viernes, octubre 28, 2005

La nave al garete: la esperanza de la derecha es la izquierda

La nave al garete: la esperanza de la derecha es la izquierda

Ahora que la competencia es más estrecha, hay que preguntarse si la Concertación debe seguir pidiéndole más a la candidata o entregarle más de lo que le ha dado. Es el momento de no perder el norte.

Víctor Maldonado

Si se pudiera adelantar desde ya cuál es el candidato que ha errado en su apuesta estratégica de campaña sin duda que se tiene que pensar en Joaquín Lavín.

Como ésta es la competencia presidencial en la que menos misterios se han guardado, Sebastián Piñera ha identificado con precisión lo central del error gremialista: avocarse a consolidar el voto de los convencidos (voto duro) en vez de intentar conquistar indecisos.

A lo anterior habría que agregar que se trata de una candidatura que se aferra casi con desesperación a un tema único (la delincuencia) y que ha engrillado su destino a la atención ciudadana que consiga sobre la forma cómo lo aborda.

Teóricamente estas decisiones parecen correctas. Es el tipo de cosas que un asesor comunicacional puede proponer respaldándose en los manuales. Sólo que es muy difícil que la realidad se comporte del modo recetado por los expertos.
Entre dos candidatos empatados y sin posibilidades de vencer a la favorita pero que compiten por el segundo lugar, tiene más posibilidades de conseguir su objetivo no el que se protege sino el que se expande, aunque sea por la actitud optimista, que se termina por contagiar a quienes están alrededor.

Tampoco es muy difícil elegir entre uno que pierde y se va y otro que pierde y se queda. En el segundo caso, se puede pensar que el voto no es del todo inútil. Al menos hay futuro al que apostar. Eso hace toda la diferencia.

Por otra parte, se puede pensar que la seguridad ciudadana nunca pasará de moda. De hecho, los titulares de crónica roja nos acompañan en los quioscos desde que aprendemos a leer. Forma parte de lo que consumimos todos los días.

Pero una cosa es el permanente interés por los asaltos y los asaltantes y otra bien distinta es prestarle atención a un candidato que habla de los asaltos y los asaltantes. Casi es seguro que después de algunas semanas, éste último pase de concitar interés a concitar hastío. Justo antes de que se llegue a votar para mal de males. Si esto llega a suceder, el camino seguido por Lavín lo llevará a un desastre. Y si se trata de mantener la atención del público, hay que reconocer que el candidato gremialista no está de lo más atrayente que digamos.
Piñera se queda en la derecha

Por eso, en la derecha, se ha instalado una competencia centrada en quién comete menos errores, más que en quien consigue mayores aciertos.

Piñera tiene comparativamente menor rechazo, pero no consigue más adhesiones. Sus posibilidades de conseguir apoyo desde el electorado de la Concertación se están diluyendo, porque no ha conseguido ningún espacio para hacer creer que es un legítimo heredero del triunfo del No en el plebiscito.

Sigue cortejando al electorado DC, pero con todo este partido en una sola línea no tiene posibilidades de resultar verosímil. De hecho, la Falange le recuerda a los electores no escuchar los cantos de sirena del empresario.

La estrategia del candidato RN pone todavía más en evidencia que, al postular a La Moneda, lo que hay que preguntarse no es únicamente por las actuaciones individuales, sino por el conjunto de personas que acompañan al postulante y con las cuales hará Gobierno.

Alguien que vota por el No en el plebiscito de 1988 y que lleva al Gobierno a todos los que votaron por el Sí no es la idea de un heredero legítimo de una gesta ciudadana.

En realidad, el empresario pudo hacerlo mejor. Ante la estrategia un tanto desesperada de Lavín, el comando presidencial de RN reaccionó con un cierto grado de desconcierto.

Por un tiempo demasiado largo dejó que el debate en la derecha se mono-tematizara, y con ello perdió su ventaja comparativa más importante. Mientras se mantuvo en este marasmo, perdió impulso y fuerza.

Da la impresión de que Piñera es mejor como expectativa de candidato que como candidato mismo. Cuando está por partir, todos esperan un torbellino de iniciativas y propuestas. Esperan riesgo y entusiasmo. No lo hace mal, pero tampoco logra cambiar decisiones tomadas.

Por último habrá que convenir en que dar como principal razón para que lo escojan como Presidente, el que se ha preparado toda su vida para serlo, no es una razón particularmente conmovedora para dueñas de casa, pensionados o para los sectores populares. Es conmovedoramente auto-referido, pero no basta.

Bachelet está en campaña, los demás ¿dónde?

No deja de ser interesante que la pregunta clave de esta elección presidencial, no sea quién gana, si no cuándo gana Michelle Bachelet.

La duda, a estas alturas, está en si su apoyo se encuentra más abajo o más arriba del 50% de los votos en la primera vuelta.

La derecha no avanza, más bien se trasvasija apoyo de un candidato a otro, sin conseguir, como conjunto, mayores adhesiones. Pero no es desde allí desde donde surge el verdadero entusiasmo.

Al mirar hacia la mayoría política quedan al menos dos cosas claras que requieren combinarse muy bien. Va a ganar la Concertación por que lo ha hecho bien y ha tenido éxito; y va a ganar Bachelet porque se quiere un cambio que acerque la vida pública a los ciudadanos. Hay reconocimiento de lo hecho y necesidad de entrar a otra etapa.

Ambas cosas son ciertas. Las dos son compatibles. La combinación de realismo con capacidad de afrontar nuevos desafíos es lo característico de las mejores experiencias políticas chilenas. Es, si se quiere, dar vigencia a su mejor tradición cívica.

Se puede decir que Bachelet es el producto de sus méritos y del éxito de los gobiernos de la Concertación y, en especial, del prestigio alcanzado por Lagos, que ha eliminado temores.

No es que se quisiera innovar porque lo hecho estuviera mal. Más bien es porque, como país, podíamos y necesitábamos acercar la vida cotidiana a la política y eso lo encarnaba mejor una mujer, y esta mujer en particular.

Ahora que la competencia se hace más estrecha, lo que hay que preguntarse es si la Concertación debe seguir pidiéndole más a su candidata, o si debe entregarle más a la candidata de lo que le ha dado.

Combinar campaña presidencial y parlamentaria no es nada fácil. Los partidos se centran en la segunda y desde ella aportan a la presidencial. Pero es indudable que ha llegado el momento de dejar de ver el triunfo como una fatalidad, para convertirse en una tarea que compromete.

La candidata lo hace bien, el comando está ordenado, se cuenta con programa, la publicidad es hermosa. Pero el contagio de alegría en una campaña ciudadana, la da la movilización de los ciudadanos y es esa la etapa que requiere emprenderse ahora.

La oferta del reconocimiento


Vivir para ver. Llego el día en que la derecha se ha alegrado profundamente del aumento en las encuestas del apoyo al candidato de la izquierda extraparlamentaria. Claro, es una alegría a la usanza de los lugareños: poco corazón y muchos intereses involucrados.

Lo que esperan es que la votación de Hirsch los catapulte a la segunda vuelta. Lo consideran un tipo de voto útil. Para la Concertación es el momento de no perder el norte.

El adversario sigue a la derecha. Sumados, sus candidatos no han conseguido un voto más en los últimos meses. Sus méritos no le dan para crecer. No están despertando nada nuevo. Están dependiendo de otros. Son parte de los movidos, no de los que mueven.

Hacia la izquierda, la Concertación tiene mucho que hacer. Ante todo, puede hacer una oferta de reconocimiento político. Es un sector que hace falta y que demanda un espacio público que encuentra institucionalmente cerrado. No es sólo que convenga, si no que es justo.

Al momento, la esperanza de la derecha es la izquierda. Pero el revés nunca ha sido cierto. Los socios no son los que ponen los candidatos, si no los que pueden ayudar a abrirlos.

viernes, octubre 21, 2005

Conectarse con la gente, desconectarse de la derecha

Conectarse con la gente, desconectarse de la derecha

La campaña gremialista se está volviendo monotemática. Lo que la mantiene vigente son las respuestas. “No me callarán”, dice Lavín, tal como si alguien estuviera intentándolo siquiera.


Crónica de un triunfo anunciado

¿Qué vimos en el debate presidencial? A una Presidenta antes de asumir; a dos aspirantes que se perfilan asegurar el liderazgo de la futura oposición; y a un representante de la izquierda que pugna por constituir un actor que hace falta.

Cada cual ha adoptado ya la posición desde la cual enfrentará la política a partir del próximo año. Tan nítido es para todos lo que está aconteciendo y tan ausentes se encuentran los intentos de variar el curso de acción que se dirige a puerto con fuerza irresistible. Así que se puede asegurar que lo que está cambiando no es la intención de voto sino la seguridad con que se opta al votar.

El debate no generó una sola duda y eliminó varias. Michelle Bachelet llegó a él con un programa de Gobierno internalizado, que es lo mismo que decir que a la coyuntura se presentó con una idea clara sobre lo sustantivo.

Tenemos una opción presidencial que sabe lo que quiere, explica cómo procederá y sabe cuánto cuesta lo que quiere. Es una voluntad política con el foco puesto en unos objetivos conocidos.

En la derecha, este episodio la confirma en lo acertado que resulta ser su preocupación preferente por la elección parlamentaria. Sólo que tampoco en este ámbito las noticias son alentadoras, en particular para la UDI. Conviene mirar esto con atención.

La derecha súbitamente ha despertado. Semidormida en la espera de su nada misteriosa derrota presidencial, la vemos abandonar las sábanas apenas tomó conciencia de que esta derrota se puede extender al nivel parlamentario, algo que de verdad la afecta.

Se debe decir, en contra de la oposición, que hay que hacerlo particularmente mal, sacar patente de ineptitud contumaz, para que con el tremendo subsidio que reciben del sistema binominal puedan perder su casi asegurado empate parlamentario. Pero, aunque parezca increíble, es lo que está ocurriendo, incluso con las reglas del juego a su favor.

Lo muestran las denostadas pero indispensables encuestas. Ante ellas la dirigencia opositora reacciona con una muestra representativa de su mal momento, es decir, con recriminaciones mutuas.

Pero, tras estas muestras tan poco decorosas de nerviosismo, se ha llegado al punto en el que los datos de la cruda realidad deben ser procesados de modo más responsable.

A la derecha nadie la defiende de sí misma

Lo que se ha develado es una realidad tan simple como impactante. Esto es, que el sistema binominal puede defender a la derecha de la Concertación, pero no defender a la derecha de sí misma.

Los partidos de derecha no saben convivir, sólo han aprendido a someterse el uno al otro. A veces predomina uno y se preocupa con indudable refinamiento de que el otro sienta que es así.

Pero la víctima de hoy pasa a ser el victimario de mañana, cuando la “tortilla se vuelve”. Nuevamente ocurre lo mismo, pero con los papeles cambiados.

Como resultado de esa conducta, tan perturbada como persistente, lo más frecuente es ver en los partidos de la oposición que sus representantes se han llegado a detestar mutuamente con frecuencia asombrosa.

Tarde o temprano el agua iba a romper el cántaro, y eso es lo que está pasando ahora ante nuestros ojos.

Así, por ejemplo, en RN tienen claro que para que salga senador Jovino Novoa ellos tienen que trabajar como posesos, desgastarse, endeudarse sin ir más lejos, sólo para perder, pero dándole el aliento adicional que él requiere para salir.

En RN buscan en su interior una sola razón valedera para sacrificarse por alguien que les repele, que de ganar no los trataría con cariño ni mucho menos y… no encuentran ningún motivo para comportarse como masoquistas. No, no más.

Ocurre lo mismo en otros casos. Si uno quisiera encontrar a los RN que incluyen a Bombal en sus oraciones diarias (suponiendo que rezan), probablemente bastaría holgadamente con un ascensor. Es que haber barrido con su presidente en una pasada senatorial por Santiago no es la forma de hacer amigos.

¿Parece un razonamiento muy casero?, ¿seguro?

Sólo le pido que se imagine a usted mismo teniendo que renunciar a un triunfo parlamentario muy probable, sonriendo para colmo, y con los victimarios a sus espaldas viendo como se baja. ¿Cómo se siente?, ¿qué haría cuando esos mismos le pidieran ayuda?

Bien puede que su respuesta sea humana. Demasiado humana, tal vez. Pero convengamos en que, si bien no se justifica, a lo menos se entiende. Llega un momento en que el sistema binominal no es vivible para los socios políticos, y ese momento es ahora para la oposición.

La campaña parásita

Queda un punto de interés para las pocas semanas que restan hasta las elecciones. Los candidatos presidenciales de la derecha se encuentran tan abocados a seguir su libreto que, aún hablando de temas de interés ciudadano, no están logrando modificar la decisión de voto del electorado.

Disputan el mismo espacio en un círculo vicioso, pero sin adentrarse en territorio ajeno. En esta especie de encierro (inexplicable si la competencia fuera estrecha o si tuviera alguna esperanza), prematuro y revelador, queda sellado el resultado de la campaña.

De allí que sea importante definir cómo es que se deben contestar los ataques y las declaraciones agresivas que van jalonando cada nuevo paso del comando gremialista. ¿Hay que contestar? ¿En qué tono corresponde hacerlo?

Ante todo, lo que parece importar no es tanto lo que pretenda el comando de derecha, ni el grado de virulencia que emplee en ellos. Lo que interesa es evaluar cómo la mayoría de los ciudadanos que apoya a Bachelet se decepciona de estas acciones de campaña.

Si, por amplia mayoría, lo que ocurre es que los ataques son vistos como la actuación recargada de candidatos en roles poco convincentes, entonces, bien poco importa enfrascarse en una sucesión de réplicas y contrarréplicas.

Lo que aparece aconsejable es lo contrario. Desconectar la campaña de Bachelet de la de Lavín.

La campaña gremialista se está volviendo monotemática y repetitiva. Lo que la mantiene vigente son las respuestas en contrario. “No me callarán”, dice Lavín, tal como si alguien estuviera intentándolo siquiera.

Es la tendencia lo que importa, no los períodos de recuperación parcial. La campaña de Lavín estuvo, por unos días, “bien dentro de su gravedad”. Tuvo un respiro, pero no tiene remedio. Subsiste por los errores ajenos, ¿para qué cometerlos?

Librada a su propio esfuerzo, esta línea de acción no llega a diciembre si no muy maltrecha. Se agota antes. En realidad, es una campaña parásita. Vive de la crítica a los demás, mostrándose, sin pruebas, como la solución a los males que denuncia.

Cuando alguien se prepara para asumir la Presidencia entonces habla del abanico de temas de interés nacional, se reúne con los actores que son determinantes para implementar los programas de Gobierno, abre la agenda de temas, conforma equipos de trabajo.

En otras palabras, se centra en asumir el poder, primero en lo simbólico, luego ante la opinión pública, y, finalmente, de modo efectivo.

viernes, octubre 14, 2005

Entre islas y programas

Entre islas y programas

La campaña presidencial de la UDI es el llamado a una cruzada sin ilusiones ni esperanza. Pero con un objetivo claro: saben que no le pueden ganar a Bachelet, pero le quieren ganar a Piñera.



Un poco más a la derecha es “muy” a la derecha

Mientras la campaña de la derecha se centra en los temas de coyuntura, y, en el caso de Joaquín Lavín, se desconecta de las propuestas más elaboradas de sus centros de estudio (puesto que mantener la profundidad de los planteamientos programáticos, le importa cada vez menos); en el caso de la Concertación el tema que centra la atención es la propuesta programática de gobierno.

Es la diferencia entre prepararse para ganar y prepararse para perder. Los ejemplos polares son los de Lavín y Michelle Bachelet.

Él, porque es el único ejemplo de un candidato presidencial que se ha ido empequeñeciendo en el transcurso de la campaña. Ella porque es un caso de transformación gradual desde candidata a gobernante. Claro que esto último se expresa del modo cómo en Chile se acostumbra a reconocer las buenas trayectorias: no tanto diciéndolo abiertamente, como silenciando las críticas que, hace no tanto, eran pan de cada día.

A Lavín lo que le está fallando es la fórmula básica de su postulación, que estrenó con tanto éxito hace unos años, y que hoy parece definitivamente agotada. No es que no sepa a quién convencer, no es que antes hubiera fracasado, es que ahora no convence, y es eso lo que lo lleva a marcar las tintas más allá de lo prudente y más acá de lo efectivo.

La campaña de Lavín debió preguntarse desde dónde se le estaban yendo los votantes hacia Piñera. Porque es cierto que la candidatura gremialista se ha estado debilitando, lenta e inexorablemente.

Por supuesto que tenía que reaccionar, pero el asunto estaba en decidir si ello se logra mejor desde una posición aún más polarizada o volviendo a competir por las posiciones centristas.

De presidenciable a prescindible

Ocurre que Lavín está bien evaluado como alguien que puede ocuparse de la seguridad y controlar el delito. Siendo así, lo lógico es defender este punto. De lo que no había necesidad era de moverse todavía más hacia la derecha. Porque el que tiene como máxima aspiración retener su voto duro, inevitablemente consigue menos que eso.

En el tiempo que queda, detener la caída (si es todavía posible) tiene más que ver con la consistencia entre lo que se hace y lo que ya se había dicho, que con giros marcados y rotundos. No obstante, los dirigentes de la UDI no están intentando ser muy creativos que digamos. Les gusta la idea de agregarle agresividad a la campaña y, por ahora, están contentos con los resultados.

Sin embargo, un Lavín agresivo no pasa la prueba de la credibilidad. No serlo corresponde a su identidad pública, ya sea para bien o para mal. Y perder esto puede terminar siendo contraproducente, tal vez no en las primeras semanas, pero sí antes de la elección.

¿Cuál es el mayor problema con que se puede encontrar un intento de estas características?

Muy sencillo, que se lo llegue a identificar como un fraude. Es decir, que se identifique lo que hace como el juego de alguien que ha dejado de pensar en La Moneda. Alguien que busca impedir el ascenso de otro, y poco más. Alguien que una vez fue un presidenciable (es decir, una figura de la que no se podía prescindir cuando se pensaba el futuro), y que ahora es una barrera de contención (es decir, alguien que ya no tendrá un papel propio, luego de diciembre). Si esto se llegara a ser una obviedad, Lavín estaría en serias dificultades.

Lo que corre a su favor es que el tiempo que queda es corto. Y espera que sus propuestas, de “tipo isla”, no se agoten incluso antes de los escasos cincuenta y tantos días que quedan por delante. Pero lo importante no es si recuperó o no dos puntos en las encuestas. El punto está en saber cuánto tiempo los podrá retener de vuelta.

Un libreto en busca de protagonistas

Las cosas se miran bien distinto del lado de la Concertación. Candidata y comando se han afiatado. El abanico de temas de campaña que se cubre es amplio. Se monitorean los focos de conflicto parlamentario para que la competencia no se coma la convivencia interna. La mayor movilización es… programática. Cada cual quiere aportar, hacerse presente y participar.

Tanto es así que a veces este fuerte dinamismo asemeja una guerra de influencias. Al menos, no faltan las propuestas de todo tipo que son dadas a conocer con mucha publicidad y que están dirigidas a la candidata. Ella agradece y aclara que su función es, precisamente, “determinar la propuesta política” y que ellas deben tener una validación “política, técnica y financiera”.

En esto queda demostrado que hay una buena y una mala manera de influir en la concreción de la propuesta del futuro Gobierno.

La mala manera de influir en el programa es fijando una línea paralela a lo establecido por la candidata y su comando. Porque cuando se actúa así, lo que se hace es mucho más presionar en la representación de posiciones que aportar a una construcción común.

De modo que se puede ver que hay un rango dentro del cual las propuestas son asimilables. Fuera de este rango conocido, lo que se busca es perfilar una propuesta política, que parece destinada a la campaña, pero que, en realidad, va dirigida a concertar apoyos.

La buena manera es darse por notificado de que las directrices básicas de lo que se hará en el próximo gobierno ya han sido establecidas por Bachelet. Las prioridades, los énfasis, el estilo que debe impregnarla, todo ha sido explicitado y repetido con insistencia.

Por lo mismo, no se puede actuar como si nada hubiera pasado, y como si se necesitara imperiosamente que “alguien” diga hacia dónde hay que dirigirse, tal como si estuviéramos todos desconcertados y sin conducción. No es así.

Pocas cosas pueden ser más importantes para un Gobierno que se inicia que saber dónde está sus prioridades. En este caso, se sabe desde temprano que el acento se pone en la infancia (lo que explica la importancia dada a la calidad de la educación), y en la tercera edad (y de allí la reforma que se propone al sistema previsional).

Del mismo modo, se tiene la certeza de que la próxima administración estará marcada por la incorporación de la mujer a las oportunidades del país en igualdad de condiciones; y que ello se unirá a la ampliación del empleo (lo que también tienen un claro alcance para los jóvenes).

Cerrando los énfasis, se tiene a la descentralización, con un desarrollo local y regional potenciados (áreas en las cuales Bachelet tiene mayores compromisos explícitos que en ninguna otra).

En síntesis, la campaña presidencial de la UDI es el llamado a una cruzada sin ilusiones ni esperanza. Pero con un objetivo claro: saben que no le pueden ganar a Bachelet, pero le quieren ganar a Piñera.

Como para esto último no necesitan prepararse para ser Gobierno, cada vez se exigen menos y cada vez se polarizan más. Quieren decir lo que sus electores más duros quieren escuchar, así se caiga el mundo. Todo para mantener los escasos puntos que hoy los separan del candidato de RN.

La campaña de Bachelet se está expandiendo. Es un centro de optimismo. El objetivo es ganar para un proyecto que se sabe posible. Como hay tanto que hacer es como un libreto en busca de protagonistas que son muchos y variados. El centro de atención está en el país, no en lo que suceda en la derecha.
Cada campaña marcha a su destino, tomando direcciones opuestas. ¿Cómo extrañarse de los resultados que obtendrán en diciembre?

viernes, octubre 07, 2005

Estrategia de la derecha: con la pasión de la rutina

Estrategia de la derecha: con la pasión de la rutina

El camino más obvio es que Michelle Bachelet descienda esos dos puntos que le dan el triunfo en primera vuelta. Se pretende que ante una leve baja, la Concertación adquiera inseguridades y cometa errores.

La UDI ha decidido arriesgar agudizando las críticas en el entendido de que no tiene nada que perder; pero eso no es verdad. Está poniendo en riesgo lo que sigue después de la campaña.



La derecha sigue la meta planificada, sin convicción pero con disciplina. Centrada en los temas detectados en las encuestas, a falta de algo mejor.

Da la impresión de llenar el tiempo más que de ocuparlo con pleno convencimiento. Los candidatos presidenciales hacen lo propio agregando, como indispensable condimento, el emplazamiento a Michelle Bachelet a la menor oportunidad o buscándola del modo que puedan.

El ataque a la delincuencia es la estrella del momento, y el tipo de propuesta rápida y efectista, es la más socorrida.

Está claro que, a este respecto, importa más la persistencia en seguir la pista al tema estrella, que la lógica con que se argumenta. Al punto de que se acusa a Bachelet de no haber implementado este tipo de “soluciones” durante su desempeño como ministra de Defensa.

Pero, con todo, este tono en el debate no deja de presentarse con un toque de artificialidad, que no se le despega en ningún momento. No tiene ese grado de pasión sincera que caracteriza la auténtica defensa de opiniones. No es un debate aplicado a la campaña, sino que es la campaña tiñendo el debate. Y, como la competencia no es estrecha, la polémica es floja, aunque se le den ribetes de espectacularidad.

Por si fuera poco, importa mucho más la mantención de la polémica (y de ser posible, de agudizarla) que la búsqueda de auténticas soluciones. Esto se retomará el día después (de las elecciones, se entiende).

Pero, aparte del hecho de que el contexto nacional no acompaña bien esta forma de enfrentar el período electoral, lo peor para quienes la impulsan es que se confunde el intento por motivar un debate con la certeza de salir bien librado de él. Sólo se tiene el intento por centrar la discusión en una cancha que parece favorable. Nada más.

La UDI ha decidido arriesgar, agudizando las críticas, en el entendido de que no tiene nada que perder; pero eso no es verdad. Está poniendo en riesgo lo que sigue después de la campaña.

Sin embargo, en el fondo, está demostrando que adolece de lo mismo que le critica a la Concertación en su momento más difícil: “Se le han agotado las ideas”.

Por parte del Gobierno y la Concertación no es un mal escenario. Al revés, le simplifica la vida en forma considerable. Lo que consigue con ello es asumir una obvia posición de defensa de sus políticas ante ataques que no presentan matiz alguno y no asume responsabilidad por lo que ocurre en municipios que la derecha dirige, o que perdió recientemente por los magros resultados de sus gestiones.

El Gobierno está contestando en el mismo tono -aunque con mayor tino- con el que se le han dirigido las críticas. Es un tipo ideal de intercambio de golpes que le define nítidamente un papel, en un tiempo en que es importantísimo saber cómo actuar sin excederse, sin quedar en una actitud contemplativa y, además, sin ocupar el creciente espacio que debe ir llenando la candidata y su comando.

Este tipo de confrontación termina por ser un regalo para el comando de Michelle Bachelet, puesto que el decir que los delincuentes van a votar por ella porque les conviene pone en un punto insostenible incluso a los partidarios de Lavín. Esto, sin mencionar el hecho de que al atacar a Ricardo Lagos por “la falta de pantalones”, le está pidiendo a sus electores mucho más de lo que, en conciencia, pueden creer.

Tal vez hasta ese punto no lo puedan seguir los candidatos parlamentarios de la UDI, con lo cual se perdería, también, la fusión de intereses y de discurso que habían tenido hasta ahora.

Cuando triunfar es llegar a la segunda vuelta

Lo que se intenta, por parte de la derecha más dura, no es triunfar en la polémica, sino provocar un cierto desgaste en el contrincante. Las encuestas conocidas insisten en mostrarnos un escenario -porfiado por su persistencia- en el que la candidata de la Concertación supera, por un par de puntos, la mitad de las adhesiones.

Se quiere, pues, trasladar la frustración. ¿Cómo? El camino más obvio es lograr que Bachelet descienda esos dos puntos que le dan el triunfo en primera vuelta y que tan desmoralizados tienen a los opositores.

En este momento que la Concertación se presenta como imparable y la oposición como persistiendo en errores básicos.

En este cuadro, “forzar la segunda vuelta” es buscado por una serie de motivos: porque ¡algo hay que buscar!; porque parece alcanzable; porque les daría una sensación de recuperación y de falso ascenso; y, sobre todo, porque -esperan- resultará todavía más inesperado que con la elección de Lagos. Es decir, se pretende que ante una leve baja, la Concertación se desconcierte, adquiera inseguridades y cometa errores.

Como se ve, el problema (desde el punto de vista de la Concertación) no radica en el hecho mismo de que se pueda producir una segunda vuelta. Más bien el peligro radica en que el oficialismo sólo se prepare para ganar en la primera oportunidad.

Y aquí está, por cierto, el tema de fondo, que incidirá con fuerza en el ejercicio del poder en la próxima administración.

Para la campaña de Bachelet, la respuesta al ataque de la derecha es un asunto eminentemente práctico. Hay que motivar a los adherentes a ganar, y es eso mismo lo que se puede volver en contra si el resultado final en diciembre es “apenas” 49% de los votos.

Pero, en realidad, no existe un problema insuperable en motivar a los adherentes a ganar a la derecha, con remate o sin remate, más allá de que esto se pueda conseguir a la primera.

Si la opción que se presenta es política; si las diferencias existen; si la obligación es convencer siempre, una y otra vez; si lo que se busca es hacer una diferencia con la oposición y con el presente… entonces hay que estar preparados para ganar dos veces seguidas.

Entre diciembre y enero lo que puede darse es la distancia entre dos triunfos. La derecha no tiene un voto más en segunda vuelta. Al revés. Pierde votación y no poca.

Así que se puede ser la mitad más uno en diciembre o la más amplia mayoría de la que se tenga registro, en segunda vuelta. ¿Dónde está el problema?

Gobernar en tiempos de innovación

La Concertación no puede prepararse para un triunfo. Debe prepararse para hacer un buen Gobierno de cuatro años. De aquí hasta este término, hay que prepararse para que todo nos sirva con el propósito, a su vez, de servir mejor desde el ejercicio del poder.

Hay que llegar con equipos preparados; con programas de acción inmediatos definidos; con prioridades establecidas con realismo, pero con ambición suficiente como para establecer una diferencia, etc.

Si se tiene todo esto para diciembre, estupendo. Pero si no ocurre de este modo, bien puede ser una señal de que aún se debe seguir trabajando en el afiatamiento interno y en mejorar en la relación con los ciudadanos a lo largo del país. Puede ser una oportunidad envuelta en un disgusto.

Consolidar equipos es lo mejor que se puede hacer para estar seguros de ganar y, al mismo tiempo, estar preparados para gobernar en tiempos de innovación.