viernes, enero 20, 2006

El arte de conformar Gobierno

POLÍTICO

El arte de conformar Gobierno

El Gobierno en gestación puede adquirir forma en torno a su liderazgo. Lo decisivo no es la velocidad con que aparecen los nombres. Lo que importa es lo bien que se emplea el tiempo para definir una impronta.

Víctor Maldonado


Lo peor del error es repetirlo

HA TERMINADO LA elección presidencial. Entramos en la etapa de la construcción de Gobierno. Al mismo tiempo, en la derecha se inicia un proceso de evaluación y reacomodo de posiciones que, por el momento, no logra la sinceridad necesaria como para ser de interés general. Es más fácil partir por esto último.

Por mucho que intentan ocultarlo, los dirigentes opositores han salido de la elección sin haber resuelto el tema del liderazgo. El que se mencione con tanta frecuencia la "intervención del Gobierno" como la causa de la derrota es bien demostrativo del compás de espera abierto en este sector, mientras no adquiera una conducción política efectiva que les permita reconocer errores, de los que son responsables y que puedan enmendar.

La derecha se sabe fuera del centro de la escena. No puede enfrentarse a un Gobierno en plena formación. Todavía predominan las conversaciones sobre la derrota que pasó más que sobre el papel que efectivamente le toca jugar ahora.
La oposición ya debiera haber aprendido que los prejuicios no fueron buenos guías de su conducta durante la campaña. No se ve por qué resultarán mejores orientadores en el inicio de este nuevo ciclo de cuatro años.

Los seguidores de Sebastián Piñera se convencieron de que enfrentaban una candidata débil, con lo que ordenaron su esfuerzo para ganarle bajo el supuesto de que podía ser apabullada, apocada, ninguneada y hasta insultada. Y así les fue como les fue.

Habla muy mal de la derecha que aún no se adapte a los hechos. La recuperación política parte por reconocer los errores. Al menos resulta ser algo más constructivo que seguir lamiéndose las heridas.

Otra cosa es que, además, los opositores han cometido una segunda equivocación y ésta fue volver a convencerse de algo que convirtieron en un dogma, pero que no estaba probado: que la Concertación era una coalición desgastada.

La derecha intentó convencerse de que enfrentaba una campaña sucia (la intervención gubernamental, tan mencionada). Pero la verdad es que poner el acento en este tipo de interpretaciones vuelve a marcar sus debilidades.
En efecto, en cualquiera de las alternativas queda mal parada. Si el gobierno tuvo actuaciones indebidas, ¿en qué está la oposición que no fiscaliza? ¿Por qué no realiza las denuncias responsables del caso? Si el Gobierno mostró claramente que Michelle Bachelet representaba su continuidad, ¿por qué preocuparse si se trataba de una administración desgastada y sin soluciones a los problemas nacionales? En fin, si la Concertación gana porque tiene el Gobierno, ¿por qué habría de ganar la derecha ahora o nunca? ¿Esa es forma de alentar a sus adherentes?

A ratos, la Concertación parece resumir todos los defectos y las debilidades. Después se la ve como todopoderosa y capaz de lo que sea por retener el poder. Nada de esto constituye un juicio ponderado. Es algo que ocurre cuando los dirigentes se unen al coro de lamentos, pero no encaran el futuro.

Las primeras señales

Comprensiblemente, todavía en la derecha se respira desánimo.
En cambio, entre los que ganaron todo es actividad. Estos pasos iniciales tienen gran importancia porque van delineando las características de la futura administración.

La señal de partida de Michelle Bachelet ha sido dejar en claro que nominará su gabinete con libertad e independencia. Y, en verdad, es un paso importante. Incluso, desde ya puede anticiparse lo que viene, según cómo se proceda ahora.
Si la elección de gabinete es muy rápida y se circunscribe a un equipo político reducido que queda, a su vez, con un mandato amplio de conformar Gobierno, la señal es mala, porque significaría que la nueva Presidenta se aprestaría a reinar más que a gobernar.

Además, un escenario de estas características se confundiría con un proceso de negociación entre partidos que, en poco tiempo, llenaría los más crudos trascendidos las próximas semanas.

Está claro que Bachelet retoma un propósito tempranamente expresado en la campaña, que se relaciona con imponer un nuevo estilo de hacer política.
Tal vez antes de lo conveniente, ya había adelantado su propósito de establecer la paridad entre hombres y mujeres en los puestos clave del Ejecutivo y su decisión de incorporar nuevos rostros al Gobierno.

Al principio, varios creyeron que era una declaración de intenciones que, posteriormente, habría de revisarse. Como se puede ver, no es esto lo que está sucediendo.

Claro que todo tiene su límite. Tomarse el tiempo para decidir no es dejar las principales decisiones para el final. Un estilo es algo que se debe contagiar, y para que esto suceda se requiere un afiatamiento básico de equipos que no se produce de un día para otro. De modo que no se trata únicamente de escoger entre nombres, más bien se necesita dotar de espíritu de cuerpo a un número no despreciable de personas. Ellas estarán desarrollando tareas vitales, por un lapso acotado, y necesitan sincronizar sus esfuerzos, compartiendo objetivos y estilos de trabajo.

Así que lo que define los tiempos no son las presiones que se reciben. Más bien lo que hay que tomar en cuenta son las necesidades de funcionamiento del Gobierno.

De quién y para qué es el gabinete

Una coalición puede relacionarse de múltiples formas con su Presidenta. Puede hacerlo priorizando los objetivos compartidos o quedarse en las meras transacciones de apoyo mutuo. Lo primero permite conformar un Gobierno, sabiendo que se pueden superar crisis y momentos difíciles. Lo segundo hace del esfuerzo de sostener una administración un asunto de conveniencias.
Por eso, a todos, incluso a los partidos, les conviene contar con una Presidenta que ejerza con amplitud su papel más que un mero administrador de intereses en competencia.

La conformación del Gobierno es un ejercicio de prudencia y sabiduría políticas. De una parte, la Mandataria tiene compromisos que cumplir con los ciudadanos y debe estar segura de que la acompañarán personas y equipos que saquen la tarea adelante. Esto no es posible sin el respaldo de la coalición, pero tampoco es posible por ese puro respaldo.

De otra parte, los partidos deben sentirse parte del Gobierno, no como observadores externos. Pero la autoridad y legitimidad de ejercer el mando fue entregada a una persona, no a una corporación. El arte consiste en confluir y colaborar, sin confundir los papeles.

Un hecho se vuelve relevante en esta coyuntura. Tal como están dándose las cosas, la Democracia Cristiana va a enfrentar este período abocándose en paralelo a una competencia interna para dirimir su liderazgo.

En estas condiciones, una vez más, quedarán en evidencia un par de obviedades: que los partidos suelen conseguir sus objetivos cuando se presentan unidos; y que ante una competencia polarizada suelen adquirir una mayor relevancia los que se mantienen en posiciones moderadas. Los grupos en pugna suelen anularse, no potenciarse.

En cualquier caso, a la DC le ocurre algo paralelo a lo que acontece con el Gobierno. Si cada cual se comporta como la pieza de un puzzle que no se quiere ensamblar con el resto, difícilmente se pueden lograr los propósitos comunes.
De igual manera, ambos tienen la posibilidad de actuar de buena forma. La DC -y los partidos de la Concertación- pueden ponerse al día potenciando al conjunto de sus liderazgos, y optando por asegurar su vigencia en un futuro más amplio que el de las conveniencias del momento.

El Gobierno en gestación, puede adquirir forma en torno a su liderazgo principal, considerando tanto el punto de partida como la meta.
Lo decisivo no es la velocidad con que van apareciendo los nombres de las autoridades. Lo que importa es lo bien que se emplea el tiempo para definir una impronta.