viernes, febrero 29, 2008

El camino de la Concertación

El camino de la Concertación

Este ha de ser un año en que los resultados se hacen visibles y notorios en las principales áreas, incluida la política. Habrá que lograrlo en medio de dificultades y en un tenso ambiente electoral.

Víctor Maldonado


Los límites de la derecha

ANTES, HEMOS ANALIZADO la estrategia que está siguiendo la derecha. Ella se puede sintetizar en cuatro aspectos: una conducción política ordenada detrás de la campaña presidencial; la pretensión de imponerse en la instalación de los términos del debate político (anticipándose al Gobierno en los temas principales); descalificar a la Concertación como generadora de mayores dificultades que logros; y difundir por todos los medios a su disposición el mensaje de que la alternancia en el poder es deseable e inevitable.

Sin embargo, para que una estrategia de estas características tenga éxito, se necesitan que se den condiciones muy exigentes: que la derecha se ordene por completo tras estas directrices y, sobre todo, que tanto el Gobierno como la Concertación dejen de cumplir las tareas más importantes que están en sus manos enfrentar y resolver.

El por qué la derecha tiene dificultades para mantener una posición monolítica es bien conocido: hay una sola campaña presidencial oficialmente lanzada, pero está igualmente presente el deseo de abrir las alternativas a otra opción, más acorde con gustos y preferencias que están lejos de haber desaparecido.

Instalar los términos del debate implica pasar del ataque sin matices a las propuestas, no sólo en el caso de Sebastián Piñera sino de los principales voceros de la oposición. Y eso cuesta verlo como probable.

Por supuesto, la Alianza puede desestimar los logros del Gobierno todo lo que quiera y puede volver la presentación de problemas en escándalos (en lo que puede no estar sola), pero la gente no se forma opinión únicamente por lo que se le dice, sino por lo que mira, ve y constata. Si la Concertación gobierna bien, los ataques no bastan; y si gobierna mal, la oposición podría guardar silencio e igual se cosecharía un desafecto sin retorno. No será este aspecto el que desequilibre la balanza.

Por último, uno se puede desvivir porque haya alternancia, pero si no se la gana (si no acumula méritos propios), no saca nada con pedirla.

Pero, sea que le resulte o no, lo efectivo es que todo apunta a un grado creciente de conflictividad política. En parte, porque hay elecciones. En parte, porque la predisposición es alimentar una mayor confrontación.

En este escenario hay que ver qué hace la Concertación y el Gobierno. Hay que esperar un cierto retraso en la plena dedicación al debate con la derecha. Los partidos oficialistas toman importantes decisiones internas en los próximos meses, y eso los tendrá ocupados buena parte de marzo y abril. Pero el ambiente de campaña estará siempre presente, ya sea en procesos internos o externos.

Conducción e iniciativa

Por lo dicho, se puede comprender la importancia que tiene para el oficialismo el que sea el Gobierno quien se adelante a establecer posiciones y prioridades.

También en este caso se tiene a disposición una estrategia que permite a la Concertación mantener la iniciativa política y validar la mayoría que se ha tenido en todos los procesos electorales que se han tenido en democracia. Lo que se busca aquí se puede describir en pocas palabras: entregar conducción política al conjunto del Gobierno; concentrar el interés público en sus iniciativas y acciones; hacer de este un año de resultados palpables; oponer el tema de la coherencia al de la alternancia.

Cada uno de estos elementos son fácilmente entendibles, en especial el primero.

Luego del cambio de gabinete, la Presidenta Michelle Bachelet requiere conducir un buen trabajo equipo con sus colaboradores, en especial con su comité político. Al momento, las señales son buenas.

Algo muy importante ha pasado en estos días, que pudo pasar inadvertido para la gran mayoría. No podría ser de otro modo puesto que el tema del verano para todos es esperar, vivir y acordarse de las vacaciones. Nada importante parece estar aconteciendo en política o, al menos, nada que parezca salirse de cauce.

Y eso es precisamente el trato que se puede pasar por alto. Esta es la primera vez que la Presidenta Bachelet ha podido salir de vacaciones sin que, a cada rato, se le esté pidiendo que regrese a hacerse cargo de las tareas de Gobierno o para enfrentar una crisis.

En otras palabras, el equipo político actuó coordinado y con eficiencia, de manera que la normalidad se mantuvo. No hubo nada parecido a inseguridad y eso es una buena noticia para el Ejecutivo.

En seguida, para concentrar el interés público en las iniciativas gubernamentales, se requiere atender a las principales preocupaciones ciudadanas. En esto también febrero marca una notable diferencia con su similar del año pasado.

Uno de los aspectos que más se han de destacar es que ni Bachelet ni el equipo político están esperando a que los problemas se agudicen para salir a hacerles frente.

La conducción política se está abocando a enfrentarlos según su orden de importancia pública y eso se ha mostrado durante todo este tiempo. El manejo en temas como la sequía y la energía ha sido notable; Bachelet marcó los criterios para el uso de los recursos en educación y ahora corresponde dar cuenta cabal de lo obrado, lo que se hará la próxima semana.

El resultado, pese a críticas y debates, ha sido la mantención de la iniciativa política en manos del oficialismo.

Resultados y coherencia.

Por otra parte, este ha de ser un año en que los resultados se hacen visibles y notorios en las principales áreas, incluida la política. Habrá que lograrlo en medio de dificultades y en un tenso ambiente electoral, pero no hay alternativa, porque no queda más tiempo.

Es demasiado pronto para adelantar pronósticos, pero los primeros atisbos, al menos, muestran a un Gobierno que no quiere ceder espacios.

El ejemplo más notable que se tiene a disposición es lo que ha pasado con los anuncios de reformas políticas. No es un área donde abunden las novedades, porque las líneas básicas ya están en conocimiento del Congreso en la mayoría de los casos.

Pero, como todo terreno es y será disputable, Sebastián Piñera anunció con semanas de anticipación que daría a conocer sus propuestas, con lo cual dejaba la impresión que, en el inicio del año había sido él quien puso los temas en debate. Y, como se sabe, importa tanto lo que está aconteciendo como lo que parece estar aconteciendo.

Quedó claro que a partir del primer martes de marzo se le pondría urgencia a proyectos de ley relacionados con el mejoramiento y perfeccionamiento del sistema político en Chile. De manera que el regreso de los parlamentarios a Valparaíso se verá marcado por el debate sobre la votación de los chilenos en el exterior, la inscripción automática y el voto voluntario, como también sobre la elección directa de los consejeros regionales, sobre la reforma del sistema de partidos políticos y la reforma del sistema electoral.

Lo más probable es que en el inicio del año el abordaje de las materias más importantes no estará centrado en quién se adelantó a tomar la iniciativa, sino en quién es más coherente en la defensa de sus posiciones en materias clave.

Porque este es un aspecto medular en el debate que se inicia: no es sobre quién pone los titulares el primer día, sino que es sobre quién pone los contenidos que perduran. Esto requiere poder mostrar consistencia en los planteamientos, coherencia en la conducta y capacidad de respaldar los acuerdos que se alcancen.

Como se puede ver, el año político parte rápido, intenso, polémico y disputado. Tal parece que no habrá tiempo para aburrirse.

viernes, febrero 22, 2008

La estrategia electoral de la derecha

La estrategia electoral de la derecha

No es la primera vez que la derecha se considera la próxima ganadora presidencial. Tal vez las municipales no la desengañen, pero dejarán de manifiesto que puede lograrlo si se esfuerza.

Víctor Maldonado


La estrategia y sus componentes

Siempre es bueno contar con un plan obvio y claro por el cual guiarse. Eso es lo que ocurre en este instante en la derecha. A punto de reiniciarse la actividad política habitual, sabe a la perfección cómo tiene que comportarse desde el primer día.

Ningún plan funciona de forma adecuada si no existe una buena distribución de las funciones entre los principales encargados de llevarlo a la práctica. En este caso, lo que permite el ordenamiento es la existencia de un candidato presidencial, que hace que la mayor parte de las acciones -de a lo menos un partido- giren en torno a él.

No es el único candidato posible, pero es el único candidato efectivo y proclamado. Si no aprovecha su actual exclusividad, terminará por poner en riesgo su condición. Y sabe que no la puede desperdiciar.

Sebastián Piñera es un candidato que se asigna a sí mismo tres tareas fundamentales: señalar las grandes líneas de conducción política; dirigir la campaña municipal; y ampliar la base de sustentación política de su candidatura.

Las tareas de organización partidaria quedan, en este contexto, a cargo de dirigentes internos. El debate político es de los parlamentarios. Los candidatos, los militantes y los comandos van a la campaña. La amplificación de sus puntos de vista queda en manos de los medios de comunicación, ampliamente controlados por el sector. Como en toda estrategia, se trata de que el éxito de una de las partes permita asegurar el éxito de los otros componentes.

En una planificación de estas características, lo importante es que cada cual se aboque a su función más propia, sin inmiscuirse en la que le corresponda a los demás. Así evitan duplicaciones, entrecruzamientos que entorpezcan y contradicciones públicas.

En cuanto a la tarea de dar conducción política al sector, la idea de Piñera es la de mantenerse en la primera línea de las propuestas y de los acuerdos que estén centrando el interés público. De allí que prepare, para marzo, la presentación de iniciativas tales como sus ideas en torno al sistema binominal, el voto voluntario, la inscripción automática y el voto en el extranjero (aunque con restricciones). Por cierto, en el paquete no podía dejar de presentarse el tema del "término de la intervención electoral", que es una de las constantes en las propuestas opositoras.

Al mismo tiempo, el empresario se ocupará fuertemente de presentarse como una figura reconocida internacionalmente y que se posiciona como estadista en el debate público. De allí la relevancia que se le asigna a sus visitas al extranjero, que lo muestran en instituciones de prestigio y junto a personajes ampliamente conocidos.

Darle a cada cual un espacio

Pero la actuación del candidato no agota una campaña. De lo que se trata es de integrarlos a todos a alguna tarea. Así que el propósito del abanderado es acotarse a lo que le es más propio.

En este sentido, la intervención de Sebastián Piñera en la campaña municipal ha de ser intensa, pero no traspasar determinados límites. En efecto, aunque la intención es la de "ayudar a todos los que lo necesiten y lo quieran", lo cierto es que se ha de concentrar en su participación directa en un número limitado pero selecto de municipios. Concretamente, en aquellos que tienen alto interés para el conglomerado de oposición, ya sea porque se considera necesario que se mantenga en sus manos o por la posibilidad de arrebatárselo al oficialismo.

Por último, la tarea de ampliar la base política de la derecha reviste una importancia decisiva puesto que, hasta ahora, se ha mostrado como una evidente falencia.

Los líderes opositores saben que se requiere proyectar la imagen de una Alianza fuerte, cohesionada y capaz de dar gobernabilidad. Pero, al mismo tiempo, no son escasos los que en la oposición se dan cuenta que esto es todavía insuficiente. Muchos perciben que se trata de una base estrecha, limitada y poco diversa. Por eso el interés de Piñera por abrir el conglomerado opositor a los desencantados de la Concertación y, en lo posible, a los "colorines".

Por supuesto todos los planes tienen puntos débiles. En este caso, la dificultad mayor estriba en que los intereses de la campaña presidencial no son idénticos a los intereses de los partidos en particular. Lo que es bueno para Renovación Nacional no necesariamente es bueno para la UDI.

Incluso al interior de las organizaciones políticas no es lo mismo la visión de los presidentes ante aquellas que puedan tener los líderes intermedios. Esto, sin considerar que una planificación en torno a una candidatura presidencial única dura hasta que aparezcan otros aspirantes, algo que no se puede descartar.

Extender la Alianza tampoco es algo sencillo. Está claro el interés de los presidentes de RN y la UDI para que sea bajo sus jefaturas cuando se logre la tan buscada y nunca conseguida unidad opositora. Mejor si consiguen ampliar el arco que cubre. Pero abrir campo a recién llegados no siempre es fácil.

Requiere abandonar el espacio que otros ya están ocupando. Así, por ejemplo, es evidente que asegurar el espacio parlamentario a los disidentes de la Democracia Cristiana es un modo óptimo de proceder para conseguir este objetivo. El único problema estriba en que eso requiere el sacrificio de potenciales postulantes de los partidos eje de la derecha y eso no es fácil de conseguir en ninguna tienda política.

En la práctica, nadie se puede negar en principio a la idea de incorporar nuevos socios a un conglomerado. Pero, por cierto, todo dependerá de las condiciones que se pongan para su ingreso a la "gran familia". Carlos Larraín, presidente de Renovación Nacional, es partidario de poner condiciones mínimas.

Todo esto porque es muy consciente de los anticuerpos que en los ex miembros del PDC genera la asociación explícita con la derecha. Pero es evidente que su postura no produce nada parecido al fervor en sus propias filas.

Los puntos débiles

Por lo dicho hasta aquí, quedará en evidencia que la actuación coordinada en la Alianza no se debe al dictamen de ningún genio político sino, simplemente, a un diseño bastante obvio, que se cae de maduro. Claro que otra cosa es que se logre cumplir con los objetivos. Al fin y al cabo, los otros también juegan.

Por eso, lo que importa es saber qué resultados espera conseguir la oposición con todo el esfuerzo que desplegará durante este año, en especial en cuanto al desafío más importante e inmediato: la elección municipal.

Porque hay resultados que pueden dejar contenta a la galería adicta, pero no mucho más.

Lo que la derecha puede dar por descontado, desde el principio, es mejorar las posiciones, comparándose con el número de municipios que gobierna en la actualidad.

La razón es muy sencilla. En la elección anterior, la Alianza cometió tal cantidad de errores que perdió todo lo que podía perder. Pasó de un número de municipios acaso equivalente a los de la Concertación a poco más de un tercio del total de las comunas que dirigía.

Y por lo mismo que perdió mucho, es casi imposible que lo haga peor ahora. Defender menos lugares es mucho más fácil que sostenerse en una variada gama de localidades. Lo que hoy tiene la derecha corresponde a sitios casi siempre seguros. Los puede defender bien y puede intentar -con altas probabilidades de éxito- recuperar parte de lo perdido.

De modo que plantearse como objetivo quedar mejor que hoy no es en verdad ningún desafío exigente.

Lo que importará en este caso será lo que ocurra con los lugares donde ambos oponentes se jueguen el todo por ganar. Son los puntos donde no se sabe por adelantado quién ganará o donde la variación de las circunstancias entregue ahora ventajas inusuales.

Esto quiere decir que el verdadero desafío para los grandes conglomerados es más político que exclusivamente electoral. Se trata de convencer, de motivar, de movilizar y de ganar.

Lo seguro es que durante el año más de algo cambiará. No es la primera vez que la derecha se ve a sí misma como próxima ganadora presidencial. Tal vez los comicios municipales no la desengañen, pero también le dejarán de manifiesto a la Concertación que puede lograrlo, si se esfuerza. Entonces nos encontraremos ante un nuevo escenario y un nuevo punto de partida.

viernes, febrero 15, 2008

Cheyre y su emplazamiento a la clase política

Cheyre y su emplazamiento a la clase política

Estamos fijando como conducta requerida una actitud heroica, que muy pocos pueden alcanzar y que todavía menos pueden exigir a los demás. Sólo que hay ocasiones en que es lo único digno y humano.

Víctor Maldonado


Una carta abierta

Juan Emilio Cheyre fue un comandante en jefe del Ejército que cumplió con sus funciones a cabalidad. Mantuvo un irrestricto apego a las normas constitucionales, acercó a los uniformados al mundo civil y a la democracia, dejando el cargo en medio de reconocimientos públicos a su labor. Si alguien estaba descontento con su labor eran los más fanáticos cercanos al general (R) Augusto Pinochet. De ellos provenían los más fuertes insultos en las ceremonias y ocasiones en que se topaban.

Una norma no escrita (pero no por ello menos respetada) dice que cuando un comandante en jefe deja su puesto, no vuelve a emitir opiniones que pudieran comprometer, de alguna manera, a su institución. Pues bien, ahora es el mismo Cheyre el que está emplazando al Gobierno y dirigiéndose al mundo político en un tono desusado, para él o para cualquier otro comandante en jefe de las Fuerzas Armadas en retiro. ¿Por qué este cambio?

Sin duda, se trata de una reacción ante la renuncia del general Gonzalo Santelices, quien había participado en el traslado de detenidos ejecutados en Antofagasta en 1973.

Cheyre considera que se ha abandonado la política seguida por el Gobierno de Ricardo Lagos, que consistiría en mantener en sus puestos a los oficiales acusados por este tipo de hechos mientras no fueran declarados culpables de delitos de derechos humanos por la justicia.

En una parte medular de su carta a la clase política, el oficial (R) expresa: “Veo con preocupación señales que abandonan la fórmula de que ninguna de las partes busque aniquilar a la otra o erigirse como única poseedora de la verdad”. Agregando en seguida: “Me inquieta que se terminen dilapidando los acuerdos alcanzados y que se intente imponer una sanción moral precisamente a quienes han asumido y asumido la verdad”.

Cheyre ha ido más allá con posterioridad a esta carta, centrándose en el tema de la responsabilidad compartida en la generación de la crisis de 1973. Sus “padres fundadores” estarían en la izquierda, la DC y la derecha. Muchos de ellos, en conjunto cultivaron el odio en Chile y eso sería lo que provocó una crisis que no controlaron.

Muy posiblemente, tratando de mostrar una situación inaplicable para todos, pide que se legisle para que no puedan ser autoridades quienes hayan “causado la crisis” de 1973. O sea, si hay razones para que salga Santelices, ¿por qué no habían de quedar inhabilitados todos los demás?

Por cierto, las reacciones no se hicieron esperar y han sido de variado tipo, pero pocas han ido al fondo del asunto.

Desde luego, no están en discusión las relaciones institucionales entre el poder político y las Fuerzas Armadas. Por eso, el Gobierno puede seguir insistiendo en que sólo se relaciona “con los mandos vigentes” y que responder a Cheyre sería “una falta de respeto para el mando actual”. Ante cualquier viso de duda, esto es lo correcto y lo que corresponde en democracia.

Pero tal planteamiento se aplica a plenitud si Cheyre estuviera hablando a nombre de la institución de manera formal o convenida. Pero eso es ir demasiado lejos.

La otra manera de verlo es, simplemente, concentrarse en la pertinencia de los argumentos esgrimidos. O, al menos, intentar comprender qué es lo que se está diciendo al tener que argumentar de este modo.

Más allá de “ustedes” y “nosotros”

El problema de estas declaraciones iniciales no está en haberlas emitido en su oportunidad, sino en que éstas no hayan podido detenerse de parte del que las emite. Y mientras más textos y declaraciones acumule, agregándolas a los argumentos originales, más claro quedará que se ha cometido un error importante.

Nadie necesita insistir tanto cuando su mensaje inicial se ha transmitido de manera eficiente en la primera oportunidad.

Parece ser que lo central es saber si podemos seguir viendo el tema de los derechos humanos como un asunto de “ustedes” y “nosotros” o si, producto de los avances a que tantos han contribuido, ha llegado el momento de pensar en el interés permanente del país. Aun sabiéndolo, esto no siempre permite mantener las salidas de transacción, tan habituales entre nosotros.

Da la impresión de que el Gobierno no ha podido actuar de otra forma en este caso. Se trata de la aplicación de criterios generales en un tema de la mayor prioridad.

Tiene que ver con la forma como se concibe el gobernar en un área decisiva. No se relaciona en nada con la búsqueda de conveniencia (nadie anda buscando meterse en situaciones conflictivas por gusto) ni con querellas personales (ausentes por completo en esta ocasión) o con un regreso a las cegueras ideológicas.

Se relaciona con la necesidad de ser coherentes. Se trata de fijar el tipo de normas que han de cumplirse siempre entre nosotros, en cualquier ocasión y circunstancia. Ante todo, no es una señal hacia el pasado (un juicio sobre cómo debieron ocurrir las cosas), sino una señal hacia el futuro (que el respeto a la vida ha de predominar sobre cualquier consideración o atenuante).

El resultado de poner por delante una norma moral tan exigente no resulta fácil para nadie. Y, sin embargo, resulta ser lo mejor, pensando en el bien común.

Los victimarios se protegen a sí mismos alargando la cadena de los que hacen parte de sus crímenes. Lo que buscan es que, cada cual haya colaborado, pero en sólo una parte -un eslabón, pero nada menos que un eslabón- que lleva a la destrucción de muchas vidas.

Cada cual tiene la excusa perfecta (“si alguien antes que yo lo hubiera actuado como lo hizo” y “si alguien después que yo no lo hubiera continuado” nada habría acontecido. Al final, “todos recibíamos órdenes”). La lógica es perfecta; el resultado, en cuanto a víctimas, está igualmente asegurado.

Una sociedad no puede aceptar que sea cosa de trozar las responsabilidades para que, al final, todo pueda ocurrir.

Una respuesta abierta

Pero hay que estar conscientes de que se ha fijado una norma muy exigente, y que no es justo leer los acontecimientos del pasado con los ojos del presente: actuamos sobre resultados tan conocidos como seguros, sin las pasiones y las dudas del momento.

Por eso decimos que estamos fijando como conducta requerida una actitud heroica, que muy pocos pueden alcanzar y que todavía menos pueden exigir a los demás. Sólo que hay ocasiones en que es lo único digno y humano. Y es eso lo que se está diciendo para el presente y para el futuro. ¿Qué otra cosa puede legar esta generación al porvenir de Chile?

Si se sube la vara ética, entonces hay que procurar mantenerla igualmente alta, en toda ocasión y frente a cualquier acontecimiento que se presente. De nuevo, se trata de un asunto de coherencia.

Quienes están en el Estado tienen una responsabilidad mayor al resto. Así como no es lo mismo disparar con armas del Estado que la acción criminal de un delincuente común, así tampoco es lo mismo robar desde el Estado que desde fuera de él.

Cuando las exigencias se elevan, ya no toda comparación resulta igualmente pertinente. No se puede equiparar el fraude de un empresario con el fraude público, pareciendo que lo que dirime son las cantidades involucradas. Porque en el primer caso es un particular quien delinque bajo su cuenta y riesgo y, en el segundo caso, se trata de sujetos que, corrompiendo su función propia, traicionan la fe pública y delinquen afectando a la sociedad completa.

Acontece, eso sí, que nadie puede fijar normas que no esté dispuesto a cumplir él mismo. Las exigencias éticas no dan lugar a excepciones.

viernes, febrero 08, 2008

La política en vacaciones

La política en vacaciones

Un punto conflictivo marca la diferencia respecto de todo el resto. Es el caso de los activistas en el área mapuche que hacen uso de la violencia para promover sus reivindicaciones.

Víctor Maldonado


En el verano profundo

EL VERANO SE muestra inmisericorde con las noticias políticas intrascendentes. Esto tiene mucho sentido. Cada cual tiene plena conciencia de que es necesario aprovechar al máximo estas semanas para reponerse del ajetreo de un año intenso. Por eso, lo que importa -por el momento- son las novedades para distraerse y las noticias políticas de envergadura. Pero no una combinación de estas dos.

A nadie se le aparece todavía el “fantasma de marzo”, pero cada cual sabe que está allí a la vuelta de la esquina. El año político se inicia con muchos conflictos sociales preanunciados, con la posibilidad de restricciones energéticas, con el reinicio de la conflictividad política y con definiciones partidarias pendientes.

Ningún artificio puede competir con la realidad, y este año se prefigura con suficientes dificultades auténticas como para -además- hacerse cargo de juegos de artificios propios de la temporada.

Sabiendo que los acontecimientos nos atraparán con su consistencia dentro de poco, es natural aprovechar el paréntesis veraniego del mejor modo. Ésta no ha sido una buena temporada para los voceros de ocasión.

El Gobierno parece haberlo entendido perfectamente bien. Este verano se ha hecho presente con la campaña Verano en buena, que sintoniza con las necesidades, prioridades e intereses ciudadano. Nadie está pensando en el Ejecutivo en plantear densos planes y programas, aun de la importancia de la reforma previsional, que será tema del próximo mes. Se habla el lenguaje de las realizaciones concretas y en eso no habrá variaciones en el futuro cercano.

Claro que, ante las realizaciones de envergadura, hasta el más irreductible opositor marca la diferencia. A lo más dice que se trata de una excepción. Así, Andrés Allamand ha señalado que la reforma previsional es “el único logro duradero de la actual administración”. ¡Algo es algo! Hace poco ni siquiera esto habría sido considerado como un aporte indudable para el país.

En cambio, el mayor intento de quebrar la inercia del verano lo protagonizarán los partidos de oposición, cuando busquen reavivar el malestar ciudadano con el Transantiago, “celebrando” su primer aniversario (el 10 de febrero) con una actualización de todas sus críticas y una puesta en escena ad hoc.

Dos problemas bien diferentes

Me atrevo a pensar en un efecto escaso, y hasta puede llegar a ser bien distinto de lo buscado. No porque las críticas hayan sido inmerecidas una larga temporada, sino porque son indesmentibles las progresivas mejoras al servicio producidas de modo sistemático en los últimos meses. Lo que a la gran mayoría que preocupa es lo que está aconteciendo ahora, no el recuento histórico de los acontecimientos.

Además, el ministro René Cortázar no puede ser presentado como responsable de problemas que anteceden su llegada, sino como alguien abocado a la búsqueda de soluciones. Quienquiera lo puede ver, desde ya, explicando y mostrando el terreno los avances parciales obtenidos. Las deficiencias son soslayadas, pero los progresos son también prescindibles.

Siendo así, las críticas se asemejan al comportamiento de quienes, desde la galería, hacen todo tipo de sugerencias a quien está en el lugar intentando hacer lo mejor posible.

El aprovechamiento del “aniversario” no parece ser una gran idea para acercarse a los ciudadanos. Ni es un aporte ni tiene ningún destino. La idea de los dirigentes opositores de desplazarse a los lugares considerados conflictivos, para “solidarizarse con la gente”, puede llegar a ser muy contraproducente para los involucrados.

Mucho se dice de que, para el Transantiago, el regreso de las vacaciones será una prueba decisiva. No parece ser el caso.

La prueba fue decisiva el año anterior. Los cambios estaban recién realizados, se mostraron insuficientes en múltiples aspectos y los errores se vinieron encima todos a la vez. Nada de esto les espera a los santiaguinos al volver a casa. Lo que les espera es mucho trabajo acumulado, mucho por hacer y por ajustar, pero ninguna sorpresa.

Sin embargo, un punto auténticamente conflictivo marca la diferencia respecto de todo el resto. Es el caso de los activistas en el área mapuche que hacen uso de la violencia para promover sus reivindicaciones. En este caso, sí que las vacaciones no han existido.

Es un desafío importante para nuestro sistema de convivencia, primero, porque se trata de demandas radicalizadas; segundo, porque no se muestra interés por usar el diálogo y, tercero, porque se legitima el uso de la violencia como instrumento habitual de acción pública.

El desafío no está por el número de personas comprometidas. Se sabe que se trata de una ínfima minoría. Sino porque busca provocar una reacción de uso de fuerza excesiva, de manera de generar un escenario de confrontación total, que genere un espiral de violencia que les permita justificar la existencia del ataque como una tendencia en la zona mapuche, uno más en una serie, que se inscribe dentro de esta estrategia.

El Gobierno no puede convertir su relación con una etnia completa y con un pueblo multifacético en la relación con una expresión pequeña y extrema. Eso es lo que se pretende y eso es lo que no se ha de conseguir. Esto obliga a un tratamiento diferenciado de problemas de distinta envergadura, de diferente origen y de protagonistas claramente diferenciados.

Un año para el comportamiento responsable

Pero, aun considerando lo anterior, en general, el protagonista de este verano es la normalidad. La compañía permanente de las críticas a la Presidenta por los días de toma de vacaciones han estado ausentes en esta oportunidad. El ministro del Interior ha quedado al mando de un modo muy efectivo.

Pese a todo, éste no parece ser un año que se haya iniciado mal para el oficialismo. En igual fecha del anterior, el Gobierno había iniciado un proceso de baja en el apoyo ciudadano, incluso antes de la aplicación del Transantiago. En lo que llevamos del verano, y considerando las encuestas conocidas, la tendencia actual es a mantener o a aumentar el respaldo público.

Sin duda que éste no será un año fácil. Las condiciones internacionales y las proyecciones económicas internas ya no son las mismas. 2008 se hace presente con los efectos de la sequía y las limitaciones en el campo energético. De modo que el año electoral no podrá ser de promesas sin fundamento y sin referencia al comportamiento responsable que se requiere que las circunstancias que vivimos.

No es un mal escenario para la Concertación. Cuando las dificultades asoman, lo que se busca son medidas y soluciones, no lamentos y quejas. Lo que hay que hacer es mostrar que se está haciendo todo lo necesario, lo mejor posible, y que se trabaja con intensidad y eficiencia. Nadie espera milagros, pero tampoco resignación.

La oposición no puede pensar que de la sola crítica obtendrá el respaldo ciudadano que busca. Termina cansando el hecho de que su candidato presidencial a cada paso diga lo que “habría” realizado en el caso de que “hubiera” resultado elegido Presidente. El tema para el ciudadano común no es qué “hubiera pasado” si las cosas hubieran sido distintas. Hablar hoy de un Chile ficticio no tiene sentido. Tampoco de esta manera se concita interés.


En las comunas afectadas por la sequía se requiere ayuda. En las próximas semanas puede sea urgente, aún más que la emergencia que ya conocemos. Y eso requiere el despliegue efectivo de la administración central, regional y local. Todos trabajando coordinados y en equipo. Lo demás, si hay tiempo, quedará para después. Sólo cuando no se hace todo lo que se puede, se pasa de la preocupación al reclamo abierto. Pero éste no ha sido el caso hasta ahora.

De momento el oficialismo no ha dado campo a la crítica fácil. Sin duda, e incluso en pleno paréntesis estival, proyecta la imagen de estar completamente activo y, en ningún caso, de ser un “Gobierno ausente”. En realidad, se tiene la impresión de que el número de acciones efectivas que se muestra son superiores al de críticas que se recibe. Algo bastante anómalo aquí y en cualquier parte.

viernes, febrero 01, 2008

Todos íbamos a ser presidentes del Senado

Todos íbamos a ser presidentes del Senado

La derecha no debería confiar en estas fáciles victorias. Puede ser que llegue el momento en que la foto de los personajes sonrientes llegue a ser motivo de bochorno y arrepentimiento.

Víctor Maldonado


El mando para las minorías

LAS VACACIONES DE verano interrumpirán un acalorado debate, que se retomará en pocas semanas, con una intensidad renovada. Así está sucediendo con la definición de la presidencia y la mesa de las cámaras parlamentarias.

Todos perciben que, esta vez, no se trata de un relevo de rutina, sino de acontecimientos que marcarán la agenda política de aquí al final del período de Michelle Bachelet. De modo que el apasionamiento con que se aborda la polémica se encuentra justificado.

No cabe duda de que el centro del debate está en la definición de la mesa del Senado. En este caso, la pregunta relevante que quedará pendiente para marzo será la siguiente: ¿es deseable que se constituya una mesa del Senado sin respaldo mayoritario efectivo entre los ciudadanos?

Como se sabe, los representantes elegidos han redefinido su posición política sin relación con el cuadro político real y aspiran a conducir a sus pares. ¿Será éste un motivo de prestigio para la institución y sus protagonistas?

Tal vez todo dependa de que las funciones que se lleguen a ocupar no sean distorsionadas por la utilización contingente de los cargos. Si desde la testera del Senado se incentivaran conflictos por completo artificiales, sin necesidad ni correspondencia con la realidad social, estaríamos ante un problema generado por unas consideraciones menores en momentos en que lo que se requería era el máximo de prudencia, sensatez y capacidad de integración. En tiempos de competencia electoral, lo que menos se necesita es que se agreguen conflictos a los que ya se presentan de manera espontánea.

La democracia es un sistema que funciona bien cuando las corrientes políticas se abocan a conseguir amplio respaldo, constituir mayorías y lograr que ellas sean estables en el tiempo.

La prueba mayor para cualquier actor político es la de tener siempre en cuenta los objetivos de interés permanente y de bien común. Lo que se hace para la coyuntura, se agota en la coyuntura.

Cuando los grandes bloques quedan a merced de pequeñas minorías que tienen en la búsqueda de la utilidad un fin en sí mismo, entonces, el efecto que se produce es nefasto. Al principio siempre se encuentran buenas razones para negociar con estas minorías, sobre todo cuando se piensa en poner en dificultades a los adversarios principales. Pero el espejismo sólo se mantiene por períodos cortos. Rápidamente quienes se veían a sí mismos en el papel de hábiles tácticos, capaces de aportar ventajas adicionales a su bando, se dan cuenta de que también ellos pueden convertirse en la víctima siguiente.

El peligro de la irrelevancia

Lo cierto es que la responsabilidad política no se traslada por completo a las minorías que resultan favorecidas con estas maniobras. Los responsables de lo que ocurra siguen siendo quienes los pusieron en una posición privilegiada e inmerecida.

Es posible afirmar que el foco de atención ciudadana en los próximos años tiene como centro natural a lo que suceda en el Gobierno. Los grandes acuerdos ya han sido alcanzados. Al menos así ocurre con aquello que se comprometió en el programa de la actual administración.

Lo que suceda con el Congreso depende de la posibilidad de generar grandes acuerdos, y eso se facilita o se dificulta dependiendo de la capacidad de convergencia de los diferentes intereses que muestren las mesas de ambas cámaras. En política, uno puede darse grandes lujos, excepto el volverse irrelevante.

Al principio, los únicos que parecen ganar son los protagonistas de las polémicas fáciles, de las guerrillas verbales y de los debates sin sustancia. Pero la farándula no es un buen sitio para radicarse, no con el grado de información que muestran los electores, y con su escaso margen de tolerancia frente al autismo político.

Siempre será contrario a la prudencia y a la sensatez otorgar poder desmedido y figuración excesiva a quienes saben, a ciencia cierta, que cuentan con su última oportunidad para salvarse de la extinción electoral en el corto plazo. Quien nada tiene que perder no tiene necesidad de guardar la compostura y asume riesgos innecesarios.

Digamos las cosas como son: el objetivo que ha tenido la oposición para el acuerdo con los disidentes de la Concertación no es otro que poner al oficialismo en una posición incómoda y agudizar sus conflictos internos. La competencia presidencial explica estos movimientos.

Pero la búsqueda de ventajas en este plano puede ser contraproducente. Si a raíz de estos embates la Concertación se aglutina, la derecha se ha hecho el peor de los autogoles.

Más importante para el oficialismo que ser mayoría hoy el Congreso, resulta ser el actuar con coherencia y disciplina en el Legislativo tras objetivos de valor permanente. La consistencia en la conducta tiene gran importancia a la hora de decidir.

La derecha no debería confiar en estas fáciles victorias. Puede ser que llegue el momento en que la foto de los personajes sonrientes, mostrando el acuerdo firmado hace pocos días, llegue a ser motivo de bochorno y arrepentimiento. Pero ya será demasiado tarde. Para entonces lo que quedará es asumir las consecuencias de los propios actos. Al fin y al cabo se llegó a esta situación por el propio gusto de los involucrados. El senador Jovino Novoa ha dicho que “¡esto es sin picarse!”. Habrá que recordarle esta frase en su momento.

En terreno conocido

La Concertación sabe que, cada vez que consigue demasiadas ventajas en su disputa con la Alianza termina paradójicamente perjudicada. Cuando pierde la sensación de peligro, baja las defensas y se confía demasiado, termina perdiendo mucho más que las ventajas que había obtenido originalmente.

Aunque parezca contradictorio, cuando las dificultades crecen, el adversario se ve fuerte y la posibilidad de perder asoma en el horizonte, entonces, el oficialismo ha mostrado siempre una gran capacidad de reacción. Esperemos que esta vez ocurra algo parecido.

Hay que recordar que los partidos de la Concertación han estado privilegiando la idea de competir entre sus precandidatos, en el entendido de que tenían tiempo, oportunidad y espacio para olvidarse un tiempo de la derecha y pensar en sus intereses particulares.

Si la derecha crece, entonces muchos considerarán que lo que importa es tener un candidato competitivo que logre ganar mucho más que saber cuál es en definitiva la militancia de este personaje.

En cualquier caso, está claro que la Concertación perdió la mayoría en el Senado. Lo que no está tan claro es hacia dónde se desplazó el centro de decisión, si a la negociación entre bloques o a la dependencia mutua de un pequeño grupo que es quien dirime.

Lo único seguro es que ha dejado de existir una mayoría estable (en el supuesto de que existía antes) y que, hoy por hoy, todo depende de la negociación caso a caso.

No hay que dar como un hecho establecido que exista una forma estable de conformar acuerdos amplios sin el liderazgo de la Concertación. La suma de intereses de individualidades y grupos no da como para orientar una acción constante con sentido de país.

Cuando nadie está en condiciones de decidir por sí mismo cómo se resuelven los principales temas, por necesidad hay que ponerse de acuerdo con otros. Esto no tiene nada que ver con los gustos, las preferencias o con transacciones espúreas.

Es, simplemente, lo que corresponde implementar. Cada parlamentario puede presentar su desacuerdo y negarse a los resultados de una negociación, pero tiene que tener en cuenta que el costo de hacer predominar el desacuerdo con una transacción inevitable puede ser mayor para su coalición que los beneficios de hacer presente las diferencias de criterio hasta el final.

Por supuesto, siempre hay quienes rechazan los acuerdos porque los interlocutores no le agradan. Pero nadie llega a acuerdos por agrado, sino por necesidad. En caso contrario renuncia a incidir en los acontecimientos y se deja la iniciativa a otros.

Por eso, y a partir de ahora, lo determinante será la capacidad de los actuales conglomerados o grupos de mantener una disciplina básica, que permita definir acuerdos y respetarlos. Eso, al final, será lo que más importe.