viernes, julio 01, 2005

La probidad y el efecto saturación

La probidad y el efecto saturación


Cuando el primero en responder es el nivel superior se agotan los recursos en la reacción inicial. Sólo cuando se es fuerte se puede sacar algo bueno para el país de los peores ataques, ¿por qué no hacerlo una vez más?


Víctor Maldonado


En los próximos días será raro que los diarios no asombren con una nueva acusación de falta de probidad dirigida contra el Gobierno. La “denuncia del día” no tiene porqué ser igual de impactante. Mal que mal, uno tiene sus días creativos y otros más rutinarios. Pero hay que destacar el empeño.

Se intenta producir la saturación del público. Uno tiene que escoger entre dos juicios: todos estábamos equivocados respecto del país en el que creíamos vivir (nadie es confiable y aún menos las autoridades, puesto que son corruptas, en diverso grado) o todos sabemos que estamos en campaña electoral y alguien corrió la valla de las armas políticas permitidas.

Lo que puede orientarnos para saber qué actitud adoptar es percatarnos de que nadie parece dedicarse a resolver denuncias, mientras abundan quienes parecen querer acumularlas. Cuando el denunciante debería estar ocupado probando que su acusación tiene fundamentos, pone cara de desolación, abrumado por tener que informar de otro “hecho” escandaloso. A los pocos días no se puede saber si habla de la denuncia dos, tres o cuatro (¿cuántas van?). Desea que se empiece a hablar del “clima generalizado” de corrupción del que el Gobierno no puede defendernos porque es responsable de tamaño desaguisado.

Las formas de responder

Estos ataques siempre provocan al comienzo parte del efecto deseado. La gente no está acostumbrada a ser cuestionada en su honra de una manera tan brutal.

Se entiende que la primera reacción no sea la mejor por el impulso irrefrenable al desmentido. Pero no se puede enfrentar un esfuerzo sistemático con la pura espontaneidad.

La forma de enfrentarlo es someter la denuncia al conducto regular. Dejar que conteste el afectado, de manera que la vocería quede circunscrita al caso en particular.

Si el conflicto gana en intensidad, la autoridad superior puede, a su debido tiempo, tomar cartas con datos consolidados y la separación lograda entre hechos e imputaciones.

Pero cuando el primero en responder es el nivel superior se agotan los recursos en la reacción inicial. Se corre el riesgo que el conflicto y sus efectos queden radicados donde los atacantes esperaban: en la cúspide.

Sin embargo, inevitablemente se impone el ordenamiento, en parte por lo reiterado del ataque, en parte porque la reacción política termina por primar sobre la reacción emocional.

En la contra-respuesta no hay que perder de vista algo que los que atacan no se plantearon: el efecto acumulado de la guerrilla de imputaciones cruzadas. No se puede llegar a justificar cualquier cosa simplemente porque se ha entrado en período de campaña. La democracia debe ser defendida, sin tomarse vacaciones o aceptar paréntesis.

Es frecuente caer en distorsiones mientras más incorporado se esté en el mundo público o partidario. Es fácil suponer que una comisión de la Cámara concentre el interés; es difícil pensar que ocurra otro tanto con la atención ciudadana. Comisiones han existido muchas, si tratamos de recordarnos cuántas y sus resultados la mayor parte de nosotros se quedará con la mente en blanco.

Ni defenderse ni atacar: reformar

En esta oportunidad se cuenta con una comisión integrada y presidida por personas de reconocida calidad, pero no quita que el debate parlamentario no se preste para una amplia discusión. Importa la opinión ciudadana sobre los temas de fondo: la transparencia y la ética pública.

Estamos advertidos de cuál será la línea de un sector radicalizado de la oposición. Es el comienzo, no el punto culminante. Se busca desgastar y corroer, sin diferenciar mucho entre Gobierno y sistema de convivencia.

Pero el centro del mundo no está en la oposición ni en lo que en ella se teje o desteje. En el oficialismo, tras tantos ataques, las opiniones sobre qué hacer parecen dividirse entre quienes ponen acento en la defensa y quienes quieren devolver la mano. Ninguna es correcta: sigue dejando a la oposición como el elemento más importante.

Cierto que el ataque es envenenado, las denuncias han venido atadas a la suposición de la peor intención, no se busca solucionar lo que se denuncia. Pero lo relevante es lo que ocurre con el país.

Hay que ver si de tanto mal no se puede sacar algo bueno. Tenemos un festival de denuncias: se puede partir del supuesto que en algo pueden estar identificándose errores, procedimientos mal definidos, vacíos legales, prácticas visadas por la costumbre. ¿Por qué no reformarlas, si tenemos la oportunidad y la atención para hacerlo?

La defensa cerrada de cuanto se hace no es prudente. Cuando ambos bandos se atacan uno al otro, cual si fuera un conflicto entre el error y la verdad, lo más probable es que nadie tenga la razón. El que gana es el primero que se flexibiliza para encontrar el camino de la cordura.

De una parte de la oposición no partirá un gesto de estas características puesto que la estrategia que asume la lleva a polarizar y agredir. Si se le contesta, sus promotores serán felices, puesto que es lo que buscan. Pero no a todos les puede gustar el aglutinamiento en los extremos. Las posturas más sensatas en la oposición están pasando a un segundo o tercer plano y esto no puede ser bien visto por los afectados.

No importa únicamente lo que los opositores piensan, sino lo que se medita en la propia casa. No hay quien no defienda lo que se ha hecho, pero tal vez muchos quieran que más de algo se evite hacer en el futuro.

Este Gobierno cuenta con un inusual apoyo ciudadano. Lo es más si se piensa que está en su período de término. Sólo cuando se es fuerte se puede sacar algo bueno para el país de los peores ataques, ¿por qué no hacerlo una vez más?