domingo, noviembre 04, 2012

Tirándose por el balcón

Tirándose por el balcón

Víctor Maldonado R.

 Dificulto que haya existido otro momento desde la recuperación de la democracia en que la derecha haya tenido un peor resultado electoral y político. No me refiero solo a la perdida de los votos, me refiero al mal desempeño de su dirigencia, prácticamente sin excepción.

 Finalmente, llegó la hora de pagar las cuentas. Algunos se van de la vida política, en buena hora. Labbé es el ejemplo más notable. Protegido en un tradicional baluarte de la derecha, creyó que podía hacer de todo y decir de todo. Se equivocó. Tampoco supo salir con dignidad: no saludó a la vencedora y siguió cometiendo errores vociferando su pinochetismo hasta el final. Eso es no entender nada de nada.

Pero lo que pasó superó con mucho los efectos puntuales. Esta será una elección que se recordará por muchos motivos, pero en particular por el debate previo sobre el balcón. En una actitud que hoy se nos presenta como irrisoria, la derecha debatió seriamente, durante una semana, cuáles de sus presidenciales debían asomarse a la Plaza de Armas acompañando a un victorioso Zalaquett. De tanto querer asomarse por el balcón, terminaron todos tirándose del trajinado balcón.

El oficialismo no dejó lugar a dudas respecto de sus expectativas, y con ello no quedó nada en el misterio en relación a su fracaso. Puso el acento en los mismos lugares donde obtuvo derrotas. Por este grueso error de cálculo, quedó sin conducta luego de un amplio revés que hizo cuanto pudo por magnificar. Su reiterada torpeza estratégica llegó a límites inalcanzados hasta ahora.

Sin lugar a dudas el golpe fue demoledor. En política es más fácil recuperarse de una derrota que del ridículo. Y lo que había pasado daba pie al bochorno. Se podrá decir en el futuro que este fue el preciso momento en el que la derecha se despidió mentalmente de la competencia presidencial, porque supo, sin lugar a dudas, que había perdido.

Para la administración de Piñera el problema fue aún peor que para la Alianza, porque se quedó sin tiempo adicional para realizar los cambios en la primera y segunda línea de la administración. No sólo porque hay un límite cercano para que salgan de sus puestos quienes quieran aspirar al parlamento. En realidad, ésta es la oportunidad para que salgan cuantos se han quedado sin razones para permanecer dando la cara esta el final por una administración desprestigiada. De más está decir que llenar los espacios vacíos será extremadamente complejo.

Pero en realidad, lo que asoma tras los resultados municipales es temor. Una cosa es la elevada abstención, el encontrarse con un nuevo comportamiento del electorado, y con que los resultados mismos te tomen por sorpresa (eso también le ocurrió a la oposición). Otra cosa distinta es salir perjudicado con la suma de las sorpresas que se dieron.

La derecha ya no tiene un piso sólido sobre el cual apoyar las certezas que la habían acompañado desde el inicio de la transición. Ahora ha quedado instalada la duda. Después de mucho tiempo el oficialismo no sabe si puede confiar en que podrá impedir el doblaje parlamentario en todos los sitios. Cuando fallan todos los cálculos, también se sabe que pueden fallar todas las predicciones. Por eso la desazón es tan fuerte en este sector político.

Se ha puesto de moda, luego de producida la derrota municipal, decir que la administración Piñera ha concluido de facto. Esto es verdad en cierto sentido. Un gobierno se sostiene en el poder que tiene y en las expectativas de poder que genera hacia adelante. Quien haya guardado un mínimo de ilusiones respecto de una posible recuperación política y electoral del oficialismo, tiene que reconocer que ya no le queda nada por esperar. En tal sentido, esto se acabó.

Pero una administración no finaliza cuando se convence de su fracaso de fondo. Termina cuando expira su mandato constitucional. Adquirir conciencia de una situación no acelera de por sí el tiempo. Y el tiempo nunca pasa en vano. Puede ser aprovechado de buena manera. Perdidas las ilusiones, puede que el realismo sea mejor guía que la vanidad injustificada a la hora de preparar el cierre de esta gestión.

Lo que parece del todo efectivo es que, para concluir como es debido, la administración Piñera debe separar aguas de sus precandidatos presidenciales. Ellos a cada rato hacen predominar sus agendas personales por sobre las colectivas, lo que impediría a cualquier Presidente mantener alto su prestigio y conducir a su propio equipo.

La construcción de mayorías estables es la gran tarea política del momento. Por ahora, lo que más tenemos son minorías, más o menos exitosas pero que no son garantía de gobernabilidad. Para los ciudadanos tampoco es una opción aceptable quedarse en el descontento y la crítica a los demás. Así no se construye nada. Mirar desde lo alto y con displicencia como los demás intentan hacer algo en concreto no es digno de nadie. No se puede cambiar el balcón de la arrogancia por el balcón de la indiferencia.

Por más que lo intente, la derecha no está preparada para construir la mayoría que el país necesita. Para evitar el descalabro, sus precandidatos presidenciales han empezado a realizar declaraciones altisonantes del tipo “las opciones presidenciales están abiertas” y “estoy preparado para competir con Bachelet”. A la postre será en vano. Cuando contaron con tiempo y posibilidades, dilapidaron los recursos disponibles. Esa es la verdad.

Pero la derecha tratará de dar vuelta la hoja. El cambio de gabinete obligado de los próximos días les dará el respiro que necesitan para que pasemos a otra cosa. Sin embargo, y a pesar de las apariencias, el oficialismo y sus partidarios estarán orientándose a continuar logrando el empate parlamentaria que el binominal les regala.

Así que la iniciativa política ha pasado a la oposición. Aquí los desafíos son enormes, no obstante ello, se cuenta con los suficientes incentivos como para intentar superarlos uno a uno.

Estos desafíos son los siguientes: mantener la unidad de la oposición (que tan buenos y compartidos triunfos les ha entregado); establecer una definición presidencial legitimada ante los ciudadanos; obtener un acuerdo parlamentario compatible con la necesaria competencia en el sector; y, conseguir un acuerdo programático, progresista y realista a la vez.

¿Por qué decimos que la derecha ya no es opción presidencial? Muy sencillo: porque es minoría; porque sus candidatos no le entregan un plus del cual aferrarse; porque entre la UDI y RN prima la competencia parlamentaria; y, porque quien no puede cumplir el programa que tiene, menos puede presentar el programa que Chile necesita.

martes, agosto 21, 2012

La política como vacío


La política como vacío


Víctor Maldonado R.

En política no solo hay que tener buenas cuñas, respuestas rápidas golpeadoras y de fácil recordación, hay también que tener respuestas verdaderas y consistentes.

Una frase que no pasa la prueba de la veracidad es la que enrostra a la Concertación aquello de que el cambio no llegará de la mano “de quienes tuvieron 20 años para hacerlo”. Lo característico de este tipo de afirmaciones es que esconden un notable vació de contenido.

Nadie tiene tiempo en 20 años para hacerlo todo, pero sí para responder a los desafíos clave de su tiempo. Fue eso precisamente lo que hizo la centroizquierda en el poder. Fue por eso que Chile se transformó en una dirección reconocible de progreso y estabilidad.

Es por eso también que el orden de prioridades en la agenda nacional fue cambiando. No es que los problemas desaparecieran, sino que fueron siendo reemplazados por nuevos escollos que aparecían, precisamente, porque se estaba progresando.

Se hay alguien experto en cambio social y político en nuestro país, esa ha sido la Concertación.

El desarrollo constante y continuo llegó a ser una experiencia tan habitual para los chilenos, que llegó a parece una obviedad. Algo que cualquiera podía seguir impulsando desde La Moneda, con iguales o mejores resultados.

El tiempo llegaría a demostrar que no se progresaba porque sí, sino porque se estaba haciendo bien la mayor parte de las cosas.

Está quedando demostrado que lo característico de un mensaje corto, que no busca ser verdadero sino simplemente impactar es la utilización de términos ambiguos. Nada de recurrir al rigor y la precisión. Nadie sabrá nunca con exactitud qué puede significar la frase “ellos no trajeron el cambio”. Cada cual la interpreta como quiere, estrictamente no dice nada, pero tiene la apariencia de una idea con contenido.

Así se puede hacer de la ambigüedad una posición política, lo cual puede servir para muchas cosas durante un tiempo indefinido. Claro está que, en algún momento hay que tomar decisiones, marcar puntos de vista y, en ese momento, no habrá subterfugio verbal que valga de excusa. El vacío hecho política es una buena definición de populismo.

De modo que con un uso amañado del lenguaje los que han hecho mucho por el país, son mostrados como quedando en falta, y, por si fuera poco, quien los juzga aparece como adoptando una posición distante, despectiva y superior, solo porque se permite emitir juicios que no sostiene con hechos, que no necesita contrastar con las propias conductas efectivas y que lo deja en permanente actitud de juez frente a los demás.

Pero lo más sorprendente de esta práctica política es que lo que parece dictarse es una condena permanente: lo que no han hecho hasta ahora, no podrán hacer jamás.

La verdad es que las grandes apuestas políticas no se agotan. En algún momento pueden lograr actualizarse y en otros quedan rezagadas, pero nunca dejan de estar presentes. De la derecha se puede decir que lo ha hecho bien o mal, pero no se dice que va a desaparecer. Lo mismo ocurre con la centroizquierda.

El agotamiento de un equipo político de primera línea no es el agotamiento de todo un sector. Más bien es un llamado a renovar cuadros. Algo de esto le ocurre a la Concertación.

Se puede llegar a concluir que los mismos que han dirigido la política durante dos décadas, no son los mismos que han de dirigirla en los próximos 20 años. Esto es una obviedad. Pero la tarea de regenerar cuadros dirigenciales es un desafío a emprender de todas formas.

Soy un convencido de que la Concertación podrá realizar con éxito el tránsito de una generación a otra en la conducción política. Creo que esta posta ya se está produciendo en los partidos y, sin duda, si se gana el gobierno en el próximo ciclo político este proceso experimentará una notable aceleración.

La Concertación ha entregado un país mejor que el que recibió, después de transformarlo profundamente, pero no se ha transformado en igual medida ella misma. De eso se trata ahora, de manera de asegurar su vigencia para los tiempos que corren.

La pregunta más pertinente ahora es una bastante sencilla: ¿Por qué sus críticos de la Concertación han de estar mejor capacitados para responder a las necesidades políticas del país? ¿Por qué no podría darse una centroizquierda con liderazgos de reemplazo en la dirección de los respectivos partidos?

La intensidad de la crítica no asegura una capacidad equivalente para construir propuestas y aglutinar mayorías estables.

En realidad la centroizquierda se diluye como alternativa solo por autodisolución. Tiene que declararse ella misma inepta y anticuada de manera permanente para que así suceda.

Pero esto último no va a ocurrir, aun cuando existan algunos dirigentes que se entregan alegremente a la autocrítica más feroz. Los movimientos sociales no van a encontrar su expresión política en uno de los partidos existentes solo porque se les intente alagar de continuo o porque se les invita a eventos o seminarios.

Lo que al final cualquier movimiento social requiere no son aduladores que se ofrezcan de intérpretes sino contrapartes serias y responsables con las cuales logren que parte de sus anhelos se conviertan en cambios verificables y permanentes a favor de una mayor equidad. De eso se trata ahora.

domingo, enero 08, 2012

Derrota estratégica, esperanza electoral

Derrota estratégica, esperanza electoral

Víctor Maldonado R.

Las encuestas de final de año dan un cuadro revelador de lo que puede ser el inicio del período electoral en la administración Piñera. Lo que pretendió ser un gobierno fundacional termina siendo un gobierno que lucha por tener opciones electorales en los comicios electorales que se inician el 2012 y terminan en las parlamentarias y en las presidenciales.

En otras palabras, la conducción de Piñera ha sido un fracaso político, un fiasco como administración y un retroceso respecto al fortalecimiento y prestigio de nuestras instituciones democráticas.

Las buenas noticias respecto a una ampliación de libertad, equidad, respeto del pluralismo y regeneración de liderazgos han venido de los movimientos sociales. Hay también en ciernes una reacción política de adaptación a los mayores cambios sociales acumulados en muchos años; pero estos solo serán visibles luego que se realicen las elecciones primarias y luego municipales.

Hay una demanda social por renovación política y un firme convencimiento mayoritario de que la derecha resultó ser una vía errada para conseguirlo.

Es un poco cansador constatar que, cada vez que las encuestas muestran un deterioro en el famélico prestigio presidencial y una evaluación ampliamente negativa de la actuación del ejecutivo, siempre se recurre al mito de la próxima recuperación. “Ahora sí la ciudadanía tendrá que entender que estamos gobernando bien”, parecieran decir ministros y dirigentes de derecha.

En el colmo de la desubicación, el diputado gremialista Iván Moreira las ha emprendido contra todo el país denunciando "la evaluación más injusta de una sociedad que evalúa con parámetros mezquinos y cortoplacistas". En otras palabras, no es que el gobierno cometa errores: es que el país tiene un juicio erróneo e injusto. Somos unos desagradecidos que no alcanzan a comprender el bien que le hacen sus benefactores.

Nada nuevo bajo el sol, ya escuchamos eso luego de la derrota de Pinochet. Es el lenguaje del autoritario vencido en democracia. La derecha no aprende: se ofusca. No esperaba críticas, quería cosechar aplausos. Partió con un presidente que, a país que iba le endilgaba las recetas que debían seguir para ser exitoso como él lo sería; ahora está al fondo de la tabla de posiciones presidenciales y se protege en el prestigio de Chile en vez de acrecentarlo con sus méritos.

En un panorama tan frustrante, no todo es malo para el oficialismo. La derecha ha tenido una derrota estratégica, pero quiere resarcirse con una victoria electoral. Ha fracasado en ser un aporte novedoso, original y reconocido en lo que se relaciona con el desarrollo del país. Pero eso no significa que no pueda ocupar las herramientas y recursos que tiene en su haber para intentar quedarse en el poder.

Para lograrlo necesita concentrarse en su electorado, hacer girar la gestión de su gobierno en la entrega de beneficios palpables por la mayoría, y, promover que sus adversarios cometan errores no forzados o, finalmente, no logren unirse en su contra.

Hay muchas formas de leer las encuestas. Una obvia es detener la mirada en lo que le importa a la mayoría. En este caso, está claro que hay problemas de primera prioridad para el ciudadano común: delincuencia, educación y salud. Sin logros en estos aspectos, la derecha no tiene posibilidad de continuidad en el poder.

Y lo cierto es que estas son áreas de desempeño mediocre. En seguridad los resultados son tan malos, que el objetivo diario del ministerio del Interior parece ser el buscar trasferir la responsabilidad hacia otros actores; Educación ha tenido tres ministros en un año y no pudo con el movimiento estudiantil; Salud se encuentra entre los peor evaluados siempre.

Por cierto hay un camino que la derecha puede seguir: en Interior, cambiar un escudero que atrae los ataques y que busca generar conflictos para mantenerse en su puesto, por un auténtico jefe de gabinete. En Educación, se avanzaría bastante con un Presidente que avale a su ministro en vez de quitarle en piso en el momento menos indicado. En Salud ya es hora de que los compromisos se cumplan en vez de que se adeuden; hay que centrarse en las atenciones antes que en las explicaciones.

Suponiendo que todo ello se consiguiera, el gobierno de Piñera tendrá que comprender que este no es un país que pueda administrar en base a la entrega de canastas. Ocurre que se despertó el deseo de participar. Que mucha gente se moviliza por el respeto de su dignidad y de un país más justo. Es un país que respalda las demandas de los estudiantes aunque no siempre sus métodos de movilización. Resulta que el binominal y su cambio sí importa.

Es decir que la derecha no puede ganar si insiste en tratar a los chilenos y chilenas como menores de edad y no como adultos responsables. Es más, tal vez el dato más interesante de la encuesta CEP es el develar que este es un país en que los ciudadanos tienen tres actitudes predominantes: preocupación, enojo e indignación. Lo que prima no es el miedo, el temor o el susto por lo que viene. Los ciudadanos no sienten que el futuro les traiga desafíos que no puedan superar. No creen que hoy la mayoría mande, pero saben que sin ellos no se puede gobernar de verdad. Sinceramente, no creo que la derecha llegue a comprender a cabalidad el profundo significado de tamaño cambio ciudadano.

En fin, tal vez si la esperanza mayor de la derecha sea la aparente debilidad de la oposición. Para ser sinceros, la duda sobre la capacidad de la oposición de hacerse cargo de los cambios sociales producidos es compartido por una mayoría.

Pero yo no entraría tan rápido en la desesperanza generalizada. Tal vez esa capacidad de reacción, tan esperada, se esté gestando ahora mismo.

Estimo que la mayor crítica que el ciudadano hace a la centroizquierda no es algo que hizo en sus gobiernos, sino la exasperación que produce en que parezca que no puede derrotar a la derecha. Está en contra de quienes parecen no poder ganar, logrando ser un contrapeso efectivo a la arrogancia hecho forma de gobernar. Lo que se critico no es lo que los de la Concertación tienen de políticos sino lo que tienen de débiles.

Pero esto tiene una solución obvia. Estamos a punto de un proceso inédito de generación de liderazgos legitimados en elecciones sucesivas: primarias partidarias, primarias de Concertación, elección municipal propiamente tal. Va a haber participación y triunfos. Va a mostrarse la capacidad de unirse para ganar. Se premiará el logro de alcanzar una oposición unida, se castigará la dispersión por inconducente.

¿Demasiado optimismo? Tal vez, pero antes de descartar la posibilidad sería recomendable esperar a ver lo que suceda en pocas semanas con el proceso de elecciones primarias. Obsérvelo. Quizá cambie de opinión.

domingo, diciembre 11, 2011

Del malestar ciudadano a la decisión ciudadana

Del malestar ciudadano a la decisión ciudadana

Víctor Maldonado R.

En el Gobierno están contentos. Estiman que les ha ido bien en las encuestas y, sobre todo, que la tendencia es al alza; de este modo, ellos tienen casi la certeza, que entrarán a un año electoral en mejores condiciones que las actuales para competir. En pocas palabras, están convencidos que han pasado los tiempos de las vacas flacas.

Tal vez la derecha exagera un poco al recuperar su conocida actitud arrogante ante cambios mínimos en los sondeos de opinión, pero en lo que no andan descaminados los líderes oficialistas es en percibir que el cuadro político está cambiando; sí están equivocados en pensar que los cambios sólo se relacionan con lo que a ellos los afecta. Lo que estamos experimentando son cambios muy generales, valdría la pena que dedicáramos unos minutos a reflexionar sobre ello.

Lo primero que podemos constatar es el agotamiento del envión inicial de manifestaciones y protestas. El 2011 fue un año de amplia movilización ciudadana contra los detentores del poder, del tipo que sea, en los distintos ámbitos. La nota común ha sido la desconfianza en los poderosos y el reconocimiento del ciudadano común como un actor presente, opinante e influyente.

Algunos se apresuraron en anunciar con trompetas la llegada de nuevos tiempos y el fin del modelo vigente por la crisis de representatividad que se evidenciaba, y, en realidad pudo ser. No dispongo de más pruebas que mi convicción, pero tengo el convencimiento que, bien conducidos y con un programa claro de acciones, existió un período corto en el que se pudo cambiar las reglas del juego político. La convocatoria a un plebiscito ciudadano sí era posible, no habría sido vinculante pero hubiera sido contundente.

Pero lo que se necesitaba para que este algo tan sin precedentes se concretara era la presencia de un liderazgo extraordinario y ese, sin duda, estuvo ausente. Esta ha sido la otra cara de la medalla. Este fue un movimiento encabezado por voceros no por conductores, dotados de demandas, no de programas, capaz de manifestaciones más que de concreciones.

Casi no era posible que fuera de otro modo, casi. Los que desconfían de quienes han acumulado poder en el pasado, también desconfían de los que pueden acumular en el presente. Por eso las posibilidades de un cambio político perdurable se ahogan en las turbulentas olas de las asambleas sin fin.

Lo segundo, y esto es igualmente importante, se ha agotado la manifestación de una demanda, no la demanda misma. Hasta la demanda por algo nuevo puede hacerse vieja, hasta las demostraciones espontáneas de creatividad pueden hacerse rutinarias, y eso es lo que ocurrió.

De modo que a la bipolar derecha hay que decirle lo siguiente:

- Es cierto que ha pasado el peor momento, pero sólo porque el peor momento ha sido extraordinariamente bajo. Pasar de ser el presidente peor evaluado de América Latina al penúltimo lugar no es motivo de satisfacción profunda.

- El Gobierno se puede recuperar, sin embargo, lo más probable es que llegue a una medianía sin gusto a nada. Al Gobierno no le ha ido mal producto de un contexto adverso, sino de una administración inepta, es decir que la fuente de sus males tiende a reproducir las dificultades una y otra vez.

- El objetivo real es prepararse para un buen desembarco de La Moneda como el escenario más realista. Este ha sido un intento fallido de entregar un buen gobierno al país, y los errores se pagan.

- Por eso, se puede reconocer que el comportamiento real de la Alianza en el poder (desde el discurso duro hasta el despido de funcionarios identificados con la oposición) es la reconquista del voto duro de la derecha, que en Chile no es poco. Es lo que permite mantener la presencia parlamentaria que sigue siendo “la especialidad de la casa”.

El cambio de comportamiento colectivo ya se ha verificado en Chile. Sus manifestaciones pueden cambiar, pero no hay vuelta atrás. Lo que parece permear la conciencia de muchos es que las manifestaciones, las protestas y las marchas no bastan.

Simplemente la política no se puede soslayar. Las prioridades y demandas ciudadanas han de expresarse en los programas políticos, en las leyes, en las políticas públicas, en los medios de comunicación, etc.; y por cierto, debe manifestarse en el voto ciudadano.

Por eso, lo que está pasando es que está disminuyendo el número de indecisos y de espectadores. Lo que está aumentando es el número de quienes toman opción, se definen ante las alternativas existentes y están dispuestos a conseguir cambios perceptibles en la situación actual.

Todo esto no son buenas noticias para la derecha. Lo que se viene en un primer momento es una concurrencia mayor a las urnas de lo que estamos acostumbrados. La aprobación de la inscripción automática tendrá un impacto rotundo.

Los parlamentarios falangistas, que han mostrado su preocupación por el efecto que tendrá en definitiva el voto voluntario, tienen toda la razón. Pero no la tendrán en un primer momento. Todavía la inercia es muy importante y, sobre todo, está claro que una mayoría quiere manifestar su opinión activamente. Por eso van a concurrir a las urnas.

La participación ciudadana ratificará que la derecha es una minoría. Una minoría importante pero no otra cosa. Eso hará que se enfrente la elección presidencial y parlamentaria con nuevos ojos. Por eso, bien podemos estar pasando del malestar ciudadano a la decisión ciudadana, amplia y mayoritaria, expresada en las urnas.

miércoles, noviembre 30, 2011

¡Cuidado que se escapa!

¡Cuidado que se escapa!

Víctor Maldonado

Cuando un gobierno quiere cambiar el país tiene estrategia, cuando quiere sobrevivir únicamente tiene tácticas. Y la principal táctica de un gobierno débil consiste en lograr que el centro de atención deje de ser su falta de fuerza y energía, dirigiéndose hacia cualquier otra cosa.

Eso es lo que está aconteciendo en estos mismos instantes. El problema real del país es que el gobierno no ofrece seguridad ni garantiza el orden público. A cambio de tener que enfrentar este espinoso asunto, lo que tenemos es un debate artificial, promovido activamente desde el ministerio del Interior, con la fiscalización nacional.

Siempre hay que recordar que la atención ciudadana no es infinita. Puede concentrarse en pocos temas. Cuando la agenda se llena de una polémica falsa, artificial o secundaria, lo que llena el campo de visión de la ciudadanía es un distractor que no deja ver lo fundamental debido a la cortina de humo.

Demás está decir que un gobierno es tan mediocre como necesidad tenga de implementar este tipo de recursos, que son los propios del desesperado que se enfrenta a una situación que lo supera.

Hasta la mejor administración puede pasar por un mal momento, y bien puede que sea fácil mencionar siempre el caso del uso poco elegante de una maniobra distractora como las mencionadas en cualquiera de los gobiernos pasados. Pero, hasta ahora, lo que habíamos presenciado eran situaciones excepcionales, no algo que tuviera las características de un hábito adquirido. Esta es la demostración más palpable del ostensible deterioro político de la administración Piñera.

Lo que evidencia lo distorsionado de la coyuntura política actual es que nos encontramos con un Presidente de la República protegiendo a un ministro, cuando lo usual que suceda es justamente al revés.

Si un mandatario se ve en la obligación de mantener a una persona de su confianza porque carece de otras de igual condición, entonces algo muy fundamental está fallando.

Los ayudantes que tienden a hundir al presunto ayudado nos dicen mucho de este último. Son pocos los que se dejan arrastrar a una situación tan descabellada.

Llenar el tiempo con discusiones inconducentes es una manera de confesar que no se va para ningún lado. En el caso que comentamos, el largo cultivo de una polémica innecesaria significa que el gobierno ya terminó (en lo fundamental) y que, lo que ahora sigue es una larga espera hasta su reemplazo. Lo que se intenta es que los problemas que se han vuelto sin solución no lleguen a ser tan evidentes que dejen al oficialismo en una incómoda evidencia.

En el fondo, el problema es que al Ejecutivo no tiene una orientación central y eso termina por desconcertar a la oposición, pero también desorienta al propio oficialismo.

Como faltan propósitos que unifiquen la acción de todos, en cierto modo hay permiso para que cada cual se dedique a sus intereses político partidarios. De este modo hemos llegado a la insólita figura de un subsecretario (del Interior para variar) involucrado en reuniones para oponerse al presidente de su partido.

Por supuesto es tan cierto que ninguna persona pierde sus preferencias partidarias por estar en La Moneda, como lo es que no puede involucrar su investidura con los conflictos internos de su tienda política. Es un asunto de mínima sensatez y casi de condición de entrada para ejercer un cargo de primera línea política en el Ejecutivo y de permanecer en él.

Lo peor es que Carlos Larraín, el presidente de RN, tiene toda la razón al decir que no hubiera pasado lo mismo con el presidente de la UDI, el poco rato estaríamos hablando de un ex subsecretario. Con semejante desorden, desigualdad de trato y licencias para establecer agendas personales es muy difícil que el gobierno concite respeto entre sus adherentes, promueva la lealtad con el Presidente y amplíe la confianza en un liderazgo.

La falta de unidad de mando en el Ejecutivo es una mala noticia para todos. Si nadie tiene el timón del barco, menos va a preocuparse de lo que hace la tripulación. Al entrar en un período electoral esta situación resulta explosiva y peligrosa.

Cuando se toque el clarín con la llamada partidaria, habrá muchos en el gobierno que reconozcan filas, pero no se sabe muy bien quién va a poner los límites.

El predominio de los intereses inmediatos se ha hecho evidente en la Alianza pero, más que actuar en forma mezquina, lo que denota es que se está actuando en defensa propia. Apegándose estrictamente a la verdad, hay que decir que, tanto RN como la UDI, le han dado oportunidades de sobre a Piñera para que ordene su propia casa. No lo hizo. Ya nadie cree que pueda hacer. Lo que más puede lograr es salir “del fondo de la tabla de posiciones” para terminar en una deslucida medianía, sin mucho gusto a nada.

Después del fracaso de Piñera como conductor de su coalición, persistir en pedirle peras al olmo sería una actitud suicida. Mucho más confían los líderes de los partidos de derecha en su propio juicio, que en el de su presunto conductor. Saben que han fracasado en el gobierno, pero que ello no es, necesariamente un fracaso en las urnas. O, más bien, en los resultados parlamentarios que se consiguen en un sistema binominal que les ha sido siempre tan generoso en los malos momentos.

Por eso creo que en el futuro nos encontraremos con tres conductas de la derecha política: van a privilegiar las acciones con efecto electoral; van a competir sin miramiento entre ellos, pero con orden; y no van a alterar las reglas del juego que los favorecen.

Mientras, el ministro del Interior seguirá envistiendo molinos de viento.

miércoles, noviembre 23, 2011

Acuerdos con un gobierno débil

Víctor Maldonado

Sin duda estamos ante un gobierno débil, con una también débil voluntad de llegar a acuerdos. Pero no podemos dejar de intentar alcanzar consensos posibles por razones que trascienden el juego de intereses inmediatos.

Una de las razones más importantes para seguir buscando entendimientos factibles es no poner nuestras instituciones democráticas en peligro. No más de lo que ya se encuentran.

No será gratuito para el país que este gobierno estuviera llamado a dar respuesta a la realización de importantes reformas, y que haya fracasado en toda la línea. Lo que no se resuelva ahora pasará –con demora y agravamiento- a la administración siguiente, la que tendrá que vérselas con una pesada sobrecarga de demandas mal contenidas y peor procesadas.

Piñera va a dejar como herencia un vacío de conducción política y una cuenta impaga de demandas sociales no atendidas. El saldo neto le habrá hecho un daño importante a la democracia chilena.

Hay que hacer todo lo posible para que los principales temas en debate empiecen a ser tratados desde ya, porque los gobiernos son cortos y hay que partir bien para tener posibilidades de terminar bien. Al menos no hay mentirle a los demás y a uno mismo, convenciéndose –sin razón- de que se tienen todas las respuestas desde el inicio, cuando lo que se tiene es un pendrive vacio de ideas y de contenidos.

Pero tal vez la razón más importante para seguir intentando el camino de los acuerdos es que hay que saber enfrentar la tentación del maximalismo, hoy tan en boga. No se supera la ineptitud de un gobierno de derecha con propuestas del tipo “o todo o nada”.

La democracia no es maximalista, porque el predominio total de unos ante otros, solo se consigue por la imposición y el sometimiento. Sobre esa base es imposible la convivencia pacífica.

En democracia la mayoría tiene el derecho y la posibilidad de fijar el rumbo que el país adopte, pero respetando los derechos de los demás. Conseguirlo requiere del mayor temple y de una visión política amplia por parte de los principales líderes. Un demócrata tendrá siempre en cuenta el efecto de sus actos, y por eso se concentra en lograr lo prioritario, pudiendo ceder en lo que es secundario.

Como dijimos, el juego del maximalista es el de todo o nada. En Chile sabemos por experiencia que los más radicales suelen trabajar finalmente para sus opuestos. En esto no hay misterios. Los intransigentes consiguen, en conjunto, en tres años de polarización que se pase a dieciséis años de dictadura. Los que piensan en ir rápido deciden sobre la velocidad con que se llega, pero no la estación de destino.

Chile ha logrado mucho mediante avances graduales, pero persistentes y en una dirección sostenida. El efecto acumulado ha transformado profundamente al país. El hecho de que no nos demos por satisfechos con los logros alcanzados y que aspiremos a mayores grados de equidad y de participación, no es una señal de fracaso. Al revés. Debiera movilizarnos a persistir en el uso de los procedimientos propios de una democracia con probada capacidad de reacción.

Lo que no se consiga como acuerdo, permanecerá como proyecto. Por eso, nadie pierde el tiempo organizando la demanda social y traduciéndola en proyectos nacionales alcanzables.

Las demandas estudiantiles no son utópicas: son de gran envergadura, lo que no es lo mismo. Nada que sobrepase a la nación, pero que le demandará una gran cantidad de tiempo y una dedicación colectiva extraordinaria.

En este punto, una nota de realismo es necesaria. El gobierno es un mal socio para los acuerdos por tres motivos: porque está famélico de apoyo popular, por lo que cualquier alza minúscula en las encuestas la celebra como maná caído del cielo; porque tiene como meta volver a conectar con su votante duro, y a este último le puede gustar más las demostraciones de fuerza que dialogar; y, porque no sabe lo que quiere, está siempre abierto a todo. Debido a esto último concreta poco o nada por la multiplicidad de interlocutores que ofrece, cada uno con sus propias iniciativas y poco respaldo.

Aquí es donde el oficialismo sufre de una distorsión que tiene muchas consecuencias: le atribuye una mala fe congénita a los opositores. Los parlamentarios oficialistas suelen decir que la oposición no llegará a un acuerdo “grande” porque lo que le interesa es dejar sus principales reivindicaciones como banderas de lucha futura.

En realidad bien puede que ocurra al revés. A la oposición le interesa llegar al máximo de acuerdos desde ya, puesto que el inicio de la implementación de soluciones es siempre lento, y en todo lo demás no le queda más alternativa que dejarlo para después.

Pero es el gobierno el que decide cuánto acepta y cuánto cede. El hecho que se aproxime la negociación tan a la defensiva muestra mucho acerca de su debilidad. Con todo, los errores de los contrincantes no se convierten automáticamente en aciertos propios. Jugarse por conseguir acuerdos posibles requiere de cierto coraje.

La intransigencia es de fácil defensa en asambleas, pero es estéril en frutos. Un actor social puede mantenerse en la defensa acérrima de sus demandas. La dirigencia política no puede hacer lo mismo. Tiene que hacerse cargo de las consecuencias de no conseguir nada por quererlo todo.

Los parlamentarios de la oposición tienen que justificar ahora el por qué son autoridades políticas representativas. Si no se consiguen mejoras, aunque sean parciales, a las mayores movilizaciones de nuestra historia a favor de la educación pública, le seguirá el 2012 el año de la mayor crisis del sistema de educación pública y de un fortalecimiento de la educación privada y pagada. Hay que evitarlo. Sería un contrasentido demasiado grande. Las demandas importan y mucho, pero los resultados también.

miércoles, noviembre 02, 2011

La estrategia de un gobierno que fracasa

La estrategia de un gobierno que fracasa

Víctor Maldonado

¿Qué le queda por hacer a un gobierno que ya no pudo cumplir con los objetivos que se propuso? La respuesta es muy sencilla y tiene muchos efectos prácticos: lo que hará es cambiar de objetivos. Reorientar el rumbo hacia metas alcanzables.

Lo que ha perdido la derecha en el año y medio que lleva en el poder es mucho: se presentó como la solución a todos los problemas que la Concertación tenía pendientes, y ya sabe que ha creado más problemas que los que ha podido solucionar. Perdió su aspiración a darle un carácter refundacional a su primera (y tal vez única) administración, patentando la capacidad de innovar como su sello distintivo.

Por el contrario, lo mejor que está dejando la Alianza tiene que ver con la continuidad de lo que había y poco más. Perdió, también, la autoimagen como sector que sabría interpretar mejor al Chile actual, con sus transformaciones.
Los dirigentes oficialistas tienen plena conciencia de estar enfrentando a una mayoría ciudadana que la repudia en sus proyectos más propios y representativos.

Más que nada la derecha ha perdido sus ilusiones. No es mejor, no es más moderna, gobierna con ineptitud y rompe record de desafecto ciudadano y desconfianza pública. Fue mejor oposición de lo que han sido como gobierno y todo indica que volverá a su lugar de origen.

Frente a todo ello, puede pensarse que la Alianza ha perdido el rumbo y que no sabe hacia dónde dirigirse, en medio de un escenario político que le es completamente adverso. Eso sería un error, porque las dudas han quedado despejadas y la derecha sabe muy bien lo que quiere y lo que debe hacer para lograrlo.

El proyecto de país de la derecha ha fracasado: ahí están para demostrarlo las mayores y más sostenidas movilizaciones ciudadanas de nuestra historia. Su gobierno es desabrido en lo más y una decepción en las apuestas estratégicas. El presidente es el primero en la lista de los mandatarios de América, solo que mirado de atrás para delante. Ya no hay nada que hacer para enmendar eso.

Pero, precisamente, cuando mueren las ilusiones, el realismo político vuelve por sus fueros. Las quimeras desaparecieron. Estamos en un régimen presidencial en que ha fallado el presidente y la derecha lo sabe, lo ha asimilado y está actuando en consecuencia. Por eso mismo ya sabe qué hacer.

Aunque sea raro de decir, lo que desea la derecha es salir de La Moneda “con lo puesto”, sin haber ganado nada, pero también sin haber perdido nada importante. Con esto quiero decir que el objetivo real del oficialismo es la recuperación del adherente de derecha, es decir, de su voto duro.

La derecha política (y Piñera en particular) tienen descontentos a propios y ajenos, cercanos y lejanos, votantes frecuentes y detractores. Pero volver a reconciliarse con los más cercanos no parece una meta inalcanzable.

Todo lo contrario. La cifra que más se repite, y que parece aunar voluntades en el oficialismo, es recuperar el 35% de la opinión pública. Tradicionalmente la derecha no es menos que ese porcentaje en ningún momento, salvo en el que nos encontramos.

Pero girar hacia la recuperación del voto propio, pero resentido por tanta muestra de ineptitud gubernamental, tiene muchas implicancias, y la más significativa es el endurecimiento de posiciones.

El razonamiento autocrítico en la Alianza es fácilmente entendible: si no nos apoyan en nuestro propio sector es porque no nos reconocen en las políticas que implementamos. Hay que asegurar el orden, la disciplina, demostrar autoridad. Al mismo tiempo que se entregan más beneficios sociales. Es simple, es básico, es comprensible y no requiere imaginación. Los saca del marasmo en el que han estado. Por eso creo que seguirán este camino.

Por eso estimo también que las principales reformas que el país necesita no serán aprobadas. No hay voluntad, no hay suficiente fuerza política para llegar a un acuerdo. Este no es un juicio sobre la sinceridad de quienes en el gobierno están interesados en un diálogo que saben necesario para el país; es un juicio sobre el espacio político disponible para los acuerdos, que es cada vez menor.

Es de mínima objetividad pensar que cuando en la derecha sus partidos están luchando por mantener sus posiciones básicas de poder (ante la esperable pérdida del gobierno), es una ilusión pensar que van a aceptar cambiar las reglas del juego que les asegura la mitad del parlamento.

Con esto es mucho lo que Chile pierde. Los grandes temas no se enfrentan sino que se postergarán. Los conflictos se agudizan, la legitimidad del sistema se debilita. Una solución de fondo en educación seguirá a la espera, lo mismo que las reformas políticas, la reforma tributaria, la descentralización, una puesta al día de la protección medioambiental, etc.

Pero no hay alternativa. La derecha no puede dar lo que no tiene. Un gobierno representativo, con proyectos sólidos y decantados, que busque encauzar las demandas mayoritarias, podría avanzar en las respuestas que Chile necesita.

La Alianza no es eso. Lo que tenemos es un gobierno minoritario, con rechazo ciudadano consolidado, sin proyectos que ofrecer ni tiempo para ejecutarlos, dedicado a salvar los enceres de los partidos que le dan sustento. Lo que observamos es la estrategia de un gobierno que fracasa.