viernes, julio 28, 2006

En el momento del despegue

En el momento del despegue

La última encuesta CEP servirá como estímulo a la expresión de particularidades y diferencias, que pueden impactar en la relación con el Gobierno. Hay que tener presente ciertos datos que, sumados, gatillarán procesos.

Víctor Maldonado

Cuando se actúa en política con marcos demasiado estrechos, no es posible que los más enterados puedan, al mismo tiempo, desempeñarse con disciplina y sensatez. La derecha nunca se ha destacado por una visión internacional excesivamente amplia. Su historial al respecto es más bien pobre. Célebre fue su pleno convencimiento de que había que votar a favor de la guerra de Irak en el Consejo de Seguridad de la ONU. Pero en lo cotidiano, ante un problema vecinal, siempre se limita a pedir mano dura y no mostrar debilidad.

Ahora le tocó a Joaquín Lavín pagar las consecuencias de apoyar el diálogo con Bolivia en momentos en que las directivas de la UDI y RN se concentraban en rechazar ¡las cesiones de soberanía que pudieran estar involucradas! Tamaña simplificación, al momento de retomar las conversaciones, no habla bien de un sector político. Hay aquí una tensión permanente que aún no dirime ninguna autoridad fuerte: o la crítica se exacerba buscando desgastar al adversario o se busca competir en la presentación de orientaciones y políticas. Un punto de equilibrio no asoma por ninguna parte.

Por cierto, criticar y proponer no se excluyen, pero se trata de definir el carácter que se imprime a la acción opositora. Probablemente sean más los que piensan que es mejor mostrarse como alternativa sólida que como contrincante furibundo, pero hasta ahora no son los que marcan la línea. En la derecha no parecen disponer de una estrategia común, ni siquiera en un solo partido. Lo que de hecho se dan son líneas de acción manejadas en paralelo sin coordinación que las gradúe y sin sentido que las unifique. Esto termina por hacer poco creíble a la oposición.

Cuando hay encuestas, todos se centran en lo que ocurre con el Gobierno, pero la persistente mala evolución opositora y su ausencia de los debates unitarios no deja de ser relevante. El momento es malo para la derecha. Está en el nivel más bajo conocido en cuanto a la evaluación de su desempeño. Sus figuras públicas no destacan, salvo la obvia de Sebastián Piñera. No tiene discurso, ni siquiera guarda la apariencia de actuar como equipo. Lo cierto es que la oposición no avanza y, sin embargo, se muestra bastante activa en declaraciones, ataques y preparativos. Lo que explica un comportamiento tan persistente como infructífero, créase o no, es la atracción que ejerce en la derecha la Presidencia.

Lamentablemente, en un sistema como el nuestro, la elección no se adelanta, más bien nunca deja de estar presente. En la derecha, la distinción clave es la que se establece entre las candidaturas presidenciales que cuentan con apoyo partidario y las que -habiéndoseles negado ese espacio- buscan un camino imponiéndose a los partidos por un apoyo ciudadano que los desborda. De allí las señales de indisciplina de Lavín. Él fue notificado que la UDI busca líderes que lo reemplacen. Para él, seguir las directrices oficiales equivale a anularse. Claramente no está dispuesto a hacerlo.

Desde la misma derecha se puede estimar que los partidos saben dónde quieren ir, pero no cómo llegar. Las vocerías opositoras, tan dadas a ataques poco elaborados, no muestran signos de que sus directivas cuenten con estrategias que pequen por exceso de refinamiento. Los intereses partidarios no son lo mismo que los intereses de las candidaturas presidenciales. Es obvio que cuando se tiene una cierta experiencia en postular a La Moneda no se puede embarcar a alguien en maniobras altisonantes de dudoso destino.

Pero la fijación de la Alianza no es aislada. Es un efecto institucional a causa de mandatos cortos, sin reelección y por un momento de redefinición general de posiciones. También la Concertación puede entrar en un período complejo. Cuando la derecha parece desaparecer, el oficialismo suele darse gustos peligrosos.

La última encuesta CEP servirá como estímulo a la expresión de particularidades y diferencias, que pueden impactar en la relación con el Gobierno. Hay que tener presente ciertos datos que, sumados, gatillarán procesos. Entre esos elementos están los siguientes: la baja pareja y sistemática de adhesión de los ciudadanos a partidos y coaliciones. La derecha está en su peor momento en su evaluación pública. De las doce figuras mejor evaluadas, diez son de la Concertación. Y, sobre todo, hay tres distanciadas del resto (Ricardo Lagos, Michelle Bachelet y Soledad Alvear) y luego un grueso pelotón de postulantes a liderazgos de recambio. Una mezcla muy explosiva.

En un ambiente de reconcurso por la confianza ciudadana, de perfilar partidos y líderes, de figuras alternativas en competencias sin definir, puede pasar de todo. El conglomerado de Gobierno no necesita desperdiciar la ocasión de afianzar su predominio, partiendo de una situación inicial ventajosa. Este es un Gobierno sin desafiantes objetivos que se instalen desde fuera. Recuérdese que la figura mejor evaluada al inicio del Gobierno de Lagos era nada menos que su contendor derrotado, Lavín. Ahora, esta figura es el Mandatario anterior, miembro de la misma coalición.

Pero precisamente cuando se está bien y sin amenazas se producen excesos de confianza y licencias para discusiones secundarias. Es bien importante tomar en cuenta que el último sondeo conocido nos muestra el cuadro tal cual estaba inmediatamente antes del cambio de gabinete.

Desde ese momento, el Gobierno ha mostrado una conducción mucho más orgánica y consolidada. La administración se encuentra en su punto de verdadero arranque y no sería criterioso apresurarse en demasiadas conclusiones y a comparar con liviandad. Antes que ninguna cosa, hay que dedicarse a cumplir con las tareas comprometidas. Tiempo para dirimir liderazgos futuros sobra, pero no la posibilidad de realizar lo prometido.

La Concertación no puede confundirse con el pequeño grupo que se siente llamado a ejercer los principales cargos públicos. Todas estas historias en la que se entremezclan vanidades y análisis políticos, orgullos y evaluaciones, nunca han sostenido un solo triunfo electoral, menos una sucesión de ellos, como los que ha conseguido la Concertación en 16 años.

“Laguistas” o “bacheletistas” pretenden ser etiquetas que no arropan a nadie, porque son muchos los que pueden apoyar a los dos y son muchos más los que se definen por proyectos y convicciones, no por individualidades. Los períodos presidenciales no hacen mejor o peor a las personas per se. Ni mucho menos provoca un efecto en bloque en las personalidades.

Lo cierto es que la Concertación no llega a ninguna parte seccionándose a sí misma en distinciones que muestran su futilidad en los momentos críticos. Nadie lo ha hecho y es de esperar que nadie comience. Y esos momentos llegan siempre que la derecha nos recuerda su presencia y la hace sentir. Tarde o temprano eso ocurre.

De momento, no faltará quien se pueda mira al espejo pensando en lo bien que lo hace o en lo mucho que lo necesitan. Ambos ejercicios son igual de fatuos. Sin duda la gran mayoría estará abocada a responder de la mejor forma posible a las tareas encomendadas por el país hace sólo unos meses.

viernes, julio 21, 2006

Tras el cambio de gabinete

Tras el cambio de gabinete

Víctor Maldonado

El verdadero ajuste que debe lograrse es entre el actual equipo político de La Moneda y las directivas de los partidos de la Concertación. El fortalecimiento de las confianzas requiere de abocarse a consolidar los pasos dados, y eso no es compartible con hacer de la inestabilidad el dato más presente en los equipos de gestión.

Lo común de los que llegan

Con el cambio de gabinete se han reforzado dos aspectos de la gestión de Gobierno: el trabajo de equipo y la labor de coordinación. El efecto ha sido benéfico y se explica por las características de quienes han hecho su ingreso (su reingreso más bien) a los puestos destacados del Ejecutivo. Algunas notas comunes a los tres incorporados pueden dar una pista de lo que se puede pretender con su promoción.

El trío que se integra comporta la experiencia previa en el Ejecutivo y cada cual ha sido reconocido con anterioridad por su capacidad de gestión en los lugares donde se desempeñaron antes.

Los tres han tenido una fuerte relación con actores políticos y sociales y se han prestigiado con la opinión que éstos últimos han llegado a tener de ellos. O sea, no tienen puramente habilidades de uso interno de la administración.

Todos son cabezas de equipos y han funcionado bajo presión, sin rendirse ante ella, obteniendo buenos resultados. Son personas que se dejan complementar con las capacidades y aportes de otros, y que pueden ellos mismos ensamblar bien en equipos mayores.

Es posible que se difieran en muchos otros aspectos, pero son personas solventes, que generan seguridad, que no cultivan un perfil público como primera prioridad sino que obtienen notoriedad por sus hechos. Han logrado reconocimiento por una coherencia persistente de su conducta.

Son, aunque tal vez ellos no se reconocieran de buenas a primeras en esta descripción, políticos con especialización en determinadas áreas que dominan con habilidad.

No puede ser que estas notas sean comunes por pura casualidad. Tiene que haberse detectado que sus características han de ser particularmente útiles en aspectos de la gestión pública de especial interés. De otro modo no habrían sido convocados.

Esto es lo que se necesita hacia delante. Aunque hay que apresurarse a decir que se puede dar por supuesto sin más una especie de sentencia negativa sobre sus predecesores: así como hay responsabilidades políticas, también existen necesidades y tiempos políticos. Los cambios se pueden deber a desempeño, a la necesidad de preservar equilibrios -según múltiples criterios- y hay también pasos de una etapa a otra. Por eso, la salida de un gabinete no es un juicio sobre el valor último de un personaje público. Lo único que quiere decir es que entró y salió por el mismo expediente: la voluntad de la Mandataria, y las reglas del juego son conocidas por todos desde siempre.

Ármelo usted mismo

Los ajustes suelen concitar amplia atención. Cada cual se siente motivado a expresar cuál hubiera sido su modo de proceder en este caso, y, según eso, decide si el cambio efectivo estuvo bien o mal realizado. Por supuesto, nunca se llega a acuerdo, puesto que cada quien desea dar a conocer su opinión y nada más.

Los hechos, sin embargo, son mucho más fáciles de analizar. Algo se está notando desde el inicio. Los nuevos designados están ocupando rápidamente su espacio. Esto es bastante simple de percibir, puesto que el número de ministros que hace noticia y la cantidad de apariciones públicas de cada cual se ha multiplicado.

La Presidenta se ha dedicado a respaldar las posiciones adoptadas por sus colaboradores (ningún inicio es fácil), no a explicar ella misma las políticas asumidas por el Gobierno, lo que ha permitido el inicio de una dinámica de reforzamiento mutuo, que puede ser muy beneficioso para la gestión.

Este es un proceso que tarda en mostrar todos sus efectos. Principalmente, porque produce un cambio de dentro hacia fuera, que no llega a ser percibido por la opinión pública sino por acumulación. Lo cierto es que lo que empieza a ser afectado al comienzo es la gestión y se posiciona en forma lenta pero segura con el pasar de las semanas.

Por un tiempo, los actores políticos y sociales que miran el proceso de Gobierno desde fuera siguen actuando según las señales que se habían transmitido con anterioridad y por varios meses.

Por ello, no es esperable una alternación sustantiva de la opinión pública medida por las encuestas de próxima aparición. Lo que termina por consolidar un movimiento hacia el ascenso en el respaldo ciudadano es por la demostración de que el Ejecutivo se está moviendo como un todo, no como un conjunto de segmentos independientes. Y eso, por cierto, es la tarea más importante que debe cumplir quien actúa como jefe de gabinete.

No por nada el nuevo ministro del Interior ha escogido como una especie de lema el de “organización e información”. En efecto, no hay que dejar pasar que, en sus declaraciones de apertura, ha sido reiterativo en estimar que son estos dos elementos los que se requieren para hacer las cosas bien, y poder “adelantarse a los hechos”.

Se espera, pues, actuar de forma corporativa y esto ya se encuentra en marcha junto a todo lo que ello conlleva en cuanto a la capacidad de tomar iniciativas políticas.

Mientras, muchos siguen actuando como si nada sustancial se hubiera producido. Así, se especula mucho sobre la posibilidad de ampliar el ajuste ministerial y eso equivale a tomar un desvío que nos saca de la línea de conducta explícitamente asumida.

Cambiar de colaboradores inmediatos es una posibilidad que siempre está abierta. Las atribuciones presidenciales no son intermitentes ni necesitan recargarse cuando se ejecutan. Pero, definitivamente, no parece ir por ahí la preocupación básica de la gestión de Gobierno.

El verdadero ajuste que debe lograrse es entre el actual equipo político de La Moneda y las directivas de los partidos de la Concertación. El fortalecimiento de las confianzas requiere de abocarse a consolidar los pasos dados, y eso no es compartible con hacer de la inestabilidad el dato más presente en los equipos de gestión.

Se hacen ajustes para gobernar, no se gobierna para hacer ajustes. Lo lógico es ahora absorber los cambios que ya se han realizado y centrarse en las tareas.

Un nuevo punto de partida

Despejar la coyuntura permitirá pasar de lo urgente a lo importante. En los días previos, el Gobierno ha hecho importantes anuncios en política de vivienda, en cuanto a la agenda para mejorar la competitividad, se acerca la decisión presidencial sobre el tema previsional y la propuesta educativa se comienza a despejar.

Sería un error imperdonable que entre tanto tráfago de conflicto menudo se pierda de vista que hay políticas públicas contundentes y que tendrán profundos efectos. No es que falte agenda. Al revés: los anuncios de importancia se han sucedido con regularidad, incluso desde antes del cambio de gabinete. Lo que no hay es atención sobre la agenda.

El Gobierno de Michelle Bachelet es compatible con una amplia tonalidad de estilos, según las características personales de sus principales colaboradores.

Pero lo que parece marcar los límites son dos extremos: en tiempos de cambio no se puede practicar una política exclusivamente tradicional, y se puede ser “cara nueva” y tener vasta experiencia, pero eso no exime de la necesidad de haber desarrollado habilidades políticas básicas.

Todo esto señala un nuevo punto de partida, con agenda reforzada y nuevos personajes en puestos clave. Más de algo empezará a cambiar.

viernes, julio 14, 2006

Tienen 48 horas para terminar con los ultimátum

Tienen 48 horas para terminar con los ultimátum

El emplazamiento perentorio es una herramienta política burda. Se puede usar cuando se tiene mucho poder y pocos miramientos (lo saben los dictadores y sus ayudantes), pero no cuando hay poco poder o se anda en su busca.


Víctor Maldonado


“Sin presión electoral”

En algún momento resultará irónico que se haya pensado en períodos presidenciales de cuatro años -y sin reelección por lo demás- con el fin de que se dispusiera de un par de años “sin presión electoral”.

En la práctica, lo que provoca la existencia de períodos tan acotados es que cada una de las facetas de la política contingente tienen una razón válida para estar en permanente funcionamiento.

Los partidos tenían antes períodos electorales (bastante frecuentes), pero ahora estarán siempre en una etapa de un proceso electoral.

La situación es nueva y, por lo tanto, estamos en un período de reacomodos. Cada actor siente que tiene aspectos a mejorar, tareas nuevas que emprender, errores por enmendar. La evaluación de la ciudadanía ha ido volviéndose más aguda e incisiva.

De allí que el dinamismo sea creciente. No puede ser casual que el Gobierno y todos los partidos estén desarrollando actividades en regiones. No hay organización que no se prepare para las municipales, aunque para un ciudadano común esto suene extemporáneo. Todos buscan fortalecer sus liderazgos y buscan otros nuevos para volverse más atractivos y vigentes. Buscan cerrar brechas donde tienen menos representación.

No parece el momento para cambios drásticos de estrategia. En el caso de la oposición y del Gobierno no se trata de alterar los objetivos explicitados. No es mejor la travesía porque se cambie la carta de navegación, sino porque uno sabe que se está acercando al puerto. Cada cual ya escogió su camino y ahora se trata de hacerlo lo mejor posible.

Las miradas de corto plazo no son buenas consejeras. La guerra de trinchera ha pasado a mostrar cierta tendencia a la rutina, de la que difícilmente hay escapatoria. Así, lo único seguro es que tras una decisión gubernamental polémica, la oposición responderá fijando un plazo perentorio para responderle, actitud tan enérgica como inconducente.

La pasión por el ultimátum

Da la impresión que las declaraciones de la oposición tienen en el membrete partidario respectivo la palabra ultimátum para ser llenado con la contingencia.

Pero nadie resiste esta situación sin llegar al absurdo. En política, las medidas de presión máxima son pocas, son reales y tienen consecuencias. No son palabras que degeneran con facilidad en bravuconería.

A este ritmo, la oposición está cerca del Guinness en dos rubros: la mayor cantidad de ultimátum en períodos cortos y el ultimátum más breve para ser respondido.

No es el camino correcto. Lo que la oposición necesita es presencia. Algo distinto a conformarse con aumentar el volumen en el que hablan sus personeros. Y tener presencia significa emplear la capacidad de criticar y la de llegar a acuerdos.

El emplazamiento perentorio es una herramienta política burda. Se puede usar cuando se tiene mucho poder y pocos miramientos (lo saben los dictadores y sus ayudantes), pero no cuando hay poco poder o se anda en su busca. De ella sólo se puede esperar una respuesta igual: si, no o, como dicen los boleros, “el látigo de la indiferencia”.

Nos acercamos a un punto de inflexión política. Ante un público altamente sensibilizado cada cual comenzará a ser visto no según sus méritos previos, sino según su desempeño presente.

Es frecuente que se diga que lo que más importa es establecer cartas de navegación o discursos cohesionadotes amplios. Es efectivo que siempre son un aporte. Pero es evidente que éste no es el tema básico en cuestión.

Las incertezas de hoy no se concentran en el discurso. Cada actor relevante, de Gobierno u oposición, sabe qué se espera de él o ella, hacia dónde se dirige y qué es lo que tiene que hacer para lograrlo. No es un misterio porque la información es pública y está a disposición de quien quiera conocerla.

Por supuesto, nadie puede estar preparado, de antemano, para el amplio abanico de eventualidades que se pueden presentar y que de hecho se presentan. Pero esto corre para todos, no juega a favor o contra nadie en particular y por esa razón las sorpresas en el camino no hacen la diferencia.

La clave es el comportamiento de equipo

El punto crítico está en la capacidad de cada cual de actuar en equipo y tener comportamientos colectivos. Aquí sí encontramos el elemento que terminará por hacer la diferencia.

La existencia de un liderazgo fuerte tiene siempre dos facetas. Por una parte existe un personaje que habla al país, que orienta dirigiéndose a los ciudadanos, que convoca a la realización de tareas; en definitiva, el que mueve visiblemente al resto.

Por la otra, no puede perfilarse con fuerza un liderazgo potente sin que a su alrededor predomine un comportamiento de equipo; los que están alrededor deben jugar un papel de complemento y apoyo que, precisamente, permite que alguien destaque.

Obtener un comportamiento colectivo de estas características es una tarea política formidable. Requiere una capacidad compartida de subordinarse a un objetivo común, una gran destreza y habilidad en la función propia, pero, al mismo tiempo, estar dispuesto a colaborar con otros. Sin embargo, no hay otra manera de llevar adelante prioridades, cubrir todas las funciones que son necesarias y asegurar una amplia capacidad de adaptarse a los cambios.

Es en este aspecto donde se encuentra el desafío político mayor para la Concertación y la derecha. Sus desempeños están por definirse y sus resultados son determinantes a la hora de definir apoyo y decidir triunfos.

De momento parece que la oposición lo tiene mucho menos avanzado que el oficialismo.

La derecha está logrando un mejor ordenamiento partidario, por la vía de acrecentar su rol de contradictor, empleando un tono más agresivo, de modo más recurrente.

Pero, por ahora, no avanza mucho más porque está uniformándose en el ataque y, en conjunto, opera para producir el desgaste de su contrincante.

Lo que no logra con lo hecho es destacar un liderazgo sólido, no entrega igual importancia a la generación de propuestas y todavía no logra enrielar las desavenencias internas. No otra cosa es lo que muestra el interés de Joaquín Lavín de conformar un nuevo referente en la oposición, y las dispares respuestas que ha recibido, desde la estudiada indiferencia hasta los intentos de acogida.

En el oficialismo se está en pleno proceso de ajuste. Se puede decir que el estilo Bachelet no es aún uno identificatorio de la gestión de Gobierno. La vinculación entre las grandes áreas en que se agrupan los ministerios y sus tareas prioritarias está en rodaje. El trabajo de contacto directo con la comunidad no tiene aún esa identidad reconocible que tiene lo consolidado.

Así que todos tienen tareas pendientes. El primero que despeje sus pendientes habrá obtenido una ventaja decisiva.

viernes, julio 07, 2006

En camino hacia el punto crítico

En camino hacia el punto crítico

Lo que se encuentra en disputa es saber quién predominará en la definición del rumbo. La Concertación está buscando ratificar que se ha escogido el camino correcto y la derecha está tratando de convencer que no hay nada parecido a un rumbo.


Víctor Maldonado

Fue como si la oposición hubiera sentido un campanazo. Todo se activó en pocos días, luego de develarse la mala evaluación pública por su magro desempeño tras su derrota presidencial. Cada cual trata de ponerse al día, tanto los líderes como los partidos. Hasta hoy, los resultados son desiguales pero, sin duda, hemos entrado en otra etapa. Así, por ejemplo, no es claro el papel de Sebastián Piñera en el debate sustantivo, partiendo por su apertura a discutir sobre el sistema binominal. Por cierto, sin preocuparse mucho por informar previamente a sus aliados.

Lo seguro es que Piñera disfruta mucho de ser un personaje central en su partido y en su sector. Tiene un evidente agrado en descolocar a sus cercanos con la presentación de ideas e iniciativas inesperadas. Falta por saberse si este esfuerzo por descolocar a otros no terminará por descolocarlo a él en una vuelta de este juego. Todo, porque parece no casarse con ninguna de sus ideas y no es inusual que las cambie en medio del debate. Ello le puede impedir tener aliados estables y sólo lo deja con incondicionales (aquellos que no necesitan explicarse la última posición de su jefe, sino que la aceptan sin chistar, porque es el jefe).

De momento, se ha instalado como interlocutor en la posible reforma del binominal. Está sacando a su directiva de un rol central en el tratamiento del tema. Está definiendo cómo y cuándo entran los interlocutores de su sector. En fin, hace y deshace, pero ¿por cuánto tiempo? ¿Con qué propósito que no sea la satisfacción personal? Aún se ignora, pero terminará por conocerse. Lo que tiene que demostrar es que tiene una coherencia en sus acciones que escapa a sus puros intereses o a la inspiración de sucesivos momentos.

Por ahora, como era esperable, el frente opositor se ha quebrado. Siempre las palabras suenan extrañas en la boca de Piñera. Ahora dice que la Alianza tiene “que aprender a respetar e incluso valorar las diferencias”. La discusión ha quedado abierta, pero queda por ver si RN va a converger en una propuesta con la cual negociar. Partido y ex candidato no tienen que coincidir por necesidad en una postura. Por ahora parecen en la misma opinión, porque es mucho más fácil unirse en el rechazo que decidirse por una alternativa.

A estas alturas, lo que no está quedando del todo claro es qué significa ser presidente de RN. En otros partidos, cuando el presidente habla, alinea a su organización tras de sí. En este caso parece tratarse de una sugerencia. Sus palabras pueden ser reinterpretadas y, de hecho, su significación es reinterpretada desde fuera por Piñera.

La UDI no se ha hecho problema. Al asumir la nueva directiva marcó de inmediato la crítica al Gobierno, centrándose en el tema de seguridad ciudadana. Pareciera, a simple vista, que el ataque agudo se centra en el combate contra la delincuencia pero, más que nada, apunta a poner en duda la autoridad del Gobierno y la idoneidad en el manejo de situaciones difíciles. Esta política de endurecimiento partidario no ha sido asumida para un período breve. Pero, ¿es esto sostenible?

La actitud del senador Jorge Arancibia de abrirse a discutir sobre el sistema binominal y apoyar cambios en la UDI no es la de alguien que ha dejado de ser un duro en política. Es la forma de proceder de quien sabe que la mantención de una oposición cerrada es insostenible en el tiempo. Por supuesto, puede que tras un proceso de conversación no se llegue a acuerdo, pero establecer barreras antes del diálogo no es justificable. El rechazo a una alternativa presentada no equivale a negarse de plano de analizar cualquiera. Algo malo sucede en un partido cuando al menos uno de cada cuatro integrantes de su más alto órgano resolutivo tiene que ser designado a dedo para mantener la gobernabilidad interna. Tamaña precaución no la toma nadie más. Quien coloca tantos cerrojos no las tiene todas consigo.

La UDI invierte cada vez más energía en conseguir la mantención del control interno. Lo evidente es que no hace tanto la autoridad partidaria se sostenía en un más amplio y sólido consenso de puertas a dentro, y esa situación ya es cosa del pasado. No es la mejor forma de afrontar la pluralidad de fuerzas internas, la de endurecer posiciones hacia fuera. Finalmente, aplicar un remedio en una zona sin daño no constituye ninguna solución. Puede ser un distractor pero ni siquiera le alcanza para ser un calmante.

La etapa de instalación del Gobierno ha terminado para todos, incluida la oposición. El cambio de etapa se aprecia por doquier. Pasamos de tener una derecha fragmentada a una centrada en la crítica de trinchera. Transitamos de una Concertación replegada en procesos electorales internos a una en que los partidos y las bancadas parlamentarias ocupan su espacio a plenitud. Partimos de un punto en que prácticamente no se apreciaban voceros críticos a la gestión de Gobierno y llegamos a otra en que, más naturalmente, existen una multiplicidad de dirigentes en abierta actitud de polémica.

Por supuesto, lo más obvio de los cambios está en que, al asumir el poder, lo que se tenía eran buenas expectativas futuras de desempeño y, ahora, lo que importa no es lo que se espera sino lo que acontece, el desempeño efectivo. Por un breve instante no parecían existir problemas graves y, por supuesto, hoy por hoy, hay problemas que se desmarcan del resto mostrando claras prioridades en el público. Pero lo interesante del momento es que estamos a medio camino de llegar al punto en el que se define cómo le va a ir a la gestión completa del Gobierno.

Al principio parecía que el Ejecutivo era el único que contaba; ahora pareciera que todos quieren mostrarse, pero ni lo uno ni lo otro corresponde a una situación normalizada. Eso está por constituirse. Lo que se encuentra en disputa es saber quién predominará en la definición del rumbo que ha tomado el país. La Concertación está buscando ratificar que se ha escogido el camino correcto y la derecha está tratando de convencer que no hay nada parecido a un rumbo sino que lo que existe es una falta de conducción. Esta polémica, decisiva por cierto, está recién en el inicio.

El escenario cambia si los debates dejan de ser múltiples, sectoriales, discontinuos y episódicos, y comienzan a ser vinculados detrás de estrategias a las que responden cuanta polémica aparece. Así que a lo que entramos es a una confrontación mucho más inteligente que puramente agresiva. La zona de disputa es la agenda pública, desde el presente pero con la mirada en el futuro.

Un caso muy interesante se está dando en la seguridad ciudadana, donde la derecha ha procurado tener un trabajo conjunto. Ha presentando 28 iniciativas como “contenido mínimo”, buscando encuadrar al Gobierno en sus términos. El Ejecutivo, por su parte, ha respondido como era esperable: descartando esta amable invitación a cogobernar, entregando sus propuestas y abriéndose a recoger iniciativas. Entramos, pues, a una etapa distinta. Hay que tener propuestas, argumentos, capacidad de respuesta rápida y, también, visión de conjunto. Como se ve, el debate público se está poniendo interesante.