viernes, julio 14, 2006

Tienen 48 horas para terminar con los ultimátum

Tienen 48 horas para terminar con los ultimátum

El emplazamiento perentorio es una herramienta política burda. Se puede usar cuando se tiene mucho poder y pocos miramientos (lo saben los dictadores y sus ayudantes), pero no cuando hay poco poder o se anda en su busca.


Víctor Maldonado


“Sin presión electoral”

En algún momento resultará irónico que se haya pensado en períodos presidenciales de cuatro años -y sin reelección por lo demás- con el fin de que se dispusiera de un par de años “sin presión electoral”.

En la práctica, lo que provoca la existencia de períodos tan acotados es que cada una de las facetas de la política contingente tienen una razón válida para estar en permanente funcionamiento.

Los partidos tenían antes períodos electorales (bastante frecuentes), pero ahora estarán siempre en una etapa de un proceso electoral.

La situación es nueva y, por lo tanto, estamos en un período de reacomodos. Cada actor siente que tiene aspectos a mejorar, tareas nuevas que emprender, errores por enmendar. La evaluación de la ciudadanía ha ido volviéndose más aguda e incisiva.

De allí que el dinamismo sea creciente. No puede ser casual que el Gobierno y todos los partidos estén desarrollando actividades en regiones. No hay organización que no se prepare para las municipales, aunque para un ciudadano común esto suene extemporáneo. Todos buscan fortalecer sus liderazgos y buscan otros nuevos para volverse más atractivos y vigentes. Buscan cerrar brechas donde tienen menos representación.

No parece el momento para cambios drásticos de estrategia. En el caso de la oposición y del Gobierno no se trata de alterar los objetivos explicitados. No es mejor la travesía porque se cambie la carta de navegación, sino porque uno sabe que se está acercando al puerto. Cada cual ya escogió su camino y ahora se trata de hacerlo lo mejor posible.

Las miradas de corto plazo no son buenas consejeras. La guerra de trinchera ha pasado a mostrar cierta tendencia a la rutina, de la que difícilmente hay escapatoria. Así, lo único seguro es que tras una decisión gubernamental polémica, la oposición responderá fijando un plazo perentorio para responderle, actitud tan enérgica como inconducente.

La pasión por el ultimátum

Da la impresión que las declaraciones de la oposición tienen en el membrete partidario respectivo la palabra ultimátum para ser llenado con la contingencia.

Pero nadie resiste esta situación sin llegar al absurdo. En política, las medidas de presión máxima son pocas, son reales y tienen consecuencias. No son palabras que degeneran con facilidad en bravuconería.

A este ritmo, la oposición está cerca del Guinness en dos rubros: la mayor cantidad de ultimátum en períodos cortos y el ultimátum más breve para ser respondido.

No es el camino correcto. Lo que la oposición necesita es presencia. Algo distinto a conformarse con aumentar el volumen en el que hablan sus personeros. Y tener presencia significa emplear la capacidad de criticar y la de llegar a acuerdos.

El emplazamiento perentorio es una herramienta política burda. Se puede usar cuando se tiene mucho poder y pocos miramientos (lo saben los dictadores y sus ayudantes), pero no cuando hay poco poder o se anda en su busca. De ella sólo se puede esperar una respuesta igual: si, no o, como dicen los boleros, “el látigo de la indiferencia”.

Nos acercamos a un punto de inflexión política. Ante un público altamente sensibilizado cada cual comenzará a ser visto no según sus méritos previos, sino según su desempeño presente.

Es frecuente que se diga que lo que más importa es establecer cartas de navegación o discursos cohesionadotes amplios. Es efectivo que siempre son un aporte. Pero es evidente que éste no es el tema básico en cuestión.

Las incertezas de hoy no se concentran en el discurso. Cada actor relevante, de Gobierno u oposición, sabe qué se espera de él o ella, hacia dónde se dirige y qué es lo que tiene que hacer para lograrlo. No es un misterio porque la información es pública y está a disposición de quien quiera conocerla.

Por supuesto, nadie puede estar preparado, de antemano, para el amplio abanico de eventualidades que se pueden presentar y que de hecho se presentan. Pero esto corre para todos, no juega a favor o contra nadie en particular y por esa razón las sorpresas en el camino no hacen la diferencia.

La clave es el comportamiento de equipo

El punto crítico está en la capacidad de cada cual de actuar en equipo y tener comportamientos colectivos. Aquí sí encontramos el elemento que terminará por hacer la diferencia.

La existencia de un liderazgo fuerte tiene siempre dos facetas. Por una parte existe un personaje que habla al país, que orienta dirigiéndose a los ciudadanos, que convoca a la realización de tareas; en definitiva, el que mueve visiblemente al resto.

Por la otra, no puede perfilarse con fuerza un liderazgo potente sin que a su alrededor predomine un comportamiento de equipo; los que están alrededor deben jugar un papel de complemento y apoyo que, precisamente, permite que alguien destaque.

Obtener un comportamiento colectivo de estas características es una tarea política formidable. Requiere una capacidad compartida de subordinarse a un objetivo común, una gran destreza y habilidad en la función propia, pero, al mismo tiempo, estar dispuesto a colaborar con otros. Sin embargo, no hay otra manera de llevar adelante prioridades, cubrir todas las funciones que son necesarias y asegurar una amplia capacidad de adaptarse a los cambios.

Es en este aspecto donde se encuentra el desafío político mayor para la Concertación y la derecha. Sus desempeños están por definirse y sus resultados son determinantes a la hora de definir apoyo y decidir triunfos.

De momento parece que la oposición lo tiene mucho menos avanzado que el oficialismo.

La derecha está logrando un mejor ordenamiento partidario, por la vía de acrecentar su rol de contradictor, empleando un tono más agresivo, de modo más recurrente.

Pero, por ahora, no avanza mucho más porque está uniformándose en el ataque y, en conjunto, opera para producir el desgaste de su contrincante.

Lo que no logra con lo hecho es destacar un liderazgo sólido, no entrega igual importancia a la generación de propuestas y todavía no logra enrielar las desavenencias internas. No otra cosa es lo que muestra el interés de Joaquín Lavín de conformar un nuevo referente en la oposición, y las dispares respuestas que ha recibido, desde la estudiada indiferencia hasta los intentos de acogida.

En el oficialismo se está en pleno proceso de ajuste. Se puede decir que el estilo Bachelet no es aún uno identificatorio de la gestión de Gobierno. La vinculación entre las grandes áreas en que se agrupan los ministerios y sus tareas prioritarias está en rodaje. El trabajo de contacto directo con la comunidad no tiene aún esa identidad reconocible que tiene lo consolidado.

Así que todos tienen tareas pendientes. El primero que despeje sus pendientes habrá obtenido una ventaja decisiva.