El relevo para el breve reinado de la UDI
El relevo para el breve reinado de la UDI
La debilidad de los líderes de la UDI es la creciente consolidación del rechazo de los demás. En la campaña municipal detuvo su marcha ascendente. No ha podido llenar el espacio que ganó cuatro años antes.
Víctor Maldonado
La UDI llegó a ser el partido más votado en la elección parlamentaria de 2001 y apenas tres años después, en las municipales, había perdido este sitial por escaso margen ante la DC. ¿Por qué duró tan poco en la cúspide? No se trata de un simple traspié electoral. Algo había comenzado a fallar en un partido que, a semejanza e imitación de la Falange, esperaba liderar el escenario político por décadas.
Méritos no habían faltado. Una de sus características más significativas era una fuerte cohesión interna, ideada por su fundador, Jaime Guzmán, luego de estudiar los principales movimientos de la izquierda y el centro. También ostentaba una visión mesiánica de su destino político. Completaba el cuadro, una preocupación especial por la formación de sus miembros y una incipiente penetración poblacional en las ciudades.
Mientras los demás parecían debilitarse, el gremialismo iba en sentido contrario. Planificaba sus movimientos considerando períodos inusualmente amplios para las costumbres locales y el asesinato de su fundador le confirmó todavía más estar en el camino correcto. Tenía todas las características de un actor que había llegado para quedarse. El haberse convertido en la principal fuerza parecía únicamente el primer paso que, inevitablemente, lo llevaría a La Moneda.
¿Qué falló entonces?
Probablemente tenga que ver con un cultivo más desarrollado de sus defectos que sus virtudes. Un movimiento político puede conquistar un país, pero a condición de no intentar reducir al país en adherentes al movimiento. No en democracia. No por largo tiempo.
Si una nación se mueve en el sentido de valorar el pluralismo y la diversidad, entonces los partidos, para sostener su crecimiento, deben experimentar una apertura equivalente.
El país se movió, la UDI quedó donde mismo
Por fuertes y cohesionados que sean, no pueden contener a una comunidad cada vez más compleja, culta y pluralista. Necesita de otros, sumar voluntades y construir alianzas. No le basta con la fuerza y la determinación. Nadie puede imponerse sin convencer, sin aliados y sin tratarlos de modo que ellos se sientan necesarios y respetados. Atropellar no es lo mismo que ser fuerte.
¿Cuántos son los que quieren a la UDI como aliados? No los que se quedan sin alternativa y están obligados a presentarse junto con los gremialistas, sino a cuántos son los que desean tenerlos como compañía. La verdad pocos, porque cada vez que han podido han intentado subordinar o someter a quienes debían tratar como pares.
A medida que fueron creciendo han ido confirmando su orgullosa soledad política. Y ahí está el problema, porque llega el momento en que ya no se crece: se confluye… o se termina por retroceder. Esto no tiene nada de extraño, puesto que nadie conserva lo que nunca cuida.
La debilidad de los principales líderes de la UDI, que les está pasando la cuenta sin misericordia, no es que le falte la casi incondicional adhesión de los cercanos, sino la creciente consolidación del rechazo de los demás. En efecto, es usual que las mediciones muestren un consenso mayoritario respecto de Lavín, Longueira y Novoa… pero no para apoyarlos, sino para repudiarlos. La situación del gremialismo se ve comprometida.
Los primeros síntomas de decadencia estaban presentes desde hace un tiempo. La UDI había pasado por un momento decisivo en el que mostró sus falencias. En la campaña municipal detuvo su marcha ascendente. Lo decisivo no fue una baja de la votación, sino la demostración práctica de que no había podido llenar el espacio que había logrado ganar sólo cuatro años antes. No pudo dar un buen gobierno en localidades claves. Los que fueron derrotados no lograron poner un sello distintivo a su gestión. Mediocridades sin estilo. Para hacerlo bien tenían que convivir con otros y eso nadie se los había enseñado. Cometían iguales o peores errores que los que habían criticado.
La mística colectiva vive de la consecuencia. De mostrar la diferencia y la calidad de lo propio respecto de los demás. No ocurrió algo que diera sustento a la mística original y ésta se fue desgastando. Los cientos y miles de jóvenes que abarrotarían las municipalidades para servir a los pobres, no llegaron; los problemas no desaparecieron, ni siquiera quedaron mejor tratados.
Una encuesta que llega demasiado tarde
Da la impresión de que la encuesta CEP simplemente llegó demasiado tarde. Eso sucede cuando la realidad se va volviendo demasiado evidente o predecible. ¿Qué importa una diferencia remontable a favor de uno u otro candidato de derecha, si ambos han hecho una apuesta previa sin retorno?
El futuro de los partidos de derecha no está en lo que suceda con el competidor, sino lo que cada cual sea capaz de resistir.
Ambos tienen debilidades, pero saben que el otro flaquea tanto o más por otros motivos y, sobre todo, ninguno puede darse el lujo de abandonar el campo sin que su caída arrastre a un número inusitado de personas. Lo que mantiene las candidaturas no es la esperanza de ganar, sino el miedo a perder ante el aliado. Pero el susto se percibe y trasmite más rápido que las propuestas electorales de un mañana mejor que no tiene piso político en el cual sustentarse.
Puede que los candidatos de derecha estén trabados en conseguir que alguno de ellos pase a segunda vuelta. Pero lo cierto es que, en conjunto, están logrando que no valga la pena que exista la segunda vuelta: no tiene ni emoción ni duda posible.
A la oposición le será imposible convencer a una mayoría que, por arte de magia, tras la derrota de uno de ellos, se habrán convertido en una comunidad fraterna, a la que le encanta trabajar junta para dar gobernabilidad al país. Nada de lo que está haciendo y hará en los próximos meses haría creíble semejante voltereta.
La oposición está dando la más clara de las señales de que está empleando el evento electoral como larga y desgastante primaria que le permitirá en las presidenciales siguientes competir como es debido. Es ahora cuando deciden cuál partido cumple el papel de eje y quién tendrá un candidato con posibilidades de triunfo.
¿Por qué la derecha ha llegado a esta situación? Muy simple. Ha empezado el paulatino relevo de la UDI como partido líder. Esta será una de las herencias más perdurables de esta competencia electoral.
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