viernes, marzo 17, 2006

Cuando la UDI pierde el nombre

CUANDO LA UDI PIERDE EL NOMBRE

Víctor Maldonado


La democracia como invitada de piedra

La UDI se encuentra ante una situación inédita: la disidencia pública de parte de su dirigencia de reemplazo. No hay acuerdo sobre la distribución interna del poder, y la suma de los excluidos de la cúspide se está haciendo sentir.

Como la crítica recibida no es superficial ni coyuntural, ocurre que no ha podido ser refrenada, tal como hubiera acontecido en los viejos tiempos.

Lo que ocurre es que el arreglo original (que estableció dirección partidaria -pequeña y fija- con reminiscencias religiosas) ya no da para más.

Los actuales conductores son juzgados por sus resultados y, también, por su persistencia ininterrumpida en los puestos de poder, por varias décadas. Por supuesto, ellos son representativos de lo que la UDI es, pero mucho más de lo que la UDI fue.

Y lo que está en discusión no es nada que tenga que ver con el pasado, con “el legado de Jaime” o con un cuestionamiento de lo que se hizo. Lo que sucede es que en el gremialismo de han deteriorado muchas cosas, pero no la vocación de poder. Un partido que roza La Moneda, pero que nunca entre en ella no es algo que atraiga a las generaciones de reemplazo de la fundacional.

Por lo mismo, lo que los nuevos dirigentes quieren es que no se los termine tragando el pasado, por la objetable costumbre de poner a la cabeza del partido a rostros ligados a la dictadura militar.

Puede que, en el fondo, la dictadura militar le agrade a más de alguien en el partido, pero todos saben que mantener a flote su recuerdo inhabilita cualquier intento de superar barreras y constituirse en mayoría.

De modo que la polémica que tendrá un momento decisivo este fin de semana, es multifacético; es un corte generacional entre los que tienen menos de cincuenta y los que superan esta barrera por poco o por mucho; entre los líderes con base popular y los dirigentes partidarios; entre doctrinarios y pragmáticos; entre parlamentarios y alcaldes.

En fin, se dan las más variadas relaciones entrecruzadas. Ninguna corresponde a fronteras absolutas, y las combinaciones son múltiples. Pero eso es precisamente de lo que se trata: la UDI se ha vuelto heterogénea y cúpula es cualquier cosa menos eso.

La primera vez parecerá que nada pasó

Por primera vez, el debate se da a rostro descubierto, previa ventilación de las diferencias, buscada con intención manifiesta por parte de los grupos emergentes que son, al mismo tiempo, los que aparecen como menos preocupados de las formas protocolares.

De momento esto se puede confundir con una crisis de cierta gravedad. No lo es. Lo que sí es cierto es un partido que se llama UDI y, al mismo tiempo, esta en dificultades si no se ve muy unida, se reclama por la falta de democracia en sus filas y no puede ser independiente de los partidos, porque ella misma es un partido.

Ante la expectación creada con toda intención por una de las partes involucradas en la lucha por el poder, lo que pareciera que se prepara es algún tipo de sismo de intensidad variable. Pero esto es solo una ilusión.

Si bien es cierto que lo que hay es un malestar mal manejado, y un conflicto real, los antagonismos no se han desbordado ni mucho menos. Lo que pasa es que, como son novedosos, en una “familia bien” (orgullosa de no dar espectáculos), llama la atención.

Pero no es para tanto. Al fin y al cabo, si hay algo que caracteriza a este partido es una particular sensibilidad respecto del uso de los medios de comunicación para objetivos políticos. Inusualmente estos métodos se están ocupando para afectar la vida interna partidaria. Pero nada más. Algo de amistad se pierde, algo de frío profesionalismo se gana. De Jaime Guzmán no se ha vuelto a hablar desde hace tiempo.

Lo que terminará pasando en la UDI no es que los líderes de recambio reemplacen a los dirigentes tradicionales. En cambio, lo más probable que ocurra es un cambio de alianzas y de peso en la definición de las lealtades.

En otras palabras, parte de los líderes antiguos (los que entre ellos tienen mayor proyección futura) tendrán que compartir el poder con líderes emergentes para construir una mayoría estable.

El inicio de la otra transición

Lo que se necesita, y con cierta certeza se logrará, es un arreglo gremialista que represente mejor la realidad partidaria actual. Algo donde tengan cabida quienes pueden ganar una elección interna y no lo que ha sido usual, es decir, un acuerdo entre apóstoles vitalicios que es comunicado al resto, luego de un conclave a puertas cerradas.

Pero, junto con esto, la UDI se habrá transformado drásticamente y más de algo perderá en el camino, a cambio de asegurar una mayor adaptación a los tiempos nuevos.

De verdad, este partido habrá entrado en una transición profunda, aunque más lenta de lo esperable, hacia un partido más abierto y menor rígido.

En cualquier caso, el secreto –como práctica política- deja de tener militancia UDI.

No olvidemos lo central: lo característico de todo este movimiento, es lo insatisfactorio que resulta para los que se impondrán en el gremialismo, cualquier acuerdo que los aleje de los conflictos internos pero todavía más de La Moneda.

En el gremialismo se está acentuando un estilo de franqueza dura, que no respeta antiguos pergaminos.

De Novoa se ha dicho que le ha faltado mayor resolución para tomar decisiones, y que su inflexibilidad hacia dentro y hacia el gobierno no es lo que más le conviene al partido.

El caso del actual presidente es verdaderamente paradojal: acaba de ser reelecto senador (nada menos que por Santiago) y, sin embargo, todos lo ven como una supervivencia del pasado. Como para deprimir a cualquiera.

Está claro que en política una de las virtudes más escasas es la de identificar bien cuando es el momento de pasar del primer al segundo plano. Novoa ha tenido la oportunidad de dar un paso atrás en medio de ovaciones. Lo que está consiguiendo, en cambio, es que le digan en su cara que su tiempo “ya está cumplido”.

Como se puede ver el trato es explícitamente duro. Pero los modales institucionales de un partido, no se pierden de un día para otro. El mal trato que se ve, es el producto final de una tozudez previa que no se vio. Cuando la presión interna no se canaliza adecuadamente, sale a la superficie por donde puede, no por donde debe.

Cuando el liderazgo tradicional se agota, la pugna interna se intensifica. No puede ser de otro modo, porque el reemplazo a la cabeza de la organización puede llegar para quedarse por un tiempo prolongado.

En estas condiciones, lo más sano es transparentar la situación de los pesos y las diferencias internas y darles cauce, pare evitar los desbordes. Si mantienen un presidente equivocado, será la dirección interna la que pierda poder. Si cara visible cataliza la polémica intestina, mal puede llegar a acuerdos con otros, cuando no logra lo mínimo en casa.

Este fin de semana, en la UDI se llegará a una situación sorprendente: entran sus dirigentes a un encuentro en que todos saben cómo se comienza y no cómo se termina. Los demás llaman a esto democracia. Esperemos que no sea tratada como una invitada de piedra.