viernes, junio 23, 2006

Ni tanto ni tan poco

Ni tanto ni tan poco

Mientras la Concertación equilibra sus sensibilidades y puntos de vista, la derecha parece muy lejos de lograrlo. Mírese a la UDI, parece un partido desajustado al estilo que le dio identidad en su origen.


Víctor Maldonado

Más y no menos política

El tema del Gobierno no es enfrentar un prematuro desgaste, tal como quisieran instalar los medios de comunicación de derecha. Intentos aparte, la definición de la agenda sigue en las mismas manos. Los verdaderos focos de interés del Ejecutivo deben estar en mantener la iniciativa política, consolidar su respaldo político y asegurar la gobernabilidad.

Terminada la fase de instalación, se debe fortalecer la gestión y actuar en sintonía con sus propias prioridades. Como lo que viene es un trabajo de sintonía fina entre autoridades y tareas, el establecimiento preciso y, en rigor, cuál es la calidad de desempeño que se está teniendo son muy importante.

La política permite muchas cosas, menos el autoengaño. Por supuesto, no hay una gestión sin puntos débiles y fuertes. Además, cada quien tiene el pleno derecho de resaltar los elementos que estima conveniente.

Lo que importa es no reemplazar las constataciones objetivas por las preferencias personales o los prejuicios.

Hay que desconfiar de inmediato de quienes marcan en exceso los blancos o los negros absolutos, porque quienes ven a la nación en la antesala del colapso deben reconocer que desean que se produzca el fracaso que pronostican (y, con ello, nos hablan más de sus frustraciones que de otra cosa).

Los que ven a la República al borde de su refundación por un purificador surgimiento de lo ciudadano, identifican anhelos con realidades.

Enfrentamos una etapa de cambios, pero en un país de institucionalidad pesada. Desde la recuperación democrática, lo usual es realizar giros, pero no volteretas históricas.

Chile no es el país de lo inesperado porque, entre nosotros, la atracción por el orden parece congénita. No es por casualidad que los observadores externos se aburran con nosotros. Este es un país donde la mayor movilización estudiantil en décadas se produce dentro de los establecimientos educacionales, que se terminan luego de un discurso presidencial televisado, se procesa en comisiones, se pide disculpas por los apaleos y se cree un escándalo que desaparezcan computadores después de una toma.

En un país así, es muy difícil que se llegue a conocer el caos o el éxtasis colectivo, precisamente porque lo que consideramos un exceso no es ni tan dramático ni tan exuberante como nos gusta verbalizar.

Eso sí, la ventaja de quien está en el poder es que tiene un conocimiento más completo de lo que él (o ella, en este caso) intenta. Así que puede saber mejor que otros qué tanto está logrando y cuántos obstáculos está encontrando en la ruta.

A La Moneda por la ventana

Un dato puede ser de gran utilidad: la acción política democrática suele ser un sistema de vasos comunicantes, en que cuando baja la adhesión al Gobierno, sube el apoyo a la oposición.

De lo que sí estamos seguros es que la derecha no se ha movido para nada de su sitio. Tenemos la certeza de que no ocupa una posición expectante, que no orienta y no destaca.

En las encuestas dadas a conocer recientemente, sorprende que la oposición no exista. Nadie pregunta por ella, nada se sabe sobre la evaluación de sus acciones, no se dice una palabra sobre su mermada presencia en los últimos acontecimientos.

Esto implica que la Concertación no está siendo arrastrada por los opositores hacia ningún lugar, que tiene que concentrarse en hacer bien las tareas que ella misma se ha dado. Esto se expresa en tres formas: en delimitar la agenda anual; en mantener una mejor coordinación con el Congreso y los partidos (considerados de una mejor manera en sus propuestas, prioridades y necesidades); y en el adecuado manejo de conflictos.

Algunos creen describir de buena forma este momento como el fin de la “luna de miel” y el inicio del natural desgaste. Pero esto no parece del todo apropiado. Más preciso sería decir que el desgaste es una mala manera de ver las cosas, porque marca la idea de un movimiento inevitable en una dirección única, lo que es -obviamente- falso.

La mantención de la iniciativa obliga a terminar de dar forma a un estilo de Gobierno donde se equilibre el encauzamiento de la participación social con el procesamiento político de las demandas.

A mayor participación ciudadana debe haber más política, no menos. Se produjo un despertar ciudadano por los temas de interés público, pero las instituciones y los actores políticos no pueden quedar atrás.

La agenda de gestión del Estado no es sinónimo de la agenda política de la Concertación. En su reciente cónclave, el oficialismo parece haber encontrado la hebra que le permite hilvanar sus tres focos: Gobierno, partidos y bancadas. Es de esperar que persista en esta línea.

Se puede postular que la lectura del “decálogo” por parte de la Presidenta Bachelet ante las autoridades de Gobierno no tuvo la connotación negativa de un llamado de atención, tal como fue interpretado más frecuentemente. Ante todo, contiene una orientación para enfrentar proactivamente un cambio de escenario social. Por ello, más allá del momento preciso en el que fue realizado, es posible que contenga unas directrices para el mandato completo.

Pero no es esta la forma en que es posible relacionarse con las directivas partidarias y las bancadas parlamentarias. Al interior del Gobierno se puede instruir, en este caso se debe concordar.

Los Ministros no son de confianza de la oposición

Mientras la Concertación equilibra sus sensibilidades y puntos de vista, la derecha parece muy lejos de lograrlo.

Mírese a la UDI, parece un partido desajustado al estilo que le dio identidad en su origen. Un equipo muy reducido de dirigentes podía tomar antes todas las decisiones.

Ahora acontece que este mismo equipo acotado a más no poder no puede llegar a un acuerdo satisfactorio para todos.

Así, por ejemplo, el senador Juan Antonio Coloma quedó compelido a abandonar sus pretensiones de presidir el partido. Acató, pero no se conformó. Lo dijo después de la decisión final del gremialismo. Simplemente no lo puede evitar.

Si no hay ya un equipo monolítico y si el leninismo ya concluyó su corta visita a la derecha, acontece que la UDI ha empezado a ser algo distinto de lo que hemos conocido hasta ahora.

Poco importa que los gremialistas lo reconozcan o acepten. El molde original está fracturado y la trizadura se va ampliando día con día.

En RN pasa algo verdaderamente extraño. Todos parecen entender que con el cambio del binominal se abren grandes oportunidades para el partido. Todos menos su presidente, que parece entender más a la UDI que a su colectividad. En cualquier caso, no hay capacidad de avanzar cuando el cabeza de serie no identifica claramente los intereses básicos de su propia tienda política.

Aún no existe una explicación suficientemente buena por la larga ausencia opositora del escenario público. Ahora está tratando de ponerse al día, pero una cosa es cumplir las funciones que en cualquier democracia juegan quienes no están en el Gobierno y otra cosa es desubicarse.

Uno no sabe si enternecerse o exasperarse ante la demanda opositora de cambio de gabinete. Se entiende el juego. Sólo que hay que mantener un cierto sentido del decoro.

La derecha debiera recordar que, para poner y sacar ministros, se tiene que haber ganado una elección presidencial primero que nada. No es su caso y no debiera esforzarse en hacerlo patente a cada rato.