viernes, septiembre 15, 2006

La prueba de los líderes

La prueba de los líderes

Cuando los dirigentes deciden seguir el debate interno a vista de todos, hacen algo más que desorientar a los simpatizantes. Lo que hacen es disminuir la valoración de su colectividad.

Víctor Maldonado


El fondo y las circunstancias

LOS PARTIDOS Y los dirigentes nacionales están en un momento privilegiado para reconcursar por la confianza pública, algo más que necesario a juzgar por todos los datos conocidos. La razón es bien importante: se están dando discusiones de fondo, donde la actitud de los líderes es determinante. En estos momentos se puede apreciar quiénes son los que dirimen en situaciones confusas y quiénes se dejan guiar por otros.

Encontramos ahí la demostración de por qué el tiempo político no puede ser acelerado artificialmente. No estamos tan cerca de las elecciones presidenciales, como creen los más esperanzados en ser elegidos. Antes, hay tiempo de sobra para que cada cual pruebe sus capacidades de conducción.

Las encuestas saben detectar muy bien el nivel de aprobación de los personajes públicos. Muestran también quiénes son más cercanos y son más empáticos con los ciudadanos. Pero eso no es la medida de fondo para los principales líderes. Populares y aceptados lo han sido muchos personajes que se han perdido en la noche de los tiempos. Lo que no puede hacer quien tiene buena imagen pero poco fondo es perdurar.

Tarde o temprano debe decidir, optar, entrar en polémica guiado por sus convicciones, tiene que dirimir sin guiarse por el cálculo sencillamente porque no se puede saber por anticipado cómo es que resultarán las cosas. Si se contara con certezas previas no tendría valor que algunas personas sean capaces de decidirse a tiempo, asumiendo riesgos.

Éste es un tiempo pródigo para probar a los líderes en sus reales condiciones. O, si se prefiere, ahora es cuando ellos tienen la posibilidad de terminar de formarse.

De partida se pueden identificar aquellos que renuncian a la conducción. Son los que, cuando hay que pronunciarse lo hacen adhiriendo a otros personajes o instituciones. Se alinean pero no fijan la línea.

Es como si tuvieran flojera en argumentar y razonar. Lo que hacen es limitarse a decir que hay otro u otros actores que son muy importantes, respetables y prestigiosos, que lo que hay que hacer es respaldarlos. ¿Para qué seguir a un líder que actúa como un guía turístico de las opiniones políticas?

Como se puede ver con facilidad, apelan a otros para justificar la actuación propia como una coartada. Deja toda la responsabilidad en otras manos. Si todo resulta, entonces, el líder de remolque dirá “bien, siempre lo supe, al final la razón se impuso”; si los otros resultan superados por la opinión pública, tampoco se hará ningún problema, les basta con afirmar sueltos de cuerpo: “bueno, a todos nos ha sorprendido la poca consistencia con que personas tan honorables han defendido sus planteamientos”. Lo único que el “líder” no hizo fue arriesgarse. Como inversionista moderado y prudente ha manejado bien el riesgo. Pero nada más.

Cuando el vacío está en el medio

¿Para qué extenderse con los que no escogen posición? Cuando se establece un debate de fondo hay, a lo menos, dos posiciones y un abismo. Algunos prefieren esta última posición y no es buena idea que lo hagan.

No hay político más feliz que el que puede entrar a terciar en una polémica, mostrando que los litigantes han extremado sus posiciones. Es feliz porque puede encontrar los pro y contra, identificando el punto de equilibrio. Pero no siempre es posible. Hay ocasiones en que hay que optar, asumiendo algunos costos, porque de otro modo se asumen todos los costos a la vez.

Los debates no se dan en el aire, ni duran eternamente, porque transcurren en el tiempo y no en el limbo. Las opciones no son infinitas, sino que están acotadas a las condiciones y circunstancias del instante.

Lo decisivo está en que cuando alguien importante se pronuncie en un debate en curso, a lo menos se sepa qué quiso decir, cuál fue la posición que tomó. No puede ser tan equilibrada que le encuentre la razón a cada uno de los que ha opinado, por contradictorias que sean sus declaraciones. Tampoco puede ser tan original lo que diga que sepa de qué está hablando.

Si no fuera tan costoso y difícil decidirse, no harían falta los líderes. Pero lo es y la mejor guía es una mezcla de principios claros, prudencia y conocimiento de la realidad del país.

Por eso los fundamentalistas terminan siendo tan rechazados: no toman en cuenta los datos que la realidad aporta. Por eso son tan dañinos los populistas: siempre están “donde calienta el sol” de las encuestas, pero hay ocasiones clave en que ellas no guían a nadie y se quedan al garete.

El liderazgo político también se aquilata por el grado de dispersión de las opiniones que se emiten desde el propio sector. Esto es decisivo. Siempre hay diferencias internas de opinión respecto de los asuntos importantes. El punto esencial está en que no siempre en un partido sus sectores internos se ven impelidos a manifestarlo en público luego que sus instancias de dirección han tomado una posición y las ha dado a conocer.

Cuando los dirigentes del sector deciden seguir el debate interno a vista y paciencia de todos, hacen algo más que desorientar a los simpatizantes de su partido. Lo que hacen es disminuir la valoración pública del conjunto de la acción de su colectividad por desorden, incoherencia y miopía.

El camino para fortalecerse

Como se ve, el apoyo es muy variable cuando la ciudadanía está informada, tiene prioridades claras sobre lo que le interesa y no se deja llevar por operaciones fáciles. Siempre la opinión pública está evaluando y sus resultados pueden cambiar mucho en un período muy corto.

En este momento los datos son por todos conocidos: la conducción del Gobierno por parte de la Presidenta Michelle Bachelet está recuperando apoyo, los desempeños sectoriales, no obstante, tienen cierto retraso en esta tendencia; la oposición está pasando en este período de mal a muy mal; la identificación inicial y anticipada de las personas por un sector ha llegado a ser minoritaria y, por último, la aprobación al Gobierno está subiendo en los extremos de la escala social, pero se mantiene baja en el medio, al tiempo que las mujeres han recuperado su confianza en forma marcadamente distinta de lo que ha ocurrido con los hombres.

En este cuadro, las señales que debieran recibir los actores políticos son especialmente claras y sin rebuscamientos.

En concreto se pide al Gobierno ser asertivo, enfrentar los conflictos y mejorar su desempeño en políticas sociales que repercuten más visiblemente en los sectores medios.

A los partidos y a sus líderes, que empiecen a hablar más allá de sus militancias y recuperen la sana costumbre de la modestia porque están retrocediendo en respaldo como conjunto.

Lo malo es que como se mueven en conjunto hacia atrás, siguen hablando los mismos de lo mismo, sin plena conciencia de su creciente aislamiento del grueso de los ciudadanos. El despertar de una situación tan crítica, pero tan indolora no sería colectivo sino individual. Y los primeros que despierten tendrán una ventaja enorme ante los otros.

Si lo que vemos marca una tendencia -aún es pronto para decirlo- la clase política tendrá que empezar a revisar sus lugares comunes aceptados. En vez de seguir mirándose unos a otros, con opiniones más o menos críticas, hay que saber que la evaluación ciudadana es aún más drástica, decisiva y determinante de lo que termine por ocurrir. Ya debiera haberse aprendido esta lección.