viernes, marzo 31, 2006

Más allá de la instalación del Gobierno

Más allá de la instalación del Gobierno

La derecha se está ordenando por reacción. El esfuerzo que realiza es el mínimo y, sin embargo, los resultados pueden hasta ser positivos para el que se dedica a esta “especialidad”. Nada mal para un actor que está algo desconcertado, un tanto desorganizado y que viene de sufrir una fuerte frustración.

Víctor Maldonado


Los que se fueron hacia dentro

Sin duda, cuando un gobernante resulta electo, lo que ocurre de inmediato es que la oposición se eclipsa. Es como si desapareciera por un tiempo. No puede ser de otra forma porque toda la novedad se concentra en la figura de quien gana, y en cuanto la rodea.

Esto es lo que hemos vivido, hasta ahora. Cuanto se ha referido a la Presidenta concita amplio interés: las nominaciones de ministros, subsecretarios, intendentes y gobernadores crearon expectación, comentarios y evaluaciones. Eso, sin considerar que el momento más glamoroso fue la ceremonia de transmisión del mando, el discurso inaugural y las ceremonias con un amplio número de invitados internacionales.

Ante semejante avalancha, la derecha solo podía contemplar lo que pasaba, en un estado de ánimo que es fácilmente imaginable.

De modo que la oposición ha estado ausente. Lo que hay que recalcar es que su traslado a un segundo o tercer plano, no sólo se debe al copamiento de la agenda pública por parte del gobierno en instalación.

También se debe a que los derrotados en las elecciones presidenciales han entrado a una etapa de reajuste interno, que los ha tenido vueltos hacia dentro, desde enero en adelante.

La UDI y RN están inmersos en un proceso de renovación de su directiva, acompañado de una evaluación general y de su apresto para afrontar el porvenir. Este tránsito está caracterizado fuertemente por la ausencia de liderazgos capaces e indiscutidos, en condiciones de ponerse a la cabeza de estos dos partidos.

Por varios meses, la derecha se vio cohesionada por una competencia difícil pero posible por alcanzar el poder. Sin el imán de La Moneda, sin desafíos comunes inmediatos e impostergables, toda la tensión mantenido por largo tiempo se aflojó.

Por esto, hemos presenciado cómo un Gobierno se hace cargo del mando y, al mismo tiempo, cómo la oposición se vuelve hacia dentro.

Los que copan el escenario público

Pero hasta las situaciones difíciles tienen sus puntos a favor. Cuando hay un actor político (el Gobierno) que cubre toda la escena, entonces, al aumentar el espacio público que abarca, también aumentan los riesgos adosados a semejante situación.

No es que en la oposición exista un cerebro gris que maneje todos los hilos tras bambalinas. En realidad, se carece de un orden premeditado. Pero es precisamente la ausencia completa de sentido de unidad (ya no digamos como Alianza, si no ni siquiera como partidos) lo que permite presentar un frente común. ¿Cómo? Simplemente esperando.

En una situación normal (es decir más equiparada, menos “unipolar”), la presencia de la oposición ordenada y disciplinada, precisamente porque es el antagonista a enfrentar. Se tiene plena conciencia de los límites, y, a cada momento, hay quien ofrece el contrapunto respecto de lo que uno dice y hace. Obviamente, todos los sistemas de alerta disponibles se encuentran activados.

Pero ahora no es así. Es mucho más difícil estar alerta ante una ausencia.

Este no es un partido en el que se enfrentar dos equipos, es un match de exhibición. Por lo mismo, los espectadores pueden dedicarse a examinar con calma y criticidad minuciosa cada jugada y a cada jugador. Algo nada fácil de sostener en el tiempo para quienes están bajo doble lupa.

Para terminar de hacerlo difícil a los que dominan la escena, los adversarios no necesitan preocuparse de otra cosa que de coordinarse ante los tropiezos, las caídas o lo que se pueda presentar como tal. Es como si la ausencia de conducción opositora, se transformara en estrategia, y de la precariedad se llegara a algo semejante a una fortaleza.

En otras palabras: la derecha se está ordenando por reacción. El esfuerzo que realiza es el mínimo y, sin embargo, los resultados pueden hasta ser positivos para el que se dedica a esta “especialidad”. Nada mal para un actor que está algo desconcertado, un tanto desorganizado y que viene de sufrir una fuerte frustración.

Murió de tanto que lo aplaudieron

Pero nunca alguien está tan mal en política como para perder por completo un cierto grado de picardía o de maldad si se quiere (según donde uno se ubique). La derecha rara vez ha logrado presentarse como una unidad coherente y cohesionada, pero eso no significa que haya que comprarla por inepta.

De hecho, casi por instinto, sin tanto ponerse de acuerdo, ha optado una línea de conducta que podríamos denominar la “política de la saturación”.

De puro sencillo, el procedimiento es bien efectivo. Y es que a los opositores les ha ido pésimo cuando han enfrentado a la Concertación marcando unilateralmente la crítica. Tanto es así que en la UDI y RN es un requisito para postular a la dirección del partido asegurar una interlocución expedita con el Gobierno.

Varios han llegado a la conclusión que, si atacar les perjudica, a lo mejor aplaudir y mucho, los beneficia. Esto, porque otro método de desgastar a un actor político fuerte, desde una posición originalmente muy débil, es por exceso de apoyo.

En efecto, cuando a uno no se le ocurre nada mejor, se puede aplaudir las medidas más positivas y bien recibidas por la población, pidiendo siempre un poco o mucho más.

Si uno tiene el cutis con la tersura de la madera, puede incluso agregar cosas tales como: “esto lo teníamos incorporado en nuestro programa, y nos alegra que nos hayan hecho caso”.

En cualquier caso, la idea central, implementada en estos días (aunque insisto que no se debe a un genio articulador) es pedir siempre la ampliación de beneficios. Uno queda bien con todos, e incluso, puede dejar a los otros como unos mezquinos o poco ocurrentes que no han tenido la generosidad suficiente para dar más de lo que se puede.

Además, cuando el escenario político estaba más lleno de protagonistas, las cosas tenían una posición más natural y justa. Pero cuando el escenario está vacío, pequeñas caídas suenan con estrépito. En estricto rigor, no era para tanto, pero ¡por Dios que se hacen notar!

Si se examina el período de instalación se puede llegar a concluir que los errores de gobierno han sido ante todo verbales. Nada irreversible, ni que escape a un período de ajuste. Pero ante la ausencia de elementos dramáticos en juego, igual impactan.

Una cosa es instalarse y otra tomar plena posesión de un cargo. Este es, de verdad, un gobierno nuevo, en que las figuras emergentes no son una rareza sino quienes otorgan un sello característico a la administración entrante.

Con ello, lo que se gana es cercanía, pero lo que todavía no se tiene es experiencia en la función. Hay un período de ajuste entre la persona y sus nuevas responsabilidades. En el principio, casi siempre se habla no desde el cargo, sino desde la profesión, la convicción privada o la espontaneidad. Solo que ahora las palabras tienen la extraña virtud de crear de inmediato repercusiones amplificadas. Y a eso hay que acostumbrarse.

Solo se conoce una forma de sostener un éxito inaugural tan marcado. Primero, hay que gobernar siempre pensando en los días normales (que son los más y que llegan pronto), no únicamente en los excepcionales. Segundo, reconocer que el problema no estriba en cometer errores (¿quién no?) sino en coleccionarlos. Tercero, recordar que cuando se trabaja en equipo un Gobierno nunca pierde la iniciativa.

Si se logra lo anterior, se podrá sobrevivir a tanto aplauso excesivo.