La ilusión de ser “casi” la mitad
La ilusión de ser “casi” la mitad
Lo que importa es qué quiere hacer la derecha con las posiciones que obtenga. La visión más limitada y miope es la que se preocupa de que no le resulten los planes al adversario.
Víctor Maldonado
Gestos que requieren respuesta
Inmediatamente después de terminada la campaña presidencial, los dirigentes opositores adelantaron que se aprontaban a desarrollar una oposición más dura. Pero esta predisposición ha demostrado que es insostenible ya en este período de cambio de Gobierno.
En realidad, en política se puede responder a hechos y acciones concretas, pero no se puede atacar sin ser agredido. No si se quiere mejorar de posición ante la opinión pública y demostrar capacidad de conducción. De allí que sean importantes las primeras señales dadas desde la Concertación, porque permiten que en la oposición se afiance una nueva actitud.
Tanta conciencia hay de que se debe cuidar la posibilidad de abrir negociaciones y establecer acuerdos con la oposición que, en los días previos, no ha quedado prácticamente ninguna autoridad del área política del Gobierno saliente, partiendo por el Presidente Ricardo Lagos, que no hiciera mención expresa al rol constructivo mostrado por la dirigencia de derecha durante la presente administración. En seguida, el ofrecimiento del próximo ministro del Interior, Andrés Zaldívar, de reunirse con RN y la UDI para discutir la agenda política y sobre el cambio del sistema binominal, ha sido muy bien recibido.
En verdad, son gestos de gran calidad el dar un pase a la nueva administración, permitiendo el tendido de puentes con los partidos de la oposición y que, al mismo tiempo, que el jefe del equipo político por asumir tome la iniciativa de abrir el diálogo desde el inicio.
Resulta necesario que la oposición realice un giro equivalente a la brevedad, dejando de oscilar entre preanuncios agresivos y señales de apertura.
Para la derecha ha llegado el momento de afrontar la cruel realidad. Apostó a ganar la elección presidencial, puso en ello su mejor esfuerzo y no lo logró. La mayor damnificada fue su representación parlamentaria. En la segunda vuelta, Sebastián Piñera obtuvo el 46,5% de los votos y los partidos de oposición obtuvieron sólo 38,7% en las parlamentarias.
Con todo, el vocero de la UDI presenta las aspiraciones de su sector, que consiste en presidir ambas cámaras, alternándose con la Concertación. ¿En qué afirma sus aspiraciones? En que, según él, respecto de la derecha “no hay que olvidar nunca que representa casi 50% de los chilenos”.
Curiosa manera de argüir. Del mismo modo, no habría que olvidar nunca que la oposición no ha ganado una elección… nunca (si contamos desde el regreso de la democracia).
Ahora, lo que corresponde es sumar lo que se tiene y no sacar un promedio entre lo que se aspiraba y lo que efectivamente se obtuvo. Los argumentos no dan lo que la representación no entrega.
¿Debe estar la oposición en las mesas de las cámaras?
No es por este lado, entonces, por el que se puede fundamentar mejor una posible incorporación a las mesas del Senado y de la Cámara de Diputados. Lo cierto es que en los dos grandes bloques compiten maneras diferentes de ver las cosas.
Por cierto desde la Concertación hay quien se pregunta por qué es que no se pueden ocupar todos los cargos si se ha ganado tan ampliamente en las urnas. “Si van a poner obstáculos, es mejor que lo hagan desde fuera”, y no desde la misma mesa que presiden las cámaras, se escucha a menudo.
Por otra parte, hay quienes consideran conveniente que se incorpore la oposición, precisamente para facilitar los acuerdos, sin partir con una exclusión drástica.
En paralelo, en la oposición, hay quienes plantean que “si lo quieren todo, que lo tomen, pero que se queden con toda la responsabilidad”. Para ellos, incorporarse es facilitarle las cosas a quienes gobiernan, porque los hace, en parte, responsables de lo que se aprueba. Y ya se ha visto, dicen, que procediendo así se termina con la Concertación conservando el poder.
Por su parte, otros, esperan gestos de apertura del Gobierno, para iniciar la vida normal parlamentaria, que está para construir acuerdos aceptables para todos, no para debatir sobre las intenciones de cada cual.
Pero, como queda patente para cualquiera que observa estas posiciones y maniobras, lo decisivo no está en saber si la oposición queda o no representada en las cámaras, ahora que la Concertación puede dejarlas expresamente fuera.
Lo que importa es qué quiere hacer la derecha con las posiciones que obtenga. La visión más limitada y miope es la que se preocupa de que no le resulten los planes al adversario, para lo que se está dispuesto a obstruir y a desgastar al Gobierno, junto con el sistema político. Los que plantean esta postura, proponen establecer una competencia por empeorar paulatinamente la convivencia política hasta que ya no sea posible que ha nadie le vaya bien.
La derecha tiene que entender que, si pierde elecciones, no es porque “rescate” a la Concertación cada vez que tiene problemas. No es que pierda porque se porta bien. Pierde porque no es consistente en los caminos que adopta. Dice que no va a competir entre sí y lo hace. Dice que le importa la gobernabilidad y luego se lamenta de haber procedido de esta forma. Dice que su problema es la Concertación cuando hace rato está claro que sus problemas se deben a su limitada organización, a su pésima convivencia entre partidos, a sus errores tácticos.
Cierto que la derecha ha podido ganar las últimas dos elecciones presidenciales. Más cierto es que no ha sabido hacerlo. La Concertación es el empedrado, pero el cojo es la derecha.
Decidir para qué se quiere estar en las testeras
Volvemos siempre a lo mismo. El tema de los cupos en las mesas parlamentarias es el tema número dos. El tema primordial es saber al servicio de qué conducta política se quieren ocupar esos cargos.
Si la derecha retoma una orientación constructiva de hacer oposición, es decir, si no busca antagonizar sólo porque parece convenirle o porque perjudica a los adversarios, entonces no sólo es deseable sino que es conveniente que se haga presente donde quiere estar.
Aunque se tenga la posibilidad de dejarla fuera por una simple expresión de mayorías, no parece prudente ni sensato reducir su espacio político de expresión al mínimo.
Pero, de momento, parece estar unida más con el propósito de presionar para hacerse notar que por expresar una línea política determinada y conocida.
En los círculos opositores se insiste en recordar, hasta con cierta amargura, que los gobiernos de la Concertación han podido aprobar sus iniciativas más de una vez, por el apoyo decisivo de la denostada oposición, y pese a la indisciplina oficialista. Por eso dudan en cómo actuar.
Pero, aun comprándose la argumentación completa, el pasado reciente no constituye una guía para el comportamiento opositor en el futuro cercano.
Decir que las leyes eran aprobadas por el apoyo opositor es una obviedad. Puesto que el Gobierno no tenía mayoría parlamentaria, (sin los quórum respectivos no hay proyectos aprobados), es obvio que todo lo que se despachó fue porque, al menos en parte, fueron apoyados por la derecha. La contra-cara de este mismo hecho es que los proyectos han terminado siendo del agrado o de la tolerancia básica de la derecha. Lo que no tenía esta característica fue cercenado, morigerado o se perdió en el proceso.
En seguida, y esto es lo más importante, la derecha debe decidir acerca de lo que está en sus manos. Ni más ni menos. La Concertación puede ejercer su mayoría parlamentaria con responsabilidad, o indisciplinarse y arrojarlo todo por la borda. Pero eso es algo que se decide en casa y no en la vereda del frente.
A la oposición no se le pide que adivine cómo es que terminará comportándose colectivamente el oficialismo. Lo que tiene que resolver es cómo moverá ella sus piezas en el tablero y con qué intención.
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