalente y rápido de recursos fuera de la capital y, al parecer, lo han logrado de modo satisfactorio.

Lo anterior corresponde a un comportamiento responsable. Es lo que uno espera que hagan representantes populares. Es también una forma de colaborar, porque se pone una condición concreta, medida y alcanzable para posibilitar el acuerdo.

Pero se puede actuar de otro modo, con condiciones que en realidad operan como obstáculos sucesivos. Si en una negociación las condiciones originales se aceptan, lo que no se puede hacer es irlas renovando a medida que se cumplen. Porque cuando se hace algo como esto, lo que queda claro es que lo que interesa no es el acuerdo, sino renovar las dificultades.

Quien no quiere llegar a acuerdo, tiene a su disposición un amplio abanico de recursos para justificar su actitud.

Siempre puede argumentar con otros problemas, ajenos al tema en debate. Se pueden pedir especificaciones hasta el infinito. O, se pueda declarar, como último recurso, que no se cree que el acuerdo se llegue a implementar.

Entonces, la buena voluntad se esfuma. Y la mala fe impide una sana convivencia. Si ello llega a acontecer, se ha llegado a una situación inaceptable. En cualquier caso, no estamos hablando de un asunto de disciplina en una coalición, si no de casos aislados que han optado por caminar en solitario, lo que es bien distinto.

La derecha en la retaguardia

Mientras escribo estas páginas, la negociación está en proceso y no se conoce el desenlace.

Lo que en este momento se pueden tener son criterios para evaluar lo que suceda. Y lo primero en lo que hay que pensar para juzgar la actuación de uno y otros, es pensar siempre en cuáles son los caminos que se están abandonando.

En este caso es obvio. Si uno tiene dudas respecto de si un acuerdo no se va a cumplir, entonces deja establecido qué hará después que eso ocurra. No disiente por expectativas sin verificar.

Puede, incluso, pedir que todo su partido o su bancada acuerde seguir una línea de disconformidad manifiesta en caso de no cumplimiento. Esto opera cuando existe voluntad de trabajo conjunto.

Lo mismo se explica si se cree que la solución encontrada constituye un parche y no una solución.

En todo caso, siempre hay que considerar la posibilidad de no tener toda la razón. A uno algo le debe hacer sospechar que el asunto no anda bien cuando, sistemáticamente, empieza a considerar que la mayoría se equivoca y que uno en solitario tiene la verdad completa.

Si quienes dieron nacimiento a los actuales partidos hubieran comenzado a pensar desde premisas semejantes nunca se hubiera fundado ninguno de ellos.

Lo que ocurre con los populistas es que trabajan para sí mismos y qué ocurre con los demás es una consideración posterior. Los populistas destruyen las causas colectivas, porque subordinan lo que sea a su buen saber y entender como máxima regla.

Mientras esto ocurre con la Concertación, el panorama en la oposición es más bien desolador. La derecha, en este período tan decisivo, está mostrando sus carencias. Cuanto más lejos debiera mirar y cuantas más propuestas debiera adelantar, más se está enredando en discusiones menores.

Su rechazo a la gira presidencial, argumentando que no es allí donde están los problemas, marca su punto más bajo. Es una mirada de topo. Las oportunidades les pasan por el lado y ni se enteran.

En fin, lo que más le puede importar a un país como el nuestro es saber que su dirigencia política, ante las grandes dificultades, no pierde el norte.

No costaría nada lograr que los problemas se agudicen. Bastaría con obstruir, pedir más allá de lo razonable, preocuparse exclusivamente del aplauso de la galería.

Hay muchos incentivos para este tipo de comportamientos. En particular, influye el hecho de que la ordenación de los principales liderazgos con posibilidades presidenciales no se ha terminado de decantar. Nadie parece haber logrado una ventaja tal que le permita iniciar el despegue del montón.

Nadie ha logrado destacar como para empezar a ganar adherentes. Como esto es así, la notoriedad en materias de alcance nacional no es como para desestimar. Puede ser el impulso que se necesita para despegar.

Todo muy bien, excepto que no hay que olvidar que el límite a mantener es el bien común nacional. Asumir riesgos personales, jugándose a fondo por la mejor opción que uno vislumbra, está muy bien. Pero no ocurre lo mismo con poner en riesgo al país o afectar un conjunto importante de ciudadanos.

Cada uno debiera actuar con decoro. El país esta mirando, escuchando y evaluando. No es el momento de aventuras personales.

viernes, junio 01, 2007

Entrando al debate

Entrando al debate

La mayor prueba de la Concertación y el Gobierno estará en la capacidad de establecer acuerdos realistas, por responsabilidad y convencimiento. No existe otra alternativa.

Víctor Maldonado


Colocados y descolocados

LA DERECHA QUEDÓ descolocada luego del Mensaje presidencial del 21 de mayo. Tanto que a lo que se han dedicado después sus más importantes exponentes ha sido, precisamente, intentar diluir el efecto de este buen pasar y volver a una situación lo más parecida a la previa.

En este instante, queda claro el papel que pueden y deben jugar los mejores liderazgos de la Concertación: han de convertirse en los promotores de la confianza y de las certezas. Esto es lo más obvio precisamente en momentos en que los opositores tratan de “recuperar” la desconfianza respecto de la capacidad del Ejecutivo para resolver problemas.

Por eso parecen fuera de lugar quienes retoman el camino de la difusión amplia de las diferencias en los medios de comunicación. No porque no se puedan tener, si no porque no son éstas las que deben predominar en el momento cuando el oficialismo recupera la iniciativa.

El que quiera la unidad de la Concertación debe prepararse para el diálogo y el debate. No importando la intensidad y los episodios críticos que adquiera un proceso de confluencia interna, la clave no está en los obstáculos que se enfrentan, sino en los resultados que se obtienen.

Cuando más decisivo sea aquello sobre lo cual se dialoga, más decisiva son las formas que se ocupan y la capacidad de mantener espacios de reserva. Lo que más se debe difundir son los acuerdos, no las dificultades previas.

Mientras, la oposición parece haber optado por asociar al Gobierno a la desesperanza, y su candidato presidencial opta por adoptar un tono beligerante y hasta provocador. Sin duda, se trata de dos pasos en falso.

Sinceramente, la apuesta por difundir el pesimismo no parecer ser lo que vaya a entregar los mejores frutos a la oposición. Todos los datos de opinión pública indican que esos movimientos resultan muy contraproducentes. Pero, en el interior de la derecha, existen sectores bien influyentes que ya se han convencido de que ésta es la hora de golpear sin clemencia para impedir que el adversario se recupere. Con esto quedará claro que los sectores más influyentes en la oposición no coinciden con los más perspicaces.

Razón de más para que la Concertación no abandone la opción de encabezar el buen ánimo, dando, a cada paso, renovados motivos para mantener el optimismo. Copiar el diagnóstico -difundido más que creído- por sus adversarios sería el más grosero de los errores.

El mes en que vivimos en peligro

Con su conducta, la oposición muestra que no se ha recuperado del golpe inesperado que recibió con el Mensaje. Más que reaccionando por convicción, ahora está probando reacciones.

Lo que muestra la mala voluntad de la versión oficial opositora es que, de modo simultáneo, acusa al Gobierno de quedarse en promesas y en repetir anuncios ya hechos.

Lo primero no es efectivo. El Mensaje no estuvo lleno de “promesas” sino de anuncios, cuantificados con cronograma básico conocido y cuyo cumplimiento en cada paso es susceptible de ser verificado.

Lo segundo es más fácil aún de contestar. En una cuenta a la nación, se tiene que mencionar lo ya comprometido y realizado. Y, en complemento, se pudo mostrar cómo es que se pensaba continuar con las tareas en curso.

Lo malo de los diagnósticos a pedido del consumidor es que inhabilitan para enfrentar la realidad tal cual se presenta. Deja cazado con la alternativa de que las cosas ni mejorarán ni se enmiendan.

¿Qué pasa si, efectivamente, el Gobierno cumple con sus tareas? Entonces ya no habrá qué decir y el Gobierno ganará aún más en credibilidad.

Por eso son tan importantes los acontecimientos de las próximas semanas.

Un corte de gas domiciliario, un exceso de lluvias o la carencia completa de ellas darían razones para fundamentar el pesimismo. Les daría piso o visos de verosimilitud a los “agoreros”.

En cambio, sobrepasar dos o tres semanas sumando avances verificables dará tiempo al Gobierno para consolidar su tendencia. A veces el azar también juega un importante papel.

Los medios de comunicación de derecha -es decir, casi todos- han sido generados en el último tiempo para dar espacio a disidentes y críticos internos de la Concertación. Pero no son ellos los que generan el clima necesario para instalar una interpretación mayoritaria sobre hacia dónde vamos.

Será la capacidad de acción de Gobierno la que desequilibre la balanza. Las principales variables a controlar son internas a la gestión y a la conducción política del Ejecutivo.

Michelle Bachelet ya señaló un rumbo. Ahora es importante que la primera línea de Gobierno la siga con igual determinación. Devolver las críticas punto por punto no pareciera un esfuerzo que vaya a rendir excesivos frutos. El aspecto decisivo no está en el debate con la derecha sino al interior de la Concertación para terminar enfrentando unidos situaciones clave.

Todos tenemos algo de razón


Hemos entrado en una discusión más precisa buscando las soluciones realistas para los problemas más importantes o de más envergadura.

Esto nos va a llevar a un creciente refinamiento de la argumentación. El caso del Transantiago, desde luego no nos va a abandonar.

El ministro René Cortázar ha presentado un cronograma que promete normalizar la situación de aquí a fin de año.

A algunos esto les parece demasiado. Se entiende por qué. Pero lo que está en discusión no es la impaciencia, sino los tiempos reales y la vía efectivamente más rápida que tenemos a disposición.

Desde luego, y tal como ha dicho el senador Eduardo Frei “no podemos esperar seis u ocho meses”. Eso ni se discute. Si alguien propone esperar meses para empezar a moverse tendría que ser internado de urgencia.

Pero si se está calculando cuánto tiempo demanda resolver el problema del transporte en condiciones aceptables para los usuarios, no parece ser que estemos hablando de un período excesivo.

Esto es lo que se debatirá cada vez con mayor profundidad. En todo caso, es bastante evidente que soluciones “radicales” es bien diferente que hablar de soluciones “rápidas”.

Pongamos el caso de un sistema público manejado por el Estado. Por cierto es algo radical. Existen personas que lo preferirían al sistema actual, pensando que es la solución que se aplica en las grandes ciudades de países desarrollados.

Sin entrar en el mérito del asunto, se puede pensar que éste es el camino más largo de todos. Requeriría preparar una propuesta afinada -no se puede acusar de improvisación para caer en lo mismo-, luego hay que presentarla ante el Congreso, aprobarla e implementarla. Si todos trabajaran sin descanso, los acuerdos fueran rápidos y la implementación impecable, el sistema nunca estaría en aplicación antes de dos años.

Expongo esta argumentación porque serán de aquellas que se usarán en los próximos días con ocasión del debate sobre la aprobación de fondos para el Transantiago. Cuando el Gobierno quiere la aprobación de los recursos y los parlamentarios de la Concertación, explicitar las rectificaciones para asegurarse que las enmiendas serán efectivas, parece de toda lógica que la solución final se encontrará en la convergencia en un punto intermedio, al que se puede llegar con suficiente flexibilidad y apertura de mente por parte de todos.

La mayor prueba de la Concertación y el Gobierno estará en esta capacidad de establecer acuerdos realistas, por responsabilidad y convencimiento. No existe más alternativa que lograrlo.