viernes, diciembre 29, 2006

El año del giro

El año del giro


Qué pase en adelante se relaciona más con la adaptación a las condiciones futuras que con el pasado. Se debió advertir hace mucho que el punto débil no es el Ejecutivo, sino los partidos.

Víctor Maldonado


Nadie volverá a ser el mismo

EL GOBIERNO DE Michelle Bachelet estaba llamado a tener un efecto contundente y decisivo, para bien o para mal. Y eso no era lo que muchos esperaban al inicio. Hubo quienes pensaron que éstos serían tiempos anodinos y en compás de espera, sin tomar en consideración suficiente que no eran cuatro años cualesquiera. Más que un tiempo breve, este período se demostrará intenso y decisivo.

Si la gestión fracasa, es como si el tiempo se comprimiera y su desarrollo fuese como un paréntesis, unos puntos suspensivos antes de volver a la “programación habitual”. Bachelet habría sido un distractivo, un camino falso (pero atractivo, dicen magnánimos hasta los más críticos).

Sin embargo, si el primer Gobierno presidido por una mujer tiene éxito en la relación anquilosada entre ciudadanía y política, lo que ocurre produce un efecto tal que es como si el tiempo se expandiera. Temas y personajes del pasado quedan a mayor distancia, porque las áreas de interés, el debate, lo que es considerado aceptable como conducta, todo empieza a alterarse.

El tiempo transcurrido aún es breve y los rostros son más o menos los mismos, pero el cambio es importante, porque el contexto se ha alterado y los códigos se han transformado.

No deja de ser significativo que, en el fondo, desde un inicio, todos los personajes relevantes supieran exactamente de qué se trataba.

Ha sido más intuición que razonamiento, pero ha tenido la fuerza de una convicción. Tanto, que se percibieron con alivio las primeras dificultades en el manejo de conflicto presentadas por el Gobierno.

Por supuesto, las reacciones iniciales no se destacaron por su seguridad y elegancia. Era esperable. Lo singular fue la premura con que se adelantaban los juicios. “Este Gobierno se terminó”, era una frase en las conversaciones de confianza de la “gente informada” de la Concertación en los meses inaugurales.

Estas reacciones no tenían tanto que ver con un diagnóstico certero como con un intenso deseo de que se volviera “a la normalidad”, a la jerarquía natural de las cosas.

En el punto de no retorno

Para los que así opinan hay malas noticias, porque esos viejos y buenos tiempos no volverán. Ocurra lo que ocurra con el Gobierno, la oposición, los partidos y los líderes, lo que pase en adelante se relaciona mucho más con la adaptación a las condiciones del futuro próximo que con el regreso a cualquier momento pasado, por dorado que parezca.

Lo que se debió advertir hace mucho era que el punto débil no es el Ejecutivo, sino las organizaciones partidarias.

En el Gobierno de Aylwin el actor decisivo (aparte del Presidente) fueron los partidos; en el de Frei, las figuras de Gobierno mejor relacionadas con los partidos; en el de Lagos, los líderes de Gobierno y los presidentes de partidos. Hoy, son la Presidenta y (con excepciones) los líderes de facción de los partidos.

En toda la historia de la Concertación, los jefes de Estado han sido fuertes y los partidos se han debilitado. El camino ha sido del partido a la facción y de la facción a las individualidades.

La derecha siempre ha sido más débil, así que tiene menos historia, aunque se puede observar la pérdida creciente de las particularidades de la UDI, que se asemeja cada vez más al resto.

Los partidos -todos, no sólo el PPD- están ahora cosechando lo que no sembraron a tiempo. Siempre supieron qué debían hacer para revertir la tendencia a la disgregación: volcarse a la generaciones de recambio (no sólo al ejercicio diario del poder y a las cámaras), formar, dar razones para seguir militando a los que no quieren cargos, sino servir, e incluso en los planteamientos más osados llegar a practicar la democracia en casa.

Ahora ya no hay alternativa. Lo que se dejó de hacer por generaciones es una tarea impostergable. Es la hora de los constructores de partidos. Tarea exigente como pocas, de liderazgos emergentes, de los que disponen de tiempo y energías frescas. Por eso se acerca la hora del cambio de protagonistas.

Los partidos no están en crisis, está en crisis la idea de que los partidos son instrumentos para servirse de ellos y no organizaciones de propósitos nobles que necesitan mucho cuidado, atención y dedicación. La época de los rentistas políticos terminó. Un partido cuidado por sus militantes nunca entra en crisis.

La ventaja de ser gobierno para superar crisis

Por eso es tan difícil que, en este momento, los problemas más serios puedan venir del Gobierno. Algunos muy livianamente creen que el Ejecutivo es más fuente de problemas que de oportunidades: eso es un desatino.

Quien tenga la experiencia de la militancia partidaria sabe que una organización política puede encapsularse tanto que pierde el cable a tierra. Los partidos pueden escoger representantes que dan susto (sólo porque siempre están), pueden ahuyentar a gente valiosa, en ellos se pueden escuchar discursos que no escucharía nadie en su sano juicio y se pueden tener fuertes discusiones sobre los temas más esotéricos.

En el Gobierno no. Siempre está en contacto con los problemas, las demandas, los conflictos, los medios, la gente. Siempre está haciendo cosas, los errores se pagan, las pifias se notan de inmediato, no es posible abandonar la actitud de alerta permanente. No por nada ha sido el Ejecutivo el gran generador de liderazgo de recambio en la Concertación.

Alternativamente, el no estar en el poder no ha hecho que la derecha sea mejor ni que sus partidos sean más fuertes. Su principal fuente regeneradora son los municipios, es decir, nuevamente la acción demostrada más que la prédica.

Si éste es un año perdido, lo es para la derecha. Si el éxito se mide por la capacidad de instalar ideas, marcar presencia, aprovechar oportunidades, imponer agendas, posicionar liderazgos, ganar posiciones, la oposición tiene poco que mostrar al respecto.

La derecha no se ha movido de los altos niveles de desaprobación con los que llegó. Se tenía sobre ella un mal concepto de lo que iba a hacer y ese mal concepto se vio confirmado por la práctica.

En la medida que a la oposición le ha ido más mal, no ha tendido a acentuar el diálogo o a modificar su conducta. Ha sido arrastrada por su dirigencia partidaria a marcar los colores oscuros con que mira el resultado de la gestión de gobierno.

Si estableciera matices, sería más escuchada. Pero eso está lejos de ocurrir. La derecha siempre actúa como si estuviera esperando la campaña presidencial para seguir a un líder fuerte y olvidarse del resto. Cuando hay que hacer el trabajo más cotidiano de construcción de consensos, no ha conseguido grandes resultados. Quiere la alternancia, pero quiere que le llegue como producto de una crisis ajena. Por eso sigue sin ser una alternativa.

El año se cierra con un Gobierno con mayor respaldo del que tenía cuando asumió; con una Concertación obligada a disciplinarse y la reconstitución partidaria; y con una derecha que es más agresiva que alternativa.

Nos encontramos en un punto de no retorno. Lo seguro es que los cambios políticos están recién comenzando, y, sobre todo, que nadie volverá a ser el mismo. Por que lo que está en juego no es cómo se vuelve a un pasado cualquiera sino cómo nos instalamos en el porvenir.

viernes, diciembre 22, 2006

El autogol como arte

El autogol como arte

Está de más decir que la derecha cree que la mejor actuación de Gobierno es la que no se hace. En un proceso como éste, la parálisis del Ejecutivo sería dañina.

Víctor Maldonado


Joyas de colección

CUANDO LOS ANÁLISIS no se hacen completos y se saca toda clase de conclusiones políticas, de seguro no vamos por buen camino. La Concertación está produciendo últimamente esos análisis y ya es tiempo de que sus órganos de conducción pongan orden en medio de un predominio de agendas individuales.

La derecha tiene todo el material que necesitaba para sus próximas campañas a partir de la autocrítica de algunos dirigentes oficialistas.

Por ahora, es como si se quisiera dejar desempleada a la oposición, porque difícilmente ella puede llegar a superar este súbito interés por el masoquismo público, unilateral e interno para terminar de rematarla.

Suponer intenciones es arriesgado, pero verificar los efectos permite emitir juicios más fundados. Se trata de una autocrítica difusa, que evita precisiones y casos concretos, que escudriña en las motivaciones sin probar nada, que inculpa -en general- antes de que alguien haya tenido posibilidad de plantear una acusación, que no proviene de alguna urgencia ni se produce por alusiones personales o cosa semejante.

El contenido de lo que se dice es parcial. Se limita a una especie de diagnóstico autoinculpatorio de cercanos, pero no del denunciante, a lo que se agrega el condimento indispensable de la máxima publicidad y el mínimo de información previa a los que resultaron aludidos de carambola.

Una versión inédita y muy sofisticada del clásico autogol. Llevado a un grado no visto de virtuosismo artístico. Una joya de colección.

No es que la crítica deba ser acallada, o que sea malo de por sí ventilar los puntos débiles propios. Pero sorprende que se vean únicamente las debilidades propias y se deje a todos los demás exentos de problemas, sólo por el hecho de estar ausentes del análisis.

Se pudo originar una reflexión sobre las debilidades del sistema político y los partidos a partir de sus formas de financiamiento, de las formas cómo lo obtienen y de los peligros más frecuentes a los que quedan expuestos.

Cuando no se es ambidiestro en la crítica, se es extremadamente parcial en las conclusiones. Las debilidades tienen siempre más de una cara.

Yo acuso, pero no digo a quién

Se ha puesto de moda decir que la Concertación ha establecido una justificación semi aceptada respecto del uso de fondos públicos. Algo nunca probado. En paralelo, se puede ahondar el análisis respecto de lo que puede suceder en el financiamiento con fondos privados en la derecha. Algo que se puede investigar con mucho provecho.

Un análisis en dos direcciones nos puede llevar a observar todos los problemas involucrados y la forma de evitarlos, pensando en preservar en el buen funcionamiento democrático. No obstante, hasta ahora, lo que puede ser una debilidad de la democracia, está siendo vista como un problema interno de la Concertación.

Pero lo más grave no es todavía esto en exclusiva, sino la identificación difusa de quiénes son los involucrados en lo que se denuncia como una práctica antiética.

De las frases de estos días, no queda claro quiénes y cuántos son los responsables. Esto permite que de lo difuso se pase a la generalización indebida. Se dice que los casos de Chiledeportes y los planes de empleo (¿dónde?, ¿en la V Región?, ¿en todas?, ¿desde cuándo?), así como el Sence e Indap (¿cuándo?, ¿ahora, desde siempre?, ¿hay denuncias?), muestran lo mismo que el MOP-GATE (¿Ricardo Lagos, su Gobierno, tres o cuatro gobiernos?); es decir, que hay una ideología de uso de fondos estatales que se justifica para compensar el poder económico de la derecha.

Estamos a un paso de decir -se insinúa- que como hay irregularidades investigadas, todas ellas, no importan sus diferencias y los tiempos en que se hayan dado, son justificadas por una ideología que abarca a toda la Concertación y su dirigencia (para ser justos, por “importantes segmentos de la dirigencia concertacionista”, como dice Jorge Schaulsohn).

¿Cuál sería la solución si no se mencionan más que los problemas? ¿Quién puede tomar decisiones si parecen estar todos involucrados? ¿Específicamente qué es lo que se está denunciando? Porque lo que parece que se ha descubierto es un problema congénito, una malformación de nacimiento que justifica una eutanasia política.

El problema está no en las denuncias, sino en no dejar escapatoria posible en la argumentación para poder hacerse cargo de ellas y procesarlas de un modo constructivo.

Lo que se está diciendo, por la forma empleada, es una invitación para iniciar un ataque desde fuera habiendo desactivado todas las defensas internas antes de que se empiece el ataque.

Al fin y al cabo, se está hablando desde dentro y a nombre de todos (“claro, no me refiero a ti, estimado amigo, pero sí a muchos que tú y yo conocemos”), pero desde una moral superior. Al parecer las burbujas que nos protegen de los problemas han existido en todos los sitios.

Separar las voces de los ecos

Ahora la Concertación ha de explicar qué es lo que considera válido realizar desde el Gobierno y atenerse a ello de modo coherente.

Estará demás decir que la derecha considera que la mejor actuación de Gobierno es la que no se hace. Su ideal es que esta administración se abstenga de cualquier iniciativa que se crea intervencionismo, dejándose para sí la calificación de qué ha de entenderse por este concepto. No hay para qué extenderse en que, de entrar en un proceso como éste, la parálisis del Ejecutivo sería completamente dañina.

En realidad el mejor criterio para saber lo que resulta apropiado es, simplemente, el del fortalecimiento democrático. Es decir, el Gobierno debe abstenerse de realizar acciones reñidas con la probidad (en un estándar exigente como el que hemos alcanzado) y aun con el tino y el buen gusto.

Pero lo que no puede hacer es dejar de cumplir a cabalidad la función que se le asigna en democracia. Debe hacer sus tareas, explicar porqué y para qué las está realizado. Conseguir apoyo a sus acciones y rendir cuenta pública de lo que hace, deja de hacer o se propone realizar.

En democracia, se da la cara siempre, se explica a todos, se convence y se dialoga. Los que aprendieron que se hacía de otra forma lo hicieron en dictadura y no son ejemplo para nadie.

Algo más por decir: la Concertación es fuerte. Puede enfrentar las críticas de la oposición. Incluso soportar autogoles, aunque sean reiterados y amplificados por los medios de derecha. Pero esto requiere que se respete en todo momento una condición: se debe contar con un centro de toma de decisiones que fije el rumbo y que sancione las faltas a la convivencia interna.

Ésta no es una de esas situaciones en que los problemas se solucionan a puerta cerrada. Ya no. Todo lo que pasa es público y lo ha sido desde el inicio. Nadie espera una disciplina monolítica, porque algo tan absoluto no es de este mundo. Pero lo que es decisivo es que los ciudadanos sepan siempre que los responsables máximos están de acuerdo, trabajan en conjunto y saben para dónde van.

Como decía Antonio Machado, “a distinguir me paro, las voces de los ecos”. Porque si bien todos pueden hablar, no todas las opiniones pesan lo mismo. Y lo que hoy hace la diferencia es la capacidad de los liderazgos más sólidos de actuar por el bien común, con firmeza y con generosidad.

viernes, diciembre 15, 2006

Sobre vivos y muertos

Sobre vivos y muertos

Los que gustan pensar que ya es tiempo de olvidar lo pasado, debieran tomar nota de que fueron los nietos de Pinochet y Prats los que hicieron los gestos más fuertes e impensados. El primero perdió su carrera, el segundo salió milagrosamente bien librado.

Víctor Maldonado

Con la partitura lista

PINOCHET HA MUERTO y, como corresponde a alguien que ha generado fuertes adhesiones y rechazos, siguió dividiendo al país hasta el fin. Es posible que fuera el único capaz de romper las barreras que nos separan del pasado. Todo lo vivido desde el golpe, lo traía al presente con violencia inusitada.

Literalmente, sacaba de sus casillas a los chilenos. En un país donde sus habitantes se ven como equilibrados y prudentes, el ex dictador tenía un efecto insólito. Nadie quiere ser ponderado cuando alude a él. A cada cual le obliga a asumir convicciones y compromisos. Nunca fue como hablar acerca del tiempo. Casi suena fuera de lugar cuando hay que hace un análisis muy neutro: algo no cuadra, porque nunca ha sido ésa la reacción “normal”.

Lo que llama más la atención es que estamos ante la muerte más esperada y preparada de la exista recuerdo. Como si lo único que faltaba era que se escenificara el funeral y algunos ya estuvieran molestos porque el protagonista no entraba, por última vez, a hacer su papel.

Esto era tan insólitamente así que un conocido pariente político y diputado UDI, el día que murió el general estuvo unos minutos hablándole, y lo que se le ocurrió como más apropiado fue comentarle una encuesta (aparecida ese día) sobre si en su funeral debía o no tener honores de Jefe de Estado (algo rechazado por la mayoría en el sondeo). Pero lo consolaba con que más de la mitad sí aceptaba que se le despidiese como ex jefe del Ejército.

Como si fuera lo más natural, le expresaba al futuro difunto que esos resultados eran una especie de reivindicación pre-póstuma de su legado. En otras palabras, le estaba informando a quien iba a ser cremado, cuáles serían las líneas centrales de su intervención ante las cámaras después que “todo pasara”. Y fue eso lo que hizo.

Tal vez ni este personaje ni otros hayan estado conscientes de lo que hacían y decían. Pero en verdad cuando murió Pinochet se empezó a desplegar un complejo engranaje definido, en lo grueso, hace años. Uno que comprometía a parientes, Gobierno, Ejército, Iglesia, políticos, partidos, medios por mencionar a los más relevantes. Tan imbuidos en lo que sabían que tendrían que hacer que no es raro que hasta los cercanos, sin notarlo, hablaran a un vivo como futuro muerto.

Sobre nietos y etapas cerradas

Éste es un país muy formal y ordenado. Un poco demasiado en realidad. Los únicos que se salieron del libreto fueron aquellos a quienes nadie dio un papel y en quienes nadie pensó. Para poner una nota de humanidad, los nietos actuaron por puro sentimiento.

Y como corresponde a un país dividido, donde para saber lo que pasa los noticieros tenían que mostrar la pantalla partida en dos con las manifestaciones en pro y contra, hubo un nieto por lado que “se salió de madre”.

Los que gustan pensar que ya es tiempo de olvidar lo pasado, debieran tomar nota de que fueron los nietos de Pinochet y Prats los que hicieron los gestos más fuertes e impensados. El primero perdió su carrera, el segundo salió milagrosamente bien librado. Pero lo que ambos muestran es que las nuevas generaciones seguirán juzgando, evaluando, asumiendo razones y pasiones de nuevas formas y tomando posición.

Dos cosas son ciertas: cada uno sabe hace mucho que “terminamos una etapa” y, también, algo nos dice que, mientras vivamos, seguiremos interrogándonos sobre los mismos hechos y que lo de las etapas es obvio.

Pero, por mucho que nos importe, nadie vive en el pasado. La reflexión sobre la historia reciente es algo muy importante en el presente.

Hay que detenerse a pensar sobre lo más básico. Si tanta gente se preparó para esta muerte y los días que seguirían, es por completo imposible suponer que los principales actores políticos -los que se ven como primeras figuras del porvenir- no se prepararon para el escenario político que se abre tras este deceso.

De hecho, los que más se han preparado son de derecha. Ellos han tenido una especial preocupación de no verse atrapados entre el pinochetismo duro.

Sus líderes aparecieron al final -si es que aparecieron-, poco y lo mínimo que permitía el decoro. Los que pudieron, incluso se zafaron. Sabían que la despedida actuaría como los agujeros negros con los planetas que se les acercan mucho: se los tragaría hacia la oscuridad. Y lo que tienen preparado sus más astutos representantes es lo contrario: que los atrapados por la fuerza de gravedad del extinto sean sus adversarios.

Yo me muero, tú te mueres…

El libreto que desarrollará la derecha desde ahora, en especial sus presidenciables, es tan obvio que no necesita más especificaciones. Lo que se dirá tiene tres estrofas.

Primera, junto con Pinochet desaparece el elemento que mantenía unida a la Concertación. Ahora eso ha quedado en evidencia. Carece de un auténtico proyecto de país y no tiene un mensaje de futuro.

Segunda, la derecha ha cargado “injustamente” con la herencia del Gobierno de Pinochet. Ahora puede abocarse a su mensaje de futuro. Lo que cada cual piense sobre la labor de Pinochet ya no importa.

Tercera, la Concertación se presentaba como un actor con superioridad moral. Como paladín de la democracia contra la dictadura y por la defensa de los DDHH. Eso ya pasó. Ahora sus propios líderes dicen que la coalición está en crisis. Ha hecho de la corrupción una doctrina. Su mantención en el poder es dañina para el país.

La muerte del dictador es una ocasión para que la derecha intente rebarajar el naipe. Se presente como actor reinventado y propositivo, casi sin pasado. Uno que busca conquistar y seducir a parte de sus adversarios -necesita hacerlo- para dar credibilidad a su nuevo posicionamiento. De lo dicho, lo único de cuidado es lo último. Y la razón es sencilla.

La Concertación es, antes que todo, lo que quieren sus adherentes que sea. Sus detractores la pueden calificar como quieran, pero si la base de sustentación de un Gobierno cree en lo que está haciendo por el país, lo único que logran sus adversarios es marcar diferencias. Lo más esperable de cualquier oposición.

La derecha puede desprenderse de las referencias a Pinochet, pero eso no quita que en su interior incluya expresiones políticas autoritarias, integristas e intolerantes. Lo que murió fue Pinochet, no el pinochetismo que en el futuro tendrá trajes de distintas sedas, pero seguirá siendo la misma mona.

La superioridad moral es otra cosa. La derecha siempre supo que se violaban los derechos humanos en dictadura. Es sólo que lo que hizo Pinochet le gustaba, le servía y lo usó. Que eso no se pueda decir mirando a los hijos a la cara no es problema de la Concertación. No es su obsesión ni su culpa.

Pero Bachelet no ganó por apelar a la “superioridad moral”, sino porque llamar a la mayoría a construir un futuro deseable. Aún es menos cierto que la Concertación ha llegado a ser “moralmente inferior” porque es una tropa de corruptos, con historial e ideología de tal. Si alguien se cree en falta, muy bien que lo dé a conocer, pero no veo por qué se sienta con derecho a hablar a nombre de todos o comprometiendo a todos.

Se puede hablar desde dentro a nombre de todos o desde fuera a nombre propio. Pero hay que decidir de dónde se quiere hablar. Es la Concertación la que define moralmente lo que es y ha hecho. Y ya va siendo hora que su dirigencia lo diga pronto, fuerte y claro.

viernes, diciembre 08, 2006

En busca del tiempo perdido

En busca del tiempo perdido


Se requiere un violento y rápido despertar de la modorra para anticiparse a apuestas alternativas que ya parecen estar en curso.

Víctor Maldonado


El apoyo en la adversidad

ESTE ES UN buen momento para que la Concertación reaccione y pase a la ofensiva. Las malas noticias ya están o se han asimilado. Los problemas se pueden detallar, pero sin sorprender.

Por otra parte, la última encuesta ha dejado más que claro que la ciudadanía se ha forjado un juicio más matizado que el ofrecido por los “formadores de opinión”.

El apoyo a Michelle Bachelet ha subido de forma considerable en medio de los problemas. Esto no puede deberse a que a la gente le encante que existan problemas, sino a que está evaluando el modo más o menos correcto como se está actuando ante situaciones graves.

Tampoco es que no se hayan cometido errores. En muchos episodios se han podido observar imprecisiones, caídas, desaciertos. Pero la línea de conducta que se ha asumido ha sido exitosa.

¿En qué consiste? En buscar como aliada a la opinión pública en todas las decisiones importantes, en no dejar que los problemas se acumulen, en no desgastarse en busca de explicaciones ingeniosas a situaciones inexplicables, en concentrarse en soluciones de fondo y en su lenta pero sistemática aplicación.

Los que no entienden por qué Bachelet sube en las encuestas debieran reconocer tres cosas. Primero, que todo este tiempo han estado esperando la ratificación de una sentencia que habían pronosticado mucho antes que pasara algo. Segundo, que no se han dado el trabajo de analizar las soluciones ofrecidas porque, simplemente, las han homologado a lo que se había hecho antes y han estado más preocupados de las comparaciones que de cualquier otra cosa. Tercero, no se han planteado nunca que, con todo -incluyendo las caídas de principiantes y una tendencia al autogol- esta administración podía estar innovando en una relación más cercana y cálida con la ciudadanía y que ésta fuera sensible a tal intención.

Al Gobierno le está yendo bien porque dispone de un liderazgo que se está ejerciendo y una coordinación básica que está en operaciones.

Quedarse esperando es mala señal

¿Significa que todo está bien en el Gobierno? No, en absoluto. Hay deficiencias que debieran subsanarse a la brevedad para que un buen momento pase a ser una tendencia.

La actuación del Gobierno es disímil según áreas y tareas, por lo que un mayor equilibrio en la capacidad de gestión se hace notorio.

Se está haciendo imprescindible un creciente grado de atributos técnicos. Pero con una autoridad de Gobierno carente de capacidad política para establecer lazos adecuados con los actores clave, difícilmente se logran resultados.

A medida que se trabaja en más agendas específicas, es indispensable explicar bien y a distintos públicos los propósitos generales del Ejecutivo. No sólo hay que ser bien evaluado, también es imprescindible ser bien comprendido.

Así que es posible decir que el Gobierno puede llegar a constituirse para la Concertación en fuente de seguridades y punto de apoyo. El tema de las irregularidades detectadas seguirá en la cartelera, pero su tratamiento va en curso de normalización.

Al mismo tiempo, los partidos deben recuperarse de un embate feroz. Hay quienes han jugado a desprestigiar al adversario sólo para generar un rechazo generalizado que ha terminado por incluirlos.

De modo que es comprensible un estado de ánimo depresivo. Los partidos cuentan con muchas menos facilidades y soportes para recuperarse con facilidad. Pero es imprescindible iniciar una reacción profunda. Esto requiere del ejercicio efectivo del liderazgo, donde sea que éste se encuentre.

De momento, en parte significativa de la dirigencia concertacionista se han antepuesto los lamentos a las decisiones. Abundan los juicios más que las tomas de posición que impliquen compromisos.

Los hay quienes están pidiendo el relevo, porque asumen el papel de comentaristas en vez de conductores. Pero si están esperando que las incertidumbres se despejen para actuar, ¿a quién le están sirviendo de guía? Con las notables excepciones de costumbre, se ve mucho cálculo, pero poca capacidad de tomar riesgo. En ese predicamento, lo que se está abriendo es el reemplazo colectivo de los partidos tal cual los conocemos.

Buscando la ruptura de fronteras

Es un error profundo actuar ante los electores como si se les tuviera secuestrados de por vida, como si se pensara “hay dos grandes alianzas y, pese a quien le pese y pase lo que pase, hay que optar entre ellas”.

Es bien insensato creer que los partidos se pueden debilitar y desprestigiar indefinidamente.

El error básico de los que así piensan es haberse convencido de que el binominal, al favorecer a los dos primeras mayorías, equivale a la sanción divina de que las alianzas existentes serán, ahora y siempre, las mismas que conocemos.

Se requiere un violento y rápido despertar de la modorra para anticiparse a apuestas alternativas que ya parecen estar en curso.

Porque hay que ser ciego para no advertir que existe espacio suficiente para que emerjan interesados en superar la cartilla política chilena.

Se pueden dedicar sonrisas escépticas e irónicas ante esto, pero no evitará que los intentos deliberados estén en marcha.

Por si fuera necesario decirlo, lo que da viabilidad a los intentos políticos son los ciudadanos, y los gestos displicentes no han detenido nunca un ataque decidido.

Pasamos por un momento en que es posible. Antes lo han intentado Allamand y Lavín y ahora el intento puede venir de la otra vereda. Veamos qué se requeriría para darle viabilidad, porque implica cumplir algunas condiciones. Hay una metodología para romper fronteras.

Primero, hay que crear instancias donde lleguen, se encuentren y debatan representantes de los dos bloques. Nada de eso puede partir oficialmente como iniciativa política. Tendrá todo para serlo, excepto el nombre. Al mismo tiempo, se está dentro y fuera de una disciplina partidaria.

Segundo, se tiene que representar como un intento de aglutinarse en torno a la moralidad pública. En una etapa con barreras ideológicas débiles, es el comportamiento de las personas lo que hace la diferencia.

Tercero, se mostrará como virtud en sí misma el enfrentar a los amigos, precisamente porque lo que se prepara es una ruptura. De hecho, la práctica política se develará a los demás como algo poco sincero, que algunos han tenido la valentía de romper.

Cuarto, el planteamiento de fondo será el conocido de “selección nacional” o “los mejores momentos” de cada cual: liberal en lo económico, búsqueda de la equidad en lo social, modernidad en todos los aspectos.

No supongo intenciones. Tal vez nada de esto esté ocurriendo hoy, pero, por primera vez, hay espacio para que suceda. Lo que digo es que la política, tanto como la naturaleza, teme al vacío. No hay que esperar que las amenazas se materialicen para actuar. De hecho, si se espera a tener encima el peligro, será tarde.

Hay que trabajar desde los partidos con sentido de urgencia. Lo que se ve es desorden, pero lo que hay es una debilitada capacidad de ordenar. Es desde donde hay que partir, porque los partidos se reordenan desde su cabeza. Tal vez empiece a mejorar si los que se lamentan dan un paso hacia atrás, y los que pueden tomar decisiones, den un paso al frente.

viernes, diciembre 01, 2006

Todos tienen que cambiar

Todos tienen que cambiar

Víctor Maldonado


Poner los límites

DE LO QUE DEBE precaverse la Concertación es de situaciones confrontacionales provenientes desde sus extremos díscolos. Para el conflicto con los adversarios siempre se está preparado, pero no así para una ruptura de la cohesión interna.

En tiempos “normales” -que ya nunca volverán- era posible dejar impune la acción de un grupo significativo aunque poco numeroso de parlamentarios o dirigentes que se daba el lujo de irse de lengua contra su partido o los aliados, sin secuelas muy desastrosas.

Ahora, lo que era una molestia es una verdadera lacra. Ello ocurre porque la coalición se encuentra en una etapa de renovación obligatoria. No se trata de una cuestión de gustos o sensibilidades, sino de la única alternativa a la obsolescencia.

La mayor cantidad de energía posible de movilizar ha de dedicarse a objetivos constructivos para, en breve, amoldar los partidos a las nuevas circunstancias. Al mismo tiempo, se hace imprescindible comenzar a preparar las ideas y programas que puedan ser válidos para un país que está consolidando hondas transformaciones y que hacen imposible seguir actuando como hasta ahora.

Por eso tienen razón los que se exasperan con la actuación de estos autistas de la política, autorreferidos e insensibles a los efectos que sus acciones provocan.

Lo que los caracteriza es el afán compulsivo de producir impacto y revuelo mediato. Al costo que sea porque, para ellos, el anonimato es peor que la muerte, o tal vez su sinónimo. Les interesa el ruido aunque provenga de la detonación de una bomba. Más bien, de eso es de lo que se trata.

Pero los partidos han encontrado un límite a la capacidad de tolerar este tipo de comportamientos. ¿Cuándo la conducta de unos díscolos llega a ser intolerable?

Muy sencillo, cuando su comportamiento se confunde externamente con una señal pública indeseada y colectiva de su partido; es decir, cuando un error personal corre el riesgo de ser considerado una estrategia partidaria de ataque planificado.

Ése es el momento en que el partido empieza a considerar la idea de pagar costos, en beneficio no perder el control de su representación colectiva y poner en juego su prestigio.

Todo tiene su límite. Desde luego, la Concertación no puede ser una “camisa de fuerza”, pero tampoco una carpa de circo.

Por cierto, no todos tenemos que estar de acuerdo con todos, no en una coalición ni en un partido. Si se mata el margen de libertad, se mata el libre juego democrático, dentro del cual pueden ejercer su rol las coaliciones. Pero tampoco es efectivo que cualquier conducta sea aceptable en una organización política. Porque si eso llega a pasar, se ha disuelto sin siquiera haber hecho los trámites legales correspondientes. Debe haber un acuerdo sobre los márgenes y éstos deben ser respetados.

Las tareas largamente pendientes

Sin embargo, ni juntos ni separados, quienes se dedican a polarizar situaciones conducen a ninguna parte. No se lo proponen tampoco, aun cuando la vanidad les puede permitir considerarse muy importantes.

El problema está en que el efecto que generan los polarizadores no es neutro, sino abiertamente negativo. Puede que no consigan avances, pero pueden provocar retrocesos significativos. A lo menos, donde antes había seguridades, despiertan incertidumbres. Pero, ¿cómo es que llegan a pesar tanto este tipo de personajes?

La verdad es que son más un síntoma que el epicentro de un fenómeno. Y lo que delatan son fallas en la convivencia y en la dirección.

El progresivo debilitamiento de los partidos es la zona de mayor riesgo de nuestra democracia. Lo ha sido por mucho tiempo, sin que se aplicaran los mecanismos correctores cuando se presentaron los primeros problemas, una vez recuperada la normalidad institucional.

Es el tiempo lo que ha sido más abiertamente desaprovechado. Y por todos, desde luego.

La oposición está intentando convencer, sin éxito hasta ahora, que la Concertación se ha corrompido en el poder, mientras ella se presenta como la solución de los problemas detectados.

Que la Concertación ha pasado por un período de dificultades no cabe duda. Si alguien lo ha olvidado, nunca falta quien lo recuerde, destacando la gravedad de lo ocurrido y lo mal que le puede ir en el futuro.

Pero no ha tenido éxito en convencer que la oposición es mejor alternativa. Eso linda con lo increíble. La Concertación se deja llevar por la crisis y, alternativamente, nadie se fortalece. Y menos que nadie la derecha.

Cuando no se está en el poder, no se tienen excusas para dedicarse a fortalecer los partidos propios. Pero esto ha estado lejos de ocurrir. Se puede ver por la conducta colectiva de la derecha.

Sebastián Piñera radicaliza su postura intentando polemizar con la Presidenta Michelle Bachelet, en un todo extremadamente critico; RN parece tener como norte el no dejar día sin denuncias; la UDI pide la salida de alguien de su puesto cada vez que puede; Pablo Longueira acusa a Piñera de delitos graves. A alguien le podrá parecer todo esto muy coherente pero no lo es.

En lo que todos ellos coinciden es en acrecentar el tono de la polémica pública, pero con propósitos bien diferentes. Hay varios centros políticos opositores con estrategias particulares, pero no hay un centro estratégico.

Como resultado, más allá de los deseos de cada cual, lo que producen en conjunto es una descarga cerrada de críticas de todo tipo, sin prioridades, matices ni variaciones.

Lo que vemos son síntomas

La derecha tiene gente muy inteligente, en grupos pequeños funciona bastante bien, pero cuando se juntan en grupos algo más amplios producen algo más bien primario, sin control de los efectos y sin capacidad de detenerse.

Se quedan pegados en una respuesta compulsiva de la que sólo sale por aburrimiento, agotamiento o la fuerte rechifla pública que, finalmente, llegan a escuchar. Mantienen una muy baja adhesión ciudadana y aún no se dan cuenta de que la ciudadanía espera mucho más de ellos de lo que han sido capaces.

Si la derecha hubiera ocupado el tiempo -ha tenido de sobra- no estaría haciendo algo tan mediocre, de tan nulo beneficio.

Lo que haría, si fuera mejor de lo que es, es lanzar una campaña presidencial en el tiempo correcto, nunca con tanta anticipación; combinaría la actuación de sus figuras para establecer ritmo y tonalidades distintas (jamás puro ataque), no provocaría a los aliados y mejoraría su labor parlamentaria, tanto como su presencia institucional.

La derecha no se puede presentar como un remedio a los males de la Concertación, porque no ha construido una mejor obra política, habiéndolo tenido todo para hacerlo.

Como sea, está claro que los llamados a mejorar su actuación política, su organización y su comportamiento son todos los partidos. Cada cual lo demuestra con síntomas distintos, pero ninguno deja de hacerlo.

El asunto está en que el tiempo, abundante por años, se está agotando para los actores políticos tal cual los hemos conocido hasta ahora. Dicen que nunca es tarde para reaccionar, pero la verdad es que a veces lo que queda son las últimas oportunidades.