Gabinete y cambio de estilo
Gabinete y cambio de estilo
Víctor Maldonado
La nominación ha dejado algunas lecciones importantes para quienes tienen que tratar con la nueva Presidenta: ha escogido su gabinete y no se lo han escogido otros para que no se tome la molestia.
Una buena partida
Producida la nominación del gabinete, cabe hacerse una pregunta básica: ¿Michelle Bachelet es ahora más fuerte? En otras palabras, lo que importa es si en la primera decisión clave, su liderazgo ha salido reforzado.
Lo que los actores políticos están diciendo, cada cual en su lenguaje, es que sí consolidó su liderazgo. Las razones son, a lo menos, cuatro.
Primero, se puede afirmar que cada estilo tiene sus costos, pero el mayor de todos es no tener ningún estilo. Y, en este caso, se ha perfilado un modo personal de ejercer el liderazgo, algo que el régimen presidencialista chileno necesita como fuente indispensable de energía.
Segundo, lo inusual del control de las demandas partidarias. En una palabra, los partidos han quedado más sorprendidos que enojados. Pero está claro que hicieron propuestas (como corresponde) y Bachelet reordenó las prioridades y puso otras (también como corresponde).
Las quejas posteriores de las diferentes organizaciones partidarias, dado su tenor y procedencia, tienden a ratificar que se conformó la institución de “la presidencia” como equipo humano capaz de procesar, de forma autónoma, los puntos de vista partidarios. Cuando esto existe, se toman decisiones contemplando criterios de bien común, lo que es mucho más que una sumatoria depurada de intereses particulares.
Tercero, porque, en esta ocasión, no se vio una camarilla tomando decisiones corporativas, sino la confección de un equipo constituido y convocado por la propia Presidenta electa. Esto tendrá importantes repercusiones desde el inicio del futuro Gobierno.
El cuarto motivo debiera provocar un cierto rubor. Bachelet está cumpliendo lo que prometió que haría en la campaña: paridad, incorporación de caras nuevas, ejercicio personal de la conducción.
Es notable observar cómo el ambiente político concertacionista se mantuvo en vilo hasta el último minuto esperando saber la decisión presidencial.
A medida que se acercaba el plazo, dado por la misma Bachelet, el reconocimiento de dónde estaba el centro real en el que se estaban tomando las decisiones, no se podía hacer más evidente.
Mientras más se acercaba el anuncio de los nombramientos, se tiene que haber quebrado algún récord de llamadas telefónicas con nulo resultado. La pregunta más recurrente fue: “¿Te han llamado?”. Lo cierto es que cada nueva comunicación infructuosa aumentaba el suspenso que impregnó el ambiente y, al mismo tiempo, constituía un efectivo reconocimiento de que el poder de las decisiones ya se había concentrado.
Hay más de una forma de hacerlo bien
La constitución de gabinete es una buena noticia para el sistema político, aun considerando los costos que no pueden dejar de existir, sobre todo desde el punto de vista humano.
Todavía no tomamos plena conciencia de lo que significa estar saliendo de un Gobierno muy exitoso. Tal vez el más exitoso, social y políticamente, que le ha tocado conocer a los chilenos durante su existencia. Los resultados son buenos, se ha conseguido la continuidad política, el respaldo a Ricardo Lagos y a su gestión es mayor que la que tenía cuando asumió.
Todo parece estar terminando favorablemente para el Presidente y su administración. Es algo difícil de repetir. Es, además, el último Gobierno que ha podido contar con seis años para pasar desde un inicio dubitativo a un término casi con una euforia de reconocimiento ciudadano.
Resulta, pues, que quienes están hoy en tareas de Estado pueden mostrar muchos e importantes logros. Las proyecciones son igualmente buenas y se vislumbra a futuro prosperidad sin problemas insolubles.
Se entenderá, entonces, que para muchos protagonistas principales sea bien doloroso (quiérase o no, es vivido humanamente como “injusto”) que, ahora, en el mejor momento, es cuando toca salir de la escena. Lo obvio es que quienes más conozcan una tarea, y la hayan hecho bien, quieran continuar.
Sin embargo, no puede ser así y no debe ser así. Lo que es verdad caso a caso no es bueno ni efectivo para el sistema en su conjunto. La renovación dirigencial es una necesidad de la democracia. Quedarse en una función permite ganar experiencia y pericia, pero hacerlo por un tiempo demasiado prolongado hace que se pierda cierta sensibilidad frente a los cambios.
Si uno no se renueva, lo renuevan. Esto le puede ocurrir a las coaliciones y la única forma que se conoce de evitar un desgaste crónico es autorregulándose.
La Concertación puede aspirar a permanecer en el poder. Pero la Concertación no es sinónimo de una sola y misma capa de dirigentes. De otro modo, la única duda que existiría en cada nueva ocasión es dónde le toca a las mismas personas rotar entre sillas conocidas.
No hay coalición que resista eso. La posta en la conducción se impone como una necesidad. A la postre, y si las nominaciones han sido hechas de forma correcta, el bien común se ve mejor servido al impulsar el ascenso de gente calificada que tendrá que aprender para conducir con plena eficiencia, al solo hecho de garantizar el oficio desde el primer día pero, de ninguna manera, una nueva mirada.
Estilo personal, estilo de gestión
Una vez que se ha dado el primer paso, ya todos pueden tener una idea más precisa de cómo se continuará la conformación del Gobierno. Lo secundario sigue la suerte de lo principal. Por lo mismo, son pocos los que estiman que se cambiará el modo de proceder en la nominación de las autoridades públicas que restan por designar.
Claro que, a medida que se van conociendo nuevas nominaciones, va aumentando el número de personas que deciden e influyen. Pero la línea central ya ha sido adoptada.
Una de las mejores señales de Bachelet fue simultánea al momento de convocar a sus futuros ministros. En efecto, a cada uno y una lo esperaba una carpeta en la que se sintetizaba lo que se espera que se consiga en cada cartera durante su mandato.
De modo que si a cada cual le toca una parte de un diseño completo del que se dispone, lo que debiera seguir es que cada cual adquiera plena conciencia de formar un equipo solidario entre sí y cooperador en las tareas de implementación transversal.
Sinceramente, no se aprecia cómo un Gobierno va a impulsar la participación ciudadana sin practicar en casa lo que se pide a los demás que realicen.
Así que lo que viene se relaciona con transferir un estilo personal a uno de gestión desarrollado de modo conciente.
Está claro cómo y quién toma las decisiones clave, pero eso no quita que, una vez que se han delegado funciones, se pueda fomentar un trabajo colectivo, descentralizado, con énfasis en el trabajo en terreno y con los ciudadanos. También este aspecto requiere de preparativos e iniciativas con las que se inaugura un Gobierno.
De momento, se puede decir que la nominación del gabinete ha dejado algunas lecciones importantes para quienes tienen que tratar con la nueva Presidenta: ha escogido su gabinete -no se lo han escogido otros para que no se tome la molestia-; la mejor guía para saber lo que hará es precisamente lo que dijo que haría y que va cumpliendo paso a paso; el nuevo Gobierno aún no asume pero ya anuncia su propio estilo (que combina lo decidido y lo amigable). Bastante para tratarse de los primeros pasos.
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