jueves, mayo 27, 2010

De derrota en derrota hasta la victoria final

De derrota en derrota hasta la victoria final

Víctor Maldonado


Renovar lo que tenemos o cambiar lo que tenemos

La Concertación se encuentra debatiendo acerca de las causas de la derrota presidencial, no con la finalidad de ajustar cuentas con el pasado sino con el objetivo de prepararse para no repetir errores y recuperar el liderazgo político.

Por supuesto, no hay quien dude que cualquier solución pasa por mejorar la calidad de la política que se practica, por vincularse mejor con los ciudadanos y por atender a los cambios que la propia Concertación ha ayudado a implementar en Chile.

Así es que no hay que entrar a debatir sobre aquello sobre lo que no hay disenso. En cualquier circunstancia, los partidos han de mejorar su democracia interna, entregar mejores propuestas e integrar de una manera aceptable sus diferencias.

Gran parte de la discusión en los partidos no pasa por discutir qué es lo que hay que hacer, sino quienes son aquellos que pueden encabezar un proceso de renovación partidaria, del que nadie puede escapar.

De manera tal que quienes ya cuentan con años de experiencia, tratan de demostrar que la renovación no es un asunto de edad sino de “actitud” y los más jóvenes intentan demostrar que se pueden hacer cargo del partido completo y no sólo de representar a una generación dentro de su colectividad.

Hay un ansia de llegar rápidamente a conclusiones que permitan a la coalición de centroizquierda salir adelante, y por eso algunos buscan ampliar los convocados a fin de sumar más fuerzas y variar la situación política actual.

Sin embargo, el fin de un largo ciclo histórico no se supera simplemente agregando interlocutores. Se necesita tener un propósito común que dé sentido a la integración de personas y movimientos.

Y para sumar, se presentan dos alternativas que difieren mucho entre sí. La primera es renovar la Concertación a partir de sus actuales componentes; la segunda, consiste en variar los componentes para construir un conglomerado de factura distinta. Esta última opción es la más fácil de describir.

Los que plantean variar de socios, parten de la base que lo mejor que podría ocurrir en el arco político alternativo a la derecha, es constituir conglomerados más homogéneos y menos diversos.

Es decir, que deberíamos tener una izquierda más izquierdista y un centro más centrista. Porque nuestros males vendrían del hecho de que es el otro socio el que –hasta ahora- “paraliza” las mejores y más representativas propuestas dado su conservadurismo congénito o su populismo exacerbado.

Como sea, para quienes sostienen esta perspectiva, la solución consiste en abrirse primero a quienes han roto con la Concertación, partiendo de arriba hacia abajo; es decir, sumando dirigentes. Lo que se busca es que, al polarizarse las posiciones, el electorado sería atraído por propuestas más rotundas y radicales. Así, por ejemplo, se podría tener un acuerdo estratégico intraizquierda y un acuerdo instrumental o táctico con el PDC. A menos, claro, que la DC decidiera prescindir de sus “reaccionarios”, no se sabe muy bien mediante qué oscuro mecanismo.

De la “mismocracia” a la democracia

De más está decir que esta perspectiva valora bien poco los logros y avances conseguidos por la Concertación, al mando del país desde el inicio de la década de los 90 hasta principios de este año.

La segunda alternativa a seguir es bastante diferente y valora mucho lo que se ha construido en conjunto.

Si uno estima que la Concertación debe y puede renovarse –a partir de lo que es y sin quiebres- lo que hace es diagnosticar que una de las causas principales de la derrota presidencial estriba en la división de la centroizquierda. Estima, además, que las divisiones en la Concertación están asociadas al debilitamiento de los partidos y esto último a una creciente separación con una ciudadanía que ha cambiado mucho desde la recuperación de la democracia.

Quienes así pensamos, ofrecemos como camino de salida a nuestros presentes males el proponerse un nuevo inicio, “reseteando” liderazgos, conductas y formas de organización que ya han quedado obsoletas.

Luego, lo que se propone es fortalecer la Concertación de abajo hacia arriba. No busca eliminar personas sino mejorar prácticas. Esto quiere decir que los partidos vuelven a cuidar a sus militantes y hace de la pertenencia a una organización política algo prestigioso, valorado e influyente. Llega a ser central el formar, capacitar y escuchar opiniones; la asistencia técnica y profesional es nuevamente un hecho. Y los liderazgos que el partido ofrece son aquellos que la ciudadanía quiere y lo que unos desconocidos pero influyentes personajes deciden poner en los sitios de honor.

Esto último es bien importante. Si se le quiere hablar al país, se ha de poner a la cabeza de los partidos a aquellos que el país quiere escuchar y no a cualquiera que quiera hablar, por muchos méritos internos que tenga. En la práctica, esto sin duda requiere –en parte aunque no sólo- un cambio generacional, porque el gobierno de los mismos, por los mismos y para los mismos es… más de lo mismo que se quiere cambiar.

Por eso una de las señales más importantes que se pueden dar ahora es el proteger los liderazgos con mejor reconocimiento público.

Anteriormente, los líderes de reemplazo han encontrado muchos obstáculos en sus propios partidos para proyectarse mejor a nivel nacional. Ahora parece existir una conciencia mayor de que reincidir en esta conducta resulta letal para la institución que las practica. Idealmente, se requieren procesos democráticos abiertos que legitimen a las figuras más prestigiosas, pero si ello no es posible, la solución implementada en el PPD es, de todas formas, una buena señal.

La unidad no tiene reemplazo

Una vez que los partidos cuenten con conductores validados y reconocidos, entonces llega el momento de revalidar los acuerdos estratégicos entre partidos y de trabajar planteamientos nacionales en forma conjunta. Con cada nueva etapa se requieren nuevos acuerdos, puesto que los anteriores ya han tenido su tiempo y ya han entregado los frutos esperados.

No hay ninguna obligación de concordar todo en todas las materias (¿cuál sería la gracia de alcanzar acuerdos si no existieran diferencias iniciales?), pero sí de conseguir los suficientes consensos como para orientar su gobierno y dar coherencia a sus acciones.

En el fondo, lo que se busca es confluir en un proyecto en el que nos sintamos representados para darle gobierno a Chile y reconquistar el poder.

Cuando se trata de renovar la Concertación hay que partir escuchando y dialogando entre quienes la han defendido en forma constante, siempre han permanecido en ella, han dado la cara por sus gobiernos y han respaldado sus candidatos. De otro modo, se incentiva la dispersión y el individualismo antes que la unidad y la convergencia de posiciones.

Es muy sorprendente comprobar que aún se piense que fragmentar la centroizquierda podría resultar de algún modo beneficioso a sus integrantes, justamente cuando Piñera ganó moviéndose hacia el centro.

Dividirse permite victorias menores a quienes encabezan fracciones, pero no permite construir mayorías que den gobierno. Convertir a una parte de la Concertación en objeto preferente de las críticas, es olvidarse de quienes tienen el poder y quedar congelados en la oposición por años. Por ese camino se perderán las elecciones municipales y todas las demás, yendo de derrota en derrota en busca de la victoria final.

Si llegamos a pensar que las dificultades para llegar a acuerdo entre nosotros son insalvables, el mensaje que estamos entregando es que es preferible llegar a acuerdos con la derecha por separado y bajo su conducción. Para claudicar no hay que darse una vuelta tan larga. Por eso no hay reemplazo para la unidad.

viernes, mayo 07, 2010

Llegó el tiempo del testimonio

Llegó el tiempo del testimonio

Víctor Maldonado


Relato de una traición

El caso Karadima ha impactado fuertemente a la Iglesia Católica, pero sus efectos están llegando mucho más allá de cualquier barrera institucional.

En realidad se representan tres aspectos que son de interés general: el tratamiento de un delito, la demora en la respuesta de los responsables de la organización religiosa, y una manifestación de la intolerancia que ha estado presente.

Cuando se investiga un delito, el curso de acción legal tiene, por supuesto, una prioridad natural. Y nadie discute que, mientras no se prueba lo contrario, un acusado es inocente.

Sin embargo, hay otra dimensión en este asunto que tiene también importancia: lo sucedido con la presentación del programa Informe Especial de TVN, dedicado al tema. En esta oportunidad, y de una sola vez, cientos de miles de personas se encontraron de improviso con el impactante relato de los denunciantes.

La televisión es un medio particularmente apto para captar las emociones y la sinceridad de los testimonios. Sin necesidad de esperar a que la fiscalía y la investigación interna de la Iglesia hicieran su trabajo, la mayor parte de los televidentes quedaron convencidos de que se les estaba hablando desde una dolorosa verdad.

Esta impresión se ve consolidada por el hecho de que los denunciantes habían sido todos miembros activos de la Iglesia, personas del círculo de confianza del imputado, y que compartían una admiración inicial sin límites por Karadima.

Lo que sobrecoge es el método empleado por el denunciado y que sus víctimas presentan, cada uno en forma separada, usando términos muy similares.

La descripción que se hace es el de una traición que se ensaña en lo más íntimo de la personalidad de las víctimas.

El sacerdote cuestionado aparece ganándose por completo la confianza de las personas que requerían de una figura paternal en la que pudieran confiar. En seguida se establece una relación de discípulo a maestro, donde el primero tiene el privilegio de ser aceptado en círculos de confianza cada vez más íntimos.

El victimario sólo procede a la acción una vez que se ha convertido en guía o formador, cuando está en poder de secretos por la vía de la confesión.

El ataque es tan inesperado que paraliza al agredido. Luego viene la culpa, la vergüenza, la experiencia de la angustia, el temor y el auto-desprecio. La desintegración por dentro. El odio a sí mismo.

Lo más espantoso es que el agresor lograba que sus víctimas se sintieran, al mismo tiempo, cómplices de su degradación. Esto es casi la definición de un acto de maldad en estado puro.

Mucho tiempo, poca prudencia

Cuando alguien encuentra el infierno, justo cuando esperaba estar más cerca del cielo, nadie puede creer que quien confiesa estos hechos lo haga por un fin mezquino, buscando su propio provecho. Más bien lo que los motiva es alertar a otros de un gran peligro y evitar que estos hechos se vuelvan a repetir. Es un acto de valentía y de responsabilidad social.

Lo que es completamente seguro es que no estamos ante una conspiración. Nadie conspira siguiendo cinco años el conducto regular, guardando reserva y esperando con paciencia una respuesta que nunca llegó.

Por los hechos conocidos se puede constatar que las muestras de prudencia más notables las han apostado las víctimas y muy pocos más. Da la impresión de que los denunciantes cuidaron todo por cumplir con la Iglesia. Cabe entonces preguntar si igual prudencia mostraron aquellos que tenían la obligación de afrontar y resolver esta difícil situación.

En la misma Iglesia los expertos más calificados coinciden en recomendar que, procesos de esta magnitud han de ser resueltos empleando entre seis o siete meses a contar desde la denuncia. Por eso es simplemente inexcusable una demora por dar un tratamiento adecuado que consume entre 60 a 70 meses de investigación. Las denuncias datan del gobierno de Lagos. Pasa toda la administración de Bachelet, llega Piñera y se nos cuenta ahora que la investigación “se encuentra bastante avanzada”. ¡Por favor!

Algunos piensan que lo que se busca ante la opinión pública es desprestigiar a la Iglesia Católica. Pero hay que recordar que este caso no lo empezó la prensa, sino que terminó en la prensa producto de la negligencia de quienes debieron actuar a tiempo y con firmeza.

Hacer justicia a tiempo es la verdadera prudencia. Aquí falló el sentido de justicia. Se ha llegado al extremo en que la demora impresentable por resolver esta situación por parte de los responsables jerárquicos, ha terminado por exasperar a los acusadores y al acusado por igual.

Si todos se cansaron de esperar, y las demoras se han justificado con el fin de no afectar la honra de los unos y otros, finalmente, ¿a quién se estaba protegiendo? Cualquiera sea la respuesta, hay que decir que no se logró en absoluto.

El brillo de la verdad

Este episodio muestra una gran falta de adaptación a los nuevos tiempos. Se sigue pensando que este escándalo es un problema intra-católico. No es verdad. El mundo no termina en nosotros. Tenemos que dar cuenta de nuestros actos ante la comunidad nacional a la que pertenecemos, a sabiendas que se actúa con retraso acumulado.

El silencio también es motivo de escándalo. Tras cinco años con la cortina cerrada, se ha perdido la iniciativa.

El tiempo no pasa en vano. Ahora no basta con pedir confianza. Hay que probar que nos merecemos la confianza y dar confianza con acciones concretas.

No se puede pasar la vida diciendo a los demás cómo deben actuar correctamente, para luego fallar en la propia casa, llegando tarde y dándole la palabra más a los abogados que a los pastores.
Algunos están respondiendo, no con lo que tienen de católicos, sino con lo que tienen de autoritarios. Como aquel personaje que aparecía en Informe Especial agrediendo al camarógrafo y alejando a una feligresa que le pedía calma. Son el tipo de personas que no tienen ninguna duda y que se sienten autorizados a emplear la fuerza en vez de los argumentos.

Están también los que parecen dar una especie de orden superior de no investigar o de no opinar. Quieren acallar las dudas a gritos o hablando fuerte. Pero un berrinche no es argumento. La mejor sociedad no es aquella en la que hay más mudos sino aquella donde se dialoga a fin de superar los malos momentos.

Tenemos la obligación de hacernos cargo de esta situación. Quien sea católico, lo hará como católico, pero también todo ciudadano ha de formarse su propio juicio y actuar en consecuencia.

Se ha abusado de jóvenes –por largo tiempo- en un lugar donde debían estar protegidos. Lo que importa es lo que haremos ante el abuso, mucho más que el lugar donde se produjo. Porque hoy se ha detectado este problema en una iglesia, pero mañana podrá ocurrir en otro lugar igualmente inesperado.

Todos nosotros pensemos en qué vamos a hacer si un niño está siendo abusado y nos lo cuenta buscando ayuda. ¿Puede contar con nosotros para que lo protejamos? ¿Está la sociedad chilena preparada para ayudarlo y asistirlo? Si pide ayuda ¿le vamos a pedir que se calle porque afectaría a personas “respetables”? ¿Vamos a solicitarle que nos dé unos cinco años para hacernos una idea de lo que pasa?

Lo cierto es que hay abusos en los que no se debiera callar y eso es lo que importa. Esto es un escándalo. Lo es porque todos esperamos que los que invocan a Dios, le hagan caso a Dios. Si nos escandalizamos es por la distancia de unas conductas inaceptables con el testimonio de una fe que clama por ser vida siempre, en público y en privado.

Sin embargo, no todo han sido errores. La jerarquía religiosa ha evitado caer, con juicio y acierto, en la peor de las respuestas: actuar como un sindicato que proteje a sus socios. No seguir este camino ha sido lo mejor que ha pasado en este muy lamentable episodio.

Se ha hecho un gran daño. Quienes han causado el daño no han sido los ofendidos sino el ofensor, aquel que falló a la dignidad de su consagración. El dolor de la comunidad cristiana es inmenso. Pero no ha de perderse el valor y la confianza.

No hay que seguir el camino de los que fallan a su fe. Lo que no puede una iglesia arrogante y autosuficiente, lo puede una iglesia humilde y cercana.

El testimonio cristiano brilla cuando se hace presente y brilla también por ausencia. Ya fue el tiempo de la traición de alguno, que ahora que sea el tiempo del testimonio de muchos.