viernes, octubre 14, 2005

Entre islas y programas

Entre islas y programas

La campaña presidencial de la UDI es el llamado a una cruzada sin ilusiones ni esperanza. Pero con un objetivo claro: saben que no le pueden ganar a Bachelet, pero le quieren ganar a Piñera.



Un poco más a la derecha es “muy” a la derecha

Mientras la campaña de la derecha se centra en los temas de coyuntura, y, en el caso de Joaquín Lavín, se desconecta de las propuestas más elaboradas de sus centros de estudio (puesto que mantener la profundidad de los planteamientos programáticos, le importa cada vez menos); en el caso de la Concertación el tema que centra la atención es la propuesta programática de gobierno.

Es la diferencia entre prepararse para ganar y prepararse para perder. Los ejemplos polares son los de Lavín y Michelle Bachelet.

Él, porque es el único ejemplo de un candidato presidencial que se ha ido empequeñeciendo en el transcurso de la campaña. Ella porque es un caso de transformación gradual desde candidata a gobernante. Claro que esto último se expresa del modo cómo en Chile se acostumbra a reconocer las buenas trayectorias: no tanto diciéndolo abiertamente, como silenciando las críticas que, hace no tanto, eran pan de cada día.

A Lavín lo que le está fallando es la fórmula básica de su postulación, que estrenó con tanto éxito hace unos años, y que hoy parece definitivamente agotada. No es que no sepa a quién convencer, no es que antes hubiera fracasado, es que ahora no convence, y es eso lo que lo lleva a marcar las tintas más allá de lo prudente y más acá de lo efectivo.

La campaña de Lavín debió preguntarse desde dónde se le estaban yendo los votantes hacia Piñera. Porque es cierto que la candidatura gremialista se ha estado debilitando, lenta e inexorablemente.

Por supuesto que tenía que reaccionar, pero el asunto estaba en decidir si ello se logra mejor desde una posición aún más polarizada o volviendo a competir por las posiciones centristas.

De presidenciable a prescindible

Ocurre que Lavín está bien evaluado como alguien que puede ocuparse de la seguridad y controlar el delito. Siendo así, lo lógico es defender este punto. De lo que no había necesidad era de moverse todavía más hacia la derecha. Porque el que tiene como máxima aspiración retener su voto duro, inevitablemente consigue menos que eso.

En el tiempo que queda, detener la caída (si es todavía posible) tiene más que ver con la consistencia entre lo que se hace y lo que ya se había dicho, que con giros marcados y rotundos. No obstante, los dirigentes de la UDI no están intentando ser muy creativos que digamos. Les gusta la idea de agregarle agresividad a la campaña y, por ahora, están contentos con los resultados.

Sin embargo, un Lavín agresivo no pasa la prueba de la credibilidad. No serlo corresponde a su identidad pública, ya sea para bien o para mal. Y perder esto puede terminar siendo contraproducente, tal vez no en las primeras semanas, pero sí antes de la elección.

¿Cuál es el mayor problema con que se puede encontrar un intento de estas características?

Muy sencillo, que se lo llegue a identificar como un fraude. Es decir, que se identifique lo que hace como el juego de alguien que ha dejado de pensar en La Moneda. Alguien que busca impedir el ascenso de otro, y poco más. Alguien que una vez fue un presidenciable (es decir, una figura de la que no se podía prescindir cuando se pensaba el futuro), y que ahora es una barrera de contención (es decir, alguien que ya no tendrá un papel propio, luego de diciembre). Si esto se llegara a ser una obviedad, Lavín estaría en serias dificultades.

Lo que corre a su favor es que el tiempo que queda es corto. Y espera que sus propuestas, de “tipo isla”, no se agoten incluso antes de los escasos cincuenta y tantos días que quedan por delante. Pero lo importante no es si recuperó o no dos puntos en las encuestas. El punto está en saber cuánto tiempo los podrá retener de vuelta.

Un libreto en busca de protagonistas

Las cosas se miran bien distinto del lado de la Concertación. Candidata y comando se han afiatado. El abanico de temas de campaña que se cubre es amplio. Se monitorean los focos de conflicto parlamentario para que la competencia no se coma la convivencia interna. La mayor movilización es… programática. Cada cual quiere aportar, hacerse presente y participar.

Tanto es así que a veces este fuerte dinamismo asemeja una guerra de influencias. Al menos, no faltan las propuestas de todo tipo que son dadas a conocer con mucha publicidad y que están dirigidas a la candidata. Ella agradece y aclara que su función es, precisamente, “determinar la propuesta política” y que ellas deben tener una validación “política, técnica y financiera”.

En esto queda demostrado que hay una buena y una mala manera de influir en la concreción de la propuesta del futuro Gobierno.

La mala manera de influir en el programa es fijando una línea paralela a lo establecido por la candidata y su comando. Porque cuando se actúa así, lo que se hace es mucho más presionar en la representación de posiciones que aportar a una construcción común.

De modo que se puede ver que hay un rango dentro del cual las propuestas son asimilables. Fuera de este rango conocido, lo que se busca es perfilar una propuesta política, que parece destinada a la campaña, pero que, en realidad, va dirigida a concertar apoyos.

La buena manera es darse por notificado de que las directrices básicas de lo que se hará en el próximo gobierno ya han sido establecidas por Bachelet. Las prioridades, los énfasis, el estilo que debe impregnarla, todo ha sido explicitado y repetido con insistencia.

Por lo mismo, no se puede actuar como si nada hubiera pasado, y como si se necesitara imperiosamente que “alguien” diga hacia dónde hay que dirigirse, tal como si estuviéramos todos desconcertados y sin conducción. No es así.

Pocas cosas pueden ser más importantes para un Gobierno que se inicia que saber dónde está sus prioridades. En este caso, se sabe desde temprano que el acento se pone en la infancia (lo que explica la importancia dada a la calidad de la educación), y en la tercera edad (y de allí la reforma que se propone al sistema previsional).

Del mismo modo, se tiene la certeza de que la próxima administración estará marcada por la incorporación de la mujer a las oportunidades del país en igualdad de condiciones; y que ello se unirá a la ampliación del empleo (lo que también tienen un claro alcance para los jóvenes).

Cerrando los énfasis, se tiene a la descentralización, con un desarrollo local y regional potenciados (áreas en las cuales Bachelet tiene mayores compromisos explícitos que en ninguna otra).

En síntesis, la campaña presidencial de la UDI es el llamado a una cruzada sin ilusiones ni esperanza. Pero con un objetivo claro: saben que no le pueden ganar a Bachelet, pero le quieren ganar a Piñera.

Como para esto último no necesitan prepararse para ser Gobierno, cada vez se exigen menos y cada vez se polarizan más. Quieren decir lo que sus electores más duros quieren escuchar, así se caiga el mundo. Todo para mantener los escasos puntos que hoy los separan del candidato de RN.

La campaña de Bachelet se está expandiendo. Es un centro de optimismo. El objetivo es ganar para un proyecto que se sabe posible. Como hay tanto que hacer es como un libreto en busca de protagonistas que son muchos y variados. El centro de atención está en el país, no en lo que suceda en la derecha.
Cada campaña marcha a su destino, tomando direcciones opuestas. ¿Cómo extrañarse de los resultados que obtendrán en diciembre?