viernes, febrero 24, 2006

La ilusión de ser “casi” la mitad

La ilusión de ser “casi” la mitad

Lo que importa es qué quiere hacer la derecha con las posiciones que obtenga. La visión más limitada y miope es la que se preocupa de que no le resulten los planes al adversario.

Víctor Maldonado


Gestos que requieren respuesta

Inmediatamente después de terminada la campaña presidencial, los dirigentes opositores adelantaron que se aprontaban a desarrollar una oposición más dura. Pero esta predisposición ha demostrado que es insostenible ya en este período de cambio de Gobierno.

En realidad, en política se puede responder a hechos y acciones concretas, pero no se puede atacar sin ser agredido. No si se quiere mejorar de posición ante la opinión pública y demostrar capacidad de conducción. De allí que sean importantes las primeras señales dadas desde la Concertación, porque permiten que en la oposición se afiance una nueva actitud.

Tanta conciencia hay de que se debe cuidar la posibilidad de abrir negociaciones y establecer acuerdos con la oposición que, en los días previos, no ha quedado prácticamente ninguna autoridad del área política del Gobierno saliente, partiendo por el Presidente Ricardo Lagos, que no hiciera mención expresa al rol constructivo mostrado por la dirigencia de derecha durante la presente administración. En seguida, el ofrecimiento del próximo ministro del Interior, Andrés Zaldívar, de reunirse con RN y la UDI para discutir la agenda política y sobre el cambio del sistema binominal, ha sido muy bien recibido.

En verdad, son gestos de gran calidad el dar un pase a la nueva administración, permitiendo el tendido de puentes con los partidos de la oposición y que, al mismo tiempo, que el jefe del equipo político por asumir tome la iniciativa de abrir el diálogo desde el inicio.

Resulta necesario que la oposición realice un giro equivalente a la brevedad, dejando de oscilar entre preanuncios agresivos y señales de apertura.

Para la derecha ha llegado el momento de afrontar la cruel realidad. Apostó a ganar la elección presidencial, puso en ello su mejor esfuerzo y no lo logró. La mayor damnificada fue su representación parlamentaria. En la segunda vuelta, Sebastián Piñera obtuvo el 46,5% de los votos y los partidos de oposición obtuvieron sólo 38,7% en las parlamentarias.

Con todo, el vocero de la UDI presenta las aspiraciones de su sector, que consiste en presidir ambas cámaras, alternándose con la Concertación. ¿En qué afirma sus aspiraciones? En que, según él, respecto de la derecha “no hay que olvidar nunca que representa casi 50% de los chilenos”.

Curiosa manera de argüir. Del mismo modo, no habría que olvidar nunca que la oposición no ha ganado una elección… nunca (si contamos desde el regreso de la democracia).

Ahora, lo que corresponde es sumar lo que se tiene y no sacar un promedio entre lo que se aspiraba y lo que efectivamente se obtuvo. Los argumentos no dan lo que la representación no entrega.

¿Debe estar la oposición en las mesas de las cámaras?


No es por este lado, entonces, por el que se puede fundamentar mejor una posible incorporación a las mesas del Senado y de la Cámara de Diputados. Lo cierto es que en los dos grandes bloques compiten maneras diferentes de ver las cosas.

Por cierto desde la Concertación hay quien se pregunta por qué es que no se pueden ocupar todos los cargos si se ha ganado tan ampliamente en las urnas. “Si van a poner obstáculos, es mejor que lo hagan desde fuera”, y no desde la misma mesa que presiden las cámaras, se escucha a menudo.

Por otra parte, hay quienes consideran conveniente que se incorpore la oposición, precisamente para facilitar los acuerdos, sin partir con una exclusión drástica.

En paralelo, en la oposición, hay quienes plantean que “si lo quieren todo, que lo tomen, pero que se queden con toda la responsabilidad”. Para ellos, incorporarse es facilitarle las cosas a quienes gobiernan, porque los hace, en parte, responsables de lo que se aprueba. Y ya se ha visto, dicen, que procediendo así se termina con la Concertación conservando el poder.

Por su parte, otros, esperan gestos de apertura del Gobierno, para iniciar la vida normal parlamentaria, que está para construir acuerdos aceptables para todos, no para debatir sobre las intenciones de cada cual.

Pero, como queda patente para cualquiera que observa estas posiciones y maniobras, lo decisivo no está en saber si la oposición queda o no representada en las cámaras, ahora que la Concertación puede dejarlas expresamente fuera.

Lo que importa es qué quiere hacer la derecha con las posiciones que obtenga. La visión más limitada y miope es la que se preocupa de que no le resulten los planes al adversario, para lo que se está dispuesto a obstruir y a desgastar al Gobierno, junto con el sistema político. Los que plantean esta postura, proponen establecer una competencia por empeorar paulatinamente la convivencia política hasta que ya no sea posible que ha nadie le vaya bien.

La derecha tiene que entender que, si pierde elecciones, no es porque “rescate” a la Concertación cada vez que tiene problemas. No es que pierda porque se porta bien. Pierde porque no es consistente en los caminos que adopta. Dice que no va a competir entre sí y lo hace. Dice que le importa la gobernabilidad y luego se lamenta de haber procedido de esta forma. Dice que su problema es la Concertación cuando hace rato está claro que sus problemas se deben a su limitada organización, a su pésima convivencia entre partidos, a sus errores tácticos.

Cierto que la derecha ha podido ganar las últimas dos elecciones presidenciales. Más cierto es que no ha sabido hacerlo. La Concertación es el empedrado, pero el cojo es la derecha.

Decidir para qué se quiere estar en las testeras

Volvemos siempre a lo mismo. El tema de los cupos en las mesas parlamentarias es el tema número dos. El tema primordial es saber al servicio de qué conducta política se quieren ocupar esos cargos.

Si la derecha retoma una orientación constructiva de hacer oposición, es decir, si no busca antagonizar sólo porque parece convenirle o porque perjudica a los adversarios, entonces no sólo es deseable sino que es conveniente que se haga presente donde quiere estar.

Aunque se tenga la posibilidad de dejarla fuera por una simple expresión de mayorías, no parece prudente ni sensato reducir su espacio político de expresión al mínimo.

Pero, de momento, parece estar unida más con el propósito de presionar para hacerse notar que por expresar una línea política determinada y conocida.

En los círculos opositores se insiste en recordar, hasta con cierta amargura, que los gobiernos de la Concertación han podido aprobar sus iniciativas más de una vez, por el apoyo decisivo de la denostada oposición, y pese a la indisciplina oficialista. Por eso dudan en cómo actuar.

Pero, aun comprándose la argumentación completa, el pasado reciente no constituye una guía para el comportamiento opositor en el futuro cercano.

Decir que las leyes eran aprobadas por el apoyo opositor es una obviedad. Puesto que el Gobierno no tenía mayoría parlamentaria, (sin los quórum respectivos no hay proyectos aprobados), es obvio que todo lo que se despachó fue porque, al menos en parte, fueron apoyados por la derecha. La contra-cara de este mismo hecho es que los proyectos han terminado siendo del agrado o de la tolerancia básica de la derecha. Lo que no tenía esta característica fue cercenado, morigerado o se perdió en el proceso.

En seguida, y esto es lo más importante, la derecha debe decidir acerca de lo que está en sus manos. Ni más ni menos. La Concertación puede ejercer su mayoría parlamentaria con responsabilidad, o indisciplinarse y arrojarlo todo por la borda. Pero eso es algo que se decide en casa y no en la vereda del frente.

A la oposición no se le pide que adivine cómo es que terminará comportándose colectivamente el oficialismo. Lo que tiene que resolver es cómo moverá ella sus piezas en el tablero y con qué intención.

viernes, febrero 17, 2006

RN: la casa es chica y las aspiraciones grandes

RN: la casa es chica y las aspiraciones grandes

La derrota parece haber causado un efecto saludable en la oposición. En la derecha hay competencias, debates, conflictos, pero nadie de relevancia dispuesto a que los desencuentros pasen a predominar.


Víctor Maldonado


Instinto de poder y espacio vital

En Renovación Nacional, el tema del liderazgo continúa abierto. Si se pensara en lo más obvio, lo que debería estar ocurriendo es que fuera Sebastián Piñera quien señalara con quién puede trabajar mejor en el período que se avecina. Al fin y al cabo, fue el candidato presidencial del partido y hoy es su mejor carta para la próxima ocasión... y el tiempo es breve. Pero las cosas no se han dado así.

Se puede poner en duda que el liderazgo de Piñera en RN se base en la plena confianza. Tampoco es que exista una rebelión. Es otra cosa. Es el convencimiento de que el bien común no se verá representado en una decisión altruista y espontánea de parte de Piñera. La confianza en un líder que juega a la mayor integración posible de todos no está presente en RN, y se nota.

Por eso, en vez de asistir a un proceso en el que se fuera afinando la convergencia en torno a algunas personas, lo que ha sucedido es que, cada semana, están aparecen más nombres que son lanzados al ruedo, “a ver qué pasa”.

Pero la principal razón de este modo de proceder no se relaciona directamente con Piñera, sino con la dinámica interna de su partido.

A Renovación Nacional le ocurren dos cosas importantes y contradictorias. Por una parte, la última campaña despertó el “instinto de poder” (no ganó, pero “la vio pasar”), y, al mismo tiempo, en la práctica su representación en el Congreso se redujo en el nivel de los diputados. En otras palabras, los apetitos aumentaron y los puestos de figuración pública quedaron donde mismo.

Ante esto, lo único que queda es el partido. De allí que exista un amplio interés por quedar en la directiva y la explosión de interesados.

Aun cuando todos respeten el liderazgo de Piñera, éste no puede satisfacer las aspiraciones de tantos para ocupar puestos en la directiva. No estando en juego la opción presidencial, queda por definir la importancia política relativa de sus figuras relevantes, en especial la de aquellos que fueron derrotados en las parlamentarias, o de los que quedarán en la trastienda si no se muestran ahora.

En esta ocasión, más que diferencias políticas, existe un problema de “espacio vital” para los líderes. La casa es chica y la demanda por protagonismo grande.

La misión de las “caras nuevas”

Pero hay algo más. La verdad es que Renovación Nacional es un partido que ha ido ganando en complejidad durante el último año. En el período de campaña mantuvo una conducción interna efectiva, más allá del comando del candidato presidencial. Tiene una cierta vida propia y no respira por encargo.

De manera que no será fácil para nadie imponerse entre sus filas saltándose la necesidad de forjar acuerdos, tal cual son entendidos en este partido.

Lo cierto también es que no se dio un espontáneo consenso de quién debería encabezar RN. Más bien, el acuerdo partidario se circunscribe al convencimiento de que debe haber competencia para resolver por mayoría o por un muy amplio acuerdo.

Lo que parece estar fallando es la inveterada costumbre de la derecha de resolver todo en pequeños conciliábulos que -se supone- pueden imponerse más tarde al resto de la militancia sin que nadie sea capaz de rebelarse.

Tal vez, al final, se llegue a una solución similar a las que se han estado barajando durante estos días en pequeños grupos, pero el procedimiento de fondo, a la antigua, habrá pasado a mejor vida.

Los dos partidos de derecha saben que se encuentran a una distancia que tiende a disminuir. Cada cual entiende que tiene que hacerlo bien para mantenerse como actor relevante, pero que eso no basta. Tiene que hacer política mejor que el otro para afianzar su liderazgo, y dirimir esta disputa en las próximas elecciones populares.

Por lo mismo, ambos ponen sus ojos en la renovación dirigencial. Tanto porque tienen que mostrar rostros jóvenes, que puedan atraer a los nuevos electores, como porque se están convenciendo que hay una generación política que se está agotando a ojos vista y necesita dejar ese espacio, sea que le guste o no.

En complemento, otros dos factores trabajar en favor de un mayor cambio dirigencial. Por una parte, el inicio del nuevo Gobierno está trayendo un cambio de rostros que debe tener un equivalente en la derecha, a menos que quieran que se comparen las figuras de reemplazo de la Concertación con los “Jovinos Novoas” y los “Sergios Diez”. Si optaran por algo así, se estarían proyectando hacia atrás en el tiempo, justo cuando tienen que mostrar que pueden cumplir para conducir al país en un futuro cercano.

Por otra parte, los dos primeros años del Gobierno de Bachelet no coincidirán con elecciones, por lo que hay bastante tiempo para formar nuevos elementos antes de volver a la competencia álgida.

Como se sabe, un período largo de exposición pública, intentando mantener en primer plano la figura de presidenciable, puede ser muy desgastante. Nadie quiere ser un segundo Joaquín Lavín, por lo cual se considera más prudente y hábil ahora entrar y salir de la escena como protagonista, en el momento oportuno.

Los límites de la competencia

La necesidad de renovar la imagen está detectada, pero sobre el rumbo a adoptar no hay igual claridad. Para variar, lo que parece estar en cuestión es, además, un asunto de estilo.

Por supuesto, en cada caso las alternativas son básicamente dos: se aumenta la crítica y se prepara un mayor conflicto con los adversarios, o se apuesta a la colaboración y a una mejor capacidad de propuesta, sin abandonar la fiscalización.

De momento, el discurso que saca más aplausos de la galería es el más duro y crítico, pero no está todo resuelto.

En seguida, hay que llamar la atención sobre el hecho de que las discusiones en política no se dan sólo entre puras individualidades. También resulta que existen equipos internos que aspiran a constituirse en mayoría. Y eso también pesa y mucho, porque los que ahora tomen el control de un partido, lo pueden mantener por un tiempo prolongado; es decir, a nadie le puede dar lo mismo lo que ahora se está gestando.

Con esto, queda dicho que en RN no se está preparando un enfrentamiento entre la vieja guardia y la nueva, sino la pugna entre equipos combinados que pretenden liderarla durante largo tiempo. De no llegar a acuerdos que protejan sus intereses básicos, habrá competencia.

La derrota parece haber causado un efecto saludable en la oposición.

En la derecha hay competencias, debates, conflictos, pero nadie de relevancia dispuesto a que los desencuentros pasen a predominar en sus filas. Parece que la cultivada propensión a cometer los errores más gruesos se está agotando.

Así que lo nuevo en RN es que las pugnas internas han encontrado un límite. Hay un marco regulatorio que se quiere respetar. Al revés, lo nuevo de la UDI es que el marco regulatorio no está impidiendo la expresión de las pugnas internas.

A RN se la ve un poco más unitaria y a la UDI un poco más plural, aunque de momento “un poco más” no quiere decir que las conductas estén variando de un modo radical. Pero hay un cambio perceptible y que parece irse consolidando.

viernes, febrero 10, 2006

Las tareas de los partidos

Las tareas de los partidos

Los partidos tienen que promover al conjunto de sus liderazgos valorados por los ciudadanos, independiente de sus alineamientos internos. Los partidos que anulan a sus líderes no tienen destino.

Víctor Maldonado


Las responsabilidades partidarias

Hemos ingresado a un tiempo marcado por la necesidad de mejorar la actuación de los partidos.

Se sabe que la llegada de un nuevo Gobierno inaugura un ciclo en la política chilena y por eso cada cual se prepara de la mejor forma que puede para afrontar los próximos desafíos. No se duda de la necesidad de introducir enmiendas destinadas a subsanar las deficiencias reconocidas y evidentes.

A cada momento, se menciona la necesidad de fortalecer a los partidos. En el caso de la Concertación, ocurre sea por el inicio de la competencia interna por la conducción (como en el caso de la DC y el PS), por las repercusiones internas de la definición del gabinete (PPD) o por la necesidad de aprovechar bien los espacios logrados (PRSD y, de nuevo, del PS).

Todo se evalúa en función de si lo que sucede, se elige o se hace, fortalece a los respectivos partidos.

Así que no deja de ser interesante identificar qué es lo que fortalece a un partido y si, en verdad, ellos se han estado consolidando producto de lo que hasta hoy han hecho sus dirigentes y sus militantes. En el caso de que no sea así, la interrogante inmediata es la posibilidad real que existe de enmendar rumbos.

La primera responsabilidad de un partido es mantener comportamientos colectivos. La pura suma de intereses individuales, agrupados en torno a consideraciones de conveniencia, no sirve para representar demandas sociales amplias. Ni qué decir que tampoco permiten enfrentar unidos la inevitable aparición de crisis.

Por eso y mirando al otro lado de la calle, cuando la oposición anuncia que enfrentará al Gobierno de manera más dura de lo que ha hecho hasta ahora, no está dando la peor de las noticias posibles.

Quizá esté demasiado influida todavía por la derrota electoral y por el inicio de una intensa autocrítica interna. Pero mientras reflexione y actúe como equipo, siempre se podrán establecer negociaciones y acuerdos.

En cambio, el peor escenario es el de una oposición anarquizada, tanto porque una montonera jamás ha producido un coro afinado como porque siempre la oposición desordenada ha fomentado a sus émulos en el oficialismo.

La segunda responsabilidad de un partido (si es que ya puede ser considerado una unidad) es la de orientarse a satisfacer las demandas sociales desde su particular prisma político y valórico. Porque las organizaciones políticas no han sido pensadas como un club de amigos (y de no tan amigos) interesados en promocionarse a sí mismos. Han sido creados para ser de utilidad a la comunidad a la que se deben.

El tercer deber de un partido es ofrecer un aporte peculiar e innovativo al desarrollo político. Para tener razón de existir, estas organizaciones han de aportar un punto de vista distintivo y han de buscar soluciones actualizadas y movilizadoras de la energía social disponible.

¿Están los partidos logrando cumplir estas exigentes tareas? Desde luego no por completo. Para cumplirlas hay que superar importantes trabas que se les presentan.

Los obstáculos a superar

El principal obstáculo externo es que los partidos tienen tan “mala prensa”, se les denigra mucho más de lo que se les exige que cambien. Pueden seguir reincidiendo en sus prácticas defectuosas porque como comparten males, gozan de cierta impunidad. Con ciudadanos más atentos, opinantes y organizados, todo cambiaría.

Claro que hay que tener cuidado. Los partidos son fáciles objetos de crítica. Disparar contra ellos, la mayor parte de las veces, sale gratis, tiene barra segura y es aplaudido. No obstante, son indispensables. En los momentos críticos son capaces de generar una energía que la mayor parte del tiempo parece dormida y que nadie más se ha mostrado capaz de canalizar con efectividad. Ningún Gobierno se puede sostener sin ellos.

Con todo, no pueden contentarse con ser insustituibles. Una democracia sana requiere de organizaciones prestigiosas, vinculadas con las necesidades ciudadanas y capaces de formar y promover líderes públicos.

El principal obstáculo interno para tener organizaciones políticas de calidad superior es que el intento de mejorar nunca se constituye en una auténtica prioridad para un partido. Por lo general, sus dirigencias se dejan atrapar por la coyuntura: dentro de ella por los conflictos de poder del momento, más acá y más allá de sus fronteras, y dentro de estos conflictos quedan cazados por la disputa por obtener espacios y posiciones disponibles aquí y ahora. Tiempo, energía y pasión en un terreno bastante acotado.

Tan absorbentes resultan esos menesteres, que suelen desbordar hacia los medios, confirmando prejuicios de quienes pueden interesarse en la actividad política si fuera practicada con una visión algo más amplia.

Ejemplos se pueden encontrar casi a diario. Los partidos están tan poco acostumbrados a la democracia interna que ni siquiera se dan cuenta cuando empiezan a ser autoritarios. Así, pueden demostrar un gran disgusto cuando se nombra a un ministro de sus filas, “porque no es parte del establishment partidario”. Lo único que están diciendo es que existen militantes de primera y de segunda clase. Hay algunos que son “más iguales que otros”, porque tienen el aval de sus liderazgos establecidos, y, otros que pueden tener méritos, mas no la venia de los “grandes electores”.

Lo más extraño es que, ahora mismo, en las reuniones partidarias se suelen tratar en forma sucesiva: las aspiraciones de influencia de sus dirigencias, los preparativos para el cambio de conducción interna y el debate sobre el alejamiento de los diversos sectores sociales que se quieren representar. Es como si nadie asociara la crisis que se detecta, con el tipo de comportamiento que se tiene y la falta de renovación (que es causa y consecuencia de los problemas que se observan).

Orientaciones para una carta de navegación

Los partidos de Gobierno y oposición se dedicarán al regreso de vacaciones a fijar “cartas de navegación”. Tras la exigente campaña presidencial y parlamentaria, es indispensable recomponer relaciones y establecer los nuevos equilibrios internos. Como siempre, los proyectos van unidos a persona concretas.

Este es un momento ideal para plantearse el enfrentar los desafíos descritos y que han sido postergados por tanto tiempo.

Desde ya se pueden apuntar algunas orientaciones iniciales. De partida, hay que reconocer que lo decisivo para una tienda política no es saber que la mitad y algo más de sus militantes se impusieron sobre algo menos de la mitad. Lo clave es saber si todos han decidido compartir propósitos comunes y si siguen juntos por eso, no por puro cálculo.

Enseguida, los partidos tienen que promover al conjunto de sus liderazgos, valorados por los ciudadanos, independiente de sus alineamientos internos. Los partidos que anulan a sus líderes no tienen destino ni merecen tenerlo.

Querer servir a los demás es una cosa y estar bien preparados para ello es otra. En política, actúan muchas personas talentosas, valientes y dedicadas. Pero los partidos tienen sistemas de apoyo a sus líderes verdaderamente mediocres. En el futuro inmediato deben ser capaces de formar, informar y capacitar personas, y de profundizar en materias de relevancia nacional. Se lo deben al país.

Podemos tener mucho mejores partidos que los actuales. El porvenir de nuestra democracia bien pudiera depender de que trabajemos porque lo sean.

viernes, febrero 03, 2006

Gabinete y cambio de estilo

Gabinete y cambio de estilo


Víctor Maldonado


La nominación ha dejado algunas lecciones importantes para quienes tienen que tratar con la nueva Presidenta: ha escogido su gabinete y no se lo han escogido otros para que no se tome la molestia.


Una buena partida

Producida la nominación del gabinete, cabe hacerse una pregunta básica: ¿Michelle Bachelet es ahora más fuerte? En otras palabras, lo que importa es si en la primera decisión clave, su liderazgo ha salido reforzado.

Lo que los actores políticos están diciendo, cada cual en su lenguaje, es que sí consolidó su liderazgo. Las razones son, a lo menos, cuatro.

Primero, se puede afirmar que cada estilo tiene sus costos, pero el mayor de todos es no tener ningún estilo. Y, en este caso, se ha perfilado un modo personal de ejercer el liderazgo, algo que el régimen presidencialista chileno necesita como fuente indispensable de energía.

Segundo, lo inusual del control de las demandas partidarias. En una palabra, los partidos han quedado más sorprendidos que enojados. Pero está claro que hicieron propuestas (como corresponde) y Bachelet reordenó las prioridades y puso otras (también como corresponde).

Las quejas posteriores de las diferentes organizaciones partidarias, dado su tenor y procedencia, tienden a ratificar que se conformó la institución de “la presidencia” como equipo humano capaz de procesar, de forma autónoma, los puntos de vista partidarios. Cuando esto existe, se toman decisiones contemplando criterios de bien común, lo que es mucho más que una sumatoria depurada de intereses particulares.

Tercero, porque, en esta ocasión, no se vio una camarilla tomando decisiones corporativas, sino la confección de un equipo constituido y convocado por la propia Presidenta electa. Esto tendrá importantes repercusiones desde el inicio del futuro Gobierno.

El cuarto motivo debiera provocar un cierto rubor. Bachelet está cumpliendo lo que prometió que haría en la campaña: paridad, incorporación de caras nuevas, ejercicio personal de la conducción.

Es notable observar cómo el ambiente político concertacionista se mantuvo en vilo hasta el último minuto esperando saber la decisión presidencial.

A medida que se acercaba el plazo, dado por la misma Bachelet, el reconocimiento de dónde estaba el centro real en el que se estaban tomando las decisiones, no se podía hacer más evidente.

Mientras más se acercaba el anuncio de los nombramientos, se tiene que haber quebrado algún récord de llamadas telefónicas con nulo resultado. La pregunta más recurrente fue: “¿Te han llamado?”. Lo cierto es que cada nueva comunicación infructuosa aumentaba el suspenso que impregnó el ambiente y, al mismo tiempo, constituía un efectivo reconocimiento de que el poder de las decisiones ya se había concentrado.

Hay más de una forma de hacerlo bien

La constitución de gabinete es una buena noticia para el sistema político, aun considerando los costos que no pueden dejar de existir, sobre todo desde el punto de vista humano.

Todavía no tomamos plena conciencia de lo que significa estar saliendo de un Gobierno muy exitoso. Tal vez el más exitoso, social y políticamente, que le ha tocado conocer a los chilenos durante su existencia. Los resultados son buenos, se ha conseguido la continuidad política, el respaldo a Ricardo Lagos y a su gestión es mayor que la que tenía cuando asumió.

Todo parece estar terminando favorablemente para el Presidente y su administración. Es algo difícil de repetir. Es, además, el último Gobierno que ha podido contar con seis años para pasar desde un inicio dubitativo a un término casi con una euforia de reconocimiento ciudadano.

Resulta, pues, que quienes están hoy en tareas de Estado pueden mostrar muchos e importantes logros. Las proyecciones son igualmente buenas y se vislumbra a futuro prosperidad sin problemas insolubles.

Se entenderá, entonces, que para muchos protagonistas principales sea bien doloroso (quiérase o no, es vivido humanamente como “injusto”) que, ahora, en el mejor momento, es cuando toca salir de la escena. Lo obvio es que quienes más conozcan una tarea, y la hayan hecho bien, quieran continuar.

Sin embargo, no puede ser así y no debe ser así. Lo que es verdad caso a caso no es bueno ni efectivo para el sistema en su conjunto. La renovación dirigencial es una necesidad de la democracia. Quedarse en una función permite ganar experiencia y pericia, pero hacerlo por un tiempo demasiado prolongado hace que se pierda cierta sensibilidad frente a los cambios.

Si uno no se renueva, lo renuevan. Esto le puede ocurrir a las coaliciones y la única forma que se conoce de evitar un desgaste crónico es autorregulándose.

La Concertación puede aspirar a permanecer en el poder. Pero la Concertación no es sinónimo de una sola y misma capa de dirigentes. De otro modo, la única duda que existiría en cada nueva ocasión es dónde le toca a las mismas personas rotar entre sillas conocidas.

No hay coalición que resista eso. La posta en la conducción se impone como una necesidad. A la postre, y si las nominaciones han sido hechas de forma correcta, el bien común se ve mejor servido al impulsar el ascenso de gente calificada que tendrá que aprender para conducir con plena eficiencia, al solo hecho de garantizar el oficio desde el primer día pero, de ninguna manera, una nueva mirada.

Estilo personal, estilo de gestión

Una vez que se ha dado el primer paso, ya todos pueden tener una idea más precisa de cómo se continuará la conformación del Gobierno. Lo secundario sigue la suerte de lo principal. Por lo mismo, son pocos los que estiman que se cambiará el modo de proceder en la nominación de las autoridades públicas que restan por designar.

Claro que, a medida que se van conociendo nuevas nominaciones, va aumentando el número de personas que deciden e influyen. Pero la línea central ya ha sido adoptada.

Una de las mejores señales de Bachelet fue simultánea al momento de convocar a sus futuros ministros. En efecto, a cada uno y una lo esperaba una carpeta en la que se sintetizaba lo que se espera que se consiga en cada cartera durante su mandato.

De modo que si a cada cual le toca una parte de un diseño completo del que se dispone, lo que debiera seguir es que cada cual adquiera plena conciencia de formar un equipo solidario entre sí y cooperador en las tareas de implementación transversal.

Sinceramente, no se aprecia cómo un Gobierno va a impulsar la participación ciudadana sin practicar en casa lo que se pide a los demás que realicen.

Así que lo que viene se relaciona con transferir un estilo personal a uno de gestión desarrollado de modo conciente.

Está claro cómo y quién toma las decisiones clave, pero eso no quita que, una vez que se han delegado funciones, se pueda fomentar un trabajo colectivo, descentralizado, con énfasis en el trabajo en terreno y con los ciudadanos. También este aspecto requiere de preparativos e iniciativas con las que se inaugura un Gobierno.

De momento, se puede decir que la nominación del gabinete ha dejado algunas lecciones importantes para quienes tienen que tratar con la nueva Presidenta: ha escogido su gabinete -no se lo han escogido otros para que no se tome la molestia-; la mejor guía para saber lo que hará es precisamente lo que dijo que haría y que va cumpliendo paso a paso; el nuevo Gobierno aún no asume pero ya anuncia su propio estilo (que combina lo decidido y lo amigable). Bastante para tratarse de los primeros pasos.