viernes, enero 27, 2006

Los padres y los hijos de la dictadura

POLÍTICA:


Los padres y los hijos de la dictadura


Los jerarcas han intentado minimizar el fenómeno. Se usó toda la energía para apagar el foco infeccioso. La UDI no hubiera suspendido para marzo el debate interno si esto no fuera importante.


Víctor Maldonado


El inicio de la autocrítica en la derecha

Desde luego, se trata de algo más que de una coincidencia. En la misma semana en que la familia Pinochet fue procesada por la evasión de impuestos, en la UDI se produjo la primera muestra de disidencia pública de la conducción oficial.

Puede que a algunos les moleste referirse al pasado porque lo consideran algo muerto, pero lo cierto es que, en los últimos años, hemos debido enterrarlo varias veces.

Cada vez que reaparece, la derecha política se incomoda y se pone a la defensiva. Sus caras más visibles vuelven a quedar atrapadas por una maraña de responsabilidades, actuaciones y antiguas lealtades.

En la oposición, y en particular en la UDI, esto tenía que terminar por hastiar. Y, como siempre, el hilo se cortó por lo más delgado.

La dictadura no sólo ha tenido hijos, también tiene padres y parientes que todavía se encuentran entre nosotros. La convivencia entre unos y otros no está resultando nada fácil. Los que la encarnaron están terminando de la peor forma: ante la injusticia y ni siquiera por los peores crímenes sino por delitos comunes que ni sus partidarios pueden excusar.

Para los continuadores políticos de la dictadura la situación resulta preocupante. Algunos de sus prohombres fueron derrotados en las últimas elecciones. Los que no lo fueron, como Jovino Novoa, de todas maneras han quedado en una posición inconfortable. En realidad, no se sabe si su permanencia en el liderazgo está resultando más un lastre que un aporte para el partido que fundaron.

Por cierto, es desde la nueva hornada de liderazgos desde donde surgiría la próxima expresión de rebeldía.

Al comienzo, la primera manifestación de un deseo larvado de soltar amarras del régimen autoritario, sus representantes e íconos, puede ser sofocada. Después de todo, es un escándalo al interior de una familia -la gremialista- que se precia de mostrarse muy compuesta ante los demás y en público.

Pero, ¿cuánto más podían resistir los candados de las puertas?

Los jerarcas han intentado minimizar el fenómeno. Al mismo tiempo, se usó toda la energía necesaria para apagar el foco infeccioso (la petición de renovación dirigencial por parte del alcalde de Recoleta). Pero no hubieran suspendido para marzo el debate interno si esto no fuera importante. Tratándose de la UDI, la pura instalación del tema es ya un éxito inicial significativo.

Derrotados al principio, triunfadores al final

En realidad, la apuesta del disidente no tiene nada de suicida. Al revés, es la única sensata cuando quien la inicia tiene tiempo suficiente para aguantar el chaparrón inicial, cuenta con un centro de poder autónomo, no dispone de posibilidades reales de ascenso interno “por las buenas”, y sabe que el camino no tiene retorno.

¿Cómo se resolverá el tema del liderazgo en la derecha?

Hay una sola vía posible: conservar una cuota de poder significativo en el partido propio, y, al mismo tiempo, manteniendo una alianza de cooperación mutua con un sector afín en el partido del lado.

En otras palabras, el liderazgo se resolverá por los apoyos cruzados. Por ello, las cosas no se vislumbran simples en la derecha.

No presenciaremos una relación sencilla entre los dos partidos que compiten entre sí y que, al mismo tiempo, colaboran respetando sus respectivos pesos políticos.

No sucederá de este modo. Ello implicaría que los partidos de la oposición son lo suficientemente homogéneos para tener un sustancial comportamiento de colectividad. RN no ha sido nunca así, y, ahora, la UDI está dejando de serlo.

De manera que los que tienen mayores posibilidades de terminar predominando son los más aperturistas y los que agrupan más líderes con respaldo ciudadano.

Los que llevan las de perder (no ahora, sino antes de la nueva elección presidencial) son los obtusos, los encasillados en sus sedes y los que se queden enredados en el pasado.

Ya lo hemos dicho en otra ocasión: la derecha no ha salido de la elección presidencial con su liderazgo resuelto, y ese hecho finalmente le está pasando la cuenta.

El momento de la renovación

Se ha instalado la idea de una necesaria renovación. Para algo sirven las derrotas si de ellas se extraen las lecciones adecuadas y se aprovecha eficientemente el tiempo.

Que en los dos partidos opositores se escuchen las más diversas voces pidiendo liderazgos más jóvenes debe ser considerado una buena noticia para todos.

Devela que en la oposición existe plena conciencia que, si no han ganado ninguna elección presidencial, parlamentaria ni municipal desde que se recuperó la democracia, no es por la pura maldad de sus adversarios, sino por sus propios defectos.

Es bastante evidente que si la reflexión se ha demorado tanto no es porque sus errores y falencias hayan sido invisibles hasta el día de hoy. Antes bien es porque los que siempre han hecho las evaluaciones políticas, han olvidado el pequeño detalle de cuestionar sus propias actuaciones.

Al fin, lo que ha terminado por pasar es que se evalúa a los encargados de las evaluaciones.

Por supuesto, las viejas guardias no caerán al primer encontrón, pero la sensación de un tiempo cumplido irá generando conciencia de un modo inevitable. Por eso, no hay que dejar de observar a la derecha en estos meses de preparativos y de reacomodos internos.

Hasta ahora los liderazgos más proyectados de la derecha han sido los mismos desde el inicio de la transición.

Pero este es un cuadro cada vez más incompleto, que impide dar cuenta de la evolución en la que se está adentrando.

La Concertación no es sólo el gobierno

En política, cada momento tiene su batalla. La renovación de los partidos es una necesidad que toca a la puerta.

Los que más errores han cometido son los que tienen más incentivos para enfrentar este desafío del momento. Pero no son los únicos que deberían hacerlo.

La Concertación no debiera excusarse de su propia necesidad de poner al día a sus partidos.

No bastará con hacer un buen Gobierno. Hace falta fortalecer en su base de sustentación.

En el oficialismo se debe tomar debida nota de que sus liderazgos más poderosos no han venido desde las decisiones de los partidos. Ni siquiera han sido favorecidos fuertemente por sus organizaciones partidarias.

De modo que jugarse por la promoción de nuevos liderazgos, con potencialidad pública, bien puede llegar a ser una apuesta obvia de la oposición, y debe serlo también para quienes acaban de ganar el Congreso y la Presidencia de Chile. Después de todo, los períodos son cortos y no permiten que nadie se duerma en los laureles.

En los días que se anuncia el gabinete, ¿hay quienes prepararan los anuncios sobre cómo hacer mejor los partidos que tenemos?

viernes, enero 20, 2006

El arte de conformar Gobierno

POLÍTICO

El arte de conformar Gobierno

El Gobierno en gestación puede adquirir forma en torno a su liderazgo. Lo decisivo no es la velocidad con que aparecen los nombres. Lo que importa es lo bien que se emplea el tiempo para definir una impronta.

Víctor Maldonado


Lo peor del error es repetirlo

HA TERMINADO LA elección presidencial. Entramos en la etapa de la construcción de Gobierno. Al mismo tiempo, en la derecha se inicia un proceso de evaluación y reacomodo de posiciones que, por el momento, no logra la sinceridad necesaria como para ser de interés general. Es más fácil partir por esto último.

Por mucho que intentan ocultarlo, los dirigentes opositores han salido de la elección sin haber resuelto el tema del liderazgo. El que se mencione con tanta frecuencia la "intervención del Gobierno" como la causa de la derrota es bien demostrativo del compás de espera abierto en este sector, mientras no adquiera una conducción política efectiva que les permita reconocer errores, de los que son responsables y que puedan enmendar.

La derecha se sabe fuera del centro de la escena. No puede enfrentarse a un Gobierno en plena formación. Todavía predominan las conversaciones sobre la derrota que pasó más que sobre el papel que efectivamente le toca jugar ahora.
La oposición ya debiera haber aprendido que los prejuicios no fueron buenos guías de su conducta durante la campaña. No se ve por qué resultarán mejores orientadores en el inicio de este nuevo ciclo de cuatro años.

Los seguidores de Sebastián Piñera se convencieron de que enfrentaban una candidata débil, con lo que ordenaron su esfuerzo para ganarle bajo el supuesto de que podía ser apabullada, apocada, ninguneada y hasta insultada. Y así les fue como les fue.

Habla muy mal de la derecha que aún no se adapte a los hechos. La recuperación política parte por reconocer los errores. Al menos resulta ser algo más constructivo que seguir lamiéndose las heridas.

Otra cosa es que, además, los opositores han cometido una segunda equivocación y ésta fue volver a convencerse de algo que convirtieron en un dogma, pero que no estaba probado: que la Concertación era una coalición desgastada.

La derecha intentó convencerse de que enfrentaba una campaña sucia (la intervención gubernamental, tan mencionada). Pero la verdad es que poner el acento en este tipo de interpretaciones vuelve a marcar sus debilidades.
En efecto, en cualquiera de las alternativas queda mal parada. Si el gobierno tuvo actuaciones indebidas, ¿en qué está la oposición que no fiscaliza? ¿Por qué no realiza las denuncias responsables del caso? Si el Gobierno mostró claramente que Michelle Bachelet representaba su continuidad, ¿por qué preocuparse si se trataba de una administración desgastada y sin soluciones a los problemas nacionales? En fin, si la Concertación gana porque tiene el Gobierno, ¿por qué habría de ganar la derecha ahora o nunca? ¿Esa es forma de alentar a sus adherentes?

A ratos, la Concertación parece resumir todos los defectos y las debilidades. Después se la ve como todopoderosa y capaz de lo que sea por retener el poder. Nada de esto constituye un juicio ponderado. Es algo que ocurre cuando los dirigentes se unen al coro de lamentos, pero no encaran el futuro.

Las primeras señales

Comprensiblemente, todavía en la derecha se respira desánimo.
En cambio, entre los que ganaron todo es actividad. Estos pasos iniciales tienen gran importancia porque van delineando las características de la futura administración.

La señal de partida de Michelle Bachelet ha sido dejar en claro que nominará su gabinete con libertad e independencia. Y, en verdad, es un paso importante. Incluso, desde ya puede anticiparse lo que viene, según cómo se proceda ahora.
Si la elección de gabinete es muy rápida y se circunscribe a un equipo político reducido que queda, a su vez, con un mandato amplio de conformar Gobierno, la señal es mala, porque significaría que la nueva Presidenta se aprestaría a reinar más que a gobernar.

Además, un escenario de estas características se confundiría con un proceso de negociación entre partidos que, en poco tiempo, llenaría los más crudos trascendidos las próximas semanas.

Está claro que Bachelet retoma un propósito tempranamente expresado en la campaña, que se relaciona con imponer un nuevo estilo de hacer política.
Tal vez antes de lo conveniente, ya había adelantado su propósito de establecer la paridad entre hombres y mujeres en los puestos clave del Ejecutivo y su decisión de incorporar nuevos rostros al Gobierno.

Al principio, varios creyeron que era una declaración de intenciones que, posteriormente, habría de revisarse. Como se puede ver, no es esto lo que está sucediendo.

Claro que todo tiene su límite. Tomarse el tiempo para decidir no es dejar las principales decisiones para el final. Un estilo es algo que se debe contagiar, y para que esto suceda se requiere un afiatamiento básico de equipos que no se produce de un día para otro. De modo que no se trata únicamente de escoger entre nombres, más bien se necesita dotar de espíritu de cuerpo a un número no despreciable de personas. Ellas estarán desarrollando tareas vitales, por un lapso acotado, y necesitan sincronizar sus esfuerzos, compartiendo objetivos y estilos de trabajo.

Así que lo que define los tiempos no son las presiones que se reciben. Más bien lo que hay que tomar en cuenta son las necesidades de funcionamiento del Gobierno.

De quién y para qué es el gabinete

Una coalición puede relacionarse de múltiples formas con su Presidenta. Puede hacerlo priorizando los objetivos compartidos o quedarse en las meras transacciones de apoyo mutuo. Lo primero permite conformar un Gobierno, sabiendo que se pueden superar crisis y momentos difíciles. Lo segundo hace del esfuerzo de sostener una administración un asunto de conveniencias.
Por eso, a todos, incluso a los partidos, les conviene contar con una Presidenta que ejerza con amplitud su papel más que un mero administrador de intereses en competencia.

La conformación del Gobierno es un ejercicio de prudencia y sabiduría políticas. De una parte, la Mandataria tiene compromisos que cumplir con los ciudadanos y debe estar segura de que la acompañarán personas y equipos que saquen la tarea adelante. Esto no es posible sin el respaldo de la coalición, pero tampoco es posible por ese puro respaldo.

De otra parte, los partidos deben sentirse parte del Gobierno, no como observadores externos. Pero la autoridad y legitimidad de ejercer el mando fue entregada a una persona, no a una corporación. El arte consiste en confluir y colaborar, sin confundir los papeles.

Un hecho se vuelve relevante en esta coyuntura. Tal como están dándose las cosas, la Democracia Cristiana va a enfrentar este período abocándose en paralelo a una competencia interna para dirimir su liderazgo.

En estas condiciones, una vez más, quedarán en evidencia un par de obviedades: que los partidos suelen conseguir sus objetivos cuando se presentan unidos; y que ante una competencia polarizada suelen adquirir una mayor relevancia los que se mantienen en posiciones moderadas. Los grupos en pugna suelen anularse, no potenciarse.

En cualquier caso, a la DC le ocurre algo paralelo a lo que acontece con el Gobierno. Si cada cual se comporta como la pieza de un puzzle que no se quiere ensamblar con el resto, difícilmente se pueden lograr los propósitos comunes.
De igual manera, ambos tienen la posibilidad de actuar de buena forma. La DC -y los partidos de la Concertación- pueden ponerse al día potenciando al conjunto de sus liderazgos, y optando por asegurar su vigencia en un futuro más amplio que el de las conveniencias del momento.

El Gobierno en gestación, puede adquirir forma en torno a su liderazgo principal, considerando tanto el punto de partida como la meta.
Lo decisivo no es la velocidad con que van apareciendo los nombres de las autoridades. Lo que importa es lo bien que se emplea el tiempo para definir una impronta.

viernes, enero 13, 2006

La derrota de la prepotencia

POLÍTICA

La derrota de la prepotencia

Una vez más, la Concertación ha vuelto a validar la confianza y si lo logró es para usarlo lo mejor posible. En esta campaña ha sido derrotada la arrogancia. No sólo la de la derecha.

Víctor Maldonado



El cojo y el empedrado

La derecha ha dejado de buscar votos para empezar a buscar explicaciones.

Su derrota no es únicamente electoral. Está perdiendo una convicción profunda sobre qué es el poder y quién es poderoso. Sospecha, con razón, que su apuesta central estuvo equivocada, y eso no se lo puede endosar a nadie. Por si fuera poco, la derrota es más amarga porque, inmediatamente después de la primera vuelta, se alcanzó a ilusionar con una victoria inesperada y es bien difícil aceptar la frustración posterior.

En el concepto de muchos en este sector político, un empresario exitoso era lo mejor que se podía tener para gobernar. El modelo económico encontraba a su hijo más aventajado, e imitarlo era lo que todos querían. Enfrentado a cualquier otra oferta, sabría mostrar su superioridad. Es esa manera de pensar la que se está viendo derrotada.

Por que no fue la profesión o la ocupación lo que primó, tampoco la demostración del éxito de una persona. Lo que más se tomó en cuenta fue la correspondencia entre las convicciones que se declaran y la vida que se tiene. Lo que inclinó la balanza fue la posibilidad de conducir el país como una aventura colectiva, donde el ciudadano común se ve acogido y representado en la cúspide.

Lo que no resultó fue el intento de una subordinación general a una manera de entender el éxito que le permite a un aspirante al poder declararse superior al resto, agredir y descalificar a su oponente, dejando a los demás la obligación de tener que empalizar con él, en vez de actuar justo al revés.

Lo más triste de ver han sido las explicaciones que se adelantan a interpretar los resultados. Una especie de premio de consuelo está siendo buscada en las encuestas en las que Piñera habría “ganado” el debate presidencial, porque es visto como alguien “más capaz de gobernar”, claro que, por desgracia, estaría perdiendo la elección porque es Michelle Bachelet quien supera a su contendor a la hora de decidir “quién quiere que sea Presidente”.

La derecha prepara su derrota con una evaluación tipo: “Nosotros somos mejores pero, lamentablemente, la gente no se dio cuenta”. Los más autocríticos matizarán: “No supimos demostrar que somos mejores”.

Pero, en el fondo, se niega a enfrentar que si pierde es porque fue superada por una mejor candidata y un conglomerado que demostró ser una realidad efectiva, como ella nunca se pudo presentar.

El reacomodo opositor

Confirmando las causas de su intento frustrado, ha empezado a reaccionar de a uno o en pequeños grupos. Cada cual acomodándose a lo que vendrá. Y lo que viene no es el Gobierno sino la lucha por el predominio en la derecha. Lo saben aquellos a los que les fue bien en las parlamentarias y los otros a los que se le quieren cobrar deudas pendientes a la primera oportunidad.

Lo que demuestra que todo está claro antes de votar es que en las dos últimas semanas las declaraciones de los dirigentes de derecha se independizaron del monitoreo de la evolución del electorado.

Al fin y al cabo, ¿qué se hace cuando se llega al convencimiento de que, cualquiera sean las acciones que se definan, ello no alterará el resultado final? Lo que queda por hacer es dar libre curso a la inercia. Simplemente cumplir las obligaciones adquiridas, mantener el discurso de campaña tal cual se programó, los argumentos contra los adversarios en los mismos términos y, por supuesto, declarar una fe inquebrantable en el triunfo. Desde luego, no tiene nada que ver con lo que está efectivamente pasando pero, ¿qué otra cosa queda por hacer?

Los ataques ya no tienen correspondencia con lo que haga o deje de hacer Bachelet. No importa cuántas veces ella tome posición sobre un tema, desde la derecha se la sigue recriminando por no adoptar una posición al respecto. Es como si no se escuchara y, en verdad, no hay un interés real por escuchar, sólo por repetir las consignas. Al fin y al cabo, esto se está terminando y cada cual tiene la cabeza ocupada en lo que viene, no en lo que pudo ser.

La Concertación se reencuentra

Durante esta campaña, la Concertación ha revalidado las razones por las cuales está en el poder. Se vio en la obligación de hacerlo porque, en esta ocasión, no sólo se la enfrentó, también se lanzaron ataques a su línea de flotación. Desde la oposición se buscó demostrar que su tiempo había terminado. Estaban construyendo -se nos informaba- un conglomerado que superaba las diferencias del pasado. Se hizo de la deserción publicitada una herramienta importante de la campaña.

En las contiendas políticas se ve todo tipo de maniobras. Pero esta es la primera vez en que un partido confecciona banderas de otro y las reparte ente sus militantes para llamar al engaño. De la candidata de la Concertación se dijo nada menos que no era apta para el cargo.

Esta no ha sido una campaña más.

El conglomerado de Gobierno superó todo tipo de ataques. Para hacerlo, tuvo que cambiar, adaptándose a nuevas circunstancias. Exigida como en pocas ocasiones, al final, su “vieja guardia” tuvo la generosidad de ponerse al servicio de lo nuevo.

La adaptación a un estilo de liderazgo inédito no se logró de un día para otro. Incluso se puede pensar que no es un proceso concluido.

Y, sin embargo, Bachelet y la Concertación superaron una prueba difícil. Los unos terminaron por reconocer el nuevo liderazgo, y ella ha llegado a valorar más explícitamente lo que hay, que es sólido y mucho. Ahora habrá un triunfo y éste será compartido.

Cabe preguntarse sobre las causas que impidieron el éxito de este ataque tan decidido, y que se produjo en un momento delicado de transferencia de liderazgo.

La respuesta parece ser doble. La derecha atacó los puntos débiles de una coalición que no es pura debilidad y reaccionó con sus mejores virtudes; al mismo tiempo, el propio atacante no supo mostrarse como una coalición ampliada y potenciada. Hasta hoy la derecha sigue siendo vista como lo que es.

Por otra parte, la oposición esperaba de su adversario el tipo de comportamiento del que ella es prueba viviente: cuando va a perder, deserta. Pero la Concertación se consolida en el peligro; no huye y por eso gobierna.

Se puede decir que la Concertación termina está campaña con una alegría sana. Cada cual sabe que se ha estado esforzando mucho. Sabe que su candidata llegó a ser la mejor, incluso en el terreno que escogió su adversario. Pero no hay arrogancia ni prepotencia.

Tal vez este comportamiento se explique porque le tocó escuchar mucho en las diversas regiones y comunas. Sabe de sus aciertos, pero también de sus errores, omisiones y falencias. Sabe que queda mucho por hacer.

En este reencuentro, se adquiere plena conciencia de que tener el poder es un privilegio para servir bien y mejor. Una vez más, ha vuelto a validar esa confianza y si lo logró es para usarlo lo mejor posible.

En esta campaña ha sido derrotada la arrogancia. No sólo la arrogancia de la derecha.

jueves, enero 05, 2006

La derecha pierde su última esperanza

POLÍTICA

La derecha pierde su última esperanza

Bachelet estuvo mejor. Lo saben amigos y adversarios. Venció en su estilo y (lo más importante) su estilo se impuso. De ahora en adelante la inercia continua pero no la pugna real. Fiel a su espíritu, la derecha se repliega.

Víctor Maldonado R.


El punto de quiebre ya se produjo

Antes de llegar a las urnas, el comportamiento de los candidatos y los comandos anticipa los resultados.

Esto es así porque, en una contienda muy reñida, a la que se le toma el pulso paso a paso, se llega a un momento en que uno de los contendientes consolida una ventaja necesaria y suficiente para ganar.

Ocurre cuando los contenientes perciben que una candidatura alcanza una delantera decisiva. Hay un punto en que coinciden los análisis de las tendencias y los resultados de los sondeos más recientes.

¿Qué quiere decir esto? Que Sebastián Piñera sabe que Michelle Bachelet va a ganar.

No lo digo para tratar de convencer sobre las posibilidades de éxito de la candidata de la Concertación; tampoco porque deseo alentar a quienes, día a día, salen a la calle o simplemente conversan con sus conocidos sobre las bondades de su candidata. Lo digo simplemente porque es algo que se puede constatar, porque le da sentido al comportamiento que observamos entre quienes dirigen la campaña opositora.

En la recta final, se busca ganar la punta, la posición de liderazgo. Cuando esto se logra, se produce un círculo virtuoso: el abanderado (la abanderada en este caso) se “presidencializa”. Anticipa los gestos y la actitud del cargo que próximamente alcanzará. Anuncia lo que hará, es interrogada sobre sus posibilidades de lograrlo y concentra la atención pública cada vez que insinúa gestos pudieran delatar el rumbo que tomará cuando asuma.

En general, se trasmite la sensación colectiva de un mayor refinamiento en las acciones y una creciente preocupación por los detalles. Los ataques del adversario se sienten y se responden, pero no al modo de un encuentro de boxeo entre iguales, sino como quien recibe pedradas lanzadas a la cima de una colina.

En una palabra: el que va ganando se tranquiliza y mide muy bien sus acciones, porque sabe que lo que pase depende de lo que haga, no de lo que otros intenten hacerle.

Este comportamiento es el que se puede empezar a apreciar en Bachelet y su entorno. La diferencia con la situación anterior al punto de quiebre es muy significativa.

El que se desorienta es el que está perdiendo

El comportamiento que exhiben ambos contendientes cuando la disputa no está decidida, es distinto. Lo más característico de ver en esta etapa ya superada es la completa dedicación de cada cual a la disciplinada estrategia, concebida por cada cual, para lograr avances sobre terreno adversario.

Mientras no se tienen señales en contra, lo que se hace es dar el mejor esfuerzo sabiendo que es clave para ganar el persistir en la ruta tras la procura del objetivo.

Durante un tiempo, no hay manera de saber si se está teniendo éxito o no. Hay retrocesos y avances. Metidas de pata, embestidas que funcionan, autogoles, errores del adversario que son utilizados en su contra. Todo se combina, pero el resultado sigue siendo incierto.

Este fue el ambiente que primó en los primeros días, tras la primera vuelta. Pero ya no es el escenario que predomina hoy. ¿Por qué? Por una razón muy sencilla. Porque uno de los contendores empezó a actuar como quien constata que está perdiendo posiciones. Y ese es el caso de Piñera.

Supongamos que nos encontramos a cargo de una campaña que no está logrando los avances que necesita para ganar, ¿qué haríamos cualquiera de nosotros en este caso?

La respuesta cae de madura: introduciríamos cambios en la estrategia. Tendríamos que escoger una nueva apuesta que conquiste a la mayoría.

Las alternativas a disposición no son infinitas. Hay que escoger, básicamente, entre ponerse más agresivos (confiar en que la dureza del ataque desarme al adversario); ponerse más amistosos (tratar de superar al contrincante “en buena”, ofreciendo mejores propuestas, eliminando fronteras y abrazando a los que “atraviesan el puente”), o nos ponemos innovativos (intentamos convencer a los demás de que el juego en el que estábamos perdiendo es cosa del pasado, y que, en el que viene, nuestro líder es lo máximo).

Lo que no se puede hacer es dejar de escoger. Intentarlo todo a la vez puede producir un desastre.

Cuando se opta por lo agresivo, lo amistoso o lo innovativo se está tomando la decisión de implementar un ajuste fino, que fortalece gran parte del trabajo ya hecho y se enfoca mejor en lo que falta. Está claro que no fue esto lo que se hizo.

Intentarlo todo a la vez implica una coordinación y trabajo en equipo entre candidato, comando y partidos verdaderamente extraordinarios. Requiere altos niveles de confianza y lealtad recíprocas. Igual es riesgoso: Joaquín Lavín tuvo todo eso en 1999 e igual perdió.

Pero sobre todo requiere una gran consistencia personal y de equipo para salir adelante. Porque si los resultados inmediatos del cambio de estrategia no son buenos, entonces se perderá la poca seguridad que se conserva, cundirá el desaliento, se empezarán a entrechocar los principales voceros de la campaña y el enredo será mayúsculo. Eso fue lo que ocurrió.

El mayor enemigo de Piñera

El que está derrotando a Piñera, antes que nadie, es Piñera mismo. Dirige su propia campaña cuando debiera confiar en quienes lo rodean para apoyarlo; cambia de planes sin avisar; no atiende a la más mínima división del trabajo y acumula roles, con lo que asegura sorprender a su propia gente a cada rato; adopta su discurso según el auditorio cuando todos le han advertido que esto tiene un límite.

El contraste con Bachelet es evidente. ¿Cuál es el papel de ella en la campaña? Parece a primera vista absurdo decirlo, pero es la candidata. Punto. No pretende dirigir, administrar, vocear, ordenar, planificar, pautear, etc. Para cada una de estas funciones hay personas idóneas a cargo. Cada cual deja que el otro trabaje en lo suyo y esta coordinado por manos expertas. En otras palabras, Bachelet termina con un comando, en el que puede y quiere descansar, para dedicarse a lo suyo. Por eso no se altera, gana en seguridad y se la ve cada vez más como Presidenta. Cometió errores importantes cuando acumuló más de un rol y reaccionaba antes de tiempo y antes que otros. El cansancio acumulado no perdona a nadie. Aprendió la lección, de una vez y para siempre. Es la jefa de un equipo que se ha adaptado a su liderazgo. Claro que cometen errores, pero no por ello cambian el rumbo.

La campaña de Piñera no impuso los temas, no definió el estilo de liderazgo en juego, no marcó la pauta salvo en episodios aislados y por errores ajenos, no logró convencer que contaba con un apoyo amplio y superior al de la Concertación.

Sólo quedaba el convencimiento personal de Piñera de ser mejor aspirante a Presidente que Bachelet. Pero un convencimiento (o prejuicio) no se sostiene en el aire, debe ser probado para que sirva de algo. Para eso, la última y única oportunidad era el debate por televisión entre los dos. Se jugó todo a una carta (no queda otra). Había que apabullar. Pensado e implementado, fue esto lo que se anunció que ocurriría.

Ocurrió lo contrario de lo esperado. Bachelet estuvo mejor. Lo saben amigos y adversarios. Venció en su estilo y (lo más importante) su estilo se impuso. Había otra manera de ejercer el liderazgo y, de verdad, era más convocante.

Ya no queda un sólo refugio a la esperanza de la derecha. De ahora en adelante la inercia continua pero no la pugna real. Fiel a su espíritu, la derecha se repliega: no está acostumbrada a pelear hasta el final sino hasta que resulte rentable. La Concertación se aboca a ganar distancia para asegurar gobernabilidad. Para ella importa mucho terminar bien la campaña para empezar bien el Gobierno. A partir de ahora, quienes apoyan a Bachelet no están compitiendo principalmente con Piñera, sino por asegurar cuatro buenos años de gestión.