La derecha pierde su última esperanza
POLÍTICA
La derecha pierde su última esperanza
Bachelet estuvo mejor. Lo saben amigos y adversarios. Venció en su estilo y (lo más importante) su estilo se impuso. De ahora en adelante la inercia continua pero no la pugna real. Fiel a su espíritu, la derecha se repliega.
Víctor Maldonado R.
El punto de quiebre ya se produjo
Antes de llegar a las urnas, el comportamiento de los candidatos y los comandos anticipa los resultados.
Esto es así porque, en una contienda muy reñida, a la que se le toma el pulso paso a paso, se llega a un momento en que uno de los contendientes consolida una ventaja necesaria y suficiente para ganar.
Ocurre cuando los contenientes perciben que una candidatura alcanza una delantera decisiva. Hay un punto en que coinciden los análisis de las tendencias y los resultados de los sondeos más recientes.
¿Qué quiere decir esto? Que Sebastián Piñera sabe que Michelle Bachelet va a ganar.
No lo digo para tratar de convencer sobre las posibilidades de éxito de la candidata de la Concertación; tampoco porque deseo alentar a quienes, día a día, salen a la calle o simplemente conversan con sus conocidos sobre las bondades de su candidata. Lo digo simplemente porque es algo que se puede constatar, porque le da sentido al comportamiento que observamos entre quienes dirigen la campaña opositora.
En la recta final, se busca ganar la punta, la posición de liderazgo. Cuando esto se logra, se produce un círculo virtuoso: el abanderado (la abanderada en este caso) se “presidencializa”. Anticipa los gestos y la actitud del cargo que próximamente alcanzará. Anuncia lo que hará, es interrogada sobre sus posibilidades de lograrlo y concentra la atención pública cada vez que insinúa gestos pudieran delatar el rumbo que tomará cuando asuma.
En general, se trasmite la sensación colectiva de un mayor refinamiento en las acciones y una creciente preocupación por los detalles. Los ataques del adversario se sienten y se responden, pero no al modo de un encuentro de boxeo entre iguales, sino como quien recibe pedradas lanzadas a la cima de una colina.
En una palabra: el que va ganando se tranquiliza y mide muy bien sus acciones, porque sabe que lo que pase depende de lo que haga, no de lo que otros intenten hacerle.
Este comportamiento es el que se puede empezar a apreciar en Bachelet y su entorno. La diferencia con la situación anterior al punto de quiebre es muy significativa.
El que se desorienta es el que está perdiendo
El comportamiento que exhiben ambos contendientes cuando la disputa no está decidida, es distinto. Lo más característico de ver en esta etapa ya superada es la completa dedicación de cada cual a la disciplinada estrategia, concebida por cada cual, para lograr avances sobre terreno adversario.
Mientras no se tienen señales en contra, lo que se hace es dar el mejor esfuerzo sabiendo que es clave para ganar el persistir en la ruta tras la procura del objetivo.
Durante un tiempo, no hay manera de saber si se está teniendo éxito o no. Hay retrocesos y avances. Metidas de pata, embestidas que funcionan, autogoles, errores del adversario que son utilizados en su contra. Todo se combina, pero el resultado sigue siendo incierto.
Este fue el ambiente que primó en los primeros días, tras la primera vuelta. Pero ya no es el escenario que predomina hoy. ¿Por qué? Por una razón muy sencilla. Porque uno de los contendores empezó a actuar como quien constata que está perdiendo posiciones. Y ese es el caso de Piñera.
Supongamos que nos encontramos a cargo de una campaña que no está logrando los avances que necesita para ganar, ¿qué haríamos cualquiera de nosotros en este caso?
La respuesta cae de madura: introduciríamos cambios en la estrategia. Tendríamos que escoger una nueva apuesta que conquiste a la mayoría.
Las alternativas a disposición no son infinitas. Hay que escoger, básicamente, entre ponerse más agresivos (confiar en que la dureza del ataque desarme al adversario); ponerse más amistosos (tratar de superar al contrincante “en buena”, ofreciendo mejores propuestas, eliminando fronteras y abrazando a los que “atraviesan el puente”), o nos ponemos innovativos (intentamos convencer a los demás de que el juego en el que estábamos perdiendo es cosa del pasado, y que, en el que viene, nuestro líder es lo máximo).
Lo que no se puede hacer es dejar de escoger. Intentarlo todo a la vez puede producir un desastre.
Cuando se opta por lo agresivo, lo amistoso o lo innovativo se está tomando la decisión de implementar un ajuste fino, que fortalece gran parte del trabajo ya hecho y se enfoca mejor en lo que falta. Está claro que no fue esto lo que se hizo.
Intentarlo todo a la vez implica una coordinación y trabajo en equipo entre candidato, comando y partidos verdaderamente extraordinarios. Requiere altos niveles de confianza y lealtad recíprocas. Igual es riesgoso: Joaquín Lavín tuvo todo eso en 1999 e igual perdió.
Pero sobre todo requiere una gran consistencia personal y de equipo para salir adelante. Porque si los resultados inmediatos del cambio de estrategia no son buenos, entonces se perderá la poca seguridad que se conserva, cundirá el desaliento, se empezarán a entrechocar los principales voceros de la campaña y el enredo será mayúsculo. Eso fue lo que ocurrió.
El mayor enemigo de Piñera
El que está derrotando a Piñera, antes que nadie, es Piñera mismo. Dirige su propia campaña cuando debiera confiar en quienes lo rodean para apoyarlo; cambia de planes sin avisar; no atiende a la más mínima división del trabajo y acumula roles, con lo que asegura sorprender a su propia gente a cada rato; adopta su discurso según el auditorio cuando todos le han advertido que esto tiene un límite.
El contraste con Bachelet es evidente. ¿Cuál es el papel de ella en la campaña? Parece a primera vista absurdo decirlo, pero es la candidata. Punto. No pretende dirigir, administrar, vocear, ordenar, planificar, pautear, etc. Para cada una de estas funciones hay personas idóneas a cargo. Cada cual deja que el otro trabaje en lo suyo y esta coordinado por manos expertas. En otras palabras, Bachelet termina con un comando, en el que puede y quiere descansar, para dedicarse a lo suyo. Por eso no se altera, gana en seguridad y se la ve cada vez más como Presidenta. Cometió errores importantes cuando acumuló más de un rol y reaccionaba antes de tiempo y antes que otros. El cansancio acumulado no perdona a nadie. Aprendió la lección, de una vez y para siempre. Es la jefa de un equipo que se ha adaptado a su liderazgo. Claro que cometen errores, pero no por ello cambian el rumbo.
La campaña de Piñera no impuso los temas, no definió el estilo de liderazgo en juego, no marcó la pauta salvo en episodios aislados y por errores ajenos, no logró convencer que contaba con un apoyo amplio y superior al de la Concertación.
Sólo quedaba el convencimiento personal de Piñera de ser mejor aspirante a Presidente que Bachelet. Pero un convencimiento (o prejuicio) no se sostiene en el aire, debe ser probado para que sirva de algo. Para eso, la última y única oportunidad era el debate por televisión entre los dos. Se jugó todo a una carta (no queda otra). Había que apabullar. Pensado e implementado, fue esto lo que se anunció que ocurriría.
Ocurrió lo contrario de lo esperado. Bachelet estuvo mejor. Lo saben amigos y adversarios. Venció en su estilo y (lo más importante) su estilo se impuso. Había otra manera de ejercer el liderazgo y, de verdad, era más convocante.
Ya no queda un sólo refugio a la esperanza de la derecha. De ahora en adelante la inercia continua pero no la pugna real. Fiel a su espíritu, la derecha se repliega: no está acostumbrada a pelear hasta el final sino hasta que resulte rentable. La Concertación se aboca a ganar distancia para asegurar gobernabilidad. Para ella importa mucho terminar bien la campaña para empezar bien el Gobierno. A partir de ahora, quienes apoyan a Bachelet no están compitiendo principalmente con Piñera, sino por asegurar cuatro buenos años de gestión.
2 Comments:
Coincido bastante con Maldonado en su evaluacion de las consecuencias del debate. Algunos partidarios de Bachelet, sensibles al temor de su desempeño en esa coyuntura, se declararon "aliviados", "Piñera no le pudo pasar su aplanadora intelectual y verborreica", me dijeron. Uf!!, pasamos
Sin embargo, Bachelet efectivamente asumio su rol de presidencial mas que probable. Creo que su triunfo nunca ha estado en discusion. Es casi un tema aritmetico y de estabilidad de las grandes tendencias del Chile de los ultimos 20 años. Para mi, el problema verdadero es definir una formula que permita el equilibrio interno de la Concertacion y que se refleje estructuralmente en un sistema de gobierno mas maduro, cercano al semipresidencialismo y al parlamentarismo, que permite esta flexibilidad y adpatabilidad. Si no, el gobierno Bachelet puede ser complejo y dificil
Victor:
Una visión de conjunto de la situación planteada para esta segunda vuelta es la que he visto de excelente forma en tu artículo. Ahora bien, más allá de los argumentos por ti planteados, estimo que es relevante fijarse en los tema que ha recogido el piñerismo como caballo de batalla, y que efectivamente son puntos débiles al menos en la expresión pública de la propuesta concertacionista. Sólo a modo de ejemplo el tema de la descentralización pega fuerte, ya sabemos que Piñera terminará su campaña de hecho en Valparaiso y nuestra candidata....en Santiago. Son símbolos, pero atentos a eso.
http://carlosmunozparra.blogspot.com
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