lunes, octubre 18, 2010

La Concertación define su rumbo

La Concertación define su rumbo

Víctor Maldonado


Anclados en el presente

Los buenos comienzos en política no se notan por su vistosidad sino por sus efectos. Todos prestan atención cuando se levanta un edificio, pero casi nadie cuando se ponen los cimientos, y sin embargo, sin esto último no se llega a nada. Algo similar ha ocurrido con la definición de una carta de navegación concertacionista que se firmó el 5 de octubre recién pasado.

En efecto, un buen trabajo en política parte con mucho esfuerzo y pocos adornos. Al principio no se consigna grandes acontecimientos, sino declaraciones oportunas y ordenadoras. En cuanto a las actitudes, importa mucho que los actuales dirigentes no se queden pegados en la contemplación de las glorias pasadas, sino que asuman las tareas del presente como su punto de atención prioritario.

Es eso lo que han conseguido los presidentes de los partidos de la Concertación, al firmar un documento que permite saber a qué va a dedicarse la centroizquierda –en conjunto- en los meses que siguen. Puede que a algunos esto les parezca poco, pero establecer un rumbo definido hace toda la diferencia entre ser efectivamente una coalición política o sólo guardar las apariencias.

Menos ha de pensarse que los dirigentes de partido han llegado a una declaración de buenas intenciones, carente de efecto práctico. Más bien han optado por todo lo contrario. Los acuerdos son muchos y son difíciles de implementar. A lo menos, requieren para ser puestos en práctica de una dedicación a conciencia de las organizaciones partidarias. Por eso mismo, no fue nada de fácil que los líderes partidarios concurrieran con sus firmas.

Por si fuera poco, hay que tomar en cuenta el hecho nada baladí que todas las directivas que respaldaron los acuerdos acaban de ser electas (falta el PRSD, pero se espera una conducción de continuidad), por lo que cada cual deberá responder por sus dichos ante sus militantes, ante sus pares y ante la opinión pública. Ninguno puede delegar su responsabilidad en algún otro al que pasarle la responsabilidad.

El ejemplo más relevante para mostrar lo que afirmamos está dado por la decisión concertacionista de realizar primarias abiertas y vinculantes. Se acaba de acordar que este mecanismo será empleado para elegir autoridades locales, por cierto, pero también para escoger parlamentarios y candidato presidencial.

Lo que antes ha significa meses de discusión, se ha zanjado en corto tiempo. Una de las críticas fuertes a la forma en que se ha escogido candidato presidencial ha sido acogida. La necesidad de vincular a los ciudadanos con los partidos tiene ya una expresión concreta.

Escogiendo los mejores problemas

A los jóvenes que vienen incorporándose a la vida política, todo esto les puede sonar como algo obvio, de necesidad evidente. Tienen razón, sin embargo, lo que es obvio no siempre tiene una expresión nítida en la práctica política.

No queremos decir con esto que la implementación del acuerdo vaya a resultar sencillo. Como se sabe, “el diablo está en los detalles” y es en las precisiones donde los acuerdos pasan por su prueba más dura.

Hay muchas formas de realizar primarias. Se las puede considerar indispensables en diversas oportunidades, dependiendo de los criterios que se seleccionen. Se puede aplicar en más o menos ocasiones. El momento en que se implemente no es indiferente. En fin, hay mucho por definir y las discusiones prometen ser intensas.

Dicho en directo: problemas van a haber. Pero lo que importa es que se ha sabido escoger el mejor tipo de problemas en el que se podía uno meter.

En vez de esperar a que las dificultades lleguen, o que la inercia atrape, se ha sabido escogido enfrentar las dificultades propias de la renovación política.

En su tiempo, la Concertación nació -mucho antes que nadie se enterara por la prensa- cuando se produjo el rencuentro personal y político de líderes como Aylwin y Almeyda, y cuando se constituyó una arquitectura institucional que lograba la confluencia en acuerdos vinculantes. Este es el mismo camino que se está empleando ahora, adaptado a los nuevos tiempos.

El trabajo de poner cimientos sólidos no llama la atención, los documentos rara vez logran titulares. Pero sin ellos no se llega a ningún lado. Ahora parece aún lejano el día en que la centroizquierda concite la movilización de multitudes. En realidad, se está más cercano a ese momento del que comúnmente se piensa, pero es ilógico esperar que se pueda dar comienzo al camino por el final.

Hoy a la Concertación no se le puede pedir un acto de masas sino un acto de sensatez y el inicio de un camino serio, de mucho esfuerzo, poco glamour y mucha coherencia.

En otras palabras, antes de poder ganar hay que merecer ganar y esta es la primera y más difícil etapa por la que ha de pasar el conglomerado de centroizquierda, camino a recuperar una mayoría social y política.

En todo caso, la realización de primarias es una promesa, que no es de realización inmediata y que habrá que cumplir antes de pretender llamar la atención del grueso de la ciudadanía.

Reforma y cercanía con los ciudadanos

Como ya decíamos la realización de primarias no fue la única promesa que se hizo el 5 de octubre recién pasado. Por si faltaran razones para confirmar la audacia de los timoneles de los partidos de la oposición, estos se comprometieron, además, en dos órdenes de materias: conseguir avances programáticos y coordinar acciones para retomar contacto con los ciudadanos.

La definición de una postura propia en temas relevantes se vincula con la necesidad de llegar a grandes acuerdos en materias pendientes. Algunas de ellas están en la agenda de gobierno, como es el caso del nuevo trato con los pueblos indígenas, las reformas laborales para mejorar las condiciones de trabajo, y la recuperación de la educación pública.

Otras reformas consideradas importantes, sólo en parte coinciden con la formulación que hace el oficialismo de ellas, como es el caso de la política nacional energética, la modernización del Estado y las reformas políticas pendientes.

Por fin, existen temas que la Concertación quiere poner en debate y que no están en el orden del día del gobierno, como son la reforma tributaria, la descentralización del poder en el territorio y la agenda pro participación de la mujer.

El conjunto de estos avances programáticos demandarán a la centroizquierda poner el presente como punto de partida de sus preocupaciones, más allá de lo que hicieron sus gobiernos y de lo proyectado por el gobierno actual.

Por eso se comprende que el principal componente de la nueva etapa sea la capacidad de diálogo. Antes de las primarias se han de implementar audiencias ciudadanas con actores de la sociedad civil, y reuniones en todas las regiones en asambleas de representantes. Además, se anuncia que el criterio a implementar es el diálogo sin exclusiones, para restablecer una mayoría social y política.

En conjunto se puede decir que se ha escogido el mejor y, a la vez, el más exigente de los caminos a disposición.

La Concertación tiene que confiar en lo que puede desarrollar por sus propios medios, más allá de lo que haga o deje de hacer el gobierno. El actual oficialismo lo puede hacer mal o bien, puede tener mejores o peores momentos, pero eso, a la larga, no es lo determinante para la actual oposición.

Lo que importa es el proyecto que se le ofrece al país y la capacidad política de darle sustento y conducción a la comunidad nacional en pos de objetivos ampliamente compartidos.

La Concertación representa la mayor y más sólida construcción política que se yergue como alternativa de gobierno a la derecha.

En su mejor escenario, Piñera lo hará bien al interior de un modelo que no representa ni en sus prioridades, métodos y estilo a la centroizquierda.

La Concertación es la otra forma de conducir a Chile. Es la alternativa a la derecha. Puede evolucionar, renovarse o ampliarse, pero tiene la obligación de llenar un espacio sin el cual la democracia chilena sería más pobre, quedaría trunca una opción para la mayoría de avanzada social, de ampliación de las libertades políticas y de desarrollo de la equidad. Por eso la responsabilidad de sus dirigentes de hoy en tan importante.

martes, octubre 12, 2010

Lecciones de una huelga de hambre

Lecciones de una huelga de hambre

Víctor Maldonado


Cuando se deja pasar el tiempo

Un gobierno que deja que una huelga de hambre continúe por casi 80 días sin abrir negociones estaba cometiendo un grave error. Hacía rato que lo que podía ocurrir ya no estaba bajo el control del Ejecutivo, sino que estaba librado a múltiples eventualidades que podían tomar dinámicas incontrolables.

Sin duda esto ocurre cuando no se dispone de una estrategia que implementar sino que se está apostando a que los otros no podrán llevar a cabo la suya, simplemente por agotamiento.

Durante demasiado tiempo, lo que concitó la atención especial del oficialismo fue el efecto público que pudiera tener estos acontecimientos sobre Piñera. Pensando en esto se anunció (costumbre ya habitual), una mesa de diálogo que tenía un efecto comunicacional pero ninguno práctico.

Porque la así llamada mesa de negociación del Cerro Ñielol es solo un alcance de nombre. No es lo que parece ser, tal como ocurre con tantas iniciativas de esta administración.

Cuando se invita a dialogar a alguien que tiene un problema urgente, pero se le dice que el suyo es uno entre veinte temas a tratar, lo que se hace en la práctica es cerrar la puerta y clausurar una salida posible.

Pero la realidad se impone a las maniobras, y la necesidad de acuerdo se abrió paso por encima de las cortas miras de los fabricantes de apariencias.

Fue la intransigencia de gobierno y su negativa al diálogo lo que otorgó a la huelga de hambre de los comuneros una connotación inusitada. Mientras se mantuvo clausurado todo contacto efectivo, la acción de los presos mapuches no hizo más que crecer en apoyo dentro y fuera del país.

Los argumentos empleados por el oficialismo lo mantuvieron parapetado, mucho más allá de lo prudente, en un discurso principista y de apego a la letra de la norma que identificaba falsamente dialogar con claudicar.

Pero este muro de palabras altisonantes resultó ser un baluarte bien poco efectivo, que se mantuvo hasta que se terminó por hacer todo lo que se dijo que jamás se haría. Y cuando se llegó a un principio de acuerdo, fueron muchos los que sintieron alivio, incluidos los intransigentes de un inicio. Por cierto, más de alguien se preguntó por qué hubo tanta demora en la única vía de salida al conflicto que quedaba disponible.

La apertura al diálogo

Pero todo lo anterior no ha de ocultar el giro que adquirieron los acontecimientos tras la nueva disposición de gobierno de llegar a un acuerdo y de ceder en lo posible.

Por supuesto, lo primero que cambió fue que una parte mayoritaria de los comuneros dieron por terminada la huelga de hambre. De pronto parecía que sus demandas habían sido siempre razonables y, como contrapartida, los comuneros depusieron su actitud apenas tuvieron las garantías suficientes de que no se trataba de una simple artimaña para bajar el movimiento y mantener todo igual que antes apenas se pudiera.

A algunos en el oficialismo no les gusta la huelga de hambre como arma de presión, y consideran casi una ofensa que se la emplee en su contra. Pero no importando los gustos, lo que se puede afirmar es que este recurso es el recurso más potente que emplean quienes requieren de la opinión pública y de su buena disposición para lograr que sus puntos de vista sean atendidos. Dadas sus circunstancias, ¿a qué otra iniciativa podían echar mano los comuneros?

Sin embargo, es la misma naturaleza del recurso que se emplea lo que pone el límite a su utilización, y que señala cuándo detenerse.

Por eso es tan importante que los actores se den cuenta del drástico cambio de situación. La opinión pública castigó la intransigencia, pero cualquier intransigencia, si esta cambia de bando, entonces se podría perder apoyo con mayor facilidad de cómo se la había ganado. Y el peor escenario para alguien es quedar aislado, porque entonces no puede conseguir logros, ni pocos ni muchos. Lo que se está haciendo pierde sentido, porque ya no se puede ganar.

Así, se puede decir que la decisión de mantener el movimiento por parte de un número menor de personas detenidas, en realidad corresponde a una acción distinta, con otro auditorio, otra capacidad de influir y otro petitorio. También con menos tiempo para conseguir algún objetivo.

Por eso también el termino de esta extensión del conflicto es muy relevante para los que supieron ceder de manera oportuna, y con ello permitieron que se evitara un retroceso sin destino.

La maldición de Piñera

El cambio de actitud oficialista en el caso de los comuneros, ha coincidido con un giro perceptible en el comportamiento de gobierno en dirección de acuerdos amplios. En efecto, el paso del oficialismo desde la confrontación pequeña con la Concertación a la búsqueda de acuerdos, marca una nueva etapa en las relaciones políticas.

Simplemente el grado de inestabilidad a la que se ve sometido el sistema político por intentar ganar cada votación en el parlamento por uno o dos votos, es demasiado grande, como para sostenerla en el tiempo. Por otra parte, ha quedado de manifiesto que la Concertación nunca buscó destruir sin contemplaciones las iniciativas del Ejecutivo, con el único afán de causar daño, sino que esperaba un trato digno, y no la oscilación permanente entre la denostación y los llamados a la unidad.

Una mayor apertura al diálogo hace que el Ejecutivo consiga grados de colaboración con los opositores, con lo cual todos terminan ganando, al dejar de intentar demoler al otro. La polémica política continuará pero la posibilidad de acuerdos también queda abierta.

Ante este nuevo escenario se podría pensar que Sebastián Piñera tiene asegurado un período tranquilo, en el cual consolidará el apoyo a su administración y a él mismo como mandatario. Pero esta rápida conclusión tiene que ser matizada por simple prudencia.

El toque de alerta lo ha dado la última encuesta Adimark, en la que se ha podido constatar un resultado insólito. Mientras el 58% de los encuestados aprueba la acción del gobierno sólo un 53% aprueba la actuación del presidente. Esta última cifra representa un retroceso respecto de la medición anterior.

Esto quiere decir que, en el momento de mayor unidad nacional producto de la celebración del Bicentenario, y cuando más exposición pública pudo tener el gobierno, sucede que al oficialismo le ocurre lo obvio (aumenta su aprobación) y al presidente le pasa lo contrario.

No puede entonces, dejar de considerar una posibilidad que de puro evidente no se ha consignado hasta ahora: que el presidente satura cuando se sobreexpone. Es decir, que produce cansancio mediático y que cuando más se le ve más cerca del hastío se encuentran los ciudadanos. A otras figuras políticas les ocurre que, mientras más se les ve, más se les quiere. Pero este no es el caso.

Lo cierto es que sin dejar de reconocerle ningún mérito a Piñera, hay que consignar como un hecho que es el único caso conocido desde la recuperación de la democracia que tiene menos apoyo que sus colaboradores considerados como equipo. Genera más reconocimiento que adhesión. Esto puede concitar una evolución extraña y en que, antes de tiempo, el país empiece a plantearse el tema de la sucesión, por un anticipado cansancio con un personaje que lo tuvo todo para aglutinar al país tras él y que lo logró únicamente a medias.

Éste particular condición en la que queda el gobierno, más sustentado en la acción colectiva que en la autoridad del presidente, no dice nada respecto del destino político de la derecha. Puede irle bien o mal, ganar o perder las elecciones que vienen, pero lo característico no será la visión de conjunto sino la búsqueda de aprovechar las oportunidades que en cada coyuntura se presentan.

El que vive al día, renueva su suerte cada mañana. Si Piñera logra hacer de este un gobierno a su imagen y semejanza, lo atará inevitablemente a su destino. Y eso no debiera tranquilizar a ninguno de sus partidarios.