viernes, agosto 31, 2007

Tres pruebas para una semana

Tres pruebas para una semana

El Gobierno estuvo concentrado en su labor y se enfocó en las tareas del día. Pero está claro que ninguno puede contentarse con lo alcanzado. Septiembre se vislumbra intenso, con un paréntesis de Fiestas Patrias, pero conflictivo en la suma final.

Víctor Maldonado


Una semana para recordar

En esta semana parecía que todo se daba para que los conflictos sociales y políticos confluyeran en muy pocos días. Era una prueba prolongada en cuanto al tratamiento de las pugnas.

Se estaban poniendo en cuestión los avances conseguidos en las semanas anteriores, en las que el Gobierno se había ido posicionando bien. Pero los movimientos de recuperación deben mantenerse en los momentos difíciles porque, de otro modo, no resultan ser auténticos, sino falsas esperanzas.

¿Cuáles eran los desafíos más significativos a inicios de la semana? Básicamente tres. El primero, evitar que el tema Transantiago se convirtiera en un asunto transtemporal; es decir, una de esas obsesiones que se presentan y se vuelven a presentar siempre, ya sea por lo que se hizo, lo que se hace o lo que se hará.

Esto, debido a la participación del ex ministro Sergio Espejo en la comisión investigadora de la Cámara de Diputados, un hecho muy esperado por la prensa.

El segundo desafío se relacionaba con el manejo de conflictos sociales. En este caso la manifestación pública de problemas no confluye por coincidencia, sino por diseño.

Por lo tanto, lo que está en cuestión es la respuesta dada a las movilizaciones preparadas por la CUT, donde asegurar el orden público debía distinguirse con claridad de cualquier exceso.

El tercer desafío era político. Se debía preservar el mantenimiento del orden gubernamental por sobre los conflictos y las contingencias. No había que poner ningún otro asunto adicional importante que significara desviar al gobierno de mantener su centro de atención en el manejo de conflictos.

Así que, como se puede ver, lo importante era el control simultáneo en varios frentes y, además, evitar que se contaminaran y potenciaran unos con otros.

Los resultados están a la vista. Aunque las semanas que concentran tensiones y conflictos no suelen pasar al recuerdo como eventos agradables, en la suma final el Ejecutivo -sin brillo, pero sin falta- puede considerar superada esta prueba.

Intervenciones notables

Hay que partir por el debate sobre el Transantiago, que ya ha mostrado su multifacética capacidad de producir problemas. En honor a la verdad, ésta terminó siendo el área donde los actores más relevantes tuvieron los desempeños más notables. Los invitados a la comisión investigadora, casi sin excepción, tuvieron intervenciones sobresalientes, que los prestigia a ellos y a los cargos que desempeñaron.

Estimo que, en la partida, una actuación clave la tuvo el ex ministro Jaime Estévez al asumir la “responsabilidad política” que se pudiera derivar del ejercicio de su puesto en las decisiones que llevaron a implementar el cambio al sistema de transporte capitalino.

Casi en paralelo, el vocero de Gobierno destacaba la actitud valiente con la que el ex ministro había abordado su cargo, en la primera señal de acercamiento posterior a su salida.

La intervención de Sergio Espejo fue impecable. Más que defenderse o culpar a otros, explicó su gestión con altura de miras y explicitó su lealtad con la Presidenta Bachelet. Quienes esperaban un desangramiento concertacionista no encontraron leña para la hoguera.

Espejo volvió a poner las cosas en su centro. Describió un proceso por el que se toma una decisión de Gobierno, con información compartida y responsabilidades que se deben considerar en tiempos prolongados y en cadena.

Los resultados se pueden juzgar por las reacciones de la oposición en cada una de las ocasiones que se presentaron. Simplemente, se quedaron sin comentarios pertinentes que realizar. Esto quiere decir que las intervenciones fueron contundentes y no dejaron espacio a matices fuertes y al juego de contraponer declaraciones.

Es de esperar que no se olvide el ejemplo dado por estas figuras principales: reconocerse como miembros de equipos de trabajo, reconocer su parte de la responsabilidad compartida, explicar los procedimientos por los cuales se forman las convicciones, se evalúa la factibilidad y se implementan decisiones importantes.

El lenguaje usado estuvo lejos de cualquier recurso demagógico, el enfoque fue serio y permitía que cualquier interesado se formara una opinión ponderada por sí mismo. Los ciudadanos fueron tratados como adultos y las primeras reacciones conocidas sobre estas actuaciones muestran en reconocimiento mayoritario de esta forma de proceder.

La estrategia del conflicto

Los conflictos sociales se han ido agudizando en los últimos meses. No porque esté involucrado un número significativamente mayor de participantes, sino porque una parte de ellos ha radicalizado su comportamiento.

Por parte del Gobierno, la situación se mantuvo en la etapa previa, en un marco de llamados a manifestarse en orden. Hay que decir que, en contraste, los voceros de la movilización hicieron un amplio empleo de la agresividad verbal antes del miércoles. Se hizo un fuerte hincapié de que tras la movilización habría un antes y un después y se marcaría un hito para recordar.

En realidad, se está siguiendo una pauta reconocible de acción, que se repite y adapta en cada nueva circunstancia.

Tampoco se ha de dudar respecto del efecto de contagio que está teniendo una estrategia que sus promotores evalúan como exitosa.

El tipo de repercusión que esta percepción genera se ha ido expandiendo hacia las organizaciones con conducta moderada. Lo que se evalúa en estas organizaciones es que, de no ponerse a tono con la utilización de métodos más radicales, pueden empezar a verse sobrepasados por nuevos dirigentes y estilos.

El Gobierno jugó a descomprimir el conflicto mediante anuncios como los del aguinaldo, el subsidio eléctrico para la población más pobre, la mantención de actividades de interés social previamente establecidas.

Y, desde el primer momento, llamó a los organizadores a hacerse responsables de la movilización y de sus consecuencias. Incluso, La Moneda hizo un llamado público al PC para evitar desmanes.

Probablemente el apoyo de la directiva socialista a las manifestaciones, aunque luego matizado, puso una nota adicional de desconcierto. Al menos la derecha no se cansó de repetir que ésta era una marcha organizada “desde y hacia” La Moneda, afirmando que se trataba de “reclamar contra sí mismo”.

También en este caso los resultados están a la vista: la manifestación fue más intensa que extensa. Los grupos radicales no muestran una ampliación de su red de influencia, los lugares de siempre tuvieron la repetición de las escenas que siempre se han visto en estos casos.

Más que ganadores netos, se puede ver que no hubo perdedores. La movilización, aunque no en la dimensión esperada, de todas formas se produjo. Los santiaguinos se recluyeron temprano en sus hogares, pero sin un clima de temor, que fue característico de otros períodos ya lejanos. No hubo desgracias que lamentar, salvo la inusual agresión al senador Alejandro Navarro.

En otras palabras, cada cual estuvo en lo suyo. Pero las movilizaciones no pueden justificarse mucho sin especificar sus contenidos, establecer demandas específicas y dirigirse a objetivos claros para la gran mayoría.

El Gobierno estuvo concentrado en su labor y se enfocó en las tareas del día. Pero está claro que ninguno puede contentarse con lo alcanzado.

Septiembre se vislumbra intenso, con un paréntesis de Fiestas Patrias, pero conflictivo en la suma final. Esta semana de prueba ha pasado, aunque se trató sólo del primer apronte. Alguien tendrá que empezar a convencer más allá de sus filas más cercanas. La prueba de fondo está a las puertas.

viernes, agosto 24, 2007

El punto crítico

El punto crítico

No cabe duda de que la Mandataria ya cuenta con una cierta evaluación de lo que ha significado conducir la política chilena desde La Moneda y conocer -como muy pocos pueden decirlo- a sus principales actores.

Víctor Maldonado


Una ruta reconocible

Michelle Bachelet le concedió una importante entrevista a Carlos Peña el fin de semana pasado. No es una publicación que pueda pasarse por alto. Devela pistas importantes sobre los propósitos y perspectivas del Gobierno. Va en la misma línea dada a conocer en la reunión de gabinete de Cerro Castillo y que ha sido continuada en encuentros con subsecretarios e intendentes. Pero esta vez toca aspectos que combinan el área chica con la cancha grande de la política.

En esta ocasión, Bachelet ha afirmado dos cosas de manera simultánea: que considera a sus ministros como "mis asesores fundamentales" y que quien no asuma el rol de esta manera "no tiene el liderazgo para hacer su trabajo".

Es esta misma combinación de ratificación de confianza y exhortación a un cumplimiento cabal de responsabilidades lo que ha trascendido con mayor fuerza en Cerro Castillo.

Respecto de la autoridad presidencial, no ha dejado lugar a dudas: "Gobernaré hasta el último día".

La Presidenta hizo una aclaración importante, puesto que una cosa es que la elección municipal marca un hito destacado (porque "las luchas electorales distorsionan la capacidad de poner por encima los intereses del país", razón por la cual, a partir de ahí "el proceso legislativo perderá eficiencia") y otra cosa muy distinta es dar por terminado el Gobierno antes del 10 de marzo de 2010. Hay, pues, una clara afirmación de la propia autoridad.

No cabe duda de que la Mandataria ya cuenta con una cierta evaluación de lo que ha significado conducir la política chilena desde La Moneda y conocer -como muy pocos pueden decirlo- a sus principales actores.

De otro modo, no se explica que tenga en mente un libro que se titulará "No a la impunidad" y que versará sobre "la distancia entre las palabras y la acción" y la relación "entre discurso público y privado". El tono empleado no se caracteriza por un exceso de optimismo. Al menos es evidente que la Mandataria ha madurado una opinión sobre lo posible y lo no posible durante su gestión.

Pero tal vez lo medular está en comprobar que el más realista de los diagnósticos no le impide a Bachelet confirmar que la Concertación sigue siendo la expresión política de una mayoría plural, portadora de un proyecto progresista e inclusivo. Esto último es algo de lo que carece la derecha, "enceguecida por la competencia política".

Por su propia naturaleza, a la Concertación le queda mucho por hacer en Chile, dado que lo que busca es "ampliar la participación y asegurar la libertad con derechos garantizados por el Estado". El proyecto concertacionista puede ser expresado en pocas palabras: "Construir un Estado social y democrático de derecho, con amplia participación y derechos garantizados".

Más ocupados que preocupados

El espíritu que parece animar al Gobierno en estos días no puede ser fácilmente descrito como optimista o pesimista. Más bien, lo que predomina es el tipo de concentración característica de quienes están abocados a sacar adelante tareas difíciles y decisivas.

Ya parece haber pasado lo peor del Transantiago ("los problemas estructurales están siendo superado", ha dicho Bachelet), pero para lograr la satisfacción razonable de los usuarios, parece faltar bastante camino por delante.

De igual modo, no parece imposible poder llegar a un acuerdo con la oposición para lograr que se aprueben los proyectos oficialistas más importantes, como el de la reforma educacional. Pero lo que no claro es cuánto del espíritu original de los proyectos de esta envergadura perduren a la búsqueda de los acuerdos para su implementación. Por si fuera poco, se hace necesario un trabajo sistemático y coordinado para comunicar bien hacia fuera los logros que se van obteniendo.

Razones de más para estar ocupados más que preocupados.

Sin embargo, existe un error que no se puede cometer si el oficialismo quiere afirmar la ventaja que ha ido adquiriendo en las últimas semanas. Y es que, así como para ordenar tiene que ordenarse, no puede haber en este período ningún gesto que fomente la desunión en su base de apoyo. La razón es muy sencilla. Ha comenzado el lento proceso de preparación electoral. Esto empieza, en la cocina de la Concertación, con los primeros aprontes de la negociación sobre candidaturas a alcalde y, junto con esto, con el debate sobre la formación de subpactos. El momento es en particular delicado, más cuando la apertura de los partidos a los distintos escenarios parece estar a la orden del día.

Por si alguien cree que el ambiente no está lo suficientemente sensible a cualquier error -voluntario o involuntario- habrá que agregar que la idea de presentar varios postulantes presidenciales está siendo considerada como una de las posibilidades con mayor chance de ocurrencia, en la oposición (como ya se sabe) y en el oficialismo.

En política, hay que apostar a hacer bien las cosas, no quedarse esperando la falla del adversario. Éste es un típico error de la derecha que no necesita de imitadores. Aunque la tentación sea grande, no hay que confiarse por mucho que los antagonistas den todo tipo de señales anunciando que pueden tropezar en la misma piedra en reiteradas oportunidades. De otra forma no se explica cómo Sebastián Piñera vuelve a ser noticia por la adquisición de acciones. Eso ya está mostrando una pauta de conducta que combina el rol político con el del empresario de una manera que no exhibe intención de separar sino en el extremo y por un lapso acotado de tiempo.

Piñera parece un candidato que llama cada cierto tiempo a la desgracia hasta que, en una de esas ocasiones, la invitada acudirá a la cita.

La caja de Pandora es bonita por fuera

Por supuesto, el suicidio político existe y algunos parecen muy interesados en practicarlo. Pero, como sea, el azaroso proceder de los apostadores no puede ser el elemento que determine la conducta de los actores más estables.

En un escenario tan propenso a la dispersión y a las conductas autonomizadas, no se puede agregar ni un sólo elemento que incentive los conflictos adicionales.

En estos momentos, si hay una obligación de los líderes es ayudar a aglutinar a como dé lugar. Hay que tener sumo cuidado en no alterar las reglas del juego menos en el terreno electoral.

El tema hoy es cómo mantenemos los conglomerados para que tengan la oportunidad de enmendar, mejorando la disciplina y dedicándose a proponer acciones públicas. Todo lo demás es menos central.

El oficialismo debe proponerse obtener más votos y lograr que el apoyo que alcance se exprese en mayor cantidad de representantes efectivamente electos. Pero no a cualquier costo, porque el resultado final bien puede ser contraproducente.

No hay que confundir lo estadísticamente posible con lo políticamente probable. Por ejemplo, la Concertación podría obtener muchas ventajas si contara con dos listas en la elección de concejales. Si todos se comportaran como debieran, los resultados serían óptimos: más candidatos, menos tensiones en los partidos, posibilidades de diversificar el interés de distintos electores. Pero no cualquier escenario soporta cualquier cambio en las reglas del juego.

No se puede olvidar que los adversarios también juegan. Piénsese que en los lugares donde la derecha tiene un alcalde fuerte podría recibir una extraña instrucción superior: "Adopte una lista a concejales de la Concertación". En muchas comunas, concejales de distintos partidos competirían sin control. Se darían las combinaciones más extrañas y nadie sabría qué limites respetar. Se incentivaría al individualismo y al sectarismo. Las campañas de alcaldes no alcanzarían a ser aglutinantes.

Después de esta experiencia traumática, pocos podrían recordar qué es lo que une como coalición gobernante. Y eso sería el principio del fin.

La caja de Pandora es bonita por fuera, pero terrible por dentro.

viernes, agosto 17, 2007

La Presidenta y su gabinete

La Presidenta y su gabinete

Oportunidades como ésta hay que saberlas aprovechar. Los resultados que se pueden alcanzar no están en dudas, y para tener una idea de lo que se puede lograr reforzando la cooperación mutua, basta con ver cómo se reaccionó en el caso de la interpelación de Belisario Velasco.

Víctor Maldonado


Lo urgente y lo medular


A VECES LOS grandes pasos se dan en silencio. Sin estridencias y sin grandes anuncios previos. Simplemente se hace lo correcto en el tiempo oportuno.

Puede que uno de esos momentos lo haya dado Michelle Bachelet al convocar a su gabinete a una jornada de trabajo extensa, el lunes pasado, en Cerro Castillo.

De las reuniones a puertas cerradas no salen los detalles de las discusiones, pero tienen la virtud de que sus conclusiones sustanciales trascienden de cualquier modo.

Y lo que se ha trasmitido es que la Presidenta hizo un llamado a la unidad, que pidió a sus colaboradores mayor afiatamiento y coordinación, y que llamó a un mayor despliegue del Ejecutivo por el país, para lo cual debe mejorar la comunicación de Gobierno. Es en estos aspectos donde se han centrado los comentarios de la prensa. Sin embargo, todo esto ha de ser muy importante, pero no parece ser lo fundamental.

No ha de ser casual que en este encuentro se reuniera la plana mayor del Ejecutivo para tratar de modo integrado la gestión política, la gestión de gobierno y la gestión comunicacional. Algo que no tiene nada de rutinario.

En realidad lo que no se puede perder en lo anecdótico es que lo que Bachelet reafirmó fue el relato central de gobierno, con un nítido énfasis en la inclusión ciudadana y la protección social, la política de desarrollo y en el propósito de expandir la ciudadanía.

La ganancia neta que se ha conseguido con este encuentro, se relaciona, antes que todo, con la reafirmación de la unidad de propósitos y de la identificación de una carta de navegación que asigna tareas relevantes a cada integrante del gabinete.

No son los segmentos por separado lo que ha de importar. Cuando la primera línea del Ejecutivo analiza en conjunto lo medular de la agenda legislativa, le toma el pulso a la ejecución presupuestaria, evalúa el panorama económico de aquí a 2010, el estilo de Gobierno, el estado de avance del proceso de descentralización y su estrategia en comunicaciones.

Ordenarse para ordenar

Lo que ha ganado la administración Bachelet con este encuentro es sentido de urgencia en la acción que emprende. Y esto no es otra cosa que una conciencia más aguda sobre las limitaciones propias de un Gobierno corto, que debe abocarse directamente a lo medular, sin caer en distracciones, sin dispersarse en micro tareas ni buscar refundaciones inviables.

El tiempo disponible para cumplir con las tareas comprometidas es breve, las demoras se pagan caro y los errores, todavía más. Del mismo modo la excelencia en la gestión también termina por ser reconocida y es a la mejor gestión posible a lo que hay que apostar.

Porque algo muy importante a considerar en este caso es que el autodiagnóstico oficialista parte de una fuerte reafirmación de lo acertado y pertinente que resulta ser el programa de Gobierno que fue ofrecido al país durante la campaña presidencial. No se pretende cambiar las promesas, sino cumplirlas a cabalidad.

Ya se no trata de responder ante una amplia variedad de expectativas difusas, tal como pudo haber ocurrido al inicio. Ahora de lo que se trata es de dar cuenta de la calidad de la acción pública que se implementa y de mostrar avances concretos en las áreas más sensibles.

No por nada la capacidad de resolver problemas se asocia fuertemente con la posibilidad efectiva de dar gobernabilidad, y esto último ha sido siempre la única diferencia reconocida en favor de la Concertación.

Cuando se depende de la calidad de las propias acciones, la presentación de un frente unido es indispensable. Hay que ordenarse para ordenar. En caso contrario la situación siempre será precaria, no importando cuantos logros objetivos se estén consiguiendo.

Nunca puede considerarse como algo positivo, para quien ejerce el poder, el hecho de que alcancen un destacado protagonismo los más diversos conflictos, sea que éstos provengan desde dentro o fuera. Al Gobierno le conviene que se hable sobre lo que hace, sobre logros y avances y sobre temas de su agenda.

Como es obvio, el camino ha ser el de perseverar en el buen trabajo compartido. En política, toda actitud es factible de ser cultivada, tanto las positivas como las negativas. No es un asunto de magia, sino mucho trabajo de equipo acumulado. Y está claro que lo que se pide es consistencia y perseverancia en las señales políticas emanadas de La Moneda. Tal vez sea éste el último eslabón que falta para recuperar posiciones.

El despertar ciudadano

Es posible comprobar que nunca antes se había presentado un escenario en el que se tuvieran tan buenas noticias económicas, tantos éxitos sociales y, a la vez, tan confuso panorama político. Una situación que puede mejorar mucho con una mejor coordinación de Gobierno, una sincronización virtuosa de sus principales vocerías y un mayor espíritu de cuerpo que resulte visible desde fuera.

Oportunidades como ésta hay que saberlas aprovechar. Los resultados que se pueden alcanzar no están en dudas, y para tener una idea de lo que se puede lograr reforzando la cooperación mutua, basta con ver cómo se reaccionó en el caso de la interpelación de Belisario Velasco.

Se pudo observar que el gabinete enfrentó unido el interrogatorio y que el ministro del Interior representó al colectivo de Gobierno al responder toda clase de preguntas. En situaciones como ésta se distinguen dos bandos básicos, lo que hace que cada cual reconozca filas por sobre sus tendencias a la diferenciación. No se sabe cuánto aporta el debate, pero sí que cada cual está obligado a confirmar su posición dentro de un conglomerado u otro.

Da la impresión de que la ciudadanía es más exigente de lo que se le está mostrando en esta interpelación evidentemente agresiva.

Comienza una época de diálogo, que se impone a las estrategias parciales destinadas a promover las confrontaciones de superficie. Todo esto no ocurre porque los profesionales de la política lo hayan querido o porque sea esto lo que beneficia a la candidatura de oposición. Ocurre porque los ciudadanos están más interesados en las discusiones de fondo y no se entretienen en el show cotidiano que se les prepara para condicionar su conducta.

Las estrategias demasiado elementales simplemente no se sostienen; por lo mismo, el conglomerado de oposición no está siguiendo un camino común, sino que se está distinguiendo por sus conductas disímiles por partido y hasta por líderes importantes.

A decir verdad, la derecha no se ha caracterizado por su capacidad de tomar decisiones innovadoras de manera conjunta. De estar en condiciones de hacerlo, hubiera podido tomar la iniciativa en más de una oportunidad y no lo ha logrado en ninguna.

La derecha está compitiendo en su interior y eso no permite respaldar una conducta unitaria, por más que lo intente conseguir mediante la agudización de la polémica de trinchera, tal como parece ser la intención de fondo en el caso del anuncio de la acusación constitucional contra Belisario Velasco, que ha promovido particularmente la dirección política de la UDI.

Lo cierto es que asumir la estrategia del “desalojo” no puede ser de beneficio parejo para todos en la oposición. La radicalización pone en ventaja a los duros, no a los dialogantes.

El ambiente electoral gana terreno en todos, mientras la derecha extrema posiciones y el Gobierno busca ordenarse. Dentro de poco se verá quién está sintonizando de mejor manera con la opinión pública.

viernes, agosto 10, 2007

Escogiendo batallas

Escogiendo batallas

Hay que dedicarse a las decisiones que quedan por adoptar, más que a la disección de las ya tomadas, es lo que corresponde desde el Gobierno. Mucho más tiene que responder por las rectificaciones.

Víctor Maldonado


Redes de humo

ESTÁ CLARO QUE lo que más le puede convenir a la oposición es provocar que el Gobierno se enrede en pequeñas polémicas desgastadoras. Y lo que identifica a una de estas polémicas es que ninguno de sus posibles desenlaces deja como conclusión algo positivo. Simplemente, no hay cómo ganar en algo que no conduce a ninguna parte.

De ese tipo de situaciones, lo único que queda es la sensación de desconfianza hacia la autoridad, aunque no se sabe exactamente a qué se debe este efecto.

Pero los gobiernos no se pueden dejar atrapar por estas redes de humo. Intentos de este tipo serán compañía constante y hay que acostumbrarse a responder de modo adecuado.

Cuando se cae en la tentación de responder por todo, es que se ha perdido el rumbo. Si ello sucede, el Gobierno se debe preocupar de lo que pasa en su interior, no de lo que sucede con los medios, cualquiera sean las intenciones de éstos.

Por principio, existen ciertas críticas que se descalifican a sí mismas. Son las que llegan a la descalificación personal y al insulto gratuito. Éste es el tipo de cosas que no se responde, porque no se puede contestar lo que abunda en prejuicios o emociones pero carece de argumentos.

En cambio, existen otras materias en las que no queda más alternativa que establecer una defensa formal, como en las interpelaciones parlamentarias. Pero hasta el menos astuto advierte que cuando interpelar se vuelve rutina, su efecto va del impacto a la costumbre. Además, ¿hasta dónde puede llegar la acción opositora de interpelar a los ministros sin que se haga evidente que el daño supera todo posible beneficio?

Simplemente, no parece haber graduación en las acciones emprendidas y ése es el camino corto al hastío y el cansancio de una opinión pública que no ve utilidad manifiesta en puestas en escena que consumen dedicación y esfuerzo sin agregar información adicional relevante para formar un juicio ciudadano, cuya atención nunca estuvo centrada en ninguno de estos avatares.

Con todo, los procedimientos de la democracia se deben seguir sin chistar. Mientras no se perfeccionen, se tienen que seguir al pie de la letra. Lo importante es no detener la marcha normal del sector público y la implementación de las políticas públicas.

Un vistazo a la carta de navegación

Engancharse en debates sobre lo que podría haber acontecido no tiene justificación. Es como si las tareas del momento no fueran lo suficientemente importantes como para ocuparse de ellas. Para evitar que eso pase hay que recordar cada cierto tiempo la carta de navegación del Ejecutivo para evitar desconcentraciones.

Michelle Bachelet se ha preocupado de impartir señales de orden y coordinación desde La Moneda para el resto del Gobierno. Sin duda, seguirá profundizando este camino en las semanas que siguen, puesto que no se puede pedir a los demás que sean perseverantes en sus propósitos y sus funciones si no se hace lo propio, actualizando periódicamente las directrices superiores.

Una de las mayores virtudes del Ejecutivo ha de ser la perseverancia. Ha de tener confianza en la efectividad de sus políticas. Éstas requieren un cierto tiempo para rendir frutos y más para llegar a apreciarse masivamente. Pero, si se tiene la certeza de que, al final será evaluado por resultados verificables, entonces no puede contentarse con logros mediocres, con justificaciones permanentes o con trabajos a medio terminar.

Tiene que tener el propósito de acrecentar el apoyo ciudadano a sus principales metas, porque se trata de ganar el juego democrático que se resuelve en la mente de las personas. Nunca es un puro asunto de kilómetros construidos, edificaciones levantadas y cifras en azul.

En la actualidad, las evaluaciones externas a la administración Bachelet se caracterizan por su criticidad y su pesimismo. Pero la vara con que se mida el Gobierno ha de ser un exigente calendario interno de tareas de cumplimento verificado y seguimiento al día.

Lo que termine por pasar con el Gobierno está por definirse. Hasta las encuestas parecen no decidirse entre rechazo y apoyo. Finalmente la tendencia tendrá que definirse.

Responder rectificando

Ahora, el pesimismo de la elite política convive con buenos resultados económicos, conflictos sociales y negociaciones en desarrollo, con avances constatados de las políticas sociales, con renovada confianza internacional y una inflación que resulta más que la esperada.

Cómo pesen cada uno de los factores depende de las acciones que se emprendan, en especial desde el Estado. Lo importante es la aplicación a las dificultades del momento.

Así, por ejemplo, quedarse en el esclarecimiento de cómo se produjeron las decisiones del Transantiago tiene interés, sin duda, pero no puede concentrar al Gobierno en la respuesta.

No faltan responsabilidades públicas por asumir ni el reconocimiento de los errores. Por lo demás, será asunto de debate y análisis por un tiempo prolongado. De allí que lo que corresponde es concentrarse en los avances en el transporte público y, sobre todo, en la satisfacción de los usuarios, como primera prioridad.

Hay que dedicarse de preferencia a las decisiones que quedan por adoptar, más que a la disección de las ya tomadas, al menos es lo que corresponde desde el Gobierno.

Mucho más tiene que responder por las rectificaciones urgentes que comprometió con plazos y metas conocidas. Al final, habrá que dejar a los ciudadanos el sopesar entre errores y rectificaciones. La ocupación de hoy es cumplir.

Materias para decidir aquí y ahora las hay y muchas. En los días previos, se acaba de incorporar el tema del anuncio de una ley de cuotas y la existencia de incentivos a la participación política de las mujeres. Cada cual debe pronunciarse sobre una iniciativa que requiere asumir posiciones de fondo, que aún están por definir el curso que el país adoptará y que tiene grandes implicancias para nuestro sistema democrático.

Bachelet ha defendido la idea como necesaria porque “tiene que asegurar condiciones de igualdad” para el ejercicio de la política. En la oposición, las reacciones han sido de las más diversas, desde los que están dispuestos a considerarla, hasta los que consideran la iniciativa como innecesaria y hasta oportunista.

La oposición puede darse el lujo de no saber dónde ir salvo mantener el propósito de alcanzar el poder, atacando sin descanso a quienes ejercen el Gobierno. En el Ejecutivo no se puede hacer lo mismo.

Al final, no hay forma duradera de enfrentar los temas con puras consideraciones de conveniencia o pensando en ventajas electorales. Los debates de fondo terminan por imponerse, y adquieren dinámica propia, más allá de las intenciones que pudieran tener quienes abren las puertas de la discusión.


Éste no es un buen período para la demagogia o las respuestas efectistas. En los últimos días hemos tenido la cuota habitual de intervenciones de bajo calado, intentando llamar la atención por lo altisonante de las declaraciones. Pero nadie prestó atención a estos intentos por la simple razón de que había temas de fondo sobre los cuales pronunciarse y que ya concentraban la atención ciudadana. Ésta parece una tendencia a consolidarse.

Cada cual es dueño de escoger sus batallas, aquello por lo que se jugará a fondo con tiempo y energía. Al elegir a qué se dedica, también decide qué es aquello que dejará en el camino porque no se ajusta a sus prioridades, es secundario o es insustancial. El Gobierno de Bachelet tiene que ratificar su rumbo, y sus principales figuras deben dar ejemplo de abocarse a lo principal.

viernes, agosto 03, 2007

Los puntos sobre las íes

Los puntos sobre las íes

Aylwin ha señalado que sin unidad la Concertación no tiene opción presidencial. Se puede ampliar a que, sin mantenerse como un todo reconocible, ella no es una opción para algo importante.

Víctor Maldonado


Sin eufemismos

PATRICIO AYLWIN ha declarado hace poco que “sin reforma educacional y previsional, es muy probable que la Concertación se venga abajo”.

Con esto ha querido decir que el conglomerado de Gobierno depende ahora de sus logros efectivos antes que de sus referencias al pasado. Antes que todo, hay que justificarse por los aportes al país.

Respecto de la próxima elección presidencial, Aylwin es igual de claro: “El próximo candidato va a ganar siempre que tenga el apoyo de los cuatro partidos de la Concertación”. Se requiere, pues, que no falle ninguno en el apoyo.

Por último, considera que “los partidos no están cumpliendo con sus funciones de Gobierno” y que “del Gobierno no hay suficiente orientación hacia los partidos”.

Se trata de un diagnóstico duro, exigente y al hueso. Podrían incorporársele numerosos matices y precisiones. Pueden agregársele excepciones e intentos de rectificación.

Pero lo que importa, a la postre, es saber si el ex Presidente ha apuntado a lo medular. Y, aun a riesgo de herir susceptibilidades, hay que reconocer que se trata de un diagnóstico certero.

Lo bueno que tiene es que permite pensar en rectificaciones en los puntos donde marca las tintas.

Aylwin pone en primer lugar el tema de los logros efectivos y de la obligación de sacarlos adelante.

Todos sabemos que existen debates en que lo que importa son las diferencias y los principios que se defienden. Se puede perder una votación, pero se han de mantener las convicciones en alto contra viento y marea. Marcar la frontera con los otros es lo que cuenta en estos casos. Lo que se busca es ser uno mismo, cueste lo que cueste.

Estos momentos son indispensables, pero son relativamente escasos porque, pese a ser intensos, su propósito se agota en el mismo momento en que se expresan. En el resto de las ocasiones lo que se busca es aprobar una legislación que signifique un progreso real ante lo que se tiene hoy.

Hay que negociar, porque lo que importa es obtener el mejor resultado posible y se parte de la base de que nadie puede conseguir todo lo que quiere por sí solo, sino que tiene que tomar en consideración a otros sectores que opinan distinto y que incorporarán sus puntos de vista en el producto final.

Son equipos los que ganan

Todos consiguen lo que quieren y, por definición, no hay quién pueda quedar satisfecho por completo con lo que logra. Es el precio por ser efectivos.

Aylwin quiere decir que el Gobierno de Bachelet será juzgado por sus logros más que por sus intenciones, así como la Presidenta es evaluada por su desempeño más que por características personales. Este punto es decisivo.

Negociar leyes fundamentales no tiene nada de malo y es un procedimiento imprescindible en democracia cuando se necesitan acuerdos amplios.

Esto, con la condición obvia y básica de que quien propone una iniciativa no parte transándolo todo a gusto del interlocutor. Identificando los irrenunciables de su proyecto, se puede defender lo sustantivo y ser flexible en todo lo demás.

Se puede sostener que el problema decisivo no radica en negociar, sino en conseguir entrar con prioridades claras a la negociación, actuar coordinadamente y como equipo.

En todos los casos importantes los logros son colegiados y las victorias nunca son personales. Quien lo intenta en solitario, sólo se queda y agrega un nuevo ingrediente a los obstáculos para llegar a buen puerto.

Por supuesto, los interlocutores siempre tienen el derecho de esperar al frente un comportamiento coherente, convergente y colaborativo que les resulte comprensible. Conseguirlo es un mínimo exigible.

Aylwin ha señalado que sin unidad, la Concertación no tiene opción presidencial. La justa afirmación del ex Mandatario se puede ampliar a que, sin mantenerse como un todo reconocible, no es una opción para algo importante.

Siempre han existido, junto con una agenda de acción común, agendas individuales de quienes quieren perfilar su liderazgo personal. Pero, últimamente, dicho aspecto está rebasando todos los límites de la prudencia. Casi parece una epidemia.

El intento de destacar a todo evento, sin consideraciones de bien común, no es otra cosa que una explosión de liderazgos mediocres, exhibidos sin control ni pudor. Si el egoísmo y la vanidad campean en política no es por casualidad. Ha de ser porque las barreras al descriterio han sido levantadas y, también, porque los encargados de imponer mayores grados de racionalidad no están cumpliendo a cabalidad con su cometido.

¿Por qué será que parecemos desordenados?

Estará de más decir que la mejor prédica consiste en dar el ejemplo. En este sentido no es la existencia de candidatos presidenciales el problema. En gobiernos de cuatro años y sin reelección, la presencia de aspirantes a encabezar el Ejecutivo es una constante, no un hecho excepcional. Así que lo que está en cuestión es el tipo de comportamiento que los líderes más relevantes están teniendo al momento de competir.

En el caso del oficialismo, si un candidato apoya al Gobierno, adopta una actitud constructiva y propone acciones aglutinantes, en verdad no se ve por qué tendría que ser considerado indeseable. Un sector político cohesionado tras conductores definidos, que ajustan tiempos y procedimientos, son aliados para producir la gobernabilidad del sistema.
Hay que advertir que las tendencias a la diáspora política no tienen causas únicamente coyunturales. Rectificarlo requerirá del esfuerzo mancomunado de todos los políticos responsables que estén disponibles. El tiempo nunca corre con neutralidad y tiempo que se deja pasar es un lapso que se pierde para enmendar rumbos y que se suma al acostumbramiento de un cierto desorden instalado.

Aylwin ha llamado la atención sobre el incumplimiento de funciones de Gobierno por parte de los partidos y de orientación gubernamental hacia los partidos.

Esta afirmación se hace eco de una opinión ampliamente difundida sobre la existencia de una falla en las dos direcciones. Puede que la realidad no se ajuste completamente a una afirmación tan rotunda; no obstante, más de algo estará pasando como para que, en un número tan significativo de gente informada, se haya consolidado una opinión tan compartida.

Hay que considerar, sin embargo, un matiz importante. El epicentro de la crítica se puede concentrar en el Congreso mucho más que en los partidos. Los presidentes de las tiendas políticas de la Concertación son un grupo homogéneo, de buen nivel y que suele actuar como equipo.

Las diferencias se expresan en el Legislativo. Y son los congresistas los que reclamarán una actuación más constante, unívoca e intensa de parte del Ejecutivo. Si el reclamo existe, es mejor atenderlo que justificarse.

En la actual circunstancia, tres cosas parecen muy deseables: debiera ser más difícil enterarse de las diferencias entre los ministros; cada cual podría dedicarse a hablar en exclusiva de lo que le compete; y cada quien debiera hacer más presente que pertenece a un mismo equipo bajo la dirección presidencial. Esto es tal como suena: tan básico como imprescindible.

Aylwin ha tenido la virtud de decir mucho con pocas palabras. Se ve que no ha perdido esta cualidad.