Sobre vivos y muertos
Sobre vivos y muertos
Los que gustan pensar que ya es tiempo de olvidar lo pasado, debieran tomar nota de que fueron los nietos de Pinochet y Prats los que hicieron los gestos más fuertes e impensados. El primero perdió su carrera, el segundo salió milagrosamente bien librado.
Víctor Maldonado
Con la partitura lista
PINOCHET HA MUERTO y, como corresponde a alguien que ha generado fuertes adhesiones y rechazos, siguió dividiendo al país hasta el fin. Es posible que fuera el único capaz de romper las barreras que nos separan del pasado. Todo lo vivido desde el golpe, lo traía al presente con violencia inusitada.
Literalmente, sacaba de sus casillas a los chilenos. En un país donde sus habitantes se ven como equilibrados y prudentes, el ex dictador tenía un efecto insólito. Nadie quiere ser ponderado cuando alude a él. A cada cual le obliga a asumir convicciones y compromisos. Nunca fue como hablar acerca del tiempo. Casi suena fuera de lugar cuando hay que hace un análisis muy neutro: algo no cuadra, porque nunca ha sido ésa la reacción “normal”.
Lo que llama más la atención es que estamos ante la muerte más esperada y preparada de la exista recuerdo. Como si lo único que faltaba era que se escenificara el funeral y algunos ya estuvieran molestos porque el protagonista no entraba, por última vez, a hacer su papel.
Esto era tan insólitamente así que un conocido pariente político y diputado UDI, el día que murió el general estuvo unos minutos hablándole, y lo que se le ocurrió como más apropiado fue comentarle una encuesta (aparecida ese día) sobre si en su funeral debía o no tener honores de Jefe de Estado (algo rechazado por la mayoría en el sondeo). Pero lo consolaba con que más de la mitad sí aceptaba que se le despidiese como ex jefe del Ejército.
Como si fuera lo más natural, le expresaba al futuro difunto que esos resultados eran una especie de reivindicación pre-póstuma de su legado. En otras palabras, le estaba informando a quien iba a ser cremado, cuáles serían las líneas centrales de su intervención ante las cámaras después que “todo pasara”. Y fue eso lo que hizo.
Tal vez ni este personaje ni otros hayan estado conscientes de lo que hacían y decían. Pero en verdad cuando murió Pinochet se empezó a desplegar un complejo engranaje definido, en lo grueso, hace años. Uno que comprometía a parientes, Gobierno, Ejército, Iglesia, políticos, partidos, medios por mencionar a los más relevantes. Tan imbuidos en lo que sabían que tendrían que hacer que no es raro que hasta los cercanos, sin notarlo, hablaran a un vivo como futuro muerto.
Sobre nietos y etapas cerradas
Éste es un país muy formal y ordenado. Un poco demasiado en realidad. Los únicos que se salieron del libreto fueron aquellos a quienes nadie dio un papel y en quienes nadie pensó. Para poner una nota de humanidad, los nietos actuaron por puro sentimiento.
Y como corresponde a un país dividido, donde para saber lo que pasa los noticieros tenían que mostrar la pantalla partida en dos con las manifestaciones en pro y contra, hubo un nieto por lado que “se salió de madre”.
Los que gustan pensar que ya es tiempo de olvidar lo pasado, debieran tomar nota de que fueron los nietos de Pinochet y Prats los que hicieron los gestos más fuertes e impensados. El primero perdió su carrera, el segundo salió milagrosamente bien librado. Pero lo que ambos muestran es que las nuevas generaciones seguirán juzgando, evaluando, asumiendo razones y pasiones de nuevas formas y tomando posición.
Dos cosas son ciertas: cada uno sabe hace mucho que “terminamos una etapa” y, también, algo nos dice que, mientras vivamos, seguiremos interrogándonos sobre los mismos hechos y que lo de las etapas es obvio.
Pero, por mucho que nos importe, nadie vive en el pasado. La reflexión sobre la historia reciente es algo muy importante en el presente.
Hay que detenerse a pensar sobre lo más básico. Si tanta gente se preparó para esta muerte y los días que seguirían, es por completo imposible suponer que los principales actores políticos -los que se ven como primeras figuras del porvenir- no se prepararon para el escenario político que se abre tras este deceso.
De hecho, los que más se han preparado son de derecha. Ellos han tenido una especial preocupación de no verse atrapados entre el pinochetismo duro.
Sus líderes aparecieron al final -si es que aparecieron-, poco y lo mínimo que permitía el decoro. Los que pudieron, incluso se zafaron. Sabían que la despedida actuaría como los agujeros negros con los planetas que se les acercan mucho: se los tragaría hacia la oscuridad. Y lo que tienen preparado sus más astutos representantes es lo contrario: que los atrapados por la fuerza de gravedad del extinto sean sus adversarios.
Yo me muero, tú te mueres…
El libreto que desarrollará la derecha desde ahora, en especial sus presidenciables, es tan obvio que no necesita más especificaciones. Lo que se dirá tiene tres estrofas.
Primera, junto con Pinochet desaparece el elemento que mantenía unida a la Concertación. Ahora eso ha quedado en evidencia. Carece de un auténtico proyecto de país y no tiene un mensaje de futuro.
Segunda, la derecha ha cargado “injustamente” con la herencia del Gobierno de Pinochet. Ahora puede abocarse a su mensaje de futuro. Lo que cada cual piense sobre la labor de Pinochet ya no importa.
Tercera, la Concertación se presentaba como un actor con superioridad moral. Como paladín de la democracia contra la dictadura y por la defensa de los DDHH. Eso ya pasó. Ahora sus propios líderes dicen que la coalición está en crisis. Ha hecho de la corrupción una doctrina. Su mantención en el poder es dañina para el país.
La muerte del dictador es una ocasión para que la derecha intente rebarajar el naipe. Se presente como actor reinventado y propositivo, casi sin pasado. Uno que busca conquistar y seducir a parte de sus adversarios -necesita hacerlo- para dar credibilidad a su nuevo posicionamiento. De lo dicho, lo único de cuidado es lo último. Y la razón es sencilla.
La Concertación es, antes que todo, lo que quieren sus adherentes que sea. Sus detractores la pueden calificar como quieran, pero si la base de sustentación de un Gobierno cree en lo que está haciendo por el país, lo único que logran sus adversarios es marcar diferencias. Lo más esperable de cualquier oposición.
La derecha puede desprenderse de las referencias a Pinochet, pero eso no quita que en su interior incluya expresiones políticas autoritarias, integristas e intolerantes. Lo que murió fue Pinochet, no el pinochetismo que en el futuro tendrá trajes de distintas sedas, pero seguirá siendo la misma mona.
La superioridad moral es otra cosa. La derecha siempre supo que se violaban los derechos humanos en dictadura. Es sólo que lo que hizo Pinochet le gustaba, le servía y lo usó. Que eso no se pueda decir mirando a los hijos a la cara no es problema de la Concertación. No es su obsesión ni su culpa.
Pero Bachelet no ganó por apelar a la “superioridad moral”, sino porque llamar a la mayoría a construir un futuro deseable. Aún es menos cierto que la Concertación ha llegado a ser “moralmente inferior” porque es una tropa de corruptos, con historial e ideología de tal. Si alguien se cree en falta, muy bien que lo dé a conocer, pero no veo por qué se sienta con derecho a hablar a nombre de todos o comprometiendo a todos.
Se puede hablar desde dentro a nombre de todos o desde fuera a nombre propio. Pero hay que decidir de dónde se quiere hablar. Es la Concertación la que define moralmente lo que es y ha hecho. Y ya va siendo hora que su dirigencia lo diga pronto, fuerte y claro.
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