martes, agosto 17, 2010

La sucesión como solución

La sucesión como solución

Víctor Maldonado R.


Cuando falla el primero

Cuando falla el Presidente, de lo que se habla es de la presidencia actual y futura. Hoy la derecha ha aceptado como discusión básica el que se empiece a dilucidar la sucesión de Piñera. Esto a pocos meses de asumido y luego de las primeras encuestas preocupantes, es decir, a la menor provocación. Se ha presentado este fenómeno aun cuando se espera un tiempo de bonanza económica, lo que debiera dejar dudas políticas, pero ni con eso ha bastado para contener una larvada inquietud.

Semejante situación significa dos cosas. La primera es que el gobierno no ha sabido aglutinar a su base de apoyo ante las dificultades de entrada y, segundo, que el Presidente no es un elemento lo suficientemente poderoso como para servir de fuerza centrípeta.

El oficialismo está buscando liderazgos adicionales para mantenerse unido y esa es una confesión de debilidad muy importante. En la derecha nadie lo dice, pero todos renuncian por anticipado a intentar que el mandatario reoriente su conducta. No necesitan que alguien les explique que eso no es posible. Por eso recurren, sin mucha fe, a buscar sucedáneos a una crítica sin destino y sin espacio de expresión. Se enfrenta o vapulea desde su propio sector a los ministros pero, en el fondo, se mandan mensajes cifrados a un mandatario poco tolerante con la crítica directa.

Está claro que descargar la responsabilidad en los colaboradores es un expediente fácil, pero no es un recurso eficiente para resolver problemas. Porque lo que ocurre no es que algunos asesores en particular estén teniendo una opaca actuación en medio de lumbreras, sino que la figura presidencial está ensombrecida y esto afecta a la evaluación de todo el gabinete.

A lo más se está tratando de producir una agenda fuerte que afiance a tres ministros, en Interior, Educación y Hacienda, para destacar en seguridad ciudadana, educación de calidad y empleo, pero hay dudas razonables respecto de que ello sea suficiente para asegurar el liderazgo político en los malos momentos.

Pero como no hay manera de cambiar al presidente ni manera de que el presidente acepte cambiar para enmendar su conducta, entonces cada cual ha quedado librado a encontrar por sí mismo, las ideas, o las personas que mejor lo interpreten sino es para ahora mismo, a lo menos para la sucesión.

Pidiendo dificultades

Ahora la UDI dice que quiere un presidente gremialista porque, como dice Jovino Novoa, “es lo lógico” y, ante esto, espera “generosidad de RN”. Lo hace un experimentado político que sabe que el poner en el tapete el reemplazo del presidente que acaba de asumir, se está haciendo uso de un recurso por completo inusual. En una situación normal al que se le hubiera ocurrido hacer algo parecido habría sido drásticamente tratado.

Pero si se está procediendo de un modo tan fuera de lo común es porque se ha considerado completamente necesario dar este paso. Esto quiere decir que se está intentando canalizar un descontento que necesita expresarse de alguna forma, y porque sino sus demostraciones públicas serían menos presentables.

Hay que decir en favor de la dirigencia oficialista que, para variar, fue el propio Piñera quien habría la caja de Pandora, al decir en el Consejo General de RN que en ese salón estaban “muchos y muchas” presidentes de la república.

En un tiempo despejado, tal vez este tipo de frases hubiera sido considerado anodina, pero no ahora. La falta de criterio es a veces asombrosa: si el principal afectado no tiene dificultades en mencionar un tema que debiera estar vedado de las declaraciones oficialistas, entonces los demás tenían licencia para hacer lo mismo. Y eso fue precisamente lo que empezó a acontecer.

No es ningún misterio que el centro del descontento de derecha se encuentra en la UDI. La palabra que mejor define la relación del gremialismo con Piñera es el de insatisfacción. Se trata de un estado de ánimo colectivo que ya aparece crónico, y que no se remedia sin un estandarte propio tras el cual ordenarse por voluntad más que por obligación.

De ahí la necesidad de buscar alinearse tras el gobierno, pero a través de destacar una figura propia de envergadura presidencial. Por supuesto esa figura es exclusivamente la de Joaquín Lavín, y no hay quién discute esta evidencia.

Por el lado de la Concertación, la situación es bien distinta. Por segunda vez en su historia la centroizquierda (y con la misma persona) se encuentra con un liderazgo que viene de sus filas, y que goza de amplio respaldo ciudadano. Hoy por hoy, el contraste con Piñera es simplemente apabullante y la distancia a favor de Bachelet es todavía más notable si se toma en cuenta que venimos saliendo de una campaña de desprestigio coordinada desde la cúspide del gobierno y con participación parlamentaria.

De una a varias opciones

Nadie sabe qué resolverá Bachelet en su momento, pero sí se puede coincidir, desde el punto de vista del bien común de la Concertación, que entre tener una líder de amplia aceptación ciudadana y no tenerla, es obvio que lo mejor es contar con una.

¿Es esta la situación ideal a la que debemos aspirar? No, por cierto. El óptimo para un conglomerado de centroizquierda es contar con varios liderazgos entre los que poder escoger a fin de llegar a la próxima elección presidencial, disponiendo de alternativas lo mejor evaluadas posible. Proyectar liderazgos renovados es, por supuesto, una de las principales tareas políticas de esta etapa.

Por supuesto, para llegar a esta mejor situación lo que hay que hacer no es pedirle a la ex mandataria que se autoanule o que se vete a sí misma, lo que es tan absurdo como impracticable. Pedirle a Bachelet que sea menos de lo que es, resulta un acto indecoroso; pedir a otros que hagan un esfuerzo mayor para mostrarse como conductores de fuste, resulta un aporte para el conjunto de la centroizquierda.

Por eso lo que hay que hacer es proyectar los liderazgos de reemplazo y de mayor perspectiva desde los partidos y desde el parlamento.

Sin ninguna duda, la condición básica para proyectar nuevas figuras nacionales es contar con partidos renovados, acorde a los tiempos que corren.

Los partidos de la Concertación están plenamente conscientes de ello, y es de su completa responsabilidad que el cambio de directivas por lo que han pasado o pasarán cada uno de ellos, los deja en condiciones de aportar a la proyección de conductores descollantes.

Para conseguir un objetivo de esta envergadura se dispone del tiempo justo, a condición de que no se disperse en apuestas laterales o inconducentes.

Nada de malo hay en que se quiera tener un postulante a la presidencia del propio partido, lo que importa es que exista un procedimiento concordado para llevar a un candidato único y legitimado por la adhesión popular.

Competir sobre la base de tener asegurada la unidad del conglomerado, es una necesidad, mucho más que algo simplemente deseable. Y lo que es cierto entre partidos es también cierto al interior de cada partido. Este es, sin duda, el punto más delicado.

Tarde o temprano se tendrá que escoger una sola opción presidencial por cada partido que quiere competir. Mientras, es la obligación de cada directiva el posibilitar que sus opciones puedan concursar en igualdad de condiciones. Porque quien decide entre las opciones no son las directivas sino el conjunto de adherentes a una organización partidaria.

El tiempo no es infinito ni se debe desaprovechar. Para ganar elecciones los partidos de la centroizquierda deben tomar decisiones apropiadas, sin enredarse en peleas de importancia secundaria. Pronto en conjunto de las tiendas políticas de la oposición habrán escogido los actores principales de la unidad que no son otros que presidentes. Todo indica que el sentido de responsabilidad y de urgencia prevalecerá.

martes, agosto 10, 2010

Gobernar es llorar

Gobernar es llorar

Víctor Maldonado R.


El costo de la incoherencia

El gobierno ha pagado un alto costo por realizar, al mismo tiempo, constantes llamados a la unidad nacional y emprender una sistemática descalificación de los adversarios a los que más teme. Actuar de este modo representa un gran problema porque la inconsistencia en la actuación no desgasta al adversario sino al que pierde credibilidad ante la opinión pública.

Un actor político debe hacerse cargo de las consecuencias de sus actos. Lo que no resulta aceptable es ocultar o distorsionar los objetivos y propósitos que orientan sus acciones.

En política hacer algo y –simultáneamente- negarlo no puede ser sostenido por un tiempo prolongado. Hay razones éticas de por medio y también razones prácticas, puesto que la falta de coherencia siempre termina por volverse contra sus promotores.

Por eso resulta no solamente molesto, sino un error la forma como la derecha implementó hasta hace muy poco un hostigamiento sin pausa a Michelle Bachelet.

Los resultados de las encuestas CEP y Adimark representan un doble fracaso político. Primero porque el gobierno optó por transferir la responsabilidad de lo que se pudiera hacer o dejar de hacer a la gestión anterior; y porque buscó, sobre todo, el desgastar a la mandataria saliente, utilizando el mismo recurso que ya usara con buenos resultados en el caso de Ricardo Lagos Escobar. Sólo que ahora los frutos fueron inversos a los que se esperaban alcanzar.

Durante semanas el oficialismo uniformó su arremetida comunicacional diciendo que nadie se podía ofender por una fiscalización de sus actos a la cabeza del gobierno, puesto que corresponde a una situación normal y, por lo demás, si no hay nada que ocultar, no hay nada que temer.

Pero, a todas luces, no fue eso lo que estuvo ocurriendo hasta la aparición de las recientes encuestas. Es inobjetable que la administración pública cuenta con mecanismos rutinarios de control y fiscalización internos. Estos mecanismos se pueden poner en funcionamiento con regularidad y es indispensable que así sea. Sin embargo, estuvimos lejos de asistir al despliegue de procedimientos rutinarios.

Para partir por lo más obvio, nunca se le asigna el máximo de publicidad a la implementación de la rutina. Tampoco corresponde a la típica descripción de un procedimiento inocuo el activar en forma simultánea las más variadas fiscalizaciones en múltiples reparticiones.

A modo de ejemplo, se puede mencionar que, en las semanas pasadas, se han anunciado, con características de escándalo, situaciones irregulares en: el manejo de las subvenciones presidenciales en el gobierno de Bachelet que fueron entregados a las ONGs; la evaluación de la totalidad de los programas sociales heredados de la Concertación; desordenes administrativos y una millonaria deuda en el Ministerio de Educación; fiscalización del Programa Orígenes; y, una amplia difusión del uso de viáticos informando que se habían incrementado en un mil por ciento en veinte años. La coronación de todo fue la forma en que fueron presentados –en un inicio- los datos de la encuesta Casen, en la que se responsabilizó a la Concertación –y en especial a la administración Bachelet- del aumento de la pobreza.

Con más táctica que estrategia

En cualquier caso, nada de lo anterior es lo más significativo. Porque lo que más importante fue el hecho de que el Presidente de la República haya dado instrucciones a los parlamentarios de derecha para fiscalizar al gobierno anterior. Interesa, además, que les prometiera respaldo, lo que –en concreto- significaba que su equipo asesor entregara la información que se requería, en el formato que resulta más adecuado a los propositivos que se buscan obtener.

Aún cuando, con el correr de los días, se llegó a establecer una versión oficial, según la cual este episodio nunca se produjo, lo cierto es lo contrario. La confirmación del hecho lo dieron un número amplio de parlamentarios oficialistas a sus colegas y a los periodistas del sector político. Las lenguas se empezaron a contener sólo después que se hiciera evidente el efecto negativo que estaba alcanzando una conducta tan inusual.

En lo relatado no se sabe si sorprenderse más por la ineptitud mostrada o por el exhibicionismo propio del que se ha dejado llevar por una falsa sensación de impunidad. En cualquier caso, se trata de un error de principio a fin.

Pocas cosas puede horadar más el prestigio presidencial que el hacerse cabeza de una guerra sucia. Simplemente no se espera que un mandatario actúe de esa forma y, en realidad, no debe hacerlo.

Entonces vinieron las encuestas (y este gobierno se guía por ellas) y junto con este hecho aparecieron la desazón y la búsqueda de responsables de los desaciertos.

Nueva táctica, el mismo comportamiento

Siguiendo una conducta que no los enaltece en modo alguno, la mirada oficialista se concentró en el eslabón más débil, alejando toda responsabilidad del verdadero responsable de los resultados.

Cuando el presidente es parte de quienes cometen los errores por los cuales el gobierno empieza a ser cada vez más críticamente evaluado, entonces hay que tener el coraje y la humildad de reconocerlo.

Hacerle pagar a las comunicaciones el pato de la boda, cada vez que las cosas van mal es un expediente demasiado fácil como para ser empleado por dirigentes responsables. Nadie puede ser el vocero de un gobierno que comete muchos errores y salir bien evaluado. Simplemente le toca darle voz a conductas indefendibles por lo que la credibilidad sufre un desgaste que no se puede evitar.

Peor aún, puede que Piñera se convenza que todos tienen que cambiar excepto él pero esto constituye un error grueso. Tenemos ahora el primer Presidente desde la recuperación de la democracia que es evaluado por menor calificación que sus colaboradores.

Esto quiere decir que Piñera no está aportando con una cuota de seguridad más amplia de estabilidad a su propio gobierno. En una palabra: lo está haciendo comparativamente mal y eso es su responsabilidad, efectiva e indelegable que no puede endosar a nadie.

A la política no la salva la economía. Hay méritos políticos y hay vientos favorables en economía. Pero una cosa no va acompasada con la otra por necesidad ineludible.

Hay ciertos prerrequisitos para que el bienestar económico se convierta en apoyo político, y el principal de estos es que una gestión se vea solvente, bien conducida, con orientaciones claras en las principales áreas, capaz de lograr acuerdos y de producir los cambios que se anunciaron. Pero es este conjunto de cosas las que está fallando.

Por eso no ha de extrañar que en el futuro las cifras económicas se mantengan buenas, pero las evaluaciones del desempeño del presidente y de sus colaboradores sean consideradas, cada uno por su propio carril, y con diferencias apreciables entre ellos.

De momento el gobierno parece haber suspendido sus maniobras agresivas. Se apostó demasiado a la efectividad que pudieran tener el desgaste ajeno y se fracasó rotundamente.

Lo más probable es que la proximidad de septiembre en plena festividad del Bicentenario obligue a implementar un generoso despliegue de gestos fraternos con la oposición.

Pero lo que dicta la nueva táctica no es la convicción sino la conveniencia. Lo que guía a la administración no son las convocatorias amplias sino el aprovechar al máximo las oportunidades que se les presentan. Esa esa ha sido su brújula y buscar una intención de trasfondo se está demostrando como una pérdida de tiempo.

Tras las festividades, el gobierno confía en que la mayor prosperidad su posicionamiento mejore. A la primera oportunidad volverá al ataque y a la descalificación.

En la argumentación oficial, todo lo bueno parte ahora y si no se nota es porque la Concertación cometió puros errores y dejó muchos problemas. No hay más errores que los de la Concertación. Luego vienen las letanías y los lamentos por la tan pesada cruz que este gobierno (tan bueno y con tan loables intenciones) debe cargar día a día, impidiéndole servir mejor al país.

Nadie antes se había quejado tanto, ni hubo cojo que recriminara tanto al empedrado. Tal parece que para la derecha gobernar es llorar.