Al cumplir un mes de Gobierno...
Al cumplir un mes de Gobierno...
Para la agenda larga, el Gobierno no se basta a sí mismo. Requiere una excelente relación con parlamentarios y partidos de la Concertación, así como capacidad de entendimiento al menos con parte de la derecha.
Víctor Maldonado
En la instalación
¿Cómo ha ido el proceso de instalación del nuevo Gobierno? Para responder esta pregunta, lo más pertinente es compararlo no con la etapa final de la administración Lagos, sino con su inicio.
Pues bien, desde este punto de vista, se puede decir que la situación es similar en un sentido y es mejor en otro. Es similar respecto del ritmo con que las autoridades asumen sus puestos. Aun cuando se tenga la experiencia previa en la administración pública, nadie asume a plenitud sus nuevas funciones sin una aclimatación. El ajuste es triple: al puesto, al equipo ministerial y al estilo presidencial con el que hay que complementarse.
Quien parte por definir su rol -y determinar el de los demás- es el o la Presidenta. A partir de allí, los demás terminan por adaptarse a lo que se espera de ellos y ellas. Algo que es mucho más que definiciones teóricas y que tiene que ver, básicamente, con la práctica: los temas que se abordan, los estilos que se adoptan, el tipo de trabajo colectivo que marca una gestión, el modo cómo se enfrentan las vocerías públicas.
Todo ello se ejecuta y asimila en un tiempo mínimo de aprendizaje. Pues bien, al respecto, la administración Lagos y la actual de Bachelet, en igual momento de sus mandatos, se han encontrado en el mismo predicamento: terminando de completar su período de instalación y estableciendo una cierta identidad pública.
Desde luego, no hay una forma intrínsecamente mejor de gobernar que otra. Pero cada modo de liderazgo tiene que conseguir amoldarse bien con sus equipos de trabajo para obtener plena coherencia interna y potenciar su acción del mejor modo posible.
De manera que, cuando un Presidente despliega su estilo característico, lo obligatorio es que éste sea adoptado por muchos, se potencie por irradiación y -cómo no- sea complementado por sus colaboradores en aquellos aspectos en que sus virtudes estén menos desarrolladas y sean útiles para la gestión pública.
Ya que estamos comparando en líneas gruesas, se puede decir que, a igual tiempo transcurrido, igual estado del proceso de adaptación entre este Gobierno y su antecesor.
Con guitarra y sin derecha
Y, sin embargo, la situación es comparativamente mejor. En una parte importante, ello se debe a los elementos novedosos propios del ascenso de la primera mujer al poder. En parte, también influye el que se esté concentrando la atención en un acotado número de medios a lograr en un tiempo limitado de 100 días. Pero es sólo un aspecto.
Lo que ha resultado totalmente determinante ha sido la relación con otros actos relevantes del escenario político. Lo que está resultando completamente diferente es el comportamiento de la derecha en el momento de la partida.
Cuando asumió Ricardo Lagos, la derecha había sido derrotada en la elección por estrecho margen, pero se sentía vencedora. Es más, se veía a sí misma como inevitable sucesora de quien acababa de iniciar su mandato.
La oposición era bien evaluada, su candidato presidencial estaba en óptimas condiciones, incluso mejorando su aceptación ciudadana -después de la elección- y la inseguridad se había instalado en el bando oficialista respecto de su futuro.
Ahora la situación es bien distinta, tanto para la UDI como para RN. No sólo perdió la elección presidencial, sino que sintió que había sido derrotada en su apuesta de fondo. Un mes después está peor de ánimo, no constituye un auténtico frente común y no se ve a ningún líder que la rescate de la depresión que parece predominar en su microclima.
De modo que, en el hecho, la distancia política entre el oficialismo y la Alianza es el doble de lo que estamos acostumbrados. Incluso las propias encuestas encargadas por la oposición constatan que Bachelet concita un amplio respaldo, que su gestión es apoyada por una sólida mayoría y que sus políticas tienen acuerdo nacional.
Mientras eso sucede, la derecha obtiene una decepcionante evaluación pública de su desempeño, incluso entre quienes se identifican y han votado por la oposición. El momento es todavía más deprimente para los partidos opositores porque no se ve cuándo la situación mejorará. Al contrario, la derecha parece seguir profundizando una dinámica de desconcierto.
Lo que vino tras la elección presidencial no fue el aglutinamiento del sector tras una figura, sino la disputa por un liderazgo que se entiende vacante y abierto a concurso.
No son pocos los que parecen interesados en ser la próxima carta presidencial opositora, y los mismos preparativos para afirmarse en esa condición parecen primar por sobre cualquier intento de coordinación efectiva.
Levantando la mirada
Hace mucho que no se veía un Gobierno en plena posesión del escenario y una oposición dedicada a preparar a sus más importantes figuras detrás de bambalinas, mientras la presencia pública de sus personeros de reemplazo no hace otra cosa que marcar más la falta de contrapeso a la mayoría en el poder.
Quien haya tenido la paciencia de ver las polémicas políticas de las últimas semanas, notará que el oficialismo no encuentra verdadera resistencia a sus propuestas. Ni una sola replica contundente ha podido levantar vuelo. El debate sobre la mantención del IVA pasó sin pena ni gloria y eso que se prestaba para la polémica y los debates encendidos.
Por si fuera poco, una nota que acompaña siempre a un Gobierno que empieza es la crítica a la falta de conducción. En este caso, tal cosa no se ha escuchado ni por asomo.
De esta forma, por lo que se observa, el Gobierno está logrando el control de la agenda durante su período de instalación y bien puede cerrar los 100 días inaugurales centrado en sus propias metas. Todo lo que se puede esperar de la partida está saliendo mejor a lo esperado.
Por supuesto, se trata ahora que el punto de mira, a partir de la cuenta al país del 21 de mayo, no es orientar para un período corto, sino para todo el período de Gobierno.
Algo de esto ya se ha podido observar. En efecto, lo que caracteriza la dirección de Gobierno en los últimos días es el creciente ejercicio de levantar la vista para tratar los temas de más amplio alcance.
En la medida en que algunas materias han quedado encaminadas en el trabajo de comisiones, con plazos acotados y mandatos definidos, se ha abierto el abanico de aspectos que se necesita enfrentar y que no se acotan a los primeros 100 días. Si el Gobierno es corto, no tiene por qué serlo su mirada.
Ha pasado casi inadvertido que la posición de Chile se ha ido fortaleciendo en las semanas recientes; y es notorio que la línea larga se empieza a trazar. Bachelet ha privilegiado la relación con los países latinoamericanos, y en su última visita presenta a la transición chilena como “completa” pero “no perfecta”. Lo que resta son deudas que han quedado pendientes desde la recuperación de la democracia: la reforma del sistema binominal, el reconocimiento de los pueblos indígenas y una mayor descentralización del país. No lo habrá dicho porque sí.
Y aquí está el desafío político mayor. Para la agenda larga, el Gobierno no se basta a sí mismo. Requiere una excelente relación con los parlamentarios y los partidos de la Concertación, así como capacidad de entendimiento al menos con parte de la derecha. Por eso, mucho depende del giro de futuro que ahora se empiece a preparar.
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