viernes, septiembre 30, 2005

El paso desde el carisma a la Presidencia

El paso desde el carisma a la Presidencia

Bachelet comenzará a depender cada vez más del buen ejercicio de su liderazgo que de la pura exhibición de su carisma. Hay que decir que mal no le ha ido en este terreno. Ha ido adquiriendo la actitud.


Lanzados en el tobogán

Hay un momento en las campañas a partir del que ya no cabe enmendar rumbos. Las apuestas están echadas y sólo queda seguir hasta el final, por la línea que se escogió. Hemos llegado a ese punto.

Desde ahora, cada cual podrá hacerlo mejor o peor, puede tener aciertos tácticos o cometer errores en la ejecución de las acciones programadas. Pero nada más.

Cada quién se encuentra lanzado en un tobogán, en el que no es posible detenerse, hacer giros bruscos ni, menos, echar pie atrás. A poco de tomar el impulso decisivo, cada quien puede evaluar la trayectoria propia y ajena, y calcular como terminará todo.

La última encuesta CEP nos entrega una valiosa información que detecta, en la partida, las tendencias incipientes que luego adquirirán plena forma con el correr de las semanas.

Un primer dato significativo se detecta al comparar la evaluación positiva o negativa de las principales figuras públicas. Casi todas las personalidades de la UDI por las que se pregunta, retroceden en aceptación y aumentan en rechazo. No mucho, pero sucede.

En cambio, los personajes de RN, por lo general, aumentan su aceptación y, sobre todo, disminuyen su rechazo. Como varios de ellos se presentan en la competencia parlamentaria, no es difícil saber quiénes están acumulando puntos a su favor.

Pero si esto se insinúa a nivel de partido, la comparación llega a ser impactante en el caso de los candidatos presidenciales de la oposición. Se ha destacado, con razón, el hecho de que estos candidatos se encuentran en “empate técnico”. Sin embargo, eso no parece ser lo más significativo. Más que detectar el cambio en la intención de voto, lo que se aprecia es cómo está variando la apreciación de las cualidades de los personajes.

Impresiona, por lo consistente, la completa disminución de Joaquín Lavín en la evaluación de sus capacidades como líder. Simplemente, ha dejado de encantar a su potencial electorado, y, en forma creciente, genera disgusto entre los que -una vez- estuvieron dispuestos a darle su respaldo.

Comparativamente, la situación de Bachelet es bien distinta, aunque también experimenta un cambio. Ella consolida un alto apoyo, un bajo rechazo y aventaja a sus adversarios como quien mejor podría enfrentar las principales tareas del país.

Pero, a medida que se aproxima a la Presidencia, y deja de ser vista y juzgada simplemente por su carisma, es observada con mayor criticidad por quienes le son políticamente más distantes. En cualquier caso, el reconocimiento de sus capacidades es, a igual fecha, mejor que el conseguido por Ricardo Lagos en su momento.

Adhesiones y simpatías

Un segundo dato significativo es que este cambio en la apreciación de los personajes públicos no está produciendo aún una modificación equivalente en la intención de voto.

Los candidatos de derecha se han aproximado mucho entre ellos, pero no porque le estén restando adhesiones a Bachelet. Lo que pasa es que hay una transferencia de uno a otro, pero no un crecimiento neto. Bien puede ser que Sebastián Piñera termine por sobrepasar a Lavín el día de la votación, pero el candidato gremialista no se va a desfondar así como así.

En otras palabras, bajan los grados de desconfianza que genera el candidato de RN, sin vencerlas por completo. De hecho, no hay aspirante a la Presidencia que pueda ganar sin conseguir el respaldo de las mujeres y de los sectores populares, y allí Piñera es el más débil de los tres candidatos principales en estos sectores.

Por eso se puede decir que no gana en adhesión. Más bien lo que consigue es una predisposición a aceptarlo. Es decir que su esfuerzo quedará a mitad de camino, y sobre esto hay una plena conciencia.

En esto radica toda la diferencia. Cuando se terminen de contar los votos, la situación será muy distinta en los comandos. Lavín habrá llegado exánime al fin de la campaña y, con ello, el término de su carrera política pública. Habrá hecho un papel digno, habiendo evitado lo peor, pero tendrá (ya tiene) la certeza de que no puede seguir. Además, su partido habrá perdido posiciones y buscará (ya busca) un nuevo liderazgo para remontar o para revertir el mal momento.

En cambio, Piñera se prepara para una “derrota dulce”. No habrá ganado, pero se sabrá en alza. Sentirá que ha terminado una etapa, pero que de inmediato se inicia otra, que será para aquel líder que marque presencia desde el primer día y que llene el vacío dejado por Lavín. Y no piensa dejarle su cupo a otro, menos después de tanto esfuerzo.

En otras palabras, de la campaña electoral se pasará a otra de opinión pública, pero no dejará de estar en campaña.

El caso de Bachelet, como sabemos, es bien distinto. El electorado que la apoya ha ido consolidándose. También se ha ido sincerando, en la medida que la derecha vuelve a tener una candidatura con ánimo competitivo.

No todo el que la aprecia necesariamente la respalda.

Con Bachelet la Concertación se confirma como una mayoría sólida. Pero no puede esperar que se produzca una especie de huracán político que barra con la derecha, entregue muchos doblajes parlamentarios, y que, además, se reduzcan al mínimo las resistencias al nuevo Gobierno. Nada de esto va a suceder.

En realidad, lo que ocurre es que Bachelet comenzará a depender cada vez más del buen ejercicio de su liderazgo que de la pura exhibición de su carisma. Hay que decir que mal no le ha ido en este terreno.

Los “rostros viejos” son “rostros pálidos”

Como se puede apreciar, la candidata ha ido adquiriendo la actitud presidencial, se le da crecientemente el trato correspondiente a ese rango -ya por anticipado-, y se ve que tomar decisiones le gusta.

Todo bien. Y, sin embargo, no hay que dejar de lado las precauciones. La derecha está dividida. Eso le trae muchas desventajas, excepto una: cada candidato presidencial está completamente integrado al trabajo de sus postulantes al Congreso.

Bachelet lidera una coalición que compite a nivel parlamentario. Para el reconocimiento de su conducción, requiere de la colaboración y el apoyo que logre bajo estas condiciones. Y me refiero a la colaboración de todos.

Así, importa mucho concentrarse en los desafíos de hoy, donde cada cual tiene cabida y debe sentir que la tiene.

Tal vez por una reacción explicable (las dudas iniciales de la cúpula política sobre sus capacidades), Bachelet ha marcado insistentemente su decisión de incorporar caras nuevas, equiparar la presencia de mujeres en la dirección del Estado y de que “nadie se repita el plato”.

Muchos y muchas estarán contentos de que ello ocurra. La renovación política es un anhelo ampliamente compartido. Pero entre los “caras viejas”, la alegría brilla por su ausencia.

Es sorprendente la cantidad de personajes influyentes que está hablando hoy de sí mismo, y de sus pocos deseos de continuar en su puesto o en otros. La autorreferencia campea como nunca. Más de uno se sentirá injustamente tratado a priori. Algo bien humano y que ocurre.

Pero, ¿es necesario acumular resistencias internas desde ya? Un trato tan genérico, ¿no elimina los necesarios matices a tomar en cuenta en un grupo tan amplio y heterogéneo?

Por lo general, los excluidos no suelen ser colaboradores entusiastas. Ya no cabe duda sobre dónde reside el liderazgo y quién tomará las decisiones. No parece necesario seguir insistiendo en el punto. Los candidatos integran, los presidentes optan. Cada cosa a su tiempo.

viernes, septiembre 23, 2005

Esperanza, ciudadanos y política

Esperanza, ciudadanos y política


Lo que se busca es la conexión política de la ciudadanía, cuando ello es pertinente y beneficioso. Se trata de que los partidos se renueven, no que desaparezcan. El punto de arranque estará en el inicio del próximo Gobierno.



Hija del éxito

Sin duda, éste es un momento en que el futuro del país se ve con optimismo. Las encuestas lo señalan sin excepción, pero más que nada ello se puede expresar en la decisión mayoritaria de emprender nuevos e inéditos caminos. De otro modo, la postulación presidencial de Michelle Bachelet (no programada por nadie, pero de amplio respaldo popular) no estaría allí.

Una candidatura que propone innovar sería impensable en un país pegado a lo pretérito o donde lo más común fuera estimar que los obstáculos al desarrollo nacional superan las posibilidades colectivas.

Así es que tenemos una esperanza en curso. Pero, ¿esperanza de qué? ¿Por cuánto tiempo?

Tal vez la pista principal la haya dado la propia Bachelet. En un acto de proclamación definió el rumbo que ha de seguir del siguiente modo: “Vamos a transitar de la prosperidad a la solidaridad”.

Esto parece decir que se puede aspirar a un nuevo horizonte, precisamente porque Chile es un país que ha ido alcanzando las metas que se ha propuesto, mejorando -vez tras vez- su “piso institucional”, como lo ha denominado Ricardo Lagos. Y la próxima meta se identifica con una nación más integrada, mayor participación del ciudadano común, un poder más repartido entre sus comunidades y sus territorios, con personas más maduras, respetuosas y tolerantes unas de otras.

En otras palabras, la esperanza aludida estriba, nada menos, que en mejorar la forma cómo se concibe y practica la política entre nosotros.

Como todos sabemos, este intento tiene la enorme dificultad de que puede concitar fuertes resistencias. Además, se parece mucho a una carrera contra reloj.
Aun suponiendo que se tratara de un anhelo compartido por un número amplio de personas, a no pocos acomoda de sobremanera la costumbre de tomar las decisiones más importantes en círculos más bien cerrados, entre personas que “entienden lo que pasa”. En otras palabras, las posibilidades de implantar una mayor apertura de la política a los ciudadanos cuenta con un tiempo acotado para fructificar. Inevitablemente un estilo se impondrá sobre otro. O el intento se diluye al chocar ante el muro de las prácticas establecidas, o consigue superar las resistencias básicas que encuentra en el camino. Pero empate no va a haber.


El problema son los amigos

Este corte no tiene que ver con las habituales diferencias entre izquierda, centro o derecha. Bien puede ser un corte transversal motivado, en cada sector político, por el anhelo de lograr una vivencia más real de la democracia en la convivencia habitual.

Algunos considerarán que la captura de la política por un número pequeño de iniciados es un traje demasiado reducido para el Chile de hoy y mañana, y otros considerarán que, así como estamos ahora, vamos de lo más bien.

Pocas veces se puede tener una evidencia mayor de cuánto se ha ido transformando el país tras la derrota de Augusto Pinochet. Algunos siguen interrogándose, de un modo que ya resulta un tanto enternecedor, si la transición ha terminado. Es como si un joven se diera cuenta a los quince años que ha entrado a la adolescencia y, quince años después -en su caso, una vida completa- todavía se estuviera preguntando si aún se puede considerar un adolescente.

Bueno es tomarse las cosas con calma, pero ninguna nación se demora tanto en pasar de un estado a otro. ¡Incluso la independencia nacional demoró la mitad de este tiempo! Por eso es que ahora aparecen retos nacionales de nueva factura, que son hijos de la democracia y no lastres de la dictadura.

Si se necesita cambiar la forma de hacer política, la única manera posible de proceder es comprometiendo a parte de los ciudadanos, que se interesan en lo público y que hoy no se sienten cómodos con los partidos. Que los que no están, estén.

Esto quiere decir que se hace una apuesta, desde el inicio, por hacer un llamado amplio a los ciudadanos de excelencia, esperando una respuesta de suficiente envergadura como para producir un cambio.

Tras una acción como ésta, se encuentra un diagnóstico que es, en realidad, una voz de alerta. Se considera peligroso, para la democracia, la creciente desconexión entre la política partidaria y la vida cotidiana de las personas. No se trata propiamente de una crisis, si no de un estado general de pérdida de sensibilidad. Algo de suma importancia está aconteciendo, y, sin embargo, ningún partido, por sí sólo y aislado, es capaz de enfrentarlo.

Ello no ocurre porque este mal de la democracia no exista, si no porque todos lo tienen. Cuando todos se alejan al mismo tiempo de la sensibilidad ciudadana, nadie actúa, puesto que no hay quién se sienta en desventaja respecto del resto. Se pierde el sentido de urgencia. Se pueden posponer las acciones correctivas. ¿Para qué darse la molestia de enfrentar a los amigos, cuando ya con los adversarios nos basta y nos sobra?

Porque esto es lo que sucederá si nos decidimos a actuar. A los adversarios se los enfrenta siempre, pero rara vez ponemos en tensión las apreciadas relaciones con nuestros cercanos y aliados. Se requeriría desarrollar lo que ex Canciller alemán Willy Brandt llamó una vez (lo recordaba hace poco Günter Grass) esa actitud de “valor ante el amigo”.

Sólo que a veces no hay alternativa. Puede que llegue un momento en que ya no nos baste con compartir opiniones políticas. Desearemos compartir comportamientos políticos dignos del momento que se vive. Puede que ese momento haya llegado.

Así que nos vamos a meter en problemas “gratis”. En verdad, no era necesario. Vamos ganando y nos va bien. Pero no se trata de eso.

Se trata de una incomodidad de la peor especie, que no nos deja tranquilos. Es un malestar ético que nos viene de dentro. Sabemos que de seguir así tendremos todo, excepto la razón de ser de incorporarnos a la vida pública. Nos seguiremos moviendo, pero ya no estaremos vivos. Por eso nos meteremos en problemas: por puro sentido de supervivencia.

La traducción política de la esperanza

Algunos consideran que una campaña presidencial ciudadana, es aquella que limita la presencia de los partidos en su interior. Esta restricción no tiene mucho sentido.

Los partidos deben aportar cuanto tienen al propósito común. Pero puede suceder que su presencia no sea la misma en las más variadas actividades sociales, por lo que a éstas se les debe dar cabida por derecho propio. Lo que se busca es la conexión política de la ciudadanía, cuando ello es pertinente y beneficioso.

Por lo demás, se trata de que los partidos se renueven -y con ellos, la política-, no que desaparezcan. El punto de arranque estará, no obstante, en el inicio del próximo Gobierno.

Para entonces, ya no bastará con las buenas intenciones. Se necesitarán cursos de acción afinados y listos para entrar en operaciones. Desde la partida, después será tarde.

A no dudarlo: éste es un propósito muy exigente y requerirá de la generosidad de muchos y muchas. Nadie dijo que dar respuesta a una esperanza fuera fácil.

viernes, septiembre 16, 2005

Todos íbamos a ser electos

Todos íbamos a ser electos

La oposición sabe que pierde y tiene un libreto listo para el desenlace de este capítulo. ¿Ocurre lo mismo con la Concertación después del triunfo? Por eso, el desafío, más que electoral, es político.



Inscritos y en competencia

Los que nos dejaron el sistema binominal como herencia (dichosos ellos que pudieron escoger), lo hicieron porque les daba plenas garantías de que no tendrían sorpresas. Sabían que podían ser, cómodamente, una minoría en el país y, sin embargo, optar a tener la mitad del Parlamento.

Está visto que a la derecha le gusta la competencia, pero nunca tanto. En política son partidarios de las barreras proteccionistas… cuando son ellos los protegidos.

Como sea, son las reglas que operan. Lo sorprendente es que, aún recibiendo tanta ventaja previa a que alguien siquiera llegue a las urnas, de todas formas la Concertación logra obtener más parlamentarios que la oposición.

Esta vez ocurrirá lo mismo. El conglomerado de Gobierno volverá a tener mayoría en la Cámara de Diputados, y, quizás, logrará la hazaña de doblar en alguna circunscripción senatorial.

Pero siendo el sistema binominal un cerrojo que impide que las mayorías se expresen de manera más realista en el Parlamento, el éxito político en una campaña se tiene que medir de varias formas: en el apoyo ciudadano, en la disciplina de los partidos, en las competencias reguladas y en la rápida reconstitución de lazos apenas el proceso termina.

Aquí encontramos uno de los efectos más evidentemente perniciosos que tienen las reglas del juego vigentes sobre los partidos. Y es que ellos viven las negociaciones previas a la nominación de los candidatos de un modo particularmente intenso. Es una verdadera conmoción interna, en la que no hay organización partidaria que no deba lamentar que algunas de sus mejores figuras no sobrevivan a la negociación. Por eso, se puede salir conforme, pero nunca contento de una negociación política.

Cuando este proceso interno ha sido largo, es evidente que se ha pasado por todas las variaciones de ánimo imaginables; se ha estado a punto de conseguir acuerdos que se derribaron casi en la meta por falta de apoyos; que hubo quien dijo y luego se desdijo, etc. Los que participan en las reiteradas, maratónicas y tensas sesiones de negociación terminan exhaustos, propensos a reaccionar a la primera provocación y prometiéndose (sabiendo que no es cierto) que esta es la última vez que participan de un proceso tan atroz.

El único problema es que la negociación parlamentaria es vivida tan intensamente por algunos, como desconocida y falta de interés les resulta a la gran mayoría de los ciudadanos. Para ellos, la historia recién comienza (si es que no, bien avanzada la campaña) cuando los nombres de los candidatos son dados a conocer.

Puede que sea un poco violento decirlo así, pero es obvio que estos procesos a puertas cerradas, propios de iniciados en los misterios de la política partidaria, les importan a bien pocos. Son cosas del pasado, por recientes que sean, y no hay que quedarse detenidos en los lamentos, recriminaciones, pasadas de cuenta y ocupaciones afines.

Elector: los que van a competir te saludan

Ahora lo que importa es competir y ganar. Mantener las coaliciones unidas en plena campaña. Hay que consignar que, en el caso de los partidos de la Concertación, los partidos quisieron y no pudieron llegar a acuerdo por sí mismos. Tuvieron que recurrir a la mediación de la candidata presidencial, a sabiendas de que lo mejor era evitar verse en la necesidad de hacerlo.

No hay que dejar pasar, tampoco, un dato igualmente significativo: Michelle Bachelet resolvió el tema en forma expedita, sin agobio y sin dudas, explicitando los criterios de bien común utilizados para dirimir. Tema tratado, resuelto y superado.

Esto marca una cierta tendencia que se puede ir profundizando en la campaña. Y es que vamos a pasar de la crítica fácil a responder por nuestros actos. Cada cual según el papel que le toca cumplir.

En realidad, ahora existe un procedimiento expedito, público y conocido para medir el cumplimiento de cada cual.

Los candidatos presidenciales están cumpliendo con su papel según si consiguen consolidar su apoyo (si van ganando) o si lo amplían (si están en una posición subordinada). Para ello, deben convencer y tomar decisiones adecuadas en los momentos oportunos.

Los partidos están respondiendo a lo que se espera de ellos, en la medida en que movilizan apoyo, mantienen su disciplina interna y consiguen dar respaldo a la candidatura presidencial, confluyendo con sus socios en este trabajo común. Esto último aún cuando se esté compitiendo con los aliados a nivel parlamentario.

Pues bien, el modo cómo se ha dado y concluido la negociación parlamentaria en la Concertación nos da una idea de cómo será la dinámica política del período.

Creo que vamos a transitar desde una inicial preocupación de los partidos por el desempeño de la candidata y su comando a una preocupación de la candidata y su círculo cercano por el desempeño de los partidos.

La razón es sencilla: no hay candidato que este exento de despertar dudas iniciales en su base de apoyo política. Todavía más si su liderazgo no se genera por una definición partidaria, sino por el respaldo ciudadano.

Puede que los candidatos se hayan inscrito hace pocos días, pero lo cierto es que llevan una temporada larga en esa condición. Hasta este momento, Bachelet no lleva un sólo error grave cometido. Quien crea que eso puede ser obra de la casualidad es muy ingenuo o no tiene la menor intención de ser ecuánime.

La oposición ha optado por dedicar lo que queda de la campaña, ahora sí, a atacar a la candidata de la Concertación poniendo en duda su calidad de líder. Demasiado tarde como para que esta crítica le haga merma. Su posición se ha ido afianzando en base a decisiones y tomas de posición, no de silencios.

No van por ahí las dificultades. En cambio, no se puede afirmar que los partidos hayan seguido una ruta de fortalecimiento similar. Fallaron en lo que les es más propio y privativo al momento de negociar. Pueden fallar al momento de enfrentar la competencia, regulando mal las zonas de conflicto más candente por la competencia en los distritos. De allí se pueden derivar no pocos problemas en campaña, que serán difíciles de erradicar en el transcurso del gobierno siguiente. Todo ello, conste, sin mayor presión desde la derecha.

Por eso no hay que confiarse, sólo porque la campaña presidencial marcha muy bien. No es lo único a lo que hay que prestar atención y de donde puede provenir el peligro.

Un triunfo demasiado seguro

Marta Lagos, al presentar la última Encuesta MORI, que entrega un amplio respaldo ciudadano a Bachelet (45%), comentó que “no sé si a esta altura vale hacer campañas”. No está demás planteárselo, puesto que ocho de cada diez encuestados dijeron tener decidido ya por quién votaría en diciembre.

Pero tal vez la pregunta de fondo no es si vale la pena hacer campaña, si no, más bien, si vale la pena hacer política. Y esto porque la posibilidad de un triunfo “seguro” no exime si no que acrecienta la responsabilidad de responder a un respaldo ciudadano, que no puede ser decepcionado.

Cuando el resultado es una incógnita, los actores políticos esperan el desenlace para, posteriormente, adaptarse. No es este el caso actual. Cuando no hay misterio previo, los actores se adaptan antes que los resultados tan esperados, se produzcan.

Por esto, todo se adelanta. También los problemas. La oposición sabe que pierde y tiene un libreto listo para después del desenlace de este capítulo. ¿Ocurre lo mismo con la Concertación después del triunfo?

Los partidos de la derecha competirán, será duro, pero luego de ello empezarán a fortalecerse. No tienen más alternativa y lo saben. ¿Administrará de buena manera la Concertación su mejor resultado? Por eso, el desafío, más que electoral, es político.

viernes, septiembre 09, 2005

Empezando a definir el predominio en la derecha

Empezando a definir el predominio en la derecha


Apoyado por los gremialistas, Allamand quiere ser un puente con Renovación, y, contando con el prestigio de ser senador, competir por el liderazgo ante Piñera. Una de las dos apuestas saldrá derrotada. Probablemente la que cometa mayores errores tácticos.



Cada vez cuenta más el futuro

La derecha está huyendo de un conflicto abierto. Esto quiere decir que RN y la UDI saben que están compitiendo, pero quieren dar señales claras de que no desean sacar al otro de la cancha.

Lo que se impone es el gradualismo y no el golpe de mano. Cada cual está tratando de mantener sus principales cartas vigentes pero, por ahora, se conforma con dar comienzo a la definición del liderazgo, en vez de asumir los riesgos de intentar dirimir la contienda en la primera ocasión.

La derecha evitó lo peor. La competencia sin regulación fue considerada una ruta autodestructiva, en la que la única duda que quedaba en pie era quién era, al final, el que más perdía. Algo que en el fondo no tiene sentido pensando más allá de la contingencia.

Será la competencia parlamentaria la que sitúe a los líderes y partidos de la oposición en el lugar que les corresponda.

Con ello consiguen disminuir los focos de auténtica tensión a un número acotado de casos, dejando el resto de los distritos en una situación más manejable.

El procedimiento, por lo demás, es mucho más barato. Y eso es relevante porque, en esta oportunidad, la recogida de aportes está lejos de parecerse a la conseguida en la anterior competencia presidencial.

Pero el dato más importante que ha de tener presente la Concertación es que la derecha -luego de los comicios- no volverá a enfrentar dividida una elección presidencial o parlamentaria.

Ahora RN y la UDI compiten, y en este momento todo el empeño se pone en lograr distanciarse del aliado en apoyo electoral. Pero esta situación tiene un término conocido en diciembre.

Después de este punto todo cambia. Luego de la elección, desaparece el incentivo prioritario por competir entre sí y lo que se impone es el trabajo conjunto, cada cual reconociendo la envergadura efectivamente alcanzada por el otro.

Paradójicamente, será la derrota lo que terminará por imponer la idea de una mayor unificación. Esto ha sucedido antes en la historia de este sector político. Aun para las cabezas más duras, estar cerca de cumplir 50 años sin ganar una elección presidencial es un argumento poderoso en favor de comportarse mejor.

Más torpes que débiles

Lo que sucede no es que la derecha sea débil. La derecha ha sido torpe, lo que no es lo mismo.

Algunos creen que la distensión inicialmente lograda es un primer paso en la creación de una futura Alianza Popular. Un partido fusionado de derecha.

Nunca tanto. Esto implicará creer que aquellos que no han podido lo menos, podrán lo más sólo porque es más sensato. Es decir, que se ha estado todo este tiempo confrontándose por algo así como una ilusión o un mal entendido. Hay que ver a Allamand, cooperando con la UDI en la semi clandestinidad, para saber que la colaboración de partidos no es lo primero que tienen en la mente los dirigentes de partidos en la oposición.

Sin embargo, en la derecha se analiza la posibilidad de establecer una cooperación seria entre ambas tiendas.

Por supuesto, nada sucederá de un día para otro. Pero lo cierto es que transcurrida la elección presidencial la derecha no estará unida, sin embargo, estará “unible”.

Es un hecho significativo el que la dirigencia del sector ya se ha adaptado a la idea de que debe enfrentar el próximo escenario político desde fuera de La Moneda.

La nota de realismo hace que ajuste expectativas y planes. El horizonte para el que se planifica es necesariamente más amplio. Es interesante cómo cada cosa que se hace adquiere una connotación distinta cuando se considera el efecto para unos años, en vez de unos cuantos meses.

Mirado así, resulta evidente que la habilidad táctica está radicando, en esta oportunidad, en RN. Desde el interior de este partido se está intentando hacer política. La posibilidad de recuperar el liderazgo de la oposición, ordena. Cerró su cartilla parlamentaria, tomando decisiones costosas que la llevan a poder competir, pero sin enemistarse gravemente con sus aliados.

Mientras la UDI ha perdido el férreo mando que la caracterizó hasta hace poco, desde Renovación se intenta establecer algo que merezca el apelativo de dirección partidaria.

Todavía no se consigue, pero hay una incipiente conducción orgánica que, de afianzarse, constituiría una auténtica novedad. Lo que se está tratando de imponer es algo que otros partidos consideran obviedad: que nadie se manda solo. El cambio no es menor, puesto que requeriría ajustar a Piñera dentro de una política general de partido, consiguiendo que trabaje en equipo.

Se entenderá que, en estas condiciones, la estrategia de Allamand de jugarse por la “neutralidad” frente a la UDI en su campaña senatorial, es un auténtico desafío. Desde luego, no se trata de pura tozudez, sino de una apuesta.

Apoyado por la UDI, Allamand quiere ser un puente con RN, y, contando con el prestigio de ser senador, competir por el liderazgo ante Piñera. Si hay un candidato presidencial que deba ser apoyado por los dos partidos, cree estar en el justo medio. Por el contrario, si se trata de definir el predominio y cuál partido dirige al otro (siempre pensando en un trabajo conjunto), una apuesta como la descrita no tiene ningún piso partidario para ser acertada.

Como se ve, hay una disputa interna que se expresa en una pugna de personas que encarnan estrategias. Una de las dos apuestas saldrá derrotada. Probablemente la que cometa mayores errores tácticos. Pero lo que está fuera de discusión es que ambas se dirigen al mismo punto: sacar provecho del futuro trabajo conjunto de la derecha.

La derecha ya pasó su peor momento

Los opositores no ocultan su admiración por la capacidad concertacionista de permanecer unida pese a las vicisitudes vividas en casi dos décadas. Intentarán imitar lo que ven, del mejor modo que les resulte posible. Varios desean que se adopte explícitamente la estructura visible de una alianza.

Por su parte, no cabe duda de que la Concertación está cumpliendo eficientemente las tareas del día. Los resultados están a la vista, lo confirma cada nueva encuesta que se conoce. Es más: los temores iniciales respecto de un posible tropiezo en el camino se han ido difuminando. Sencillamente, todo parece estar resultando.

Lo importante es preguntarse si se está teniendo una perspectiva, al menos lo suficientemente amplia como la que está obligada a tener la oposición.

De momento, ésta no parece la regla general. Que quienes están dedicados a la campaña no lo hagan es por demás comprensible. Pero que todos estén en la coyuntura, con pocas excepciones, no tiene justificación.

Estamos pasando a una etapa en la que debiera empezar lentamente a construirse el gobierno futuro. El modo cómo se hace es por acercamiento humano, colaboración en equipos y cooperación política.

Se dirá que ya habrá tiempo para esto. Tal vez. Pero a la derecha ya le pasó su peor momento, y se reconstituirá con rapidez tras una derrota sin misterio. El tiempo no sobra. Quizá la excesiva calma no sea lo más prudente para un gobierno corto.

viernes, septiembre 02, 2005

La tentación de la guerra civil

La tentación de la guerra civil


Los partidos son difíciles de matar, pero nadie los puede defender del suicidio. Si no hay quien detenga esta espiral RN-UDI, las heridas de los próximos meses serán recordadas por años.



Hay que partir por lo más importante: En la elección presidencial, la Concertación está consiguiendo una cómoda ventaja producto de que tiene la mejor candidata, el apoyo ordenado de todos los partidos y, además, porque el Gobierno cuenta con una adhesión ciudadana sin precedentes en nuestra historia política.

Así, mientras en el conglomerado mayoritario no se han cometido errores graves, durante el último período la oposición ha estado coleccionando traspiés y escogiendo siempre, entre sus alternativas a disposición, la que resulta más autodestructiva.

De este modo, la situación de la derecha parece la inversa de la Concertación: sus candidatos no ganan en primera vuelta y, si por milagro uno pasara a la segunda, sería para recibir una paliza de proporciones.

Los partidos de la oposición parecen estar dedicados a competir entre sí, más allá de lo prudente y lo sensato. Vivir para ver: la UDI ha dejado de tener una conducción monolítica y hegemónica y se está dejando arrastrar a una polarización de la que saldrá como la mayor damnificada; en cambio, es ahora RN la que está demostrando una dirección partidaria capaz de imponer disciplina y aplicarla a los remisos.

Desde la derecha, la natural ocupación de enfrentar al Gobierno se ha ido trasladando a una nueva prioridad por atacarse entre partidos y al interior de cada partido.

Los resultados están a la vista. Como decían los antiguos griegos, “los dioses ciegan a los que quieren perder”. En verdad, la derecha es exasperante. Le bastaba un último esfuerzo para transitar con roces aceptables hacia un nuevo predominio de RN. Nada grave, considerando todo lo que está en juego. Es más, justo cuando se encontraba por superar su peor momento, entraron un curso de colisión.

Hasta el menos advertido puede darse cuenta de que un conflicto senatorial en la X Región no podrá ser controlado por nadie. Sería una guerra civil que empezaría como una pradera que se incendia en Valdivia, pero que termina chamuscando contrincantes en toda la zona.

Para mayor ironía, los más perjudicados serían los gremialistas, porque tienen muchos lugares que defender, tienen menos con qué defenderse y han perdido su unidad interna. En el mejor de los casos, pueden ganar en la X Región, pero perderán su predominio en la derecha.

Como hemos señalado en otras ocasiones, los partidos son difíciles de matar, pero nadie los puede defender del suicidio. Si no hay quien detenga esta espiral, y si los pirómanos de cada lado hacen de las suyas, las heridas que quedarán como herencia de los próximos meses serán recordadas por años.

Reunidos por Zaldívar

Ante semejantes muestras de desatino y de falta de auténticos liderazgos, la Concertación debe perseverar en sus virtudes.

Aunque nada se asemeje al aquelarre de la derecha, también el oficialismo debe sortear las dificultades y problemas. Hoy se vislumbran dos sensibles: la negociación parlamentaria y las repercusiones de la incorporación DC al comando presidencial. Lo primero no es nada excepcional y se tiene sobrada experiencia para darle sufrido pero aceptable término. La segunda dificultad sí es novedad.

Michelle Bachelet decidió una incorporación de personeros falangistas con abierto predominio de la directiva DC. A ello han seguido las protestas de la oposición interna a Adolfo Zaldívar, que esperaba una integración paritaria.

Tal vez, por inesperada, la primera reacción no fue buena. Puede que la mesa DC no esté cumpliendo a cabalidad con las tareas que se deben llevar a cabo para recuperar el liderazgo político como partido. Pero la disidencia lo está haciendo todavía menos.

Por si alguien tenía dudas, en estos días ha quedado claro que el peso de este último sector de la DC no permite llegar al comando presidencial en igualdad de condiciones.

La causa de que esto ocurra no es la maldad humana. Es una razón política: el sector no muestra un peso suficiente como para tomarlo en cuenta, cual si fuera la mitad partidaria que probablemente sea en muchos momentos.

Su mismo nombre delata la situación a más no poder. Es “disidencia”, esto es, los que tienen una opinión diferente a aquellos que conducen. El disidente no es alguien que puede cambiar el rumbo de los acontecimientos y, por lo tanto, sólo alcanza a dar su opinión en contrario.

Como todos sabemos en Chile, hay ocasiones en que la simple demostración de disenso requiere de no poca valentía. Pueden llegar a mostrarse gestos de notable consecuencia personal. Pero cada quien sabe que está operando dentro de un esquema que no se ha alterado en sus líneas fundamentales.

Es el tiempo del trabajo, no de los honores

La disidencia no es la alternativa de conducción, es simplemente el grupo humano reunido, porque no les gusta la dirección dada por quienes conducen. Bastante poco, a decir verdad. La unidad de propósitos es algo mucho más exigente.

Lo que ha reunido a la disidencia, hasta ahora, es el hecho de que Adolfo Zaldívar está donde está. Sin eso, no sería ni siquiera disidencia. Serían disidentes unos de otros. Tal como ocurrió hasta que fueron reemplazados de la dirección partidaria. Y eso sucedió porque no los unía un propósito común.

Si Zaldívar ha predominado en el empleo de la táctica, es porque no ha encontrado consistencia suficiente que se le enfrente.

Hasta hoy la disidencia ha clamado por un equilibrio interno y pide respeto a la pluralidad. Por supuesto, ha sido tratada como lo haría cualquier personaje poco fino, al que sólo le interesan las crudas realidades del poder. En este aspecto la disidencia está en deuda. Tiene lo que le dan y no lo que debiera haber ganado. Puede sonar duro, pero “es lo que hay”, como dicen nuestros jóvenes.

La DC ha pasado de un sistema de convivencia basado en la confianza a otro basado en el poder. En ese esquema, lo único que puede ser escuchado es un sector capaz de ganar la conducción y que se prepara para hacerlo.

De momento, la reacción más fuerte se ha dado por un problema de cuotas de poder en el comando presidencial. Algo que no puede interesar a nadie más que a los involucrados.

Como es obvio para los demás, la Falange desde fuera es vista mediante su directiva. La necesidad de mostrar la amplitud de la Concertación prima en campaña por sobre cualquier otra consideración, y es esto lo que ha ocurrido en este caso.

La advertencia ha sido dada. Tal como está, se está en una posición marginal.

La disidencia no debería estar disgustada con Zaldívar, y menos con Bachelet. Debería estar enojada consigo misma. Puesto que está dedicada a la política y no a las relaciones públicas, la representación que consiga nunca puede depender puramente de lo bien que se porta, sino de la fuerza y de la autoridad que se tiene.

La DC tiene un tema interno que resolver. Es algo bien relevante para sus militantes y se resolverá a su tiempo y en su momento. Después de las elecciones. Ahora es un tiempo para entregar un aporte leal y contundente. Esto es relevante para la Concertación y la mayor parte de los chilenos y chilenas. Hoy es el tiempo del trabajo.