viernes, septiembre 16, 2005

Todos íbamos a ser electos

Todos íbamos a ser electos

La oposición sabe que pierde y tiene un libreto listo para el desenlace de este capítulo. ¿Ocurre lo mismo con la Concertación después del triunfo? Por eso, el desafío, más que electoral, es político.



Inscritos y en competencia

Los que nos dejaron el sistema binominal como herencia (dichosos ellos que pudieron escoger), lo hicieron porque les daba plenas garantías de que no tendrían sorpresas. Sabían que podían ser, cómodamente, una minoría en el país y, sin embargo, optar a tener la mitad del Parlamento.

Está visto que a la derecha le gusta la competencia, pero nunca tanto. En política son partidarios de las barreras proteccionistas… cuando son ellos los protegidos.

Como sea, son las reglas que operan. Lo sorprendente es que, aún recibiendo tanta ventaja previa a que alguien siquiera llegue a las urnas, de todas formas la Concertación logra obtener más parlamentarios que la oposición.

Esta vez ocurrirá lo mismo. El conglomerado de Gobierno volverá a tener mayoría en la Cámara de Diputados, y, quizás, logrará la hazaña de doblar en alguna circunscripción senatorial.

Pero siendo el sistema binominal un cerrojo que impide que las mayorías se expresen de manera más realista en el Parlamento, el éxito político en una campaña se tiene que medir de varias formas: en el apoyo ciudadano, en la disciplina de los partidos, en las competencias reguladas y en la rápida reconstitución de lazos apenas el proceso termina.

Aquí encontramos uno de los efectos más evidentemente perniciosos que tienen las reglas del juego vigentes sobre los partidos. Y es que ellos viven las negociaciones previas a la nominación de los candidatos de un modo particularmente intenso. Es una verdadera conmoción interna, en la que no hay organización partidaria que no deba lamentar que algunas de sus mejores figuras no sobrevivan a la negociación. Por eso, se puede salir conforme, pero nunca contento de una negociación política.

Cuando este proceso interno ha sido largo, es evidente que se ha pasado por todas las variaciones de ánimo imaginables; se ha estado a punto de conseguir acuerdos que se derribaron casi en la meta por falta de apoyos; que hubo quien dijo y luego se desdijo, etc. Los que participan en las reiteradas, maratónicas y tensas sesiones de negociación terminan exhaustos, propensos a reaccionar a la primera provocación y prometiéndose (sabiendo que no es cierto) que esta es la última vez que participan de un proceso tan atroz.

El único problema es que la negociación parlamentaria es vivida tan intensamente por algunos, como desconocida y falta de interés les resulta a la gran mayoría de los ciudadanos. Para ellos, la historia recién comienza (si es que no, bien avanzada la campaña) cuando los nombres de los candidatos son dados a conocer.

Puede que sea un poco violento decirlo así, pero es obvio que estos procesos a puertas cerradas, propios de iniciados en los misterios de la política partidaria, les importan a bien pocos. Son cosas del pasado, por recientes que sean, y no hay que quedarse detenidos en los lamentos, recriminaciones, pasadas de cuenta y ocupaciones afines.

Elector: los que van a competir te saludan

Ahora lo que importa es competir y ganar. Mantener las coaliciones unidas en plena campaña. Hay que consignar que, en el caso de los partidos de la Concertación, los partidos quisieron y no pudieron llegar a acuerdo por sí mismos. Tuvieron que recurrir a la mediación de la candidata presidencial, a sabiendas de que lo mejor era evitar verse en la necesidad de hacerlo.

No hay que dejar pasar, tampoco, un dato igualmente significativo: Michelle Bachelet resolvió el tema en forma expedita, sin agobio y sin dudas, explicitando los criterios de bien común utilizados para dirimir. Tema tratado, resuelto y superado.

Esto marca una cierta tendencia que se puede ir profundizando en la campaña. Y es que vamos a pasar de la crítica fácil a responder por nuestros actos. Cada cual según el papel que le toca cumplir.

En realidad, ahora existe un procedimiento expedito, público y conocido para medir el cumplimiento de cada cual.

Los candidatos presidenciales están cumpliendo con su papel según si consiguen consolidar su apoyo (si van ganando) o si lo amplían (si están en una posición subordinada). Para ello, deben convencer y tomar decisiones adecuadas en los momentos oportunos.

Los partidos están respondiendo a lo que se espera de ellos, en la medida en que movilizan apoyo, mantienen su disciplina interna y consiguen dar respaldo a la candidatura presidencial, confluyendo con sus socios en este trabajo común. Esto último aún cuando se esté compitiendo con los aliados a nivel parlamentario.

Pues bien, el modo cómo se ha dado y concluido la negociación parlamentaria en la Concertación nos da una idea de cómo será la dinámica política del período.

Creo que vamos a transitar desde una inicial preocupación de los partidos por el desempeño de la candidata y su comando a una preocupación de la candidata y su círculo cercano por el desempeño de los partidos.

La razón es sencilla: no hay candidato que este exento de despertar dudas iniciales en su base de apoyo política. Todavía más si su liderazgo no se genera por una definición partidaria, sino por el respaldo ciudadano.

Puede que los candidatos se hayan inscrito hace pocos días, pero lo cierto es que llevan una temporada larga en esa condición. Hasta este momento, Bachelet no lleva un sólo error grave cometido. Quien crea que eso puede ser obra de la casualidad es muy ingenuo o no tiene la menor intención de ser ecuánime.

La oposición ha optado por dedicar lo que queda de la campaña, ahora sí, a atacar a la candidata de la Concertación poniendo en duda su calidad de líder. Demasiado tarde como para que esta crítica le haga merma. Su posición se ha ido afianzando en base a decisiones y tomas de posición, no de silencios.

No van por ahí las dificultades. En cambio, no se puede afirmar que los partidos hayan seguido una ruta de fortalecimiento similar. Fallaron en lo que les es más propio y privativo al momento de negociar. Pueden fallar al momento de enfrentar la competencia, regulando mal las zonas de conflicto más candente por la competencia en los distritos. De allí se pueden derivar no pocos problemas en campaña, que serán difíciles de erradicar en el transcurso del gobierno siguiente. Todo ello, conste, sin mayor presión desde la derecha.

Por eso no hay que confiarse, sólo porque la campaña presidencial marcha muy bien. No es lo único a lo que hay que prestar atención y de donde puede provenir el peligro.

Un triunfo demasiado seguro

Marta Lagos, al presentar la última Encuesta MORI, que entrega un amplio respaldo ciudadano a Bachelet (45%), comentó que “no sé si a esta altura vale hacer campañas”. No está demás planteárselo, puesto que ocho de cada diez encuestados dijeron tener decidido ya por quién votaría en diciembre.

Pero tal vez la pregunta de fondo no es si vale la pena hacer campaña, si no, más bien, si vale la pena hacer política. Y esto porque la posibilidad de un triunfo “seguro” no exime si no que acrecienta la responsabilidad de responder a un respaldo ciudadano, que no puede ser decepcionado.

Cuando el resultado es una incógnita, los actores políticos esperan el desenlace para, posteriormente, adaptarse. No es este el caso actual. Cuando no hay misterio previo, los actores se adaptan antes que los resultados tan esperados, se produzcan.

Por esto, todo se adelanta. También los problemas. La oposición sabe que pierde y tiene un libreto listo para después del desenlace de este capítulo. ¿Ocurre lo mismo con la Concertación después del triunfo?

Los partidos de la derecha competirán, será duro, pero luego de ello empezarán a fortalecerse. No tienen más alternativa y lo saben. ¿Administrará de buena manera la Concertación su mejor resultado? Por eso, el desafío, más que electoral, es político.