lunes, marzo 29, 2010

En el fin del principio

En el fin del principio

Víctor Maldonado


Distinguiéndose por las faltas

Es triste de decir pero, en sus primeros días, el gobierno de Piñera ha destacado más por lo que no hace, que por lo que hace.

En efecto, las dos semanas iniciales han destacado por dos cosas que no han pasado: no se han llenado todos los puestos de responsabilidad; y no se ha despejado (¡al contrario!) el conflicto de interés de personajes clave, aun después de venta de las acciones de LAN por parte de Piñera.

El argumento de los voceros de gobierno para exculpar al Presidente por la tardanza de la venta de sus acciones de LAN es pobre. La defensa pone el acento en los “pocos” días que tardo el mandatario, ya en su puesto, para proceder a la venta. En verdad el tema de fondo es que no existe justificación alguna para que esta situación se hubiera llegado a presentar.

No hay nada más programado que un proceso electoral y el día en que se asume el poder. Pero si alguien actúa, no como estadista sino como especulador, es evidente que puede llegar a demorar hasta lo inaudito una venta por consideraciones que escapan a la preocupación por el bien común de la nación.

Lo que se juzga es la falta de criterio y de sentido de la oportunidad. Lo que se juzga es la inversión de prioridades entre intereses particulares y los intereses de la nación. De allí la importancia de una señal negativa de riguroso apego a las buenas prácticas de nuestra democracia.

Lo que preocupa, en un régimen presidencial, es que lo que no se hace exigible al presidente, menos se ha de esperar que sea visto como un problema por sus colaboradores, y ya hemos visto que en el caso de gobernadores y de un número importante de funcionarios importantes en los ministerios, las dudas sobre su independencia frente a los intereses económicos que acaban de dejar de representar y que, casi con seguridad, volverán a representar luego de un “paréntesis”, se han cada vez más insoslayable.

La tardanza en llenar los puestos de mayor significación en el aparato público es decisiva. La estructura del Estado es jerárquica. No importa cuán grande sea, ni lo amplio de su extensión territorial, si el flujo de decisiones se corta en los peldaños más altos, toda la estructura tiende a trabarse. Y eso es lo que ha pasado.

Esta detención se debe a varios factores. De partida, está existiendo una inusual demora en el nombramiento de los cabezas de serie en reparticiones altamente significativas.

Carencia de personal, ausencia de equipos

Tanto ha sido así que se produjo el conflicto moral entre quienes estaban preparando su partida. Los que se van, lo hacen porque son personas de confianza política y ostentan puestos de responsabilidad destacados. Esto quiere decir que se identifican con la estrategia general de una coalición de centroizquierda. Por ello son sensibles a las diferencias que se pueden dar en las políticas públicas, y no quieren hacerse parte de un gobierno que define un orden de prioridades diferente al propio.

El vacío de poder es algo distinto. Quien tiene vocación de servicio público sabe que hay algo peor a que se implemente una política en la que no se cree. Este algo peor es que no se implemente ninguna política en absoluto.

Detener el flujo de las decisiones genera problemas graves y crecientes, que afectan a todos por igual. De allí el cuestionamiento de conciencia entre quienes se están yendo y que no sabían bien qué camino tomar.

El problema no ha estado únicamente en la postergación de los nombramientos individuales. Gobernar es una tarea colectiva y no hay nadie que pueda manejar todos los temas a la vez (que es lo que tendrá que entender Piñera, si no quiere llegar al límite de la extenuación, o empezar a hacer un uso extremadamente original del lenguaje, de puro acelerado).

Tampoco se pueden desempeñar, a la vez, todas las funciones. De allí que un ministro, un subsecretario o un intendente, requieren de un equipo de confianza, sin el cual “no dan el ancho”. Esto no sucede porque su orientación política los haga particularmente torpes, sino porque cuando se trata de una autoridad destacada, sabe que se está refiriendo a un equipo que, en conjunto y con una cabeza visible, está cumpliendo una función compleja.

Aquí encontramos una de las mayores falencias de gobierno detectadas en las primeras semanas. Si a estas alturas siguen buscando individualidades para llenar los puestos de mayor responsabilidad, lo que queda del todo en evidencia es que no había existido antes, en la mayor parte de los puestos por cubrir, grupos afiatados en condiciones de ejercer en conjunto las tareas de importancia nacional.

Un conjunto de individualidades no constituyen un gobierno. Tampoco un programa de acción se puede establecer sobre la exclusiva base de querer hacer mejor las cosas que los antecesores.

Si no se tenían preparadas respuestas colectivas para una situación normal y esperada, menos se podrá improvisar en medio de la emergencia. Aún cuando, finalmente, la fuerza de los acontecimientos está llevando a estabilizar la situación, el tiempo no habrá corrido en vano. Y se habrá perdido el mejor momento, que es cuando se acumula el mayor impulso que puede experimentar un gobierno que es justo al inicio. Quien derrocha el entusiasmo inicial a favor de las demoras y las ausencias, nada bueno puede esperar después.

La instalación del gobierno está terminando

El tipo de instalación que hemos presenciado también devela una apuesta política de fondo. Y es que está claro que Piñera llegó al poder acompañado de sectores de la derecha económica. Sin embargo, no es evidente que haya llevado a la derecha política al poder. Más bien se puede postular lo contrario en el sentido más fuerte del significado.

Si los cargos se están llenando a partir de la transferencia de gerentes al sector público, y si no se han establecido equipos por tareas en la proporción que se requería, esto nos deja claro quiénes son los que están quedando excluidos de la cúspide del poder. Ese alguien son los partidos y, en particular, la UDI.

Obviamente no quiero decir que no existan gremialistas ocupando puestos de responsabilidad. Lo que quiero decir es que han estado incorporándose sin imponer la impronta de su partido a la gestión, y de eso ha de estar muy consciente su dirigencia. Porque la UDI, cuando marca presencia, lo hace con la impronta del espíritu de cuerpo que le es característico y con un estilo colectivo bien reconocible.

Salvo el tipo de intento de identificación corporativa de las parcas rojas y de un escudo nacional en la versión más fúnebre que se pueda encontrar, este gobierno no ha generado aún un estilo reconocible. Y eso es significativo respecto de lo que se puede esperar de su primera línea de conducción.

Por eso no puede dejar de verse que, conociendo la práctica política como la conocen, los partidos de derecha se están preparando desde ya para participar más activamente de un segundo aire de este gobierno.

Esto quiere decir que se están comportando como si se identifica al actual gabinete como uno de inicio, provisional y con carencias suficientes como para preparar su cambio cuando las circunstancias y el decoro lo permitan.

A quien considere excesiva esta conclusión, habrá, al menos, que recordarle que la UDI no ha dejado oportunidad sin aprovechar para criticar abiertamente al actual gabinete.

Con ello ha logrado avalar las críticas provenientes de la Concertación, al tiempo que ha dejado sin piso los débiles intentos iniciales del gobierno por acallar los ataques recibidos.

Nadie se comporta de este modo, al menos que se sienta particularmente disgustado por la forma en que se están llevando adelante las cosas por parte del Ejecutivo.

En cualquier caso, el período de instalación del gobierno de Piñera toca a su fin. Las deficiencias han existido, pero ya se percibe un cierto orden diferente al hiperactivismo de los primeros días. Por supuesto el anuncio del plan de reconstrucción marca el cambio de etapa.

Aún se tiene esa autoreferencia excesiva por la percepción de una gran actividad desplegada, sin embargo, ya se puede pensar más en lo que está haciendo la oposición y se ha empezado a organizar las respuestas a los principales personeros de la Concertación.

Ya se está presentando la batalla de trinchera por parte de ambos lados, lo cual –al menos- es un signo de mayor normalidad. El gobierno también se ha especializado en responsabilizar al gobierno anterior por las dificultades para responder en sus tareas. Efectivamente, estamos en el fin del comienzo.

viernes, marzo 19, 2010

La colonización privada del Estado

La colonización privada del Estado

Víctor Maldonado


Patriotismo de mercado

Todos debemos colaborar en la reconstrucción, pero nadie puede asumir la responsabilidad del otro. Quienes se identifican con la Concertación han de poner el mayor empeño en colaborar con los damnificados y poner en pie a pueblos y ciudades. Además, y, si son funcionarios públicos, han de implementar del mejor modo posible las tareas que se le encomiendan.

Pero lo que de ningún modo se debe hacer es reemplazar a la derecha en su responsabilidad política. El gobierno tiene la obligación de asumir los puestos de dirección a plenitud. Para eso fue electo y para eso asumió el poder.

La verdad es que no termina de ser convincente que se nos diga que el terremoto impidió que se pudiera completar a tiempo la nómina de las autoridades de primera y segunda línea. Y no es convincente porque lo natural es que hubiera acontecido justamente lo contrario: la situación de emergencia tuvo que haber vencido las resistencias iniciales entre quienes eran convocados, y tenían que abandonar las comodidades de los mejores puestos del sector privado para afrontar el juicio público, el menor sueldo y la mayores exigencias.

Tal como dijera Jorge Pizarro, al asumir la presidencia del Senado, “al patriotismo no se le pone precio de mercado. Uno no pregunta cuánto me conviene para entregarse al servicio público sino que dice de inmediato ‘aquí estoy’. En la Concertación así lo hemos hecho y demostrado siempre y eso es lo que esperamos de los demás. Ninguna otra actitud se condice con nuestras tradiciones republicanas ni prestigia la democracia que hemos sabido construir entre todos”.

No se puede gobernar a modo de virreyes desplazados a las colonias. No se puede retroceder tanto en la historia. Tal modo de comportarse es impresentable y llega al peor de los mundos.

Los que se convenzan a sí mismos de que están colaborando desde puestos de responsabilidad superior (y conocemos bastante el Estado como para saber que no siempre estos puestos se desprenden de observar los organigramas) están cometiendo un error del que no tardarán en salir.

La ingenuidad no da para tanto: las diferencias políticas existen y tienen consecuencias muy concretas, de otra forma no tendría importancia quien resultara electo presidente.

Amor al poder, desconfianza del Estado

Un actor político ha de sostenerse sobre sus propios pies por mucho que le cueste. Los que intenten suplir esta deficiencia básica se encontrarán, pasado el peor momento de la crisis, que la responsabilidad de lo que no se hizo les será endilgada sin escrúpulos.

La lógica de los acontecimientos hará que, en su minuto, los verdaderos responsables de las decisiones se justifiquen con la consabida excusa de que confiaron en los funcionarios que venían haciendo la tarea, pero que no cumplieron bien con lo que se esperaba de ellos.

Para volver a citar a Jorge Pizarro en la oportunidad ya señalada: “Se puede servir a Chile desde el gobierno y desde la oposición. Para servir al país hay que tener valores claros, un proyecto de país, disponer de propuestas que entreguen una vida mejor a los chilenos, mostrar y demostrar que se sabe hacer avanzar al país”.

Lo que tiene la derecha que demostrar es que tiene un proyecto de país propio y que puede dar conducción al conjunto de la ciudadanía desde el Ejecutivo. No basta con el mensaje básico empleado en la campaña que, en términos simples, se puede traducir como “yo puedo hacer todo lo que hacen ellos, pero de manera más eficiente”. La eficiencia es un método, no constituye en sí misma una finalidad.

Esto debiera ser algo evidente para los que han anhelado el poder por décadas. Pero no tiene nada de obvio. Al parecer la derecha ama el poder, pero no aprecia lo suficiente al Estado. A cada paso da la impresión de que si pudiera dirigirlo por control remoto desde el sector privado, lo haría encantada. No le gusta sus sueldos, le sorprende que no existan “indemnizaciones” (una de las preguntas más recurrente al llegar a sus puestos), no entiende sus normas, no conoce sus intersticios y no le molesta que se comporte de un modo diferente del sector privado.

Así como el gobierno se está constituyendo en un movimiento migratorio que coloniza el Estado desde el mundo privado, también compara su apoyo con las cifras inéditas que se alcanzaron con Bachelet y esto no lo pude dejar satisfecho.

Algo en lo que Piñera debiera evitar incurrir es en hacer referencias a su antecesora, sobre todo cuando hace alusiones críticas apenas encubiertas. Nada más fácil que crear una sombra permanentemente cerniéndose sobre esta administración que la proyectada por la más popular de las mandatarias.

Es bien sabido que Piñera tiene actitud altamente competitiva, y es de suponer que no le gusta nada que Bachelet se despida con más apoyo, adhesión y despertando más cariño que los que él mismo puede exhibir. Pero este tipo de sentimientos no son buenos consejeros. ¡Qué le vamos a hacer!, hay personas que pueden aspirar a ser más respetas que queridas.

Dos miradas bien diferentes

Tal vez se recuerde la reacción íntima que provocaba cualquiera crítica que rozara el ámbito de lo ético en un gobierno de la Concertación. Por cierto, el efecto era simplemente devastador en las filas de la centroizquierda. La crítica pública no era nada comparado con el sentimiento propio de haber faltado a un deber fundamental. Y eso, aún cuando los que se sentían en plena falta no habían tenido nada que ver con los hechos se cuestionaran.

Pero está visto que nada de esto suele ser el comportamiento al interior de la derecha. Comparativamente, lo que sobresale es la falta de vergüenza como actitud primera y vital. Lo digo más con asombro que como un reproche.

En efecto, la palabra de un presidente solía ser sagrada, salvo fuerza mayor. Pero en el caso del actual mandatario, no ha ocurrido del mismo modo. A la conducción del Estado se subordinaba todo otro interés: esa es la tradición nacional.

Pero en este caso, nos encontramos con que, pese a todas las advertencias previas, decide mantener un conflicto de intereses más allá de todo lo prudente y de lo exigible, y se los llevó consigo este conflicto al interior de La Moneda. Por si fuera poco, ha escogido también colaboradores que suelen tener conflictos de intereses potencialmente importantes en áreas críticas. De allí el asombro. Es como intentar cubrir una falta multiplicándola tanto que casi se convierte en regla.

Siendo así, lo único que no se puede permitir la Concertación es responder al desparpajo con acostumbramiento o indiferencia. No porque la falta de coherencia llegue alto ha de aceptarse. Lo que el país perdería con ello sería esencial para nuestra democracia.

Por eso la permanente llamado al cumplimiento de la palabra empeñada en el caso de la venta de las acciones de LAN, y ha de estar atenta a desempeñar su función fiscalizadora cada vez que sea necesario y con la mayor fuerza.

El conflicto de intereses será, ya se sabe, un tema de toda esta administración y no es factible descartar su presencia, incluso, en los proyectos de ley que ahora se envíen.

Repito que cabe colaborar al máximo en la reconstrucción. Pero nada justifica que se puede llegar a confundir la agilidad para emprender acciones, con la suspensión efectiva de las normativas en materia de construcción y medioambiental. Hubo edificios que los derribó, no el terremoto, sino la criminal falta de aplicación de normas plenamente vigentes. Por eso ha de ser expedito en el proceder, pensando en los damnificados, no en la conveniencia de las empresas comprometidas.

Tenemos suficiente experiencia como para saber que no se puede hacer política pensando únicamente en las primeras reacciones de la opinión pública. Nuestras acciones son juzgadas en el instante que se toman, pero, sobre todo resultan evaluadas en el tiempo por sus efectos permanentes. Por eso hay que legislar para el momento y para lo permanente.

miércoles, marzo 10, 2010

La falla estructural que debemos evitar

La falla estructural que debemos evitar


Víctor Maldonado R.


Lo mejor y lo peor

Un terremoto de grandes proporciones pone a prueba a todas las personas y a todas las instituciones. El dato más básico del que debemos partir en estos momentos, es la constatación de que Chile constituye una nación que ha sabido responder como la comunidad real que es y que seguirá siendo.

A lo que nos hemos enfrentado desde el primer día es a una situación de extremo desamparo, de dramas humanos indescriptibles, de extensa destrucción física, de demandas urgentes para la sobrevivencia, el abrigo y la normalización paulatina de la vida diaria. Nada que no sea la inmediatez de respuesta puede satisfacer a quienes viven la emergencia en toda su crudeza.
Bien sabemos que hacer que todo funcione simultáneamente y en tiempo real es algo que se puede exigir en una situación de plena normalidad. Pero la normalidad es casi el extremo opuesto al que nos encontramos, sobre todo en el primer momento.

No obstante, y mirando la magnitud de lo ocurrido, la respuesta institucional y ciudadana ha sido vigorosa.

Esto ha quedado claro en el caso de los gobiernos locales. En variados lugares se cayeron los edificios municipales, pero no se derrumbaron los municipios. En medio de la precariedad, en lugares de emergencia y en refugios, los grupos humanos que constituyen –de verdad y antes que nada- los municipios, no han dejado de prestar sus servicios a los vecinos damnificados.

No somos un país ideal. No todos, siempre y en cualquier circunstancia actúan con altruismo y generosidad.

Lo que nos dicen los saqueos iniciales (aquellos sin relación con las necesidades básicas) y los gestos heroicos de sacrificio por los demás, es que, en circunstancias extremas, las conductas pueden llegar a extremos, tanto para bien como para mal. Puede salir lo mejor y lo peor de nosotros.

Lo que podemos decir, con completa seguridad, es que nuestro país en su más amplia mayoría ha decidido que lo que procede ahora es actuar unidos para reconstruir y salir adelante.

Al menos, esa es la percepción que los chilenos tenemos de nosotros mismos: un pueblo que enfrenta unido la adversidad. Es lo que quedó reflejado en las palabras de la Presidenta Bachelet en el cierre de la Teletón: “Habrá algunos casos que no son así, pero yo soy una convencida, y lo he visto durante todos estos días y durante toda mi vida, que los chilenos estamos hecho de fuerza, de amor, de solidaridad”. Como dice la propia mandataria, habrá “algunos” que no sean así, pero ante nuestra propia conciencia hemos pasado una dura prueba colectiva.

Emergencia y reconstrucción

Por cierto, el país ha encontrado más de una falla estructural que requiere enmendar. Y el listado de las fallas parte con las detectadas en edificios que nunca debieron tenerlas, si se hubieran seguido las normas vigentes de construcción.

La segunda falla importante, en un territorio como el chileno, tan propenso a los episodios telúrico, es que existan tantos inescrupulosos que están en condiciones de burlas las reglas. Que los departamentos sean confeccionados a sabiendas como lugares peligrosos, debiera ser un delito grave entre nosotros. Y debiera penalizarse como tal.

Las indecorosas explicaciones que hemos debido escuchar en estos días, por parte de los ejecutivos de empresas constructoras, suman el agravio a la culpa. No debiera ser tolerado ni por las autoridades ni por los ciudadanos. No se trata de reconvenirlos sino de poder sancionarlos.

Pero hay más fallas medulares, de las que tendremos que ocuparnos a su debido tiempo. Nos encontramos con deficiencias en seguridad nacional, en los sistemas de alerta temprana, en las redes de comunicación y en la capacidad de reponer con prontitud la infraestructura más ligada a la emergencia.

Sin embargo, de todas las fallas, aquella que está en nuestras manos evitar –ahora y después- es la de separar la emergencia de la reconstrucción. Ambos aspectos son distinguibles, pero son complementarios.

No es verdad que de lo que se trata es de organizar dos etapas distintas, puesto que estamos hablando de dos aspectos de un mismo esfuerzo nacional.
No debemos cometer el error de convertir la emergencia en un modo de vida permanente. Más bien lo que haremos es, desde la emergencia, empezar las soluciones definitivas y permanentes.

Las decisiones que se tomen ahora para enfrentar la emergencia tendrán impacto en plazos largos. Nada puede justificar que se reconstruya de cualquier modo y de que las soluciones de transito se implementen en terreno riesgosos o inapropiados. Las lluvias se acercan y su efecto será muy negativo si no se toman ahora precauciones mínimas.

Lo cierto es que las comunas no viven todas igual los efectos del terremoto. En algunas falta agua y alimento. En otras el cobijo es lo importante. Otras requieren restablecer la conectividad. Hay comunas que necesitan albergues provisorios y otras verificar en detalle los daños en las habitaciones y edificaciones.

El país tiene la capacidad suficiente para terminar por restablecer los servicios básicos. El tiempo transcurre muy lento para quienes sufren necesidades apremiantes, pero lo que avanza es la normalización no la perdida de control de la situación. Pero, apenas se satisfacen las necesidades básicas, lo que viene no se soluciona aumentando los suministros sino tomando decisiones compartidas sobre cómo queremos vivir en el futuro.

En otras palabras, la balanza se ira cargando cada día más hacia las acciones de efecto permanente, y esto le tocará encabezar al próximo gobierno. ¿Estará preparada la nueva administración para enfrentar este desafío?

Las personas por sobre las cosas

La respuesta a esta pregunta, por supuesto, no la podemos conocer por anticipado. Aún así, ya desde ahora podemos identificar los grandes caminos por los que se puede transitar para asumir la reconstrucción. El primero de ellos se centra en las cosas, el segundo, privilegia a las personas.

El primer camino disponible hace del levantar casas y del reponer infraestructura, un sinónimo de reconstrucción. Así entendido, lo que se requiere son gerentes encargados de soluciones específicas. Lo importante es la ejecución eficiente. El nudo de la cuestión estriba en disponer de suficientes recursos y de desplegar la capacidad técnica necesaria como para pasar por encima de los obstáculos que se presenten. Fin de la historia.

Pero hay un segundo camino posible de conseguir. Consiste en considerar que hay que preservar familias y hogares, no simplemente casas. Esto significa que no es cosa de llegar y reconstruir (como si fuera obvio lo que hay que hacer), sino que se debe considerar la opinión de muchas personas directamente afectadas con las decisiones que se tomen.

Hay pueblos y ciudades que no podrán volver a ser como eran hasta el viernes, simplemente porque ello es imposible y, en algunos lugares, también es indeseable, dado el riesgo potencial que corren.

En fin, habrá que decidir con qué grado de seguridad queremos vivir y construir.

Habrá que decidir dónde y cómo levantar de nuevo localidades enteras. Hay que preguntarse ahora –no cuando sea demasiado tarde- cómo se recupera parte del patrimonio arquitectónico que se puede salvar. Habrá que establecer un cierto orden en el que se empezará a recuperar casas, sectores y barrios. Nada de esto ocurrirá sin conflictos, pero esto es natural y hace indispensable llegar a acuerdos y consensos que satisfagan a los habitantes de tantas comunas damnificadas.

En el fondo, no se trata de reconstruir cosas, se trata de reconstruir comunidades que necesitan muchas cosas, pero que antes que nada requieren ser reconocidas, respetadas y tomadas en cuenta como las comunidades que son.

La solidaridad entre chilenos a estado a la altura. La emergencia se funde con la reconstrucción. La institucionalidad está vigente aunque requerirá de no pocos ajustes. Ahora queda por saber si las nuevas autoridades son capaces de hacer converger en aporte colaborativo de todos en el momento de la transición entre gobiernos.