viernes, diciembre 30, 2005

No quisiera causar alarma… pero soy humanista cristiano

POLÍTICA

No quisiera causar alarma… pero soy humanista cristiano

Los doctrinarios de circunstancia suelen decir que la Concertación se ha izquierdizado y que Piñera es mejor Presidente. La oposición nunca ha formado una alianza y desconoce que la Concertación no tiene existencia “por trocitos”.

Víctor Maldonado


¿El tema es la doctrina o la coherencia?

No parece efectivo ni posible que un país donde las diferencias políticas se han ido haciendo más tenues caiga en la tentación de enfrascarse en una discusión doctrinaria, tal cual propone la candidatura de Sebastián Piñera.

No es que un debate sobre el humanismo cristiano carezca de interés. Pero cuando este tema -presentado en la coyuntura como de vital importancia- no ha sido antes la preocupación central de quienes lo proponen para el debate, bien pocos pueden llamarse a engaño.

Se trata de un recurso de campaña, de sinceridad dudosa.

Para confirmar esta sospecha basta con hacer una comparación básica. Si se recuerda la campaña de Joaquín Lavín, es posible comprobar que un candidato y un partido que pueden mostrar una explícita referencia católica en su pensamiento, no hicieron de esto el foco de su estrategia electoral.

Al contrario, la propuesta del postulante gremialista siempre se dirigió a presentar una opción política. Decía que era capaz de implementar un mejor programa de Gobierno que la Concertación, y, el que se convencía de eso, votaba por el representante de la UDI. En ocasiones, se presentó como un líder de convicciones cristianas y como alguien de fe religiosa, pero sin sacar por ello conclusiones descalificatorias respecto de los demás candidatos.

¿Por qué este acento, de tan reciente data, proviene ahora del candidato de un partido más liberal que confesional?

La razón de fondo parece ser eminentemente pragmática: se le quiere dar un ropaje presentable a la deserción política.

Hay, pues, una cierta preocupación estética de por medio. Y es que no es lo mismo recibir tránsfugas que personas escandalizadas por las horripilantes desviaciones doctrinarias de la candidata que debieron apoyar. Lo primero es bastante feo; lo segundo se puede presentar hasta como gesto altruista.

Lo que justifica, pues, tanta referencia a los valores, no son los valores mismos, sino la más cruda de las necesidades tácticas.

En toda esta operación brilla por su ausencia la sinceridad. Hay que ser mucho más que inocente para seguirle el hilo a esta puesta en escena y dejarse convencer.

Se trata de un grupo de “doctrinarios” que van apareciendo a goteras. A medida que su candidato los necesita, los convoca y los muestra.

Parece que son conversos de las más extraña factura.

Son gente que descubrió asombrada que Piñera es sensacional, luego que terminó la primera vuelta. Es decir, personas a las que se les gatillaron sus compromisos valóricos una vez que actúan sobre seguro. Sorprendente, por decir lo menos.

Tarde y mal se acuerdan de los principios

No caben dudas de que los tiempos han cambiado.

En la primera hora, los mártires proclamaban su fe y convicciones apenas se les amenazaba con ser llevados a los leones; hoy existen quienes se presentan en sociedad apenas ven la posibilidad de ser llevados a La Moneda. No es que me caracterice la suspicacia, pero lo encuentro raro.

Lo cierto es que hay algo que no cuadra. Las personas pueden ser de reacciones lentas, pero nunca tanto.

Ciertamente, la situación es distinta en el caso de quienes optaron por el candidato de la derecha desde el momento en que su opción presidencial se presentó. Se puede criticar su decisión, pero no el procedimiento. Decidieron cambiar de bando y atenerse a las consecuencias. Se trata de una ruptura más política que humana. En este otro caso, estamos hablando de algo bien diferente.

Lo que molesta es la doblez con que se actúa, de la cual nada bueno se puede esperar en el futuro. En efecto, lo obvio es que quienes están dispuestos a cambiar de bando en segunda vuelta, en la primera ocasión ya habían votado por el candidato de su preferencia y no lo dijeron. Guardaron las apariencias y fingieron.

Los que tienen una militancia política saben que lo más habitual en un partido es absorber la crítica interna.

Son organizaciones hechas para debatir y tomar posiciones luego de que se presentan las desavenencias.

Pero nadie de buena fe puede sorprender a su partido, avisando en conferencia de prensa, dada desde la sede del adversario. Los pocos que se han prestado para ello saben que se han puesto al servicio de alguien que quiere causar el mayor daño posible para su propia conveniencia.

Me parece que esto es censurable. No importando la tradición doctrinaria en la cual uno se inscriba, no se conoce ninguna en que acciones como ésta sean aplaudidas.

Sin embargo, lo que realmente impresiona es la completa falta de conciencia que parecen tener quienes han actuado como instrumentos de una operación política que, cuando hablan pestes de la coalición a la que abandonan por sorpresa, no describen a sus ex compañeros y camaradas, sino a ellos mismos.

Como siempre, no se trata de juzgar las intenciones, sino que la coherencia con que se actúa en la vida pública.

Uno no puede reunir una gran mayoría nacional para derrotar una dictadura, ganar gobiernos con programas de amplio respaldo, apoyar tres presidentes de un partido u otro, y luego de década y media mirar para el lado a los socios y decirles: “he descubierto que somos doctrinariamente incompatibles”.

No lo puede decir, simplemente porque no es verdad. Los principios no son como un intermitente que se enciende de vez en cuando, cada cierta cantidad de años. Si la sensibilidad ética de estas personas se les activa tan de tanto en tanto, ¿alguien puede decir qué fue lo que los guió el resto del tiempo?

En política, como en la vida, se puede aceptar que las personas cambien, pero no es aceptable es que se enmascaren para respaldar sus decisiones.

El criterio de las bienaventuranzas

Para afirmar su posición, los doctrinarios de circunstancia, suelen agregar que la Concertación se ha izquierdizado y que Piñera es mejor Presidente. No son más que “variaciones sobre el mismo tema”. Se trata de un discurso prestado. Que repite la partitura pública de la derecha en campaña.

Como la oposición nunca ha logrado conformar una verdadera alianza, desconoce que la Concertación no tiene una existencia “por trocitos”. Actúa por confluencia, construye por integración, avanza por aproximaciones sucesivas. Existe porque es diversa, no a pesar de serlo. La Concertación no es de izquierda ni de centro, es… concertacionista; es decir, lo que se logra cuando están todos dentro entregando su aporte.

La Concertación no es un negocio de uno más otro, es lo que resulta de la convivencia de unos con otros por un Chile más justo y solidario. No a todos les gusta: a la derecha le parece muy de izquierda y a la izquierda extraparlamentaria le parece muy de derecha.

Está claro que a los tránsfugas los ha incomodado siempre, sólo que no estimaron necesario decirlo abierta y sinceramente. Es una lástima, sobre todo tratándose de doctrinarios.

Por otra parte, ¿se ha fijado que quienes apoyamos a Michelle Bachelet no necesitamos hablar mal de Piñera? La calificamos de mejor candidata sin tener que descalificar al candidato de derecha. Será porque los que van ganando hablan de lo que ellos mismos proponen, y los que saben que están perdiendo tratan de sacar de sus casillas a los que están ganando.

No quisiera alarmar a nadie pero debo confesar que soy un humanista cristiano; es decir, alguien para el que la defensa de los hombres, las mujeres y lo humano lo sustenta en la persona de Cristo y sus enseñanzas. No importando la posición política que adopte, un cristiano se deja guiar por su maestro.

Si alguien me pregunta cómo siendo cristiano apoyo a Michelle Bachelet, quien no lo es, mi respuesta sería la siguiente: Porque mientras la fe es un don, Jesús nos pidió que nos juzguemos a nosotros y a los demás según lo que hicieran. Su norma son las bienventuranzas. Los que están más cerca suyo son “los pobres de espíritu, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los perseguidos”. A lo mejor se equivocó, y lo importante son las etiquetas que cada cual se pone. De ser así, los fariseos de todos los tiempos nos están esperando en el cielo. Pero a lo mejor ocurre que lo que importa es como se vive. Si es así, podemos elegir tal cual lo estamos haciendo.

jueves, diciembre 22, 2005

La Concertación retoma la iniciativa

La Concertación retoma la iniciativa

Entrando en el receso navideño, la Concertación ha retomado la iniciativa. Ha hecho de esta una competencia de equipos, ha conseguido que se debata por conglomerados y se tomen decisiones por bloques.

Víctor Maldonado


¿Cómo se llama el juego?

Se puede decir que la Concertación consigue sus mejores resultados cuando trabaja como equipo, sin descartar a nadie. Es lo que estuvo logrando en el período final de la primera vuelta. Es lo que está volviendo a conseguir ahora, luego de su reordenamiento interno.

Cada cual tiene derecho a días malos, y no cabe duda de que la Concertación se consiguió los suyos -y acumulados- después de su excelente acto público del Court Central del Estadio Nacional.

Los tropiezos de figuras principales, justo antes del reordenamiento del comando, muestran la importancia del ajuste fino producido.

Ahora da la impresión de que las piezas han terminado por encajar y de que cada cual se encuentra realizando la labor que le corresponde, y en la que es más útil. La candidata ha dejado de estar sobredemandada, con lo que sólo puede salir fortalecida.

Esto resulta decisivo con miras a la realización de la segunda vuelta. Ocurre que cada candidatura es completamente transparente en sus propósitos, y en la forma cómo pretende conseguirlos. Por eso es fácil seguirles la pista, y saber cómo van en su desempeño.

Es evidente que Sebastián Piñera quiere poner en duda el liderazgo de Michelle Bachelet, que se presenta a sí mismo como el auténtico continuador de Ricardo Lagos, y que por ello ha optado por una presentación medial a ratos muy agresiva.

En eso consiste su intento. Pero esta estrategia no funciona sin la complicidad del adversario o, al menos, sin que este le termine por hacer el juego.

No importa cuántas buenas movidas tácticas se hagan, lo que más interesa es saber a qué se está jugando. Para que la derecha gane, se necesita que la elección presidencial se vuelva una lucha de individualidades. Un candidato contra otro. Cientos de miles de decisiones particulares guiadas por su interés personal e inmediato. Escoger por un ranking de prosperidad.

Para que la Concertación gane, se necesita que esta elección sea vista como una competencia de equipos. Y, por cierto, que sea una confrontación en la que no se duda quien tiene el papel de la conducción.

De equipo a equipo

Optando por una constante comparación de cualidades personales, se está muy lejos del centro de gravedad de la propuesta concertacionista. Y esta es la forma segura de perder apoyo. Si se funciona con la lógica que le es más propia a la derecha, se está en su cancha, que es dónde mejor se mueve, ¿para qué seguir este camino?

Pero a la Concertación, lo que opine o deje de opinar Piñera respecto de Bachelet, no le es relevante.

En cambio, es decisivo lo que piensan los electores de la candidata, y para formar una opinión positiva, hay que concentrarse en ellos. Cuando las acciones de campaña se dejaron de centrar en Piñera y se concentraron en destacar a Bachelet, se retomó el camino que permite ganar.

Por lo demás, la autoridad es algo que afianzan aquellos que rodean y apoyan a los líderes. Los demás, terminan reconociéndolo, no porque les guste, si no porque es un hecho al que se tienen que adaptar. Por lo mismo, la Concertación tiene en su mano el destacar las cualidades y méritos de su abanderada. Ahora lo está consiguiendo de buena forma.

Para ello debe cuidar todo gesto público y lograr cuantas muestras de adhesión y respaldo sean necesarias.

En paralelo, es importante que la candidata cumpla su papel en exclusiva. Otros son voceros. Hay quienes coordinan acciones, y quienes administran. Se escoge quienes entran en polémica, y no toda polémica se escoge. Los de más allá cumplen las demás funciones relevantes y todos conocen sus tareas. Cada cual en lo suyo.

La reparticipación de medallitas o de puestos de comando tienen, al final, un interés anecdótico. Lo que interesa es que las funciones se cumplan, tal cual está aconteciendo en estos momentos.

Por otra parte, es igualmente claro que el oficialismo está avanzando en imponer su interpretación de lo que se está dirimiendo en segunda vuelta, que no es otra cosa que escoger entre dos bloques que no son intercambiables.

Se puede constatar que esto no resulta nada fácil de conseguir, en especial ante un electorado que viene de ejercer su derecho a voto con un grado de libertad muy amplio.

Salta a la vista que, como nunca antes, los electores acaban de personalizar su voto en primera vuelta, junto con sus opciones parlamentarias. En estos procesos electorales simultáneos se expresaron todo tipo de agrados y rechazos, de castigos y de mensajes variopintos enviados en todas direcciones.

Queda uno de cuatro votos

Cada elector está disponiendo de una baraja de cuatro votos, que reparte con total soberanía y sin aceptar tutelajes. Ya ha empleado tres, que les queda uno por ocupar y este resulta ser el más importante. Con los tres primeros votos se produjo un amplio abanico de cruces y combinaciones, manejadas con soltura.

Los candidatos a parlamentarios percibieron desde temprano que se enfrentaban a un escenario inédito. Por lo general, lo que hicieron fue buscar mimetizarse con su electorado, más que matricularse con socios o con candidatos presidenciales, menos si ello les significaba restarse apoyo.

Ahora estamos transitando desde un amplio abanico de opciones a disposición a la necesidad de optar entre dos alternativas centrales, plenamente reconocibles. Al quedar vigente un solo foco de interés, la Concertación reagrupa gran parte de sus recursos humanos, antes dispersos.

En estas condiciones no es posible mantener posiciones demasiado ambiguas. No es posible darle el gusto a todos, desde la derecha dura hasta la izquierda tradicional, pasando por los cotizados humanistas cristianos, los humanistas a secas, y tantos otros en los que se puede pensar. Tan cierto es que mostrarlos a todos juntos es prácticamente imposible y, de lograrlo, sus efectos serían contraproducentes.

El que acomoda demasiado su discurso con el paso del tiempo o ante cada nuevo auditorio, termina siendo sospecho para moros y cristianos. Por eso la derecha lo tiene fácil la recta final.

La oposición nos invita a reconocer como verdadero lo que se dice en el momento, sin importar trayectorias y afirmaciones anteriores. Para ganar no prima lo que ya se ha dicho, si no lo que se tiene que decir para ganar. Lo que prima son las oportunidades, la conveniencia del momento. El peligro está, por cierto, en la inconsistencia puede terminar por cansar.

El debate se ha ido simplificando, el comportamiento político de bloques ha vuelto a componerse con claridad. En ese sentido, es el modo de enfrentar una campaña presidencial de la Concertación la que se está imponiendo a medida que transcurren los días.

Entrando en el breve receso navideño, la Concertación ha retomado la iniciativa. Ha hecho de esta una competencia de equipos, ha conseguido que se debata por conglomerados y se tomen decisiones por bloques; ha logrado una creciente identificación del adversario con la derecha, y, muestra una disciplina básica que le permite darle continuidad a su estrategia. Pasamos ahora a la siguiente etapa.

jueves, diciembre 15, 2005

¡Muchachos, la contienda no es desigual!

¡Muchachos, la contienda no es desigual!

Si hemos de confiar en sus declaraciones, en la oposición se cree posible pasar de la descalificación mutua a la colaboración entusiasta de un día para otro. “Lo que no han hecho en 16 años, no lo harán ahora”.

Víctor Maldonado



La segunda vuelta es diferente

Vamos a enfrentar la elección más reñida desde la recuperación de la democracia. La Presidencia está al alcance de las dos coaliciones, por lo que cada uno dará lo mejor de sí para ganar. Tras la primera vuelta, la competencia ha quedo abierta.

Desde la Concertación, es un error realizar una suma simple hacia la izquierda y declararse ganador. Lo usual, hoy, no es el comportamiento por conglomerado, si no que las decisiones sean individuales y desprejuiciadas. Se puede, entonces, trabajar para conseguir el máximo de transferencia en votos, pero no es realista pensar que ésta será completa.

No se gana sin que al menos una parte del apoyo de Joaquín Lavín en sectores populares sea conquistado por Michelle Bachelet. Para completar el cuadro, también se requiere que parte importante de los que no votaron y deseen hacerlo en la nueva oportunidad lo hagan por el oficialismo.

Todo esto representa mucho trabajo bien hecho y un esfuerzo focalizado con precisión. Quien gane lo hará por mantener el ánimo muy templado, movilizar el conjunto de sus capacidades y evitar los errores innecesarios.

En el caso de la Concertación, se hará necesario evitar los errores más recurrentes cometidos hasta la fecha. Entre ellos, desde luego, se pueden contar el exceso de confianza; la discontinuidad del esfuerzo electoral común; y la exposición pública de diferencias.

En su favor, cuenta con la experiencia de un buen y efectivo trabajo de terreno, en especial el desplegado en las últimas semanas de campaña; darle continuidad e impulso a este buen desempeño alcanzado en los últimos días de la campaña de primera vuelta; la posibilidad de recurrir y hacer valer el mayor apoyo parlamentario obtenido el 11 de diciembre; y el tener meridiana claridad sobre qué tipo personas y en qué lugares debe focalizar el esfuerzo de estos pocos días.

Por cierto no le haría mal acompañarlo con una postergación consciente, para un poco más tarde, de las diferencias partidarias y personales, herencia típica de la competencia parlamentaria, en vista de un objetivo superior.

Hay sumas que restan

La verdadera ventaja de la Concertación es que el modo cómo se comportó cada conglomerado en primera vuelta pesa de manera inversa en esta oportunidad.

En efecto, el conglomerado de Gobierno no enfrentó al mismo adversario en las presidenciales que en las parlamentarias. La derecha reforzó y especializó sus campañas presidenciales. En la parlamentaria pasó de todo: compitió con la Concertación, a veces entre ellos, en otras ocasiones abandonó socios o tuvo deserciones. En lo global, su énfasis fue presidencial y su debilidad fue parlamentaria. Y así les fue.

Al revés, en el territorio, la Concertación reforzó sus campañas parlamentarias y desde ellas apoyó la presidencial. En la práctica, las campañas de senadores y diputados compitieron hasta ahora por la concentración del esfuerzo de militantes y adherentes. Ahora el foco es único y la posibilidad de sumar refuerzos es mucho mayor.

Comparativamente, se está en mejor pie para enfrentar la segunda vuelta si se aprovechan las ventajas.

La idea de una campaña en segunda vuelta es que allí donde ya había muchos, lleguen otros sumando adhesiones. La Concertación tiene que conseguir apoyo “hacia los bordes”, pero sin necesidad de sufrir transformaciones políticas de ocasión.

En cambio, el problema básico en la derecha es que allí por donde entren algunos, saldrán otros, porque todos sus posibles apoyos juntos no constituyen un conjunto posible. El diseño aguanta mucho, pero la política efectiva mucho menos.

En paralelo, hasta el menos informado sabe que, al hablar de Concertación, se está haciendo referencia a una coalición existente, consolidada y operando. La situación en bastante diferente al frente, donde se promete una “nueva alianza” allí donde ni siquiera se ha podido hacer funcionar a la antigua alianza. Por lo tanto, se trata de hacer creer a un país entero que el que no ha podido lo menos, podrá lo más sólo por que se le promete. Tal como, cada año, a lo menos tres veces, se ha refundado la Alianza en el último tiempo, diciendo que, ahora sí serán buenos compañeros y no se tratarán de destruir los unos a los otros.

Para usar una frase que les gusta: “Lo que no han hecho en 16 años, no lo harán ahora”.

La derecha vela a sus fantasmas

Cada cual conoce bien sus puntos débiles, y tiene temor que se les reviertan en contra ahora. La derecha vigila a sus fantasmas, temiendo que despierten.

Lo cierto es que tiene puntos débiles manifiestos. Viene de enfrentarse sin contemplaciones, no cree que sea posible el traspaso completo de votos a Piñera (el gremialismo viene saliendo de una campaña en la que se aplicó en convencer de que no había que hacerlo) y sus cúpulas han asimilado mucho mejor la situación que sus bases. Esto significa que les resulta muy difícil retener votación “blanda” en relación con Piñera. No lo quieren, nunca lo han querido y agitar una bandera con su nombre les parte el alma.

Si hemos de confiar en sus declaraciones, en la oposición se cree posible pasar de la descalificación mutua a la colaboración entusiasta de un día para otro. No había tenido nunca antes que competir en la presidencial entre sí y ahora espera un trabajo conjunto y colaborativo que no se da fácil ni siquiera en tiempo normal.
Repito, pues: ¿se cree en la derecha que es posible el trasvasije completo de votos desde Lavín a Piñera? No, no se cree en absoluto.

La situación de su ex abanderado llega a ser conmovedora. Lavín quedó en manos de su verdugo. Buscará convencer a otros de que esto es bueno para el país, que sus adherentes tienen que aceptarlo de corazón y que la UDI está contenta de trabajar por Piñera.

No es difícil que en cada lugar donde llegue encuentre las declaraciones sobre su persona y el gremialismo repartidas con profusión por el ex presidente de RN hasta hace unos pocos días.

La campaña de Lavín será muy extraña. Visitará muchas ciudades pidiendo a sus electores que voten ahora por una persona que, no ha mucho, pasaba por las mismas ciudades ninguneándolo.

Dura y triste tarea. Con mal pronóstico, por lo demás. Porque de la pura constatación de cómo él trata a quién lo derrotó, y cómo fue tratado él mismo cuando estaba en competencia, más de uno sacará una conclusión distinta a la que se le recomienda.

Es mucho más fácil imaginar a la UDI recorriendo el país para restañar heridas y ponerse en pie como partido que cantando loas a Piñera. Honrarán sus compromisos, pero no morirán en el intento. Si el empresario pierde en enero, las lágrimas en las sedes gremialistas cabrán con holgura en un gotario.

Con todo, sigue siendo cierto que la Presidencia está al alcance de las dos coaliciones y nadie se puede confiar. Menos la Concertación. Cuando no se gana por amplia mayoría, esto se puede deber a los méritos de los adversarios, a lo que se hizo bien, pero no en suficiente medida y a lo que se hizo mal, más allá de lo tolerable. Sin autocrítica y enmienda, no se gana.

De momento, la campaña concertacionista ha actuado con más ímpetu que precisión. Sigue siendo cierto que un buen silencio es preferible a una mala declaración. Por su parte, el comando se ha fortalecido.

Lo fundamental, no obstante, es que la activación ha sido casi simultánea al conocimiento de los resultados. El principal recurso del conglomerado de Gobierno está “en la calle”, y es de vital importancia. Si la Concertación hace honor a su nombre, habrá ganado.

viernes, diciembre 09, 2005

Se puede votar más de una vez, pero se decide el domingo

Se puede votar más de una vez, pero se decide el domingo


Se puede votar más de una vez para Presidente, pero lo cierto es que la decisión se toma este domingo. Si los votos obtenidos por Piñera y Lavín no superan a Bachelet, la Concertación ganó. Enero será una ratificación.


Se obtiene lo que se merece

En la Concertación se imaginó que el cierre de campaña se iba a celebrar unidos. Ha tocado compartir una tragedia, unidos en el pesar. Pero lo que se ha tenido que vivir, se ha enfrentado juntos. Eso tiene una tremenda importancia para el país. En el futuro inmediato, se tiene la convicción de que, lo que venga, también será encarado en conjunto. Por eso se va a ganar.

Por su parte, la derecha sabe lo que le espera. Privadamente, los opositores reconocen que lo merecen, porque no se pueden cometer tantos errores al hilo sin que, finalmente, haya que pagar la cuenta. Tal como ahora está sucediendo.

No recuerdo otra elección, desde la recuperación democrática en que la oposición se diera tantos gustitos juntos, en la proximidad de entrar a las urnas.

Se ha llegado a episodios en los que pareciera que a los dos partidos de derecha les cuesta mantener el foco de atención en Michelle Bachelet, encantados de poder decirse lo que siempre habían pensado unos de otros, y que nunca se habían dicho con tanto descaro.

Es como si todos los diques de contención se hubieran venido al suelo en forma simultánea.

Se han cometido tantas infidencias, se han dicho entre sí tantas cosas, que ya es difícil llevar la cuenta.

En Concepción se están superando todas las marcas nacionales de indiscreción. Son tales las fracturas entre partidos, que no parece que se hubiera encontrado marihuana en la sede de la UDI, si no que lo que se halló fue lo que los dirigentes de la oposición no se pudieron fumar. Tal es el nivel de falta de disciplina exhibida.

Sebastián Piñera había rechazado firmar un acuerdo con Joaquín Lavín; Hernán Larraín dijo que “la Alianza sola no tiene los votos necesarios para ganar a la Concertación”; la “Regalona” realizó un gesto de apoyo a Andrés Zaldívar; Iván Moreira enfatizó que nunca apoyaría al “Capitán Veneno”; el presidente regional de RN en Concepción declaró que trabajará para que la Alianza no continué; la alcaldesa UDI Jacqueline van Rysselberghe agregó -del modo más coloquial posible- que nunca votaría por Piñera. ¿Alguien duda sobre cómo les va a ir?

Hay una cierta propensión en cada bando en dejar en claro desde ya que si las cosas no salen bien, se debe principalmente a lo mal que lo hizo el adversario interno favorito. Nada generosos, desde luego, pero en la derecha esta práctica se lleva a un grado superlativo.

A la segunda vuelta

Se menciona mucho lo importante que resulta la distancia que obtenga Bachelet respecto de la suma de los dos competidores de derecha. Se apunta menos a destacar que es determinante la distancia que separa a los candidatos de derecha entre sí.

No es para menos, porque el peor escenario presidencial para el candidato mejor posicionado de la oposición (aparte de la derrota inmediata), es el de encontrarse simultáneamente con una Bachelet cerca de 50%, y con sus dos candidatos separados apenas por dos o tres puntos.

Y es malo porque esto significa simultáneamente tres cosas: que la derecha no puede ganar la elección presidencial; que no se ha dirimido la competencia en su interior (más si se toma en cuenta los resultados parlamentarios); y que el “ganador” requiere del apoyo de un socio que se sabe en una posición ventajosa.

En estas condiciones, “ganar” tiene mucho de presente griego.

Se puede votar más de una vez para Presidente, pero lo cierto es que la decisión se toma este domingo. Si los votos obtenidos por Piñera y Lavín no superan a Bachelet, la Concertación ya ganó. Enero será una ratificación.

Si Tomás Hirsch obtiene una buena votación, habrá una segunda vuelta, pero no habrá esperanza para la derecha, no importando las contorsiones lingüísticas que intenten.

Si la Concertación (como lo hará) gana la mayoría en ambas cámaras, el impacto será demoledor para la derecha, porque no podrá dejar las recriminaciones de lado, mientras que el oficialismo irá de una celebración a un triunfo.

En otras palabras, votar en enero puede ser un alargue reglamentario, pero no es un enigma. Es la distancia entre dos victorias. No es un drama.

Sin perdón y con olvido

No sabemos si se producirá una segunda vuelta (aunque sea muy probable), sí sabemos es que los preparativos para esta eventualidad se encuentran en ejecución, por parte de todos.

Por supuesto, atribuirse la certeza de que se es el candidato de la oposición que pase a segunda vuelta es parte principal del discurso de campaña. Pero no se trata únicamente de esto.

Se trata de que la guerrilla que hemos presenciado en estos días debe concluir este mismo fin de semana, si se quiere tener alguna opción para mantener la competencia con la Concertación. Algo para lo cual no han hecho ningún mérito. En la derecha se acostumbra a los actos públicos, desprovistos de sinceridad, en que abundan las declaraciones que dan superado todos los problemas. Pero no se trata eso. No se trata de apariencias, ni de decorados, si no de construir realidades. Y eso no se improvisa.

Se hace poco hincapié en el hecho que la oposición no ha tenido nunca antes que pasar ante este predicamento (competir en la presidencial para luego trabajar en conjunto), y que el trabajo colaborativo no se le da fácil.

Desde luego, hay que disponer de un programa común. Hay que integrar equipos. Hay que darle buenas razones a los que salieron terceros para que cooperen y para que trabajen.

Como dijimos, si Michelle Bachelet está muy cerca de obtener la mitad más uno de los votos, esto se hace bastante cuesta arriba.

Por algún motivo desconocido, en la oposición se cree posible pasar de la descalificación mutua a la colaboración entusiasta de un día para otro.

Lo que de todas formas ocurrirá es el rápido desplazamiento del liderazgo público, desde aquellos que se especializaron en marcar las diferencias internas, hacia quienes -en silencio- han estado esperando que se necesitan puentes y conexiones entre los rivales de ayer.

Hay que recordar que en la derecha habrá muchas derrotas parlamentarias, y que ya saben que el Gobierno no los espera. Pero el peligro para los liderazgos es mayor si se quedan pegados, aunque sea por poco, en los lamentos de la derrota. Saben que pueden desaparecer de la escena de forma permanente.

En la derecha no se trabaja por integración si no por olvido. Como las relaciones humanas no se cultivan, se avanza tanto en la mutua descalificación que no es posible integrar a insultados, descalificados, atacados y ninguneados. Son muchos. Por ambos lados.

De allí que se prescinda de ellos. Sólo intentar recomponer lazos, llevaría un tiempo del que no se dispone. Así que no se integra. Simplemente se busca a otros. ¿A cuáles? A los que guardaron silencio. Esos, más aquellos que perdieron y se dan cuenta que no se pueden dar el lujo de dar por ofendidos sin pasar al olvido en tres tiempos.

La Concertación no está en este predicamento. La que tiene lo ha conseguido a pulso y no lo ha regalado el sistema electoral. Si mantiene el pulso firme, sostiene el trabajo realizado y se aplica a la tarea no será supera por sus rivales. Por eso, la decisión se toma este domingo.

viernes, diciembre 02, 2005

Por qué ganan los que ganan

Por qué ganan los que ganan

La Concertación se acerca a uno de sus mejores resultados parlamentarios. Por mérito propio y por suicidio ajeno. Pero eso se verá en su momento. Ahora importa lo que esté ocurriendo en la conciencia de cada cual.

Víctor Maldonado


Sobre lealtades y compromisos

Llega un momento en que lo que importa no es puramente el resultado. Ya no es un asunto de cálculos, de lo que nos conviene o de lo que nos deja de convenir.

Se trata de saber dónde estamos nosotros. Dónde queremos estar y con quiénes. Es un asunto de lealtades básicas y adhesiones vitales. Hay tiempo para el análisis y tiempo para el compromiso. Allí nos encontramos, en el paso entre uno y otro.

Ocurre que nadie puede decidir por nosotros. Para peor los datos que se conocen -provenientes desde la derecha hasta la izquierda- coinciden en mostrarnos un escenario presidencial y parlamentario en el que las principales incógnitas están en el “margen de error” de las encuestas. Lo que es otra forma de decir que puede pasar cualquier cosa entre contendores cercanos, y por poco.

Michelle Bachelet puede tanto ganar como no hacerlo en la primera vuelta. Así que los datos no deciden por nosotros. Como siempre, estamos obligados a definirnos en conciencia.

Por eso cada candidatura nos hace una propuesta de cierre. El final de la campaña es bien importante para estos efectos. Y resulta que cada uno de nosotros debe definir qué es aquello que valora más al instante de votar. En particular es determinante qué terminen por decidir los indecisos. Se dirán que estos últimos son pocos, así y todo, son los que inclinan la balanza.

La propuesta de Bachelet es que los ciudadanos se definan evaluando la coherencia de los candidatos. Sebastián Piñera propone que resuelvan considerando, antes que nada, la capacidad personal. Joaquín Lavín desea que se tome en cuenta su intención de interpretar a los más desposeídos. Tomás Hirsch quiere que lo decisivo sea enfrentar a los beneficiarios del modelo.

Uno de ellos tendrá éxito en definir el motivo clave en la mente del elector.

También ocurre que hay momentos fuertes o de mejor desempeño de los candidatos. Piñera impactó al presentarse y vivió su momento de gloria al aparecer la encuesta CEP. Lavín estuvo mejor… antes de empezar la campaña, cuando corría solo. Hirsch estuvo muy bien en los debates televisados. Y Bachelet ha tenido dos momentos muy buenos: en la partida y en la llegada.

En la partida, porque no importando lo que los demás hicieran, el reconocimiento público de su carisma hizo que cualquier intento de afectarla fuera vano. En la llegada, porque es cuando la Concertación logra su momento de movilización más fuerte y entusiasta. Justo lo que no puede hacer Piñera; lo que ya no podía igualar Lavín; exactamente lo que hace la diferencia para ganar.

En una campaña lo que importa es la tendencia. El impulso hacia arriba o la fuerza de gravedad que pega al piso.

Mientras la definición fue un juego de personalidades y de apariciones mediales novedosas, el resultado estuvo oscilando en beneficio de uno u otro. Todos son fuertes cuando “aparecen”, ya sea en la campaña, los medios o las encuestas.

Cuando en la elección empieza a pesar lenta pero inexorablemente la capacidad de movilización organizada, en esa misma medida las dudas se despejan. Los que nunca han tenido esta capacidad temen este momento. Los que alguna vez la tuvieron, saben lo que han perdido. Y los que pueden llegar a movilizarse como conglomerado, saben lo difícil que resulta que todos se pongan de acuerdo y cooperen. Pero cuando cada cual está en su sitio y sincroniza sus movimientos, ¡hay que ver cómo impactan!

Y es lo que está ocurriendo. La Concertación no está ganando porque el resultado haya sido inevitable. Tampoco porque le resulte fácil. Menos porque no haya tenido tropiezos y bajas de apoyo. Va a ganar porque se siente remontando debido al esfuerzo conjunto de todos.

Está en una situación ideal en política: sabe que no gana sin su candidata, que tampoco gana por la pura candidata. Es eso lo que la galvaniza. Entiende perfectamente que si no afloja ni se deja distraer terminará por triunfar.


Triunfa quien gana y quien interpreta los resultados

Algunos podrán creer que esta elección se resuelve en las urnas el 11 de diciembre. Se gane o no a la primera, tampoco será así. Se termina con el triunfo de la interpretación de lo que ha ocurrido. Y con la ejecución del primer paso una vez se conozcan los resultados.

Perderán los que se queden mirando hacia atrás. Los que se queden pegados pensando en lo que pudo ser y no fue. Porque las posibilidades alternativas a lo que ha ocurrido son infinitas. Y del infinito no se regresa.

Perderán los que se dejen arrastrar a recriminaciones mutuas. En especial a los que se le hacen largas las horas para enrostrar errores ajenos. Perderán porque los que se preocupan de zarandear aliados, olvidarán que los adversarios existen, y que se reagruparán para volver a la carga.

Y perderán los que insistan en repetir desatinos. No se puede jugar a dos bandas en momentos cruciales. En una campaña presidencial, se está a cargo o no, se está dentro o fuera. Pero no se puede estar dentro y, al mismo tiempo, autoasignándose el papel de control y salvaguarda de ortodoxias partidarias.

Por ese camino se logra poner en duda la confianza mutua que puede crecer como nunca en la etapa donde prima el trabajo mancomunado.

Como muestra un botón, ya superado. La dirección de la DC cometió un error, pero subsanado a tiempo. No se le puede pedir a todo militante que se aboque a lo que tiene que hacer, sin distraer esfuerzos, y al mismo tiempo lanzar un documento interno (de amplia difusión pública) para “animar el debate”. Porque es el peor momento para alentar las discusiones y acentuar las diferencias.

Hay que reconocer que la idea no era mala: iniciado el trabajo programático, era bien pertinente el que los militantes estuvieran en conocimiento de la opinión de su directiva sobre prioridades y acentos. Sólo que cuando se trabaja lento y entre pocos, puede suceder lo de ahora, es decir, que el documento de orientación llega después que el trabajo principal de las comisiones programáticas ya ha concluido.

Y cuando una orientación llega después de la batalla, sólo puede causar problemas. Y eso casi pasó. No es necesario que un episodio como este se vuelva a presentar. Además, la norma han sido los aciertos, no los tropiezos.

Volvamos a lo medular.


Muerte por propia mano

El nivel de problemas en la Concertación hace sonreír si se los compara con el de la derecha. Entre los dos paridos opositores tienen esa cálida relación de hermanos que caracterizaba a Caín y Abel (para ambos el otro es Caín).

Las relaciones en la derecha están plagadas de desconfianza y compromisos que se asumen, pero que no se piensan cumplir. Quizá si el más patético sea el acuerdo recientemente establecido entre las directivas de RN y la UDI para “salvar” la candidatura senatorial de Carlos Bombal, “revitalizando” su campaña en la VIII Región.

La historia es simple: por meses se han combatido y enfrentado, el compañero de lista del gremialista virtualmente se baja, afirmando que “estamos perdiendo por la brutalidad de la UDI”, lo que barre con la más mínima posibilidad de recuperarse. Se encuentra un revólver y 650 gramos de marihuana en el comando de campaña de la UDI. Y ahora, cuando quedan menos días de campaña que dedos de las manos, ¡van a “revitalizar” la campaña de Bombal! ¡Y después se quejan por la falta de credibilidad!

Tal vez este es un caso extremo pero no aislado. La Concertación se aproxima a uno de sus mejores resultados parlamentarios. Por mérito propio y por suicidio ajeno.

Pero eso se verá en su momento. Ahora lo que importa no es tanto el resultado, como lo que esté ocurriendo en la conciencia de cada cual. Y eso depende, como dijimos de las lealtades básicas y de las adhesiones vitales.