RN: la casa es chica y las aspiraciones grandes
RN: la casa es chica y las aspiraciones grandes
La derrota parece haber causado un efecto saludable en la oposición. En la derecha hay competencias, debates, conflictos, pero nadie de relevancia dispuesto a que los desencuentros pasen a predominar.
Víctor Maldonado
Instinto de poder y espacio vital
En Renovación Nacional, el tema del liderazgo continúa abierto. Si se pensara en lo más obvio, lo que debería estar ocurriendo es que fuera Sebastián Piñera quien señalara con quién puede trabajar mejor en el período que se avecina. Al fin y al cabo, fue el candidato presidencial del partido y hoy es su mejor carta para la próxima ocasión... y el tiempo es breve. Pero las cosas no se han dado así.
Se puede poner en duda que el liderazgo de Piñera en RN se base en la plena confianza. Tampoco es que exista una rebelión. Es otra cosa. Es el convencimiento de que el bien común no se verá representado en una decisión altruista y espontánea de parte de Piñera. La confianza en un líder que juega a la mayor integración posible de todos no está presente en RN, y se nota.
Por eso, en vez de asistir a un proceso en el que se fuera afinando la convergencia en torno a algunas personas, lo que ha sucedido es que, cada semana, están aparecen más nombres que son lanzados al ruedo, “a ver qué pasa”.
Pero la principal razón de este modo de proceder no se relaciona directamente con Piñera, sino con la dinámica interna de su partido.
A Renovación Nacional le ocurren dos cosas importantes y contradictorias. Por una parte, la última campaña despertó el “instinto de poder” (no ganó, pero “la vio pasar”), y, al mismo tiempo, en la práctica su representación en el Congreso se redujo en el nivel de los diputados. En otras palabras, los apetitos aumentaron y los puestos de figuración pública quedaron donde mismo.
Ante esto, lo único que queda es el partido. De allí que exista un amplio interés por quedar en la directiva y la explosión de interesados.
Aun cuando todos respeten el liderazgo de Piñera, éste no puede satisfacer las aspiraciones de tantos para ocupar puestos en la directiva. No estando en juego la opción presidencial, queda por definir la importancia política relativa de sus figuras relevantes, en especial la de aquellos que fueron derrotados en las parlamentarias, o de los que quedarán en la trastienda si no se muestran ahora.
En esta ocasión, más que diferencias políticas, existe un problema de “espacio vital” para los líderes. La casa es chica y la demanda por protagonismo grande.
La misión de las “caras nuevas”
Pero hay algo más. La verdad es que Renovación Nacional es un partido que ha ido ganando en complejidad durante el último año. En el período de campaña mantuvo una conducción interna efectiva, más allá del comando del candidato presidencial. Tiene una cierta vida propia y no respira por encargo.
De manera que no será fácil para nadie imponerse entre sus filas saltándose la necesidad de forjar acuerdos, tal cual son entendidos en este partido.
Lo cierto también es que no se dio un espontáneo consenso de quién debería encabezar RN. Más bien, el acuerdo partidario se circunscribe al convencimiento de que debe haber competencia para resolver por mayoría o por un muy amplio acuerdo.
Lo que parece estar fallando es la inveterada costumbre de la derecha de resolver todo en pequeños conciliábulos que -se supone- pueden imponerse más tarde al resto de la militancia sin que nadie sea capaz de rebelarse.
Tal vez, al final, se llegue a una solución similar a las que se han estado barajando durante estos días en pequeños grupos, pero el procedimiento de fondo, a la antigua, habrá pasado a mejor vida.
Los dos partidos de derecha saben que se encuentran a una distancia que tiende a disminuir. Cada cual entiende que tiene que hacerlo bien para mantenerse como actor relevante, pero que eso no basta. Tiene que hacer política mejor que el otro para afianzar su liderazgo, y dirimir esta disputa en las próximas elecciones populares.
Por lo mismo, ambos ponen sus ojos en la renovación dirigencial. Tanto porque tienen que mostrar rostros jóvenes, que puedan atraer a los nuevos electores, como porque se están convenciendo que hay una generación política que se está agotando a ojos vista y necesita dejar ese espacio, sea que le guste o no.
En complemento, otros dos factores trabajar en favor de un mayor cambio dirigencial. Por una parte, el inicio del nuevo Gobierno está trayendo un cambio de rostros que debe tener un equivalente en la derecha, a menos que quieran que se comparen las figuras de reemplazo de la Concertación con los “Jovinos Novoas” y los “Sergios Diez”. Si optaran por algo así, se estarían proyectando hacia atrás en el tiempo, justo cuando tienen que mostrar que pueden cumplir para conducir al país en un futuro cercano.
Por otra parte, los dos primeros años del Gobierno de Bachelet no coincidirán con elecciones, por lo que hay bastante tiempo para formar nuevos elementos antes de volver a la competencia álgida.
Como se sabe, un período largo de exposición pública, intentando mantener en primer plano la figura de presidenciable, puede ser muy desgastante. Nadie quiere ser un segundo Joaquín Lavín, por lo cual se considera más prudente y hábil ahora entrar y salir de la escena como protagonista, en el momento oportuno.
Los límites de la competencia
La necesidad de renovar la imagen está detectada, pero sobre el rumbo a adoptar no hay igual claridad. Para variar, lo que parece estar en cuestión es, además, un asunto de estilo.
Por supuesto, en cada caso las alternativas son básicamente dos: se aumenta la crítica y se prepara un mayor conflicto con los adversarios, o se apuesta a la colaboración y a una mejor capacidad de propuesta, sin abandonar la fiscalización.
De momento, el discurso que saca más aplausos de la galería es el más duro y crítico, pero no está todo resuelto.
En seguida, hay que llamar la atención sobre el hecho de que las discusiones en política no se dan sólo entre puras individualidades. También resulta que existen equipos internos que aspiran a constituirse en mayoría. Y eso también pesa y mucho, porque los que ahora tomen el control de un partido, lo pueden mantener por un tiempo prolongado; es decir, a nadie le puede dar lo mismo lo que ahora se está gestando.
Con esto, queda dicho que en RN no se está preparando un enfrentamiento entre la vieja guardia y la nueva, sino la pugna entre equipos combinados que pretenden liderarla durante largo tiempo. De no llegar a acuerdos que protejan sus intereses básicos, habrá competencia.
La derrota parece haber causado un efecto saludable en la oposición.
En la derecha hay competencias, debates, conflictos, pero nadie de relevancia dispuesto a que los desencuentros pasen a predominar en sus filas. Parece que la cultivada propensión a cometer los errores más gruesos se está agotando.
Así que lo nuevo en RN es que las pugnas internas han encontrado un límite. Hay un marco regulatorio que se quiere respetar. Al revés, lo nuevo de la UDI es que el marco regulatorio no está impidiendo la expresión de las pugnas internas.
A RN se la ve un poco más unitaria y a la UDI un poco más plural, aunque de momento “un poco más” no quiere decir que las conductas estén variando de un modo radical. Pero hay un cambio perceptible y que parece irse consolidando.
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