Todos tienen que cambiar
Todos tienen que cambiar
Víctor Maldonado
Poner los límites
DE LO QUE DEBE precaverse la Concertación es de situaciones confrontacionales provenientes desde sus extremos díscolos. Para el conflicto con los adversarios siempre se está preparado, pero no así para una ruptura de la cohesión interna.
En tiempos “normales” -que ya nunca volverán- era posible dejar impune la acción de un grupo significativo aunque poco numeroso de parlamentarios o dirigentes que se daba el lujo de irse de lengua contra su partido o los aliados, sin secuelas muy desastrosas.
Ahora, lo que era una molestia es una verdadera lacra. Ello ocurre porque la coalición se encuentra en una etapa de renovación obligatoria. No se trata de una cuestión de gustos o sensibilidades, sino de la única alternativa a la obsolescencia.
La mayor cantidad de energía posible de movilizar ha de dedicarse a objetivos constructivos para, en breve, amoldar los partidos a las nuevas circunstancias. Al mismo tiempo, se hace imprescindible comenzar a preparar las ideas y programas que puedan ser válidos para un país que está consolidando hondas transformaciones y que hacen imposible seguir actuando como hasta ahora.
Por eso tienen razón los que se exasperan con la actuación de estos autistas de la política, autorreferidos e insensibles a los efectos que sus acciones provocan.
Lo que los caracteriza es el afán compulsivo de producir impacto y revuelo mediato. Al costo que sea porque, para ellos, el anonimato es peor que la muerte, o tal vez su sinónimo. Les interesa el ruido aunque provenga de la detonación de una bomba. Más bien, de eso es de lo que se trata.
Pero los partidos han encontrado un límite a la capacidad de tolerar este tipo de comportamientos. ¿Cuándo la conducta de unos díscolos llega a ser intolerable?
Muy sencillo, cuando su comportamiento se confunde externamente con una señal pública indeseada y colectiva de su partido; es decir, cuando un error personal corre el riesgo de ser considerado una estrategia partidaria de ataque planificado.
Ése es el momento en que el partido empieza a considerar la idea de pagar costos, en beneficio no perder el control de su representación colectiva y poner en juego su prestigio.
Todo tiene su límite. Desde luego, la Concertación no puede ser una “camisa de fuerza”, pero tampoco una carpa de circo.
Por cierto, no todos tenemos que estar de acuerdo con todos, no en una coalición ni en un partido. Si se mata el margen de libertad, se mata el libre juego democrático, dentro del cual pueden ejercer su rol las coaliciones. Pero tampoco es efectivo que cualquier conducta sea aceptable en una organización política. Porque si eso llega a pasar, se ha disuelto sin siquiera haber hecho los trámites legales correspondientes. Debe haber un acuerdo sobre los márgenes y éstos deben ser respetados.
Las tareas largamente pendientes
Sin embargo, ni juntos ni separados, quienes se dedican a polarizar situaciones conducen a ninguna parte. No se lo proponen tampoco, aun cuando la vanidad les puede permitir considerarse muy importantes.
El problema está en que el efecto que generan los polarizadores no es neutro, sino abiertamente negativo. Puede que no consigan avances, pero pueden provocar retrocesos significativos. A lo menos, donde antes había seguridades, despiertan incertidumbres. Pero, ¿cómo es que llegan a pesar tanto este tipo de personajes?
La verdad es que son más un síntoma que el epicentro de un fenómeno. Y lo que delatan son fallas en la convivencia y en la dirección.
El progresivo debilitamiento de los partidos es la zona de mayor riesgo de nuestra democracia. Lo ha sido por mucho tiempo, sin que se aplicaran los mecanismos correctores cuando se presentaron los primeros problemas, una vez recuperada la normalidad institucional.
Es el tiempo lo que ha sido más abiertamente desaprovechado. Y por todos, desde luego.
La oposición está intentando convencer, sin éxito hasta ahora, que la Concertación se ha corrompido en el poder, mientras ella se presenta como la solución de los problemas detectados.
Que la Concertación ha pasado por un período de dificultades no cabe duda. Si alguien lo ha olvidado, nunca falta quien lo recuerde, destacando la gravedad de lo ocurrido y lo mal que le puede ir en el futuro.
Pero no ha tenido éxito en convencer que la oposición es mejor alternativa. Eso linda con lo increíble. La Concertación se deja llevar por la crisis y, alternativamente, nadie se fortalece. Y menos que nadie la derecha.
Cuando no se está en el poder, no se tienen excusas para dedicarse a fortalecer los partidos propios. Pero esto ha estado lejos de ocurrir. Se puede ver por la conducta colectiva de la derecha.
Sebastián Piñera radicaliza su postura intentando polemizar con la Presidenta Michelle Bachelet, en un todo extremadamente critico; RN parece tener como norte el no dejar día sin denuncias; la UDI pide la salida de alguien de su puesto cada vez que puede; Pablo Longueira acusa a Piñera de delitos graves. A alguien le podrá parecer todo esto muy coherente pero no lo es.
En lo que todos ellos coinciden es en acrecentar el tono de la polémica pública, pero con propósitos bien diferentes. Hay varios centros políticos opositores con estrategias particulares, pero no hay un centro estratégico.
Como resultado, más allá de los deseos de cada cual, lo que producen en conjunto es una descarga cerrada de críticas de todo tipo, sin prioridades, matices ni variaciones.
Lo que vemos son síntomas
La derecha tiene gente muy inteligente, en grupos pequeños funciona bastante bien, pero cuando se juntan en grupos algo más amplios producen algo más bien primario, sin control de los efectos y sin capacidad de detenerse.
Se quedan pegados en una respuesta compulsiva de la que sólo sale por aburrimiento, agotamiento o la fuerte rechifla pública que, finalmente, llegan a escuchar. Mantienen una muy baja adhesión ciudadana y aún no se dan cuenta de que la ciudadanía espera mucho más de ellos de lo que han sido capaces.
Si la derecha hubiera ocupado el tiempo -ha tenido de sobra- no estaría haciendo algo tan mediocre, de tan nulo beneficio.
Lo que haría, si fuera mejor de lo que es, es lanzar una campaña presidencial en el tiempo correcto, nunca con tanta anticipación; combinaría la actuación de sus figuras para establecer ritmo y tonalidades distintas (jamás puro ataque), no provocaría a los aliados y mejoraría su labor parlamentaria, tanto como su presencia institucional.
La derecha no se puede presentar como un remedio a los males de la Concertación, porque no ha construido una mejor obra política, habiéndolo tenido todo para hacerlo.
Como sea, está claro que los llamados a mejorar su actuación política, su organización y su comportamiento son todos los partidos. Cada cual lo demuestra con síntomas distintos, pero ninguno deja de hacerlo.
El asunto está en que el tiempo, abundante por años, se está agotando para los actores políticos tal cual los hemos conocido hasta ahora. Dicen que nunca es tarde para reaccionar, pero la verdad es que a veces lo que queda son las últimas oportunidades.
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