Tras el cambio de gabinete
Tras el cambio de gabinete
Víctor Maldonado
El verdadero ajuste que debe lograrse es entre el actual equipo político de La Moneda y las directivas de los partidos de la Concertación. El fortalecimiento de las confianzas requiere de abocarse a consolidar los pasos dados, y eso no es compartible con hacer de la inestabilidad el dato más presente en los equipos de gestión.
Lo común de los que llegan
Con el cambio de gabinete se han reforzado dos aspectos de la gestión de Gobierno: el trabajo de equipo y la labor de coordinación. El efecto ha sido benéfico y se explica por las características de quienes han hecho su ingreso (su reingreso más bien) a los puestos destacados del Ejecutivo. Algunas notas comunes a los tres incorporados pueden dar una pista de lo que se puede pretender con su promoción.
El trío que se integra comporta la experiencia previa en el Ejecutivo y cada cual ha sido reconocido con anterioridad por su capacidad de gestión en los lugares donde se desempeñaron antes.
Los tres han tenido una fuerte relación con actores políticos y sociales y se han prestigiado con la opinión que éstos últimos han llegado a tener de ellos. O sea, no tienen puramente habilidades de uso interno de la administración.
Todos son cabezas de equipos y han funcionado bajo presión, sin rendirse ante ella, obteniendo buenos resultados. Son personas que se dejan complementar con las capacidades y aportes de otros, y que pueden ellos mismos ensamblar bien en equipos mayores.
Es posible que se difieran en muchos otros aspectos, pero son personas solventes, que generan seguridad, que no cultivan un perfil público como primera prioridad sino que obtienen notoriedad por sus hechos. Han logrado reconocimiento por una coherencia persistente de su conducta.
Son, aunque tal vez ellos no se reconocieran de buenas a primeras en esta descripción, políticos con especialización en determinadas áreas que dominan con habilidad.
No puede ser que estas notas sean comunes por pura casualidad. Tiene que haberse detectado que sus características han de ser particularmente útiles en aspectos de la gestión pública de especial interés. De otro modo no habrían sido convocados.
Esto es lo que se necesita hacia delante. Aunque hay que apresurarse a decir que se puede dar por supuesto sin más una especie de sentencia negativa sobre sus predecesores: así como hay responsabilidades políticas, también existen necesidades y tiempos políticos. Los cambios se pueden deber a desempeño, a la necesidad de preservar equilibrios -según múltiples criterios- y hay también pasos de una etapa a otra. Por eso, la salida de un gabinete no es un juicio sobre el valor último de un personaje público. Lo único que quiere decir es que entró y salió por el mismo expediente: la voluntad de la Mandataria, y las reglas del juego son conocidas por todos desde siempre.
Ármelo usted mismo
Los ajustes suelen concitar amplia atención. Cada cual se siente motivado a expresar cuál hubiera sido su modo de proceder en este caso, y, según eso, decide si el cambio efectivo estuvo bien o mal realizado. Por supuesto, nunca se llega a acuerdo, puesto que cada quien desea dar a conocer su opinión y nada más.
Los hechos, sin embargo, son mucho más fáciles de analizar. Algo se está notando desde el inicio. Los nuevos designados están ocupando rápidamente su espacio. Esto es bastante simple de percibir, puesto que el número de ministros que hace noticia y la cantidad de apariciones públicas de cada cual se ha multiplicado.
La Presidenta se ha dedicado a respaldar las posiciones adoptadas por sus colaboradores (ningún inicio es fácil), no a explicar ella misma las políticas asumidas por el Gobierno, lo que ha permitido el inicio de una dinámica de reforzamiento mutuo, que puede ser muy beneficioso para la gestión.
Este es un proceso que tarda en mostrar todos sus efectos. Principalmente, porque produce un cambio de dentro hacia fuera, que no llega a ser percibido por la opinión pública sino por acumulación. Lo cierto es que lo que empieza a ser afectado al comienzo es la gestión y se posiciona en forma lenta pero segura con el pasar de las semanas.
Por un tiempo, los actores políticos y sociales que miran el proceso de Gobierno desde fuera siguen actuando según las señales que se habían transmitido con anterioridad y por varios meses.
Por ello, no es esperable una alternación sustantiva de la opinión pública medida por las encuestas de próxima aparición. Lo que termina por consolidar un movimiento hacia el ascenso en el respaldo ciudadano es por la demostración de que el Ejecutivo se está moviendo como un todo, no como un conjunto de segmentos independientes. Y eso, por cierto, es la tarea más importante que debe cumplir quien actúa como jefe de gabinete.
No por nada el nuevo ministro del Interior ha escogido como una especie de lema el de “organización e información”. En efecto, no hay que dejar pasar que, en sus declaraciones de apertura, ha sido reiterativo en estimar que son estos dos elementos los que se requieren para hacer las cosas bien, y poder “adelantarse a los hechos”.
Se espera, pues, actuar de forma corporativa y esto ya se encuentra en marcha junto a todo lo que ello conlleva en cuanto a la capacidad de tomar iniciativas políticas.
Mientras, muchos siguen actuando como si nada sustancial se hubiera producido. Así, se especula mucho sobre la posibilidad de ampliar el ajuste ministerial y eso equivale a tomar un desvío que nos saca de la línea de conducta explícitamente asumida.
Cambiar de colaboradores inmediatos es una posibilidad que siempre está abierta. Las atribuciones presidenciales no son intermitentes ni necesitan recargarse cuando se ejecutan. Pero, definitivamente, no parece ir por ahí la preocupación básica de la gestión de Gobierno.
El verdadero ajuste que debe lograrse es entre el actual equipo político de La Moneda y las directivas de los partidos de la Concertación. El fortalecimiento de las confianzas requiere de abocarse a consolidar los pasos dados, y eso no es compartible con hacer de la inestabilidad el dato más presente en los equipos de gestión.
Se hacen ajustes para gobernar, no se gobierna para hacer ajustes. Lo lógico es ahora absorber los cambios que ya se han realizado y centrarse en las tareas.
Un nuevo punto de partida
Despejar la coyuntura permitirá pasar de lo urgente a lo importante. En los días previos, el Gobierno ha hecho importantes anuncios en política de vivienda, en cuanto a la agenda para mejorar la competitividad, se acerca la decisión presidencial sobre el tema previsional y la propuesta educativa se comienza a despejar.
Sería un error imperdonable que entre tanto tráfago de conflicto menudo se pierda de vista que hay políticas públicas contundentes y que tendrán profundos efectos. No es que falte agenda. Al revés: los anuncios de importancia se han sucedido con regularidad, incluso desde antes del cambio de gabinete. Lo que no hay es atención sobre la agenda.
El Gobierno de Michelle Bachelet es compatible con una amplia tonalidad de estilos, según las características personales de sus principales colaboradores.
Pero lo que parece marcar los límites son dos extremos: en tiempos de cambio no se puede practicar una política exclusivamente tradicional, y se puede ser “cara nueva” y tener vasta experiencia, pero eso no exime de la necesidad de haber desarrollado habilidades políticas básicas.
Todo esto señala un nuevo punto de partida, con agenda reforzada y nuevos personajes en puestos clave. Más de algo empezará a cambiar.
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