viernes, mayo 19, 2006

Expertos en tratar discrepancias unidos

Expertos en tratar discrepancias unidos

Víctor Maldonado


Sólo la Concertación lo ha logrado

Cuando existe plena coincidencia de opiniones, no es necesario ponerse de acuerdo. Tampoco se logran alianzas políticas estables cuando las diferencias son mayores que las coincidencias. La mejor política que se puede hacer es la permanente labor de ampliar coincidencias prácticas, manteniendo las diferencias en marcos acotados.

La Concertación es la única coalición en Chile que ha logrado, desde antes de la recuperación democrática, una constante ratificación de poder llegar a acuerdos.

Es su gran diferencia con la derecha, donde las discrepancias se superan en el papel, pero los acuerdos no logran efectos perdurables ni predominan frente a lógicas partidarias y vanidades personales.

Nadie debe decirle a la oposición que tiene que unirse para lograr propósitos, simplemente nunca ha podido lograrlo.

Al frente, la experiencia es la contraria. La coalición de Gobierno ha sostenido cuatro gobiernos en las más diversas circunstancias.

Al comienzo, se puso de acuerdo para alcanzar el poder, constituyendo una mayoría política. Luego, condujo la transición política y estableció sucesivas etapas en el desarrollo del país, siempre con la mayoría.

En el camino, ha encontrado toda suerte de dificultades, algunas por desafíos que provenían de la derecha, pero, la mayor parte y en lo cotidiano, debe lidiar con un debate interno en los partidos y entre los partidos.

Desde luego, uno de los debates preferidos ahora tiene que ver con algo que puede sonar extraño en otras latitudes: se ha discutido si nos podemos conformar con el éxito conseguido.

Puede que parezca raro, pero se ha debatido si los objetivos originales de perfeccionamiento democrático, crecimiento económico y mayor equidad han seguido siendo igual de importantes.

Con todo, aunque el debate puede ser intenso, de seguir esta línea es posible llegar a la excesiva complacencia por lo hecho o a una autocrítica excesiva.

A lo que no se puede llegar es a un principio de ruptura, porque el interés de todo el que participa de este debate es asegurar seguir siendo fiel al espíritu fundacional de la Concertación.


La receta de la perdurabilidad

Así que se puede notar que la perdurabilidad de ella tiene poco que ver con magia, suerte o azar. Es producto de un trabajo sistemático y un esfuerzo diario. No está de más recordar algunas prácticas que han constituido su sentido común.

Una de las que debe guiar es evitar las sorpresas. Cada cual tiene derecho a definir las propuestas que estime, pero si espera encontrar apoyo en el conjunto, debe prevenirlo antes de anunciarlas públicamente. Tan simple como avisar y tan básico como no olvidarse de hacerlo.

Otra igual de relevante es impedir dramatizar en exceso las discrepancias. Las diferencias de opinión son importantes sólo cuando ellas tienen algún viso de producir efectos prácticos. En el Congreso, sin mayoría nada se puede aprobar y cuando la Concertación no está unida, pierde la mayoría, para bien o para mal.

Nadie puede estimar válido desandar acuerdos ya logrados y, como siempre, los acuerdos programáticos (sobre lo que se hace y se deja de hacer) son aquellos en los que más acuciosidad hay que poner.

Pero, tal vez, la práctica más fina de la Concertación sea tratar las diferencias en su justa dimensión. Sin poner ni quitarle gravedad, pero en sí mismas.

Las cosas tienden a embrollarse cuando se usan debates de trinchera para dar mensajes políticos de fondo. Son varios los que se sorprenden cuando una polémica acotada y acotable parece provocar reacciones exageradas. Si el debate tiene un doble fondo, la posibilidad de llegar a acuerdos se reduce.

La gran diferencia entre los partidos no estará en cuán brillantes sean sus maniobras, sino en la capacidad que tengan de actuar como conglomerado, bancada o equipos, según el ámbito en el cual les toque desenvolverse.


El modo sencillo de resolver las cosas

Las negociaciones entre ellos tienen espacio indispensable en política. De ellas se obtienen ventajas, posiciones y prestigio. Pero ninguna de estas cosas es las que define su futuro.

Es más importante su fortaleza interna, la calidad de sus militantes, su predominio en el contenido de materias clave, presencia territorial, vínculos con actores sociales, culturales y económicos.
Bien poco ganan los partidos de la Concertación practicando entre ellos el virtuosismo de la maniobra, última novedad del manejo de situaciones, o haciendo de la comunicación espectáculo. Puede que sea entretenido, pero consigue más notoriedad que avance.

Una gran responsabilidad la tienen los liderazgos destacados. En lo más candente de una polémica es fácil ver aun a los experimentados que deben conducir el proceso cómo son conducidos por éste según el calor del debate.

Al inicio se reacciona ante una discrepancia, luego se contesta a las contrarreacciones, se dan por supuestas las intenciones de los demás, en pocas horas los medios han colaborado entregando dispares interpretaciones. En breve, nadie sabe qué se está discutiendo, sólo se supone que debe ser muy importante, porque están todos alterados y nadie encuentra el camino de salida.

De allí que, de inmediato, se haga notar la presencia de los líderes de mayor tonelaje, porque no pierden el norte, identifican el bien común y se la juegan fuerte porque prevalezca lo perdurable pese a los vapuleos del minuto. Por fortuna para la Concertación, estos dirigentes existen en número suficiente como para retomar el rumbo.

Aún así, se debiera reflexionar lo evidente: siempre hay un modo fácil de enfrentar una discrepancia. Consiste en cerciorarse de que exista antes de hablar con los medios. Los partidos tienen necesidad y obligación de perfilarse, pero mientras más lo necesitan, más requieren control fino de sus efectos.

Una diferencia valórica de fondo nunca desaparece, a menos que se debata; pero si se trata de un episodio menor, de una iniciativa sin apoyo o una colección de equivocaciones mutuas, nadie la retomará a poco andar. Siempre será tiempo de la política de calidad y no del apresuramiento.