viernes, agosto 18, 2006

Tener claro el mediano plazo

Tener claro el mediano plazo

Si hay una elección a la que los partidos debieran dedicar una atención preferente es a la más cercana y más demandante de un esfuerzo colectivo sostenido. Ganar la elección municipal de 2008 es un prerrequisito para cualquier otra cosa.

Víctor Maldonado


El reino del día a día

Un peligro para la política, tal como se está practicando en la jornada presente, consiste en caer en la inmediatez. Siempre hay que estar atentos a lo que acontece en el día a día o sino se corre el riesgo de terminar habitando en las nubes, pero lo que sucede en la cotidianeidad no se explica sólo por los acontecimientos que anteceden inmediatamente a los hechos del momento. Se puede vivir en una especie de eterno presente cuando no hay cuestionamientos mayores, cuando no hay quien ponga en duda la pertinencia de lo que se hace o cuando no se vislumbran alternativas efectivas a lo que se está haciendo.

En otras palabras, se está notando demasiado la casi ausencia de oposición efectiva. La falta de un contrapeso real resulta al principio cómoda, pero termina por ser nociva. En la derecha la dispersión con que se abordan los temas es grande. No logra darle continuidad a nada en particular y las últimas semanas uno de sus partidos se la ha pasado entre querellas internas y “señales de distensión”.

Es decir, nada que oriente y nada que recordar. No extraña, entonces, que los partidos de la Alianza hayan entrado en una especie de espiral de la irrelevancia. Pesan poco, marcan menos, son tomados menos en cuenta.

Es casi un milagro que un sector electoralmente significativo pueda pasar una temporada tan larga casi sin hacerse notar.

Lo que le sucede no tiene las características de un drama evidente, pero sin que nadie se moleste en dar señales de alarma, lo efectivo es que es uno de los peores momentos de la derecha.

Sin contradictores de nota y sin agenda pública que disputar, la Concertación puede empezar a darse lujos de los que después se puede llegar a arrepentir.

La coalición gobernante se disciplina en la adversidad, pero a nadie le es fácil ordenarse y cerrar filas en medio de la prosperidad y en ausencia de peligros externos.

En la confianza está el peligro

Cada cual se está tomando libertades más amplias de lo habitual. Los partidos se están dejando tentar por los primeros aprontes de las candidaturas presidenciales. Esto sería darse un lujo de dudosa pertinencia.

Los candidatos, por cierto, son aquellos que se esmeran por afirmar (cada vez con mayor frecuencia y ante mayor número de cámaras) que es demasiado temprano como para que se piense en ellos. Todo esto con estudiada modestia.

Pero las elites políticas siguen con creciente atención las secciones de las encuestas dedicadas a la evaluación ciudadana de figuras públicas.

Por lo demás, es comprensible que los partidos se comporten de este modo, existiendo media docena de personajes con amplia aceptación ciudadana, que se encuentran en situación expectante. La sensación colectiva de que hay que tomar la iniciativa para empezar a dirimir, puede llegar a ser muy fuerte.

En la relación entre partidos y Gobierno, ya es habitual que las diferencias propias del proceso de toma de decisiones se ventile por los diarios. Ello está ocurriendo antes de que se alcance a completar la evolución natural donde los acuerdos son logrados, después del continuo procesamiento de las diferencias.

De este modo, se genera una doble necesidad: mantener las conversaciones que permiten llegar a consensos respaldados y, también, la de contestar -también por la prensa- los trascendidos que se generan a cada nuevo paso.

Este modo de proceder muestra un completo relajo y la ausencia de señales de alarma. Todo lo cual puede llegar a convertirse en la más peligrosa de las costumbres.

Incluso el propio Gobierno se puede estar adelantando a anunciar posibles pasos tácticos ante eventuales hechos políticos que ni siquiera terminan de decantar. Y esto puede ser considerado un problema. En política, tomar por sorpresa puede ser una excelente idea, a condición de que los sorprendidos sean los adversarios y no los aliados.

Lo que a todo esto puede pasar al olvido es que la responsabilidad principal de una coalición es la de responder ante la ciudadanía por los resultados que se están teniendo en el ejercicio del poder. Se responde a la confianza pública, no entreteniéndose en especular quién puede llegar a tener el poder en el futuro, sino ocupándose en respaldar a quien lo ejerce ahora.

Hay que retomar el buen camino. Para eso hay que partir de las constataciones más obvias: no hay país ni coalición que resista tener gobiernos de cuatro años sin reelección y campañas presidenciales de tres años y medio sin autorregulación.

Además, cuando nos enfrascamos en una discusión lateral, lo que hay que preguntarse es qué es aquello sobre lo que hemos dejado de ocuparnos y que tiene una importancia central. Como siempre, se trata de ponderar.

Gobierno todo terreno

Hay que hacerse cargo de todo el tiempo a disposición, sin ambigüedades. Se puede saber desde el inicio que las condiciones en las que se ejerce el poder varían significativamente teniendo una elección cerca. Por eso, este Gobierno (y todos los que sigan, mientras se mantengan las reglas del juego) tiene dos etapas claramente definidas, en donde el punto de quiebre es la elección municipal del 2008.

A partir de ahí, los condicionantes son mayores. Pero eso no afecta en nada el hecho que la gestión dura cuatro años y tiene un programa que cumplir, sea en terreno plano o cuesta arriba. Hay que tener un Gobierno todo terreno.

Hay que estar atento a dejar que predominen los aspectos tácticos de la política. Para que esto sea posible se requiere que el Ejecutivo se fije una estrategia de mediano plazo, para darle coherencia a sus acciones y para posibilitar un trabajo de mutua colaboración con los partidos que lo respaldan.

El Gobierno tiene cuatro transformaciones que quiere dejar como herencia y tuvo un plan para los primeros 100 días. Pero se requiere de orientaciones para temporadas, que permitan de desarrollo de políticas públicas con resultados visibles.

Ocurre que enfrentar los desafíos políticos con suficiente amplitud permite planificar acciones convergentes entre la Concertación en el Gobierno, en el Congreso y en los partidos.

Ponerse en el lugar del otro ayuda muchísimo para llegar a entenderse. Si hay una elección a la que los partidos debieran dedicar una atención preferente es a la más cercana y más demandante de un esfuerzo colectivo sostenido. Ganar la elección municipal de 2008 es un prerrequisito para cualquier otra cosa.

Sin un Gobierno que pueda mostrar realizaciones a lo largo del territorio, en regiones y localidades, no hay manera de triunfar. Sin un progreso serio en descentralización, con respaldo parlamentario, tampoco se conseguirá respaldo ciudadano.

Todos se necesitan cuando los objetivos políticos resultan ser incluyentes y se dispone de programas de trabajo en conexión mutua. Éste es un ejemplo, pero se puede pensar en varios más.

En cualquier caso lo que se requiere es levantar la vista, adquirir perspectiva, proponerse metas conjuntas y hacer lo posible por alcanzarlas. Algo bien distinto de quedarse en la inmediatez.