Conectarse con la gente, desconectarse de la derecha
Conectarse con la gente, desconectarse de la derecha
La campaña gremialista se está volviendo monotemática. Lo que la mantiene vigente son las respuestas. “No me callarán”, dice Lavín, tal como si alguien estuviera intentándolo siquiera.
Crónica de un triunfo anunciado
¿Qué vimos en el debate presidencial? A una Presidenta antes de asumir; a dos aspirantes que se perfilan asegurar el liderazgo de la futura oposición; y a un representante de la izquierda que pugna por constituir un actor que hace falta.
Cada cual ha adoptado ya la posición desde la cual enfrentará la política a partir del próximo año. Tan nítido es para todos lo que está aconteciendo y tan ausentes se encuentran los intentos de variar el curso de acción que se dirige a puerto con fuerza irresistible. Así que se puede asegurar que lo que está cambiando no es la intención de voto sino la seguridad con que se opta al votar.
El debate no generó una sola duda y eliminó varias. Michelle Bachelet llegó a él con un programa de Gobierno internalizado, que es lo mismo que decir que a la coyuntura se presentó con una idea clara sobre lo sustantivo.
Tenemos una opción presidencial que sabe lo que quiere, explica cómo procederá y sabe cuánto cuesta lo que quiere. Es una voluntad política con el foco puesto en unos objetivos conocidos.
En la derecha, este episodio la confirma en lo acertado que resulta ser su preocupación preferente por la elección parlamentaria. Sólo que tampoco en este ámbito las noticias son alentadoras, en particular para la UDI. Conviene mirar esto con atención.
La derecha súbitamente ha despertado. Semidormida en la espera de su nada misteriosa derrota presidencial, la vemos abandonar las sábanas apenas tomó conciencia de que esta derrota se puede extender al nivel parlamentario, algo que de verdad la afecta.
Se debe decir, en contra de la oposición, que hay que hacerlo particularmente mal, sacar patente de ineptitud contumaz, para que con el tremendo subsidio que reciben del sistema binominal puedan perder su casi asegurado empate parlamentario. Pero, aunque parezca increíble, es lo que está ocurriendo, incluso con las reglas del juego a su favor.
Lo muestran las denostadas pero indispensables encuestas. Ante ellas la dirigencia opositora reacciona con una muestra representativa de su mal momento, es decir, con recriminaciones mutuas.
Pero, tras estas muestras tan poco decorosas de nerviosismo, se ha llegado al punto en el que los datos de la cruda realidad deben ser procesados de modo más responsable.
A la derecha nadie la defiende de sí misma
Lo que se ha develado es una realidad tan simple como impactante. Esto es, que el sistema binominal puede defender a la derecha de la Concertación, pero no defender a la derecha de sí misma.
Los partidos de derecha no saben convivir, sólo han aprendido a someterse el uno al otro. A veces predomina uno y se preocupa con indudable refinamiento de que el otro sienta que es así.
Pero la víctima de hoy pasa a ser el victimario de mañana, cuando la “tortilla se vuelve”. Nuevamente ocurre lo mismo, pero con los papeles cambiados.
Como resultado de esa conducta, tan perturbada como persistente, lo más frecuente es ver en los partidos de la oposición que sus representantes se han llegado a detestar mutuamente con frecuencia asombrosa.
Tarde o temprano el agua iba a romper el cántaro, y eso es lo que está pasando ahora ante nuestros ojos.
Así, por ejemplo, en RN tienen claro que para que salga senador Jovino Novoa ellos tienen que trabajar como posesos, desgastarse, endeudarse sin ir más lejos, sólo para perder, pero dándole el aliento adicional que él requiere para salir.
En RN buscan en su interior una sola razón valedera para sacrificarse por alguien que les repele, que de ganar no los trataría con cariño ni mucho menos y… no encuentran ningún motivo para comportarse como masoquistas. No, no más.
Ocurre lo mismo en otros casos. Si uno quisiera encontrar a los RN que incluyen a Bombal en sus oraciones diarias (suponiendo que rezan), probablemente bastaría holgadamente con un ascensor. Es que haber barrido con su presidente en una pasada senatorial por Santiago no es la forma de hacer amigos.
¿Parece un razonamiento muy casero?, ¿seguro?
Sólo le pido que se imagine a usted mismo teniendo que renunciar a un triunfo parlamentario muy probable, sonriendo para colmo, y con los victimarios a sus espaldas viendo como se baja. ¿Cómo se siente?, ¿qué haría cuando esos mismos le pidieran ayuda?
Bien puede que su respuesta sea humana. Demasiado humana, tal vez. Pero convengamos en que, si bien no se justifica, a lo menos se entiende. Llega un momento en que el sistema binominal no es vivible para los socios políticos, y ese momento es ahora para la oposición.
La campaña parásita
Queda un punto de interés para las pocas semanas que restan hasta las elecciones. Los candidatos presidenciales de la derecha se encuentran tan abocados a seguir su libreto que, aún hablando de temas de interés ciudadano, no están logrando modificar la decisión de voto del electorado.
Disputan el mismo espacio en un círculo vicioso, pero sin adentrarse en territorio ajeno. En esta especie de encierro (inexplicable si la competencia fuera estrecha o si tuviera alguna esperanza), prematuro y revelador, queda sellado el resultado de la campaña.
De allí que sea importante definir cómo es que se deben contestar los ataques y las declaraciones agresivas que van jalonando cada nuevo paso del comando gremialista. ¿Hay que contestar? ¿En qué tono corresponde hacerlo?
Ante todo, lo que parece importar no es tanto lo que pretenda el comando de derecha, ni el grado de virulencia que emplee en ellos. Lo que interesa es evaluar cómo la mayoría de los ciudadanos que apoya a Bachelet se decepciona de estas acciones de campaña.
Si, por amplia mayoría, lo que ocurre es que los ataques son vistos como la actuación recargada de candidatos en roles poco convincentes, entonces, bien poco importa enfrascarse en una sucesión de réplicas y contrarréplicas.
Lo que aparece aconsejable es lo contrario. Desconectar la campaña de Bachelet de la de Lavín.
La campaña gremialista se está volviendo monotemática y repetitiva. Lo que la mantiene vigente son las respuestas en contrario. “No me callarán”, dice Lavín, tal como si alguien estuviera intentándolo siquiera.
Es la tendencia lo que importa, no los períodos de recuperación parcial. La campaña de Lavín estuvo, por unos días, “bien dentro de su gravedad”. Tuvo un respiro, pero no tiene remedio. Subsiste por los errores ajenos, ¿para qué cometerlos?
Librada a su propio esfuerzo, esta línea de acción no llega a diciembre si no muy maltrecha. Se agota antes. En realidad, es una campaña parásita. Vive de la crítica a los demás, mostrándose, sin pruebas, como la solución a los males que denuncia.
Cuando alguien se prepara para asumir la Presidencia entonces habla del abanico de temas de interés nacional, se reúne con los actores que son determinantes para implementar los programas de Gobierno, abre la agenda de temas, conforma equipos de trabajo.
En otras palabras, se centra en asumir el poder, primero en lo simbólico, luego ante la opinión pública, y, finalmente, de modo efectivo.
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