viernes, julio 28, 2006

En el momento del despegue

En el momento del despegue

La última encuesta CEP servirá como estímulo a la expresión de particularidades y diferencias, que pueden impactar en la relación con el Gobierno. Hay que tener presente ciertos datos que, sumados, gatillarán procesos.

Víctor Maldonado

Cuando se actúa en política con marcos demasiado estrechos, no es posible que los más enterados puedan, al mismo tiempo, desempeñarse con disciplina y sensatez. La derecha nunca se ha destacado por una visión internacional excesivamente amplia. Su historial al respecto es más bien pobre. Célebre fue su pleno convencimiento de que había que votar a favor de la guerra de Irak en el Consejo de Seguridad de la ONU. Pero en lo cotidiano, ante un problema vecinal, siempre se limita a pedir mano dura y no mostrar debilidad.

Ahora le tocó a Joaquín Lavín pagar las consecuencias de apoyar el diálogo con Bolivia en momentos en que las directivas de la UDI y RN se concentraban en rechazar ¡las cesiones de soberanía que pudieran estar involucradas! Tamaña simplificación, al momento de retomar las conversaciones, no habla bien de un sector político. Hay aquí una tensión permanente que aún no dirime ninguna autoridad fuerte: o la crítica se exacerba buscando desgastar al adversario o se busca competir en la presentación de orientaciones y políticas. Un punto de equilibrio no asoma por ninguna parte.

Por cierto, criticar y proponer no se excluyen, pero se trata de definir el carácter que se imprime a la acción opositora. Probablemente sean más los que piensan que es mejor mostrarse como alternativa sólida que como contrincante furibundo, pero hasta ahora no son los que marcan la línea. En la derecha no parecen disponer de una estrategia común, ni siquiera en un solo partido. Lo que de hecho se dan son líneas de acción manejadas en paralelo sin coordinación que las gradúe y sin sentido que las unifique. Esto termina por hacer poco creíble a la oposición.

Cuando hay encuestas, todos se centran en lo que ocurre con el Gobierno, pero la persistente mala evolución opositora y su ausencia de los debates unitarios no deja de ser relevante. El momento es malo para la derecha. Está en el nivel más bajo conocido en cuanto a la evaluación de su desempeño. Sus figuras públicas no destacan, salvo la obvia de Sebastián Piñera. No tiene discurso, ni siquiera guarda la apariencia de actuar como equipo. Lo cierto es que la oposición no avanza y, sin embargo, se muestra bastante activa en declaraciones, ataques y preparativos. Lo que explica un comportamiento tan persistente como infructífero, créase o no, es la atracción que ejerce en la derecha la Presidencia.

Lamentablemente, en un sistema como el nuestro, la elección no se adelanta, más bien nunca deja de estar presente. En la derecha, la distinción clave es la que se establece entre las candidaturas presidenciales que cuentan con apoyo partidario y las que -habiéndoseles negado ese espacio- buscan un camino imponiéndose a los partidos por un apoyo ciudadano que los desborda. De allí las señales de indisciplina de Lavín. Él fue notificado que la UDI busca líderes que lo reemplacen. Para él, seguir las directrices oficiales equivale a anularse. Claramente no está dispuesto a hacerlo.

Desde la misma derecha se puede estimar que los partidos saben dónde quieren ir, pero no cómo llegar. Las vocerías opositoras, tan dadas a ataques poco elaborados, no muestran signos de que sus directivas cuenten con estrategias que pequen por exceso de refinamiento. Los intereses partidarios no son lo mismo que los intereses de las candidaturas presidenciales. Es obvio que cuando se tiene una cierta experiencia en postular a La Moneda no se puede embarcar a alguien en maniobras altisonantes de dudoso destino.

Pero la fijación de la Alianza no es aislada. Es un efecto institucional a causa de mandatos cortos, sin reelección y por un momento de redefinición general de posiciones. También la Concertación puede entrar en un período complejo. Cuando la derecha parece desaparecer, el oficialismo suele darse gustos peligrosos.

La última encuesta CEP servirá como estímulo a la expresión de particularidades y diferencias, que pueden impactar en la relación con el Gobierno. Hay que tener presente ciertos datos que, sumados, gatillarán procesos. Entre esos elementos están los siguientes: la baja pareja y sistemática de adhesión de los ciudadanos a partidos y coaliciones. La derecha está en su peor momento en su evaluación pública. De las doce figuras mejor evaluadas, diez son de la Concertación. Y, sobre todo, hay tres distanciadas del resto (Ricardo Lagos, Michelle Bachelet y Soledad Alvear) y luego un grueso pelotón de postulantes a liderazgos de recambio. Una mezcla muy explosiva.

En un ambiente de reconcurso por la confianza ciudadana, de perfilar partidos y líderes, de figuras alternativas en competencias sin definir, puede pasar de todo. El conglomerado de Gobierno no necesita desperdiciar la ocasión de afianzar su predominio, partiendo de una situación inicial ventajosa. Este es un Gobierno sin desafiantes objetivos que se instalen desde fuera. Recuérdese que la figura mejor evaluada al inicio del Gobierno de Lagos era nada menos que su contendor derrotado, Lavín. Ahora, esta figura es el Mandatario anterior, miembro de la misma coalición.

Pero precisamente cuando se está bien y sin amenazas se producen excesos de confianza y licencias para discusiones secundarias. Es bien importante tomar en cuenta que el último sondeo conocido nos muestra el cuadro tal cual estaba inmediatamente antes del cambio de gabinete.

Desde ese momento, el Gobierno ha mostrado una conducción mucho más orgánica y consolidada. La administración se encuentra en su punto de verdadero arranque y no sería criterioso apresurarse en demasiadas conclusiones y a comparar con liviandad. Antes que ninguna cosa, hay que dedicarse a cumplir con las tareas comprometidas. Tiempo para dirimir liderazgos futuros sobra, pero no la posibilidad de realizar lo prometido.

La Concertación no puede confundirse con el pequeño grupo que se siente llamado a ejercer los principales cargos públicos. Todas estas historias en la que se entremezclan vanidades y análisis políticos, orgullos y evaluaciones, nunca han sostenido un solo triunfo electoral, menos una sucesión de ellos, como los que ha conseguido la Concertación en 16 años.

“Laguistas” o “bacheletistas” pretenden ser etiquetas que no arropan a nadie, porque son muchos los que pueden apoyar a los dos y son muchos más los que se definen por proyectos y convicciones, no por individualidades. Los períodos presidenciales no hacen mejor o peor a las personas per se. Ni mucho menos provoca un efecto en bloque en las personalidades.

Lo cierto es que la Concertación no llega a ninguna parte seccionándose a sí misma en distinciones que muestran su futilidad en los momentos críticos. Nadie lo ha hecho y es de esperar que nadie comience. Y esos momentos llegan siempre que la derecha nos recuerda su presencia y la hace sentir. Tarde o temprano eso ocurre.

De momento, no faltará quien se pueda mira al espejo pensando en lo bien que lo hace o en lo mucho que lo necesitan. Ambos ejercicios son igual de fatuos. Sin duda la gran mayoría estará abocada a responder de la mejor forma posible a las tareas encomendadas por el país hace sólo unos meses.