viernes, octubre 28, 2005

La nave al garete: la esperanza de la derecha es la izquierda

La nave al garete: la esperanza de la derecha es la izquierda

Ahora que la competencia es más estrecha, hay que preguntarse si la Concertación debe seguir pidiéndole más a la candidata o entregarle más de lo que le ha dado. Es el momento de no perder el norte.

Víctor Maldonado

Si se pudiera adelantar desde ya cuál es el candidato que ha errado en su apuesta estratégica de campaña sin duda que se tiene que pensar en Joaquín Lavín.

Como ésta es la competencia presidencial en la que menos misterios se han guardado, Sebastián Piñera ha identificado con precisión lo central del error gremialista: avocarse a consolidar el voto de los convencidos (voto duro) en vez de intentar conquistar indecisos.

A lo anterior habría que agregar que se trata de una candidatura que se aferra casi con desesperación a un tema único (la delincuencia) y que ha engrillado su destino a la atención ciudadana que consiga sobre la forma cómo lo aborda.

Teóricamente estas decisiones parecen correctas. Es el tipo de cosas que un asesor comunicacional puede proponer respaldándose en los manuales. Sólo que es muy difícil que la realidad se comporte del modo recetado por los expertos.
Entre dos candidatos empatados y sin posibilidades de vencer a la favorita pero que compiten por el segundo lugar, tiene más posibilidades de conseguir su objetivo no el que se protege sino el que se expande, aunque sea por la actitud optimista, que se termina por contagiar a quienes están alrededor.

Tampoco es muy difícil elegir entre uno que pierde y se va y otro que pierde y se queda. En el segundo caso, se puede pensar que el voto no es del todo inútil. Al menos hay futuro al que apostar. Eso hace toda la diferencia.

Por otra parte, se puede pensar que la seguridad ciudadana nunca pasará de moda. De hecho, los titulares de crónica roja nos acompañan en los quioscos desde que aprendemos a leer. Forma parte de lo que consumimos todos los días.

Pero una cosa es el permanente interés por los asaltos y los asaltantes y otra bien distinta es prestarle atención a un candidato que habla de los asaltos y los asaltantes. Casi es seguro que después de algunas semanas, éste último pase de concitar interés a concitar hastío. Justo antes de que se llegue a votar para mal de males. Si esto llega a suceder, el camino seguido por Lavín lo llevará a un desastre. Y si se trata de mantener la atención del público, hay que reconocer que el candidato gremialista no está de lo más atrayente que digamos.
Piñera se queda en la derecha

Por eso, en la derecha, se ha instalado una competencia centrada en quién comete menos errores, más que en quien consigue mayores aciertos.

Piñera tiene comparativamente menor rechazo, pero no consigue más adhesiones. Sus posibilidades de conseguir apoyo desde el electorado de la Concertación se están diluyendo, porque no ha conseguido ningún espacio para hacer creer que es un legítimo heredero del triunfo del No en el plebiscito.

Sigue cortejando al electorado DC, pero con todo este partido en una sola línea no tiene posibilidades de resultar verosímil. De hecho, la Falange le recuerda a los electores no escuchar los cantos de sirena del empresario.

La estrategia del candidato RN pone todavía más en evidencia que, al postular a La Moneda, lo que hay que preguntarse no es únicamente por las actuaciones individuales, sino por el conjunto de personas que acompañan al postulante y con las cuales hará Gobierno.

Alguien que vota por el No en el plebiscito de 1988 y que lleva al Gobierno a todos los que votaron por el Sí no es la idea de un heredero legítimo de una gesta ciudadana.

En realidad, el empresario pudo hacerlo mejor. Ante la estrategia un tanto desesperada de Lavín, el comando presidencial de RN reaccionó con un cierto grado de desconcierto.

Por un tiempo demasiado largo dejó que el debate en la derecha se mono-tematizara, y con ello perdió su ventaja comparativa más importante. Mientras se mantuvo en este marasmo, perdió impulso y fuerza.

Da la impresión de que Piñera es mejor como expectativa de candidato que como candidato mismo. Cuando está por partir, todos esperan un torbellino de iniciativas y propuestas. Esperan riesgo y entusiasmo. No lo hace mal, pero tampoco logra cambiar decisiones tomadas.

Por último habrá que convenir en que dar como principal razón para que lo escojan como Presidente, el que se ha preparado toda su vida para serlo, no es una razón particularmente conmovedora para dueñas de casa, pensionados o para los sectores populares. Es conmovedoramente auto-referido, pero no basta.

Bachelet está en campaña, los demás ¿dónde?

No deja de ser interesante que la pregunta clave de esta elección presidencial, no sea quién gana, si no cuándo gana Michelle Bachelet.

La duda, a estas alturas, está en si su apoyo se encuentra más abajo o más arriba del 50% de los votos en la primera vuelta.

La derecha no avanza, más bien se trasvasija apoyo de un candidato a otro, sin conseguir, como conjunto, mayores adhesiones. Pero no es desde allí desde donde surge el verdadero entusiasmo.

Al mirar hacia la mayoría política quedan al menos dos cosas claras que requieren combinarse muy bien. Va a ganar la Concertación por que lo ha hecho bien y ha tenido éxito; y va a ganar Bachelet porque se quiere un cambio que acerque la vida pública a los ciudadanos. Hay reconocimiento de lo hecho y necesidad de entrar a otra etapa.

Ambas cosas son ciertas. Las dos son compatibles. La combinación de realismo con capacidad de afrontar nuevos desafíos es lo característico de las mejores experiencias políticas chilenas. Es, si se quiere, dar vigencia a su mejor tradición cívica.

Se puede decir que Bachelet es el producto de sus méritos y del éxito de los gobiernos de la Concertación y, en especial, del prestigio alcanzado por Lagos, que ha eliminado temores.

No es que se quisiera innovar porque lo hecho estuviera mal. Más bien es porque, como país, podíamos y necesitábamos acercar la vida cotidiana a la política y eso lo encarnaba mejor una mujer, y esta mujer en particular.

Ahora que la competencia se hace más estrecha, lo que hay que preguntarse es si la Concertación debe seguir pidiéndole más a su candidata, o si debe entregarle más a la candidata de lo que le ha dado.

Combinar campaña presidencial y parlamentaria no es nada fácil. Los partidos se centran en la segunda y desde ella aportan a la presidencial. Pero es indudable que ha llegado el momento de dejar de ver el triunfo como una fatalidad, para convertirse en una tarea que compromete.

La candidata lo hace bien, el comando está ordenado, se cuenta con programa, la publicidad es hermosa. Pero el contagio de alegría en una campaña ciudadana, la da la movilización de los ciudadanos y es esa la etapa que requiere emprenderse ahora.

La oferta del reconocimiento


Vivir para ver. Llego el día en que la derecha se ha alegrado profundamente del aumento en las encuestas del apoyo al candidato de la izquierda extraparlamentaria. Claro, es una alegría a la usanza de los lugareños: poco corazón y muchos intereses involucrados.

Lo que esperan es que la votación de Hirsch los catapulte a la segunda vuelta. Lo consideran un tipo de voto útil. Para la Concertación es el momento de no perder el norte.

El adversario sigue a la derecha. Sumados, sus candidatos no han conseguido un voto más en los últimos meses. Sus méritos no le dan para crecer. No están despertando nada nuevo. Están dependiendo de otros. Son parte de los movidos, no de los que mueven.

Hacia la izquierda, la Concertación tiene mucho que hacer. Ante todo, puede hacer una oferta de reconocimiento político. Es un sector que hace falta y que demanda un espacio público que encuentra institucionalmente cerrado. No es sólo que convenga, si no que es justo.

Al momento, la esperanza de la derecha es la izquierda. Pero el revés nunca ha sido cierto. Los socios no son los que ponen los candidatos, si no los que pueden ayudar a abrirlos.