viernes, diciembre 02, 2005

Por qué ganan los que ganan

Por qué ganan los que ganan

La Concertación se acerca a uno de sus mejores resultados parlamentarios. Por mérito propio y por suicidio ajeno. Pero eso se verá en su momento. Ahora importa lo que esté ocurriendo en la conciencia de cada cual.

Víctor Maldonado


Sobre lealtades y compromisos

Llega un momento en que lo que importa no es puramente el resultado. Ya no es un asunto de cálculos, de lo que nos conviene o de lo que nos deja de convenir.

Se trata de saber dónde estamos nosotros. Dónde queremos estar y con quiénes. Es un asunto de lealtades básicas y adhesiones vitales. Hay tiempo para el análisis y tiempo para el compromiso. Allí nos encontramos, en el paso entre uno y otro.

Ocurre que nadie puede decidir por nosotros. Para peor los datos que se conocen -provenientes desde la derecha hasta la izquierda- coinciden en mostrarnos un escenario presidencial y parlamentario en el que las principales incógnitas están en el “margen de error” de las encuestas. Lo que es otra forma de decir que puede pasar cualquier cosa entre contendores cercanos, y por poco.

Michelle Bachelet puede tanto ganar como no hacerlo en la primera vuelta. Así que los datos no deciden por nosotros. Como siempre, estamos obligados a definirnos en conciencia.

Por eso cada candidatura nos hace una propuesta de cierre. El final de la campaña es bien importante para estos efectos. Y resulta que cada uno de nosotros debe definir qué es aquello que valora más al instante de votar. En particular es determinante qué terminen por decidir los indecisos. Se dirán que estos últimos son pocos, así y todo, son los que inclinan la balanza.

La propuesta de Bachelet es que los ciudadanos se definan evaluando la coherencia de los candidatos. Sebastián Piñera propone que resuelvan considerando, antes que nada, la capacidad personal. Joaquín Lavín desea que se tome en cuenta su intención de interpretar a los más desposeídos. Tomás Hirsch quiere que lo decisivo sea enfrentar a los beneficiarios del modelo.

Uno de ellos tendrá éxito en definir el motivo clave en la mente del elector.

También ocurre que hay momentos fuertes o de mejor desempeño de los candidatos. Piñera impactó al presentarse y vivió su momento de gloria al aparecer la encuesta CEP. Lavín estuvo mejor… antes de empezar la campaña, cuando corría solo. Hirsch estuvo muy bien en los debates televisados. Y Bachelet ha tenido dos momentos muy buenos: en la partida y en la llegada.

En la partida, porque no importando lo que los demás hicieran, el reconocimiento público de su carisma hizo que cualquier intento de afectarla fuera vano. En la llegada, porque es cuando la Concertación logra su momento de movilización más fuerte y entusiasta. Justo lo que no puede hacer Piñera; lo que ya no podía igualar Lavín; exactamente lo que hace la diferencia para ganar.

En una campaña lo que importa es la tendencia. El impulso hacia arriba o la fuerza de gravedad que pega al piso.

Mientras la definición fue un juego de personalidades y de apariciones mediales novedosas, el resultado estuvo oscilando en beneficio de uno u otro. Todos son fuertes cuando “aparecen”, ya sea en la campaña, los medios o las encuestas.

Cuando en la elección empieza a pesar lenta pero inexorablemente la capacidad de movilización organizada, en esa misma medida las dudas se despejan. Los que nunca han tenido esta capacidad temen este momento. Los que alguna vez la tuvieron, saben lo que han perdido. Y los que pueden llegar a movilizarse como conglomerado, saben lo difícil que resulta que todos se pongan de acuerdo y cooperen. Pero cuando cada cual está en su sitio y sincroniza sus movimientos, ¡hay que ver cómo impactan!

Y es lo que está ocurriendo. La Concertación no está ganando porque el resultado haya sido inevitable. Tampoco porque le resulte fácil. Menos porque no haya tenido tropiezos y bajas de apoyo. Va a ganar porque se siente remontando debido al esfuerzo conjunto de todos.

Está en una situación ideal en política: sabe que no gana sin su candidata, que tampoco gana por la pura candidata. Es eso lo que la galvaniza. Entiende perfectamente que si no afloja ni se deja distraer terminará por triunfar.


Triunfa quien gana y quien interpreta los resultados

Algunos podrán creer que esta elección se resuelve en las urnas el 11 de diciembre. Se gane o no a la primera, tampoco será así. Se termina con el triunfo de la interpretación de lo que ha ocurrido. Y con la ejecución del primer paso una vez se conozcan los resultados.

Perderán los que se queden mirando hacia atrás. Los que se queden pegados pensando en lo que pudo ser y no fue. Porque las posibilidades alternativas a lo que ha ocurrido son infinitas. Y del infinito no se regresa.

Perderán los que se dejen arrastrar a recriminaciones mutuas. En especial a los que se le hacen largas las horas para enrostrar errores ajenos. Perderán porque los que se preocupan de zarandear aliados, olvidarán que los adversarios existen, y que se reagruparán para volver a la carga.

Y perderán los que insistan en repetir desatinos. No se puede jugar a dos bandas en momentos cruciales. En una campaña presidencial, se está a cargo o no, se está dentro o fuera. Pero no se puede estar dentro y, al mismo tiempo, autoasignándose el papel de control y salvaguarda de ortodoxias partidarias.

Por ese camino se logra poner en duda la confianza mutua que puede crecer como nunca en la etapa donde prima el trabajo mancomunado.

Como muestra un botón, ya superado. La dirección de la DC cometió un error, pero subsanado a tiempo. No se le puede pedir a todo militante que se aboque a lo que tiene que hacer, sin distraer esfuerzos, y al mismo tiempo lanzar un documento interno (de amplia difusión pública) para “animar el debate”. Porque es el peor momento para alentar las discusiones y acentuar las diferencias.

Hay que reconocer que la idea no era mala: iniciado el trabajo programático, era bien pertinente el que los militantes estuvieran en conocimiento de la opinión de su directiva sobre prioridades y acentos. Sólo que cuando se trabaja lento y entre pocos, puede suceder lo de ahora, es decir, que el documento de orientación llega después que el trabajo principal de las comisiones programáticas ya ha concluido.

Y cuando una orientación llega después de la batalla, sólo puede causar problemas. Y eso casi pasó. No es necesario que un episodio como este se vuelva a presentar. Además, la norma han sido los aciertos, no los tropiezos.

Volvamos a lo medular.


Muerte por propia mano

El nivel de problemas en la Concertación hace sonreír si se los compara con el de la derecha. Entre los dos paridos opositores tienen esa cálida relación de hermanos que caracterizaba a Caín y Abel (para ambos el otro es Caín).

Las relaciones en la derecha están plagadas de desconfianza y compromisos que se asumen, pero que no se piensan cumplir. Quizá si el más patético sea el acuerdo recientemente establecido entre las directivas de RN y la UDI para “salvar” la candidatura senatorial de Carlos Bombal, “revitalizando” su campaña en la VIII Región.

La historia es simple: por meses se han combatido y enfrentado, el compañero de lista del gremialista virtualmente se baja, afirmando que “estamos perdiendo por la brutalidad de la UDI”, lo que barre con la más mínima posibilidad de recuperarse. Se encuentra un revólver y 650 gramos de marihuana en el comando de campaña de la UDI. Y ahora, cuando quedan menos días de campaña que dedos de las manos, ¡van a “revitalizar” la campaña de Bombal! ¡Y después se quejan por la falta de credibilidad!

Tal vez este es un caso extremo pero no aislado. La Concertación se aproxima a uno de sus mejores resultados parlamentarios. Por mérito propio y por suicidio ajeno.

Pero eso se verá en su momento. Ahora lo que importa no es tanto el resultado, como lo que esté ocurriendo en la conciencia de cada cual. Y eso depende, como dijimos de las lealtades básicas y de las adhesiones vitales.