viernes, noviembre 28, 2008

Sólo para valientes

Sólo para valientes

Víctor Maldonado

El desempeño sobresaliente consiste en adaptar el partido a los cambios del electorado; hacer que las decisiones partidarias pesen y cuenten en el debate nacional, y aportar a definir el rumbo de las decisiones políticas más importantes.


Los patitos feos

Los partidos son en extremo complejos de gobernar, qué duda cabe. Todos quisieran cambiarlos o mejorarlos, pero la verdad es que hacerse cargo de ellos y mantenerlos a flote es ya una proeza sólo apta para valientes.

Así son las cosas, los partidos son fáciles de criticar pero difíciles de conducir. En un período de alta exigencia como en el que nos encontramos, donde se deben tomar decisiones trascendentes, la conducción de una organización política ve cómo las dificultades habituales se acrecientan.

En los últimos días todos los presidentes de los partidos de la Concertación han hecho noticia. Camilo Escalona (PS) y Pepe Auth (PPD) con sus desencuentros y posterior conciliación; Jorge Burgos (PDC), por declinar la búsqueda de su mantención en el cargo y posterior rectificación; José Antonio Gómez (PRSD) por su anuncio de postulación como posible abanderado de la coalición.

Estos episodios -en el fondo- son demostrativos de las condiciones que se necesitan para dirigir un partido; algunas de ellas son básicas, otras, en cambio, son propias de un desempeño sobresaliente.

Las tres tareas básicas de un conductor partidario consiste en encabezar la mayoría; integrar al conjunto de la organización, y mantener sus sistemas básicos en funcionamiento.

El desempeño sobresaliente consiste en adaptar el partido a los cambios del electorado; hacer que las decisiones partidarias pesen y cuenten en el debate nacional, y aportar a definir el rumbo de las decisiones políticas más importantes.

Las tareas básicas parecen obvias y, sin embargo, requieren grandes habilidades. El presidente de partido puede ser o no un líder público. Es decir, puede tener las características de un líder carismático capaz de concitar la atención de los ciudadanos. Pero esto no es un requisito indispensable para ejercer el cargo. Estrictamente, no tiene por qué ser popular. En cambio, lo que siempre deberá asegurar es que está representando a su colectividad y representando a la mayoría política.

Lo que un partido no puede permitir es aparecer arrastrado por los acontecimientos. Tiene la obligación de representar una cierta respuesta propia e identificable para los demás.

Mantener una identidad propia y reconocible requiere de un procesamiento del acontecer nacional enmarcado en un conjunto de valores conocidos, y ordenados por objetivos estratégicos declarados. Para eso se necesita que el conductor represente a la mayoría. Si una dirección nacional es débil, y los liderazgos partidarios más representativos van por otro camino, lo que se tiene es en vez de una mesa directiva a un conjunto decorativo de personas bien intencionadas que opinan, pero no mandan.

No obstante, sostenerse en la mayoría no basta. Para que un partido funcione como se debe se necesita que la minoría circunstancial tenga siempre razones suficientes para colaborar con los objetivos comunes, aun cuando -si estuviera en sus manos decidir- ella se comportaría de modo diferente ante los principales hechos. En otras palabras, una organización política no extrema posiciones que consisten en discordia interna. Avanza todo lo que puede sin dañar la unidad partidaria.

Por último, son muchas las personas capacitadas para desarrollar una gran tarea política partidaria. O comunican bien, o son buenos organizadores, o son capaces de presentar proyectos e ideas, o pueden atraer a nuevos adherentes. Pero lograr que cada una de estas cosas suceda, en forma ordenada y simultánea, es el gran desafío de cada organización de este tipo.

Cada vez más tareas para menos personas

Quien conozca por dentro algún partido sabrá que, en realidad, ellos distan mucho de poder mostrar que están desempeñando sus funciones básicas de manera medianamente adecuada. En la práctica, algunos problemas se acumulan y se están agudizando. Los partidos envejecen, pierden atracción relativa ante otros centros de interés (sobre todo en la juventud), difícilmente logran financiarse de modo decoroso, la improvisación tiene carta de ciudadanía y la preparación de sus actuaciones públicas es escasa.

Por si fuera poco, parecen existir cada vez menos razones para mantener una mínima disciplina militante y la coherencia interna entre sectores internos.

Más bien hay incentivos concretos para que ello no suceda. Así, por ejemplo, cuando la legislación se modificó para asegurar un buen financiamiento de las campañas, se tuvo más en cuenta al candidato que al fortalecimiento del partido a los cuales éstos pertenecen. Como resultado quien quiera faltar a la disciplina, irse por su cuenta y tentar suerte en las urnas podrá hacerlo sin grandes costos.

Tenemos un cuadro inquietante. La realidad interna de los partidos cada vez se condice menos con una fiel representación de los intereses sociales y culturales a los que quisiera -eventualmente- representar.

Con todas estas dificultades siempre presente, hay que congratularse de encontrar personas dedicadas por entero a la actividad partidaria. Además encontrarán pocos que se lo agradezcan.

Los partidos son los patitos feos de la democracia. El prestigio de este tipo de organizaciones está por el suelo. La confianza pública en su desempeño es de lo más baja que se conoce.

Sus dirigentes aparecen como un grupo privilegiado de dudosa contribución al bien común. En fin, quien quiera hacerse popular puede partir por atacar los partidos en la completa seguridad de que cuenta con una amplia galería dispuesta a aplaudirlo.

A las puertas de la renovación

Sin embargo, la democracia no funciona sin partidos. No se ha inventado nada mejor para mediar entre los ciudadanos y los poderes públicos. Los intereses particulares se representan bien mediante las organizaciones sociales del más diverso rango de condición. Pero su simple suma significaría una torre de Babel, en la que se escucharían muchas voces individuales, pero pocos coros.

Los partidos hacen lo posible por intereses valóricos y modos de entender la organización social para un número amplio y diverso de ciudadanos. Por eso son indispensables.

Pero que no haya quién los reemplace no significa que estén cumpliendo bien con su tarea. Eso lo saben sus dirigentes. Como también saben que ha llegado el momento de la renovación de los partidos.

Para tener un desempeño que sobrepase la línea de flotación se necesitan cambios profundos en la forma como los partidos funcionan en lo cotidiano.

Lo primero será hacer permeable sus fronteras. Para influir en un partido hoy hay que ser militante. Pero no a todo el mundo que le interesa la política nacional tiene vocación de militante. Por eso la vinculación con los partidos y las coaliciones ha de aceptar todo tipo de grados, para captar una riqueza ciudadana por ahora desperdiciada.

En segundo lugar, el mundo de las ideas no es el de la eterna coyuntura. El número de micrófonos dirigidos a la boca de un presidente de partido no hace que a éste se le ocurran planteamientos más originales. Tampoco hacen desaparecer la ignorancia. En un país con personas altamente calificadas en tan diversas materias habrá que tener la humildad de escuchar más y hablar menos.

En tercer lugar, los partidos deben especializarse en aglutinar energías en vez de perderlas por falta de tratamiento de sus diferencias. Hoy quien dice centroizquierda no dice Concertación. Lo uno es más amplio que lo otro. Simplemente hay que volver a converger.

Nada de esto (ni las tareas internas ni las de vinculación amplia) lo conseguirán los partidos sin la dirección adecuada. Los que lo consigan tendrán presente y futuro, los que no lo logren tienen por destino el ser parte del recuerdo.

viernes, noviembre 21, 2008

Cuando todos se necesitan

Víctor Maldonado

Habrá que decidir contando con cierta incertidumbre. Nada de esto puede ser detectado por encuestas ni por acuerdos de cúpulas. El protagonismo a los protagonistas y lo demás a un segundo plano.


La vía política para avanzar

Los partidos de la Concertación han dado un importante paso para competir con la derecha. Concordaron un cronograma que permitirá contar con un programa único, un candidato común definido en primarias y plantilla parlamentaria común. Los avances quedaron a cargo de equipos de trabajo a definir. Pero ya se sabe que -según el acuerdo- el plazo para las primarias sería la segunda quincena de abril.

Si la mayor prueba para una coalición es su capacidad de llegar a acuerdos, la Concertación está mostrando su vigencia.

Lo interesante de la iniciativa es establecer un balance entre generación de ideas, definición del liderazgo y manifestación de equilibrios en la representación del poder parlamentario.

Se puede seguir discutiendo, pero el rumbo privilegiado es el convergente. Lo importante es que se consideró que estos tres elementos son "vinculantes entre sí". No se puede dar los unos sin los otros.

No obstante, si hubiera que leer el subtexto, debería concluirse que es evidente para todos que el acuerdo parlamentario es unificador de la Concertación y ayuda a despejar el resto. Aquí está el punto en que se cerrará o despejará el camino.

Es un típico esfuerzo político de esos que son más fecundos: un concienzudo trabajo previo; pocas filtraciones de entretelones en los diarios; acuerdos precisos con capacidad de llevarse a la práctica; superación de problemas acumulados; mejoramiento del clima interno; e identificar tareas con un propósito específico en un diseño general.

Si se analiza el procedimiento, se verá que la prensa se enteró de las decisiones cuando ya están maduras y no de las sugerencias en verde. Eso ha tenido la ventaja de no debatir en público cualquier propuesta antes de saber si tiene apoyo, fundamento y proyecciones. En esta ocasión se ha empleado la forma ordenada de proceder.

Lo que se abre son tareas de gran magnitud. Habrá equipos trabajando en forma paralela. Obliga a velar porque sus conclusiones sean compatibles entre sí y converjan, en tiempo oportuno, a la unidad de propósitos.

Son esfuerzos muy importantes, que requieren dedicación pero no son desgastadores. Es una diferencia con la conducta hasta la elección municipal, cuando primaron criterios de sobrevivencia y rendimiento partidario, incluso traspasando costos al vecino. El resultado, en relación con la derecha, fue el de una transferencia neta de poder. Se pueden seguir sacando cuentas particulares alegres pero no quita lo central.

Se gana con los otros o no se gana

Se acercan las definiciones presidencial y parlamentaria. Si se reincide, el resultado será una catástrofe. La clave son los acuerdos y ello se consigue cuidando que los socios vean salvaguardados sus intereses. La lógica se invierte: si no lo cuido a él, no me va bien a mí.

Se ha llegado a reconocer que en la Concertación todos se necesitan. No es que se quieran con igual intensidad, pero nadie puede prescindir del otro. Es la lógica más elemental, pero nadie dijo que ella sea respetada en la vida pública. La exacerbación de intereses particulares ha sido cegadora y no siempre el campeón de la nanopolítica se maneja igual en la política grande.

Hasta que acontece un percance y se recupera la compostura. No parece haber muchos dispuestos a cometer errores gruesos. Lo sorprendente es que la posibilidad de meterse en problemas no ha venido de debates relevantes sino de disputas nimias. Interesados en causar reyertas hay siempre y se debe ser precavido.

Los diarios de derecha parecen dedicados a generar literatura de intrigas destinada a la Concertación. El título común parece arrancado del horóscopo: "Alguien cercano está tratando de perjudicarte". Los autores de estos opúsculos esperan que en las maniobras se enreden y se inicie una reacción en cadena.

Está claro que hasta el más lúcido puede ser tomado desprevenido. Sinceramente, no se ve la necesidad de hacer caso de interpretaciones interesadas e inverificables.

Cuando se empieza una guerra cruzada de declaraciones, alguien debe guardar silencio cuando le toque. Siempre habrá razones para contestar un ataque pero se ha de llegar a un punto en que hay más razones para detenerse que para seguir.

Nada más fácil que caer en el paleteo de descalificaciones. Eso no quita que lo mejor que se puede hacer con un artículo malintencionado es responder con silencio bienintencionado.

El protagonismo a los protagonistas

Anécdotas aparte, hay que decir que la Concertación parece capaz de superar los problemas grandes y pequeños que se le presentan. Ahora se ha de pasar a la etapa que sigue, donde todos dan un paso atrás para que las estrellas del espectáculo sean los candidatos presidenciales.

Los dirigentes han de entender que lo que importa no son los entretelones de la decisión presidencial, sino la decisión presidencial misma.

En última instancia, no los conflictos entre dirigentes, sino destacar las cualidades de los candidatos a dirigir a la nación. Procedimiento de definición presidencial, bases programáticas y acuerdo parlamentario son útiles si se encarnan en un candidato. Son las personas las que encantan, no la técnica política para llegar a acuerdos.

Sobre el mejor mecanismo para el candidato se llegó a una convicción amplia. El objetivo de un procedimiento como las primarias es captar el interés de la mayor parte de la ciudadanía. No hay modo de saltarse a la gente.

Por eso es tan importante despejar la incógnita de entre quienes se ha de elegir. Los riesgos crecen cuando las figuras no están en primer plano porque se quedaron reflexionando si debieran participar o no. Con ello, de seguro, no trabajan para el entusiasmo generalizado.

Hay que tener un programa de Gobierno. Pero no son los programas los que gobiernan. Un mismo conjunto de ideas y políticas compartidas, pueden ser implementadas con diferencias apreciables por parte de los presidenciables más nombrados.

Candidatos al Parlamento van a existir a todo evento. Pero la suma de individualidades no hace una apuesta política de fondo. El punto en común de cada uno de los aspirantes al Congreso es el candidato presidencial.

La definición del abanderado tiene que ver con las potencialidades futuras de un líder, sus posibilidades de crecer en apoyo. Hoy no hay apuestas seguras, conocidas con anticipación. Habrá que decidir contando con cierta incertidumbre, que no se disolverá sola.

Nada de esto puede ser detectado por encuestas ni por acuerdos de cúpulas. El protagonismo a los protagonistas, que todo lo demás quede en un segundo plano.

viernes, noviembre 14, 2008

Las resoluciones, a tiempo

Las resoluciones, a tiempo


Víctor Maldonado

Puede que haya gente que considera muy interesante todos estos entretelones. Pero no puedo dejar de pensar que se le está pidiendo demasiado al adherente de la Concertación. Porque se le solicita que mantenga el interés a todo evento.


Mala época para indecisos

La crisis internacional nos pone en una situación bastante extraordinaria. Parte importante de las variaciones de la opinión pública en torno a los candidatos presidenciales, bien pueden explicarse por este hecho de proporciones mayúsculas.

En momentos de incertidumbre, ampliación de temores, dudas sobre los caminos a seguir, valoración de lo que se tiene y confianza en el manejo experto, está muy claro lo que se necesita de los líderes. Y lo que se espera de ellos es que compensen la inestabilidad general aportando una capacidad de conducción serena y experimentada.

Por lo mismo, no creo que sea un alarde de perspicacia el llamar la atención sobre el hecho simple de que la presentación de dudas y demoras constantes de parte de un posible abanderado, es lo peor que le puede ocurrir.

Más que nunca, la capacidad de otorgar certeza es altamente valorada. La peregrina idea de que un país se deba adaptar a las necesidades de unos pocos para saber a qué atenerse resulta asombrosa.

Mucho antes de que estas personas tengan a bien informarnos sobre las conclusiones de su dilatado proceso, habrán perdido, ante los ojos de muchos, una característica reconocida (saber resolver cuando se necesita) que no habrán sabido poner en juego cuando corresponde.

Sin duda, el saber calibrar un estado de ánimo colectivo es algo básico en un líder. Eso no tiene que ver necesariamente con sus capacidades intelectuales, sino con su sintonía con los anhelos y necesidades ciudadanas.

No hay líderes que sean igualmente apreciados para todo tiempo y lugar. Pero hay personas a las que les llega su tiempo porque parece ser justo lo que se necesita, o se han sabido posicionar como la encarnación de "la respuesta que necesitamos".

Las dudas generan dudas y mientras más días improductivos se dejan pasar, más amplios son sus efectos.

Si no se toman las decisiones cuando se necesitan, entonces las circunstancias deciden por uno. Cuando la gente está lista para decir es cuando los candidatos han de estar listos para presentarse. Porque si esto no sucede habrá alguien que perdió su oportunidad.

¿Por qué no ganamos primero?

Parece increíble, pero a ratos se podría pensar que alguno espera que la situación se decante a su favor. Y cuando eso suceda quiere aceptar la responsabilidad de la conducción.

En realidad, lo más probable es que ocurra exactamente al revés. Es más fácil que una determinación firme despeje incógnitas a que éstas se disuelvan con el paso del tiempo.

Si las decisiones para que alguien se presente es que superen las mayores dificultades del momento, entonces algo no calza. Porque si ello fuera posible por anticipado, entonces el liderazgo es irrelevante, y si ello no es posible, la candidatura se declara a sí misma inviable.

El poder no se tiene… hasta que se tiene. No se puede ejercer desde antes basándose en las expectativas de alcanzarlo. Cuando se pide una subordinación anticipada, lo que se consigue es una resistencia anticipada.

La descripción que se hace en estos días del cargo de Presidente de la República es la correcta: Jefe de Estado, de Gobierno y de coalición. Pero los cargos no se pueden desempeñar con anterioridad a las victorias electorales.

El problema para la centro-izquierda no es el de darse por enterada de en qué consiste la Presidencia, sino en ganar la elección en que se elegirá el próximo Presidente.

Mientras más precondiciones se ponen, más lejos queda la Presidencia. Cuando la coalición de Gobierno se apresta a hacer frente a su prueba más dura, lo que importa más que todo es la predisposición a encabezar y a afrontar a todo evento lo que venga.

En anteriores ocasiones, se ha podido contar con la fuerte presencia de un abanderado que atraía más adhesiones que la coalición a la cual pertenece. Ese no es el caso actual. En esta ocasión, todos tendrán que trabajar para que alguien llegue a ese sitial, partiendo desde una base inicialmente insuficiente y más bien precaria. En anteriores oportunidades quien ponía el candidato presidencial debía compensar al resto con mayor presencia parlamentaria, amplia presencia en el comando y muchas otras cosas. Si hoy se planteara algo por el estilo habría más de una cara de extrañeza. Eso es lo que sucede cuando necesariamente se va de menos a más. Si ésta es la situación inicial, ¿a cuento de qué se ponen tantas precondiciones?

No es llegar y llevar

Ante las mencionadas circunstancias, los deseos de orden y unidad concertacionista se ven representadas en la búsqueda conjunta de un candidato único. Sobreexigir a los más disciplinados no parece prudente. Lo sensato para cualquiera es darse cuenta de lo que tiene y no pedir lo que no tiene ni se le puede dar.

Puede que haya gente que considera muy interesante todos estos entretelones. Pero no puedo dejar de pensar que se le está pidiendo demasiado al adherente de la Concertación. Porque se le solicita que mantenga el interés a todo evento. Y no por algo que esté sucediendo, antes bien por algo que se está demorando en producirse, sin una explicación razonable.

En vez de convocar a los ciudadanos afines a decidir entre candidatos, se les está pidiendo que asistan como espectadores a que los candidatos se decidan. Hay un cierto sentido del decoro colectiva que no ha estado muy presente en este proceso.

En realidad, los episodios que observamos tienen que ver con los diagnósticos pesimistas en los que se ha ido sumiendo la Concertación. Cuando se pasa mucho tiempo sin pensar en las posibilidades de ganar, se producen muchos efectos imperceptibles en el oficialismo. Se nota ante todo en las conversaciones en las que se transmite la sensación de pérdida anticipada. Nos encontramos ante un notable error de perspectiva, que se expresa de lleno en cierta elite, pero no tiene un reflejo equivalente en la calle. Hay más objetividad en el ciudadano común que entre los líderes concertacionistas.

Y, sin embargo, la necesidad de tomar decisiones apremia. Parece que no hay semana en que no se tenga alguna novedad de parte de los presidenciables. Se ha dado inicio a una dinámica de resoluciones de la que es imposible que algunos se escapen.

Lo cierto es que los electores de la Concertación no la tienen difícil. Si se presentan dos ex Presidentes se le está pidiendo a los electores que opten entre líderes a los que (en una amplia mayoría) ya antes les habían entregado su adhesión.

Muchas pruebas a las que los electores someten a personajes menos conocidos en esta ocasión son innecesarias, porque las naturales dudas que se presentan en estos casos ya se encuentran despejadas desde el punto de partida.

Por tanto, nadie se definirá en exclusiva por sus antecedentes. Si no es eso lo que desequilibra la balanza, lo que resulta determinante es -como dijimos- la capacidad de dar certidumbre, de agregar confianza, de señalar rumbos y de mostrar resolución. ¿A qué le suena a usted este escenario?

viernes, noviembre 07, 2008

De la procesión a la primaria

De la procesión a la primaria

Víctor Maldonado

Si la Concertación llega a un rápido acuerdo para designar a su candidato y, al mismo tiempo, alcanza un acuerdo parlamentario que le permita recuperar visualmente su unidad, habrá hecho algo que el país espera de ella.


La espera llega a su fin

Es como si se hubiera dado una campanada inicial que todos escucharon. Lo cierto es que la actitud de los presidenciables en la Concertación ha cambiado por completo.

Lo que antes era todo dudas y compás de espera, se ha vuelto ahora disposición abierta, ductilidad para escoger la modalidad de competencia y negociaciones a todo nivel. Tal pareciera que el tiempo vuelve a ser considerado un recurso valioso y escaso de parte de todos los interesados. Y las cosas se toman con más seriedad, como ocurre cuando se acerca el momento de las decisiones. Por eso son cada vez menos las declaraciones y son cada vez más las acciones que se emprenden.

Por cierto, este ambiente era previsible una vez terminado el proceso municipal, pero no con esta intensidad y prontitud. Literalmente, los candidatos han sido sacados de su letargo calculado. A decir verdad, el punto de partida de este cambio de actitud está más que claro.

Si nuevamente triunfa la Concertación, sus integrantes tendrán mucho que agradecer a Soledad Alvear por la decisión que tomó al principio de la semana pasada. Al retirarse de la carrera presidencial y de la presidencia de su partido, lo que la senadora hizo fue poner a su coalición en un camino expedito hacia la elección del abanderado de la centroizquierda.

En un momento en que no abundan los gestos de grandeza, el oficialismo se encuentra con uno que llega en el instante oportuno y de la persona indicada. Quizás si la sorpresa general que acompañó a tal determinación sea representativa de lo inusual que ha llegado a ser esta clase de actos.

Se ha creado el espacio de tiempo necesario como para actuar con corrección y de cara al país. Si la Concertación llega a un rápido acuerdo para designar a su candidato y, al mismo tiempo, alcanza un acuerdo parlamentario que le permita recuperar visualmente su unidad, habrá hecho algo que el país espera de ella. Habrá dado un paso decisivo para abrirse una chance ganadora.

Más que procedimientos buenos o malos, lo que hay son procedimientos ampliamente aceptados o escasamente aceptados. Si se encuentra el mecanismo en el que todos compitan, lo que se hace es asegurar la legitimidad de una decisión que resulta transparente para una amplia mayoría. Cuando eso se logra, sus efectos benéficos se empiezan a producir incluso antes que la elección del candidato presidencial se materialice. Es esto lo que debe quedar resuelto antes de fin de año.

Dejando el espejo a un lado

La Concertación ha sido un grupo político que se ha dedicado en el último período a hablar sobre sí mismo. Para peor, ha estado reflexionando de manera pública sobre sus problemas, sus diferencias, sus menores posibilidades de ganar y sus dificultades de todo tipo.

Con un ejercicio así, es lógico que el optimismo no sea el rasgo preponderante en el oficialismo. Tal parece que, al comentar un suceso, si las noticias no son desalentadoras, no resultan creíbles.

En este instante han quedado dos cosas claras para todos: que sin apertura a la decisión ciudadana no hay candidatura presidencial creíble; y que el único método que no puede ser empleado para escoger Presidente es el de la procesión.

Abrir la decisión sobre el candidato tiene un sentido profundo de realismo y sensatez políticas. No se puede olvidar que el electorado ha tenido la posibilidad de escoger, en la elección municipal, entre la mayor variedad de candidatos antes vista. Y cuando los ciudadanos han ejercido su derecho haciendo uso del más amplio número de combinaciones posibles (sin necesariamente asumir la "lógica" política), entonces no es nada de fácil que se le entregue un candidato presidencial apareciendo de un sombrero partidario.

El procedimiento en concreto no está definido. Pero la apuesta de fondo sólo puede ser una: en el pasado se implementó el proceso de primarias con un resultado previamente conocido. Esta vez se ha de implementar un método cuyo desenlace ha de ser una incógnita para los propios organizadores y participantes. Ha de ser un proceso "de verdad" y dificulto que, en esta ocasión (y dados los posibles participantes) se mantengan rígidas las fronteras partidarias de los militantes al decidir.

Lo que puede cambiar el estado de ánimo predominante es que el que decide es, en serio, el que va a votar. Porque la Concertación sólo se llevará un triunfo si retiene los apoyos de que dispone hoy, si atrae a descontentos y enojados de centroizquierda (hoy en los más diversos sitios o en ninguno) y si logra que participen (ahora y el próximo año) electores que no han ejercido su derecho antes o han dejado de hacerlo.

En segundo lugar, está igualmente claro que se han acabado las condiciones especiales. Ir a buscar a alguien a la casa en procesión, dado lo difícil del momento, es impensable. Ofrecerle a alguien la dirección más amplia, incluida su consideración sobre candidaturas parlamentarias, no es posible. En fin, cuando ha estado predominando la lógica partidaria sin contrapeso alguno, entonces las soluciones a los problemas no se presentan con anticipación, sino que son parte de un proceso en el que todos tienen que colaborar y han de querer hacerlo. Con un poco más de humildad, todo es posible.

Qué dijo el otro

Por el lado de la derecha, también los preparativos se intensifican. En este caso tenemos una disputa entre las perspectivas posibles de asumir en el último año del Gobierno de Michelle Bachelet.

Aunque parezca increíble, la dinámica de fuerte conflicto y enfrentamiento desgastante con el Gobierno ha adquirido tales proporciones que los representantes menos lúcidos de la oposición no han notado las nuevas necesidades del momento.

Han seguido pensando, sueltos de cuerpo, en a cuál ministro acusar constitucionalmente, qué nueva comisión investigadora constituir, cuáles condicionamientos duros se pueden poner a la aprobación de la Ley de Presupuesto, dónde pueden presentar un escándalo renovado.

Lo que Piñera ha intentado es la preparación de una tregua en la política de desgaste. En realidad no es creíble que un sector político agudice los problemas de Gobierno si cree que se hará cargo del Gobierno a poco andar.

Hasta ahora la derecha ha usufructuado del desorden de la Concertación, pero si el desorden llega a su fin, entonces lo que queda del camino está en manos de lo que la derecha logre por sus propios méritos. Depende de su capacidad de aglutinarse, ofrecer alternativas concretas en las materias de mayor interés ciudadano y hacer una campaña que convenza de que puede ser gobierno y no sólo una oposición dura y sin matices.

La definición de un abanderado concertacionista de cara al país pone en problemas a la oposición. ¿Hará lo mismo o se concentrará en la negociación parlamentaria? ¿Cómo queda entonces la UDI? En caso de que se decida a hacer algo equivalente, entrará por primera vez en una dinámica que no está tan claro que puedan controlar.

Comparado con la etapa que termina, lo que viene es un período pródigo en decisiones y en cambios. No será una buena época para indecisos y para quienes tengan aversión a los riesgos.

Eso es lo que tiene de interesante la actividad política: cuando parece que ya está todo decidido, ocurre que recién está comenzando a decidirse.