viernes, septiembre 29, 2006

La calle es de los demócratas

La calle es de los demócratas

Lo que se ha verificado en estos días es el convencimiento de los demócratas de que las discrepancias no anulan los derechos de las personas. Que estamos dispuestos a manifestar nuestras discrepancias, pero al interior de un marco de respeto mutuo.

Víctor Maldonado


Gobierno nuevo, medición tradicional

Cada gobierno es juzgado de modo distinto al que más le gustaría o le acomoda.
Ésta es una administración que se sabe que marca el comienzo de una nueva etapa. Mucho de lo que realiza, tiene el sello de ser la primera vez que ocurre, casi como algo obvio, desde el momento en que es liderado por una mujer. Todo tiene el toque de la novedad o la apertura.

Así que sería un verdadero agrado para el oficialismo ser juzgado por la apertura de estos nuevos caminos. Por definición o necesidad saldrá bien librado. Incluso, a medida que se demuestra que es capaz de administrar un país en las nuevas condiciones, sin que se produzcan problemas insuperables, es decir, en la medida en que se despejan los temores, se afianza la autopercepción de estar en la línea correcta.

Pero esto es demasiado obvio como para ser empleado por muchos como parámetro principal de éxito. De hecho, el Gobierno está siendo juzgado no por el manejo de lo nuevo, sino por la capacidad que demuestre en la conducción de algo tan antiguo y básico como son los conflictos del día a día.

Por lo demás, éstos no tienen nada de fáciles ni de rutinarios. La amplia sensación de una mayor holgura en las entradas fiscales hace que los movimientos sociales sientan que hay un premio mayor y no aprovechado que está presente para ser repartido entre “las guagas que lloran”.

Desde este punto de vista, esta semana ha sido clave para saber a qué atenerse con la administración de la Presidenta Michelle Bachelet. Mucho más de lo que pareciera a primera vista.

Esto porque se entró en la etapa crítica del importante conflicto de la salud, mientras el movimiento que seguía en importancia, el de los profesores, ya iniciaba sus primeras acciones. Al mismo tiempo, las manifestaciones en curso, daban pie para que se les unieran otros actores.

Por supuesto, la posibilidad de un efecto acumulativo de grandes dimensiones estaba presente. De hecho, los medios de comunicación por lo general dieron la impresión de que el “paro social” iba a tener una repercusión de primera magnitud.

De modo que el comportamiento del Gobierno era en extremo significativo. Entregaba señales en muchas direcciones, dependiendo del tipo de comportamiento que tuviera en los días donde se esperaba la mayor movilización, posterior al movimiento de los pingüinos.

Cuando todos ganan

Con el desarrollo de las últimas manifestaciones todos han salido ganando. Y los que más lo han hecho son las organizaciones sociales que han podido salir a la calle para expresar sus reivindicaciones, en su estilo, bajo su responsabilidad y sin tergiversaciones de mensajes y de acciones. Lo que se ha expresado es lo que se quería y no los disturbios sin mensaje.

Todo el mundo tiene derecho a pedir. Lo que no tiene por qué tener claro con anticipación es dónde están los límites. Mientras ellos no se encuentren no se sabe hasta dónde se puede llegar.

Por eso, lo que se debate, en el fondo, no son los montos, al menos no es eso lo que más efectos sociales tiene en el mediano plazo.

Si para obtener lo que se desea, lo único que hay que hacer es formar un bloque de los peticionarios, entonces la vida sería bastante sencilla... para los que piden. Además, en las movilizaciones, los medios que se escogen lo son decisivos.

Se puede graduar la presión que se realiza para obtener reivindicaciones. Eso es un derecho y es de lo más legítimo. Lo que no se puede hacer es emplear procedimientos en que el control de lo que suceda se pierde en el mismo momento en que las acciones empiezan.

Para las organizaciones de la sociedad civil, las manifestaciones son parte de un diálogo que proponen al país. Quieren mostrar que un tema de fondo no ha sido tratado por todos con suficiente profundidad. Quieren hacer presente que sus argumentos importan y que la opinión de la mayoría es importante, porque pueden cambiar las cosas para mejor.

Su acción es eminentemente constructiva.

La democracia tiene problemas cada vez que las minorías violentas se aprovechan de la expresión normal de las discrepancias para copar la escena, expresar su descontento y su rechazo a todos por igual y obtener notoriedad.

Pero no es aceptable que las mayorías democráticas sean un pretexto para sincronizar la acción de los grupos antisistema, perdiendo el control de lo que ocurre y lo que quieren trasmitir y perdiendo el foco en el que quieren centrar la atención nacional para enfrentar temas de fondo.

El éxito en democracia no se mide por el número de vidrios rotos, de molotov lanzadas ni de semáforos derivados.

La democracia y los pirómanos

Lo que se ha verificado en estos días es un acuerdo. El convencimiento de los demócratas de que las discrepancias no anulan los derechos de las personas. Que estamos dispuestos a manifestar con fuerza nuestras discrepancias, pero al interior de un marco de respeto mutuo.

El respeto de la convivencia pacífica no es una sugerencia. Es un requisito que las mayorías deben hacer respetar para que el diálogo prime sobre el uso de la fuerza.

El orden público no es un fin en sí mismo, pero nadie podría entender que esté ausente o que pede suspendida en determinadas ocasiones.

La caja de Pandora siempre es abierta por un grupo de irresponsables que cree que las injusticias del mundo los justifica para atropellas a los demás. Tienen la capacidad de iniciar un incendio pero no tienen la más remota posibilidad de determinar quien y cuándo terminar por quemarse en él. Eso sí, todo con las mejores intenciones y sin la más remota conciencia de ser determinante en gatillar tragedias.

Al final, los que siempre terminan perdiendo son los inocentes. A la niña que le llega una bala perdida mientas hacia sus tareas en su casa nadie le dio la menor oportunidad de que llegara a enterarse qué es el capitalismo, cuales son las contradicciones del sistema ni que el que disparó estaba pensando en liberarla de algo.

La democracia es un sistema pensado para que las decisiones que se tomen pese la razón por sobre la fuerza de los poderosos. Es en un Estado de derecho donde ser mayoría pesa, cuando empieza pesar la fuerza no son los poderosos los que terminan perdiendo, sino aquellos que pierden la protección de la democracia. Este no es un país que pueda darse el lujo de olvidarlo.

Lamentablemente, no hay atajos para lograr la felicidad humana. Convencer a una mayoría requiere un tipo de coraje que no tiene reemplazo para perfeccionar un sistema de convivencia que nunca será perfecto. De hecho ningún país que merezca ese nombre se puede contentar con los grados de libertad, justicia y solidaridad que ya tiene. Pero no defender lo que se tiene se parece mucho a la locura.

La democracia es un sistema de Gobierno que permite que la gente común sea tomada en cuenta. Estrictamente hablando es sólo una posibilidad, pero es nada menos que una posibilidad.

De momento, partimos de un acuerdo: la calle es de los demócratas.