viernes, diciembre 26, 2008

La tortuga y la liebre

La tortuga y la liebre

Víctor Maldonado

Habrá que reconocer que, para moverse tanto, y dejar a unos cuantos la tarea de asumir la defensa del candidato, igual ocurre que, desde hace un tiempo a esta parte, Piñera no está logrando ningún avance efectivo. ¡Y eso que es una liebre!


Contando candidatos

Lo que hay que dilucidar, en el caso de la Concertación, es saber si elegirá un candidato o quedará con un candidato a la Presidencia. Y ésta es una diferencia importante.

A veces pareciera que quienes más han trabajado para producir cambios culturales en nuestro país son también los que menos adaptan sus conductas a los nuevos escenarios que han ayudado a crear.

En el caso de la definición presidencial, no es cierto que sean los precandidatos los que fijen los tiempos en que han de tomar la decisión clave, que luego han de comunicar al país.

Los que fijan los tiempos son los ciudadanos, porque cuando ellos están en condiciones de elegir es cuando han de estar disponibles las personas para postular a representarlos. Si no saben distinguir cuándo es el momento oportuno, simplemente no sirven para la función a la que aspiran.

Al final, el sentido de oportunidad y la capacidad de aceptar el grado de incertidumbre (siempre presente en una auténtica competencia electoral), terminan por ser valorados primero, reconocidos después y ampliamente apoyados en el momento decisivo.

Creo que la Concertación ha de partir de la base de que el candidato que escoja no experimentará una empinada subida en las encuestas ni despertará el fervor propio de los grandes carismas. Al contrario, lo más probable es que el abanderado oficialista empiece a retomar apoyo popular de un modo tan pausado que llegará a ser casi exasperante.

La contrapartida a esta falta de espectacularidad es que se tendrá a favor el ir continuamente en ascenso, y que lo que se empiece a ganar en adhesión será siempre seguro y nada de dubitativo.

Haciendo el símil de la fábula de la tortuga y la liebre, hay que decir que, en esta ocasión, a la Concertación le toca el papel de la tortuga. El caso es que, en el relato clásico, es la tortuga la que gana no por ser en especial veloz, sino por ser en particular constante, porque supo mantener fijo su propósito de llegar a la meta, evitó distracciones y nunca dejar de ser fiel a su propio estilo.

La estrategia antes que el candidato

Es posible que la Concertación no haya definido aún su candidato, pero es también evidente que la derecha ha escogido, desde ya, a quien atacar de preferencia. En esto hay tan poco disimulo como, posiblemente, escasa efectividad.

Hay ciertos esfuerzos que son inútiles desde el principio; esto ocurre porque chocan contra un convencimiento amplio sobre las virtudes y defectos de una figura pública. Así, por ejemplo, sobre Eduardo Frei, aliados y adversarios coinciden en reconocer su probidad. Por eso, poner el acento en la demanda opositora de que transparente su patrimonio (sabiendo que han dejado esta misión en manos de un diputado fiscalizador) no parece la mejor idea a disposición de la derecha.

Sin embargo, este tipo de esfuerzo (presuntamente desgastador para el destinatario) termina por ser contraproducente. En realidad, una figura política puede empezar a destacar precisamente porque sus adversarios hablan de ella aunque sea de mala manera. Además, esto ocurre justo en el momento cuando se hace indispensable para la centroizquierda que alguna de sus figuras despegue en las encuestas. Justo ahora se produce el ataque menos ingenioso y más predecible del que se tenga noticia.

En estas condiciones a lo que debe responder cualquier candidato concertacionista -desde el momento en que se presenta- es por qué es no sólo bueno presentar una opción presidencial, sino que resulta indispensable hacerlo nada menos que ahora.

La respuesta es menos fácil de lo que parece. Cada cual tiene el derecho de presentarse como alternativa para encabezar la coalición oficialista en la próxima ocasión; de eso no cabe duda. También la postulación a la Primera Magistratura puede servir para destacar temas que, de otro modo, pueden caer a segundo plano; esto desde luego que es un aporte. Por último, competir al interior del bloque de centroizquierda puede ser bueno para todos, puesto que hace posible atraer la atención de muchos sobre lo que se dice y hace en su interior; tampoco sobre esto hay dudas.

Pero lo que hay que concordar es en resolver si el camino de la competencia interna es el mejor camino a disposición cuando no se está encabezando la opción actualmente ganadora, y se necesita recuperar mucho terreno en poco tiempo.

Incluso, antes que escoger a una persona, se ha de elegir un procedimiento, el más conveniente, para llegar a buen puerto, cualquiera sea la persona que resulte elegida al final del proceso.

Guiarse por el ataque

El inicio anticipado de las hostilidades es una demostración muy significativa de debilidad por parte de la candidatura de Piñera.

Este gesto significa varias cosas al mismo tiempo.

Quien ataca primero es alguien que reacciona de esta manera porque espera -a su vez- ser atacado y encuentra que es bueno anticiparse. También es alguien que ve un peligro inminente en un área donde le resulta difícil a él mismo responder. Ocurre, finalmente, que no quiere quedar solo respondiendo por sus actos en un aspecto que le resulta incómodo cubrir.

En realidad, lo único que devela este ataque es gritar a los cuatro vientos que la relación entre política y negocios no la tiene resuelta Piñera. Es la confesión pública de que su equipo cercano no ve, en el corto plazo, que su líder pueda resolver los cuestionamientos formulados, despejando por completa las dudas existentes al respecto.

Esto último resulta muy entendible. En un período de crisis financiera internacional, es bastante difícil para quien haya acumulado una gran fortuna que se desentienda de las mermas a su capital que asoman en varios frentes distintos.

Puede que a Piñera le importe mucho la actividad política pero, sin duda, le importa mucho el dinero y no quiere perder el control en ninguno de los dos ámbitos. Y eso es una debilidad.

Volviendo al tema de la fábula, está claro que estamos ante el caso de la liebre. Esta liebre se mueve mucho y se mueve rápido, pero ¿se mueve de un modo conducente al objetivo final? Al parecer no. Lo quiere todo y no desea renunciar a nada. Por eso pierde tanto tiempo en temas laterales. Si no puede hacer que sus problemas (y los cuestionamientos que generan) desaparezcan, al menos puede hacer que otros tengan problemas similares. Al menos lo pueden intentar y es, al parece, de lo que se trata.

Pero lo que es un gran problema en el caso del candidato de RN puede ser apenas una pequeña molestia para los demás. Es decir, se pueden realizar muchos esfuerzos para cubrir de sospechas a una persona con resultados magros. Y eso no es otra cosa que el inicio de los pasos en falso en una campaña y de la pérdida de la iniciativa.

Habrá que reconocer que, para moverse tanto, y dejar a unos cuantos la tarea de asumir la defensa del candidato, igual ocurre que, desde hace un tiempo a esta parte, Piñera no está logrando ningún avance efectivo. ¡Y eso que es una liebre!

Al mismo tiempo, y de manera imperceptible, una tortuga se le empieza acercar, haciendo gala de tanta lentitud como determinación.

Ahora se produce la incorporación de la UDI a la campaña del candidato inversionista. Se trata de una apuesta que este partido realiza por cálculo y sin auténtico entusiasmo.

Lo que quiere conseguir el gremialismo es influir y lograr giros significativos en la campaña presidencial de su poco querido socio.

Vamos a ver si está en condiciones de conseguirlo. Bien puede ser que Piñera no quiera o no pueda cambiar su modo característico de operar. Puede que se siga desmarcando de sus asesores y aliados de manera regular y constante. Siempre ha prometido enmendar su conducta y ahí están los resultados.

Cuando se lee la fábula de la tortuga y la liebre se la cree imposible. Entendemos el mensaje ético, pero no parece posible que exista alguno que actúe tan torpemente como la liebre. Pero, bien mirado, tal vez esto no sea tan inusual de ver, después de todo.

viernes, diciembre 19, 2008

Del acuerdo parlamentario al acuerdo presidencial

Del acuerdo parlamentario al acuerdo presidencial

Víctor Maldonado

Parece ser que el oficialismo ha logrado sintonizar con la creciente preocupación ciudadana por los efectos que está teniendo la crisis financiera internacional. En general se está teniendo una buena labor y eso está siendo reconocido.


Las bases del entendimiento

Las demandas políticas y puntos de vista de un partido, cuando son expresados abiertamente, pueden ser procesados. Algo de esto está ocurriendo con el PDC luego del cambio de directiva.

En su primera actuación pública como presidente de su colectividad, el diputado Juan Carlos Latorre ha explicitado una condición conocida de permanencia en la coalición que, sabemos, interpreta claramente a su partido: el considerar que la unión de los otros tres partidos en un bloque cerrado que aísle al PDC pone en riesgo la continuidad de la Concertación.

La verdad es que esta es una consideración que la puede hacer suya cualquiera de los partidos coaligados en la alianza de centroizquierda. Cada partido de la Concertación ha dicho algo similar, cada cual en su estilo y dependiendo de las características del vocero en particular a lo largo de estos años.

Si se llegara a dar el caso de que todos se unieran en perjuicio del miembro restante, el entendimiento básico que ha existido durante dos décadas dejaría de operar.

Pero esta es una manera "en negativo" de expresarlo. Dicho en positivo la base del acuerdo concertacionista se puede expresar así: somos socios porque mantenemos un espacio común de acuerdo y entendimiento que supera nuestros intereses particulares, sean éstos los de uno o de varios partidos.

En otras palabras, la Concertación existe porque mantiene propósitos compartidos que sólo pueden ser alcanzados en conjunto, que constituyen puntos de referencia para todos. Este propósito se expresa en acuerdos explícitos de lo que se hace y de lo que no está permitido hacer para mantener la unidad del conjunto.

En cualquier caso hay que tomar precauciones. El lenguaje político tiene una serie de sobreentendidos, que resultan de ser compartidos por quienes están en el día a día de la política partidista, pero no por muchos más. Se ha emitido un mensaje para otros partidos, pero como se emplearon los medios de comunicación para difundirlo, entonces hay que precisar su sentido, para que en la opinión pública no se amplifiquen falsas interpretaciones.

El lenguaje de la negociación parlamentaria

Cuando se habla de la oposición falangista al "tres a uno", se hace referencia a la forma en que los partidos se presentan en la elección parlamentaria. En una ocasión anterior, la DC se presentó sola mientras que sus socios compitieron agrupados en un subpacto. Es eso lo que la falange quiere evitar.

Pero esto en nada se relaciona con que más de una organización política presente un mismo precandidato presidencial a una eventual primaria de la centroizquierda. En este sentido la definición presidencial está separada de la parlamentaria y nadie las está presentando unidas, aunque pueda "sonar así" a primera vista.

Sin embargo, lo que tenemos por delante no es un conflicto, sino la delimitación de un rayado de cancha, dentro del cual es posible la convivencia sana y la cooperación activa entre socios.

Que no hay conflicto queda demostrado por el hecho de que ya existe un documento firmado por los cuatro jefes de partidos de la Concertación donde se concuerda, explícitamente y desde el principio, en que el acuerdo parlamentario en esta ocasión no dejará a un partido aislado del resto. Pero en política las cosas se saben y también se "escenografían", es decir, se muestran de manera adecuada. Y eso es lo que acaba de pasar.

A veces los avances más importantes en política tienen el aspecto de lo más cotidiano, algo que casi ni mereciera ser consignado en las noticias del día. Pero la decisión de la dirección del PS y el PPD de aclarar que lo decisivo hoy es mantener cohesionada a la Concertación, más que por reconstruir un "eje progresista", es de la mayor importancia.

Este orden de prioridades se explica porque se reconoce que lo central es derrotar a la derecha en las presidenciales de 2009 y para eso se necesita de la unidad de la Concertación. Esto parece algo obvio, pero hacer de lo obvio algo central en el comportamiento de los partidos es el primer paso para ganar. Y esto no es algo que se dé todo el tiempo.

Este paso, además, tiene el mérito de hacer un gesto de deferencia hacia la directiva recién asumida del PDC. Y, ya se sabe, cuando se cuida a los socios es uno mismo el que sale beneficiado.

¿Y si nos ponemos de acuerdo?

Esta recuperación de los gestos, el trato deferente, las reuniones amistosas de ida y vuelta, las declaraciones mesuradas, un ambiente de mayor distensión en la relación entre los partidos oficialistas no parece ser casual. En realidad, van a tono con un buen momento vivido por el Gobierno y con la aparición de los primeros frutos de un mayor orden concertacionista. No es todavía una recuperación del buen ánimo y del optimismo, pero sí de todo lo que antecede al momento en que se sale a recuperar terreno.

Ya es un hecho de que el Gobierno ha entrado en un proceso ascendente en su popularidad. Así lo detectan las últimas encuestas. Pero, sobre todo, parece ser que el oficialismo ha logrado sintonizar con la creciente preocupación ciudadana por los efectos que está teniendo la crisis financiera internacional en nuestro país.

En general se está teniendo una buena labor y eso está siendo reconocido. Lo que antes se había visto era una buena percepción de las cualidades personales de la Presidenta Michelle Bachelet, pero no así de la gestión de la administración pública.

Se ha expandido la certeza de que afrontaremos grandes dificultades y que la situación económica empeorará. Al mismo tiempo crece la buena evaluación de Bachelet y de su Gobierno. Los datos disponibles evidencian que en tiempos de incertidumbre los chilenos buscan el apoyo del Estado, y que es eso lo que están encontrando hasta ahora.

En paralelo, no se puede decir que la derecha esté en un proceso de reflujo, pero sí en una etapa en la que parece encontrar límites para su crecimiento y vallas cada vez más difíciles de remontar. No es que Sebastián Piñera haya perdido su ventaja respecto de los candidatos de la Concertación, pero sí que la diferencia que lo separa de los postulantes concertacionistas sumados es perfectamente remontable en una campaña.

A todo esto se suma el mayor ordenamiento concertacionista. Más que acuerdos ya logrados, lo que se tiene es la decisión de llegar a acuerdos a todo evento. Se sabe que se llegará a un candidato único, a una sola lista parlamentaria y que se dispondrá de un programa común.

Lo que se sabe también es que una vez que se logren estas tres tareas, recién se estará en condiciones de poder competir. El nudo es el acuerdo parlamentario, puesto que esta es la forma como se materializa el reclamo inicial de un entendimiento equilibrado entre partidos. El programa, como corresponde a una coalición que lleva en el poder un tiempo prolongado, siempre tiene un desarrollo inicial bastante avanzado y lo más importante será fijar las prioridades con que se emprenderán las tareas.

Pero donde se parte desde más abajo es en el caso del posicionamiento de un candidato presidencial. Aquí todo tendrá que ganarse a pulso. Se requerirá el esfuerzo de todos, porque no bastarán los méritos del candidato. Se requerirá mostrar convergencia, tenacidad, disciplina y, como siempre, trabajar mucho.

En estas condiciones las primarias resultan ser un medio útil a emplear, entre otros alternativos. Escoger el candidato es sólo el primer paso. Lo decisivo vendrá siempre del trabajo conjunto. Mientras más tiempo se disponga para el esfuerzo de coalición, mejor. Sabiendo esto, bien pronto estaremos preguntándonos "¿y no será mejor ponernos de acuerdo?".

viernes, diciembre 12, 2008

La decisión es ahora

La decisión es ahora

Víctor Maldonado

Es ahora cuando hay que decidir. El tiempo de decidir tiene que ver con el momento en que los electores dan el paso de entregar apoyo, no con la disposición personal de cada cual de ponerse a disposición.


Primero el candidato, luego las condiciones

Cuando de lo que se habla es de las condiciones necesarias para que exista una candidatura presidencial, más que de la candidatura misma, estamos en problemas.

Las postulaciones presidenciales existen con el propósito de adicionar la fuerza y la determinación necesarias para hacer viable la aspiración de ponerse al mando del país. Las apuestas seguras no son apuestas, las candidaturas seguras no son postulaciones, lo que buscan son meras ratificaciones y eso le quita toda la gracia al asunto.

Únicamente las personas dispuestas a arriesgar son las que consiguen un respaldo sólido, no es el respaldo sólido el que genera las candidaturas. El espíritu navideño no puede llegar a este extremo en la entrega de regalos.

Por eso lo que va a pasar en la Concertación no tiene ningún misterio. Simplemente se reconocerá el hecho de que hay que escoger entre candidatos dispuestos a arriesgar. Cuando hay muchos aspirantes, eso se nota, y cuando no los hay, también. El resto es anecdótico.

Hay tiempos oportunos para tomar decisiones. Tal vez sea en el percibir los momentos adecuados para cada cosa donde se reconozca el liderazgo político más que ninguna otra cosa. Los líderes identifican muy bien cuándo corresponde hacer cada gesto importante.

Puede que las definiciones formales respecto de nombres se hagan a partir de enero de 2009. Pero ya no tendrá mayor importancia. Porque es ahora cuando hay que decidir.

El tiempo de decidir tiene que ver con el momento en que los electores dan el paso de entregar apoyo, no con la disposición personal de cada cual de ponerse a disposición.

Todavía menos se relaciona con los ritmos de cualquier burocracia partidaria o con la suma de ellas. Si de algo ha de servir el revés municipal, que sea -al menos- para reconocer un dato tan básico como éste. Y ocurre que lo importante está sucediendo ahora. Tomarse la situación con tranquilidad puede ser una buena práctica en la vida, pero, definitivamente, no tiene nada que ver con lo que se necesita en las actuales circunstancias. En todo caso, habrá que concordar que no es bueno que se esté volviendo una costumbre denunciar a candidaturas que ni siquiera se han alcanzado a formalizar. Pero hay que reconocer, asimismo, que para bien o para mal se trata de resoluciones definitivas que despejan incógnitas y ayudan a ir decidiendo por descarte.

Cuando esté todo listo, me avisan

Sin duda hay buenas razones para que cada cual se comporte como lo ha hecho. Nadie puede sentirse autorizado a juzgar a una persona sin conocer su fuero interno y las consideraciones que tiene para actuar en la forma en que lo hace. Lo que sí se puede juzgar es el efecto político de tales decisiones.

Un líder puede asociar su postulación a la aceptación previa de su respectiva estrategia. Escoger un planteamiento político sería escoger a su autor. Pero, ¿por qué pedir al inicio lo que debiera ser el producto de una campaña concebida como un proceso de convencimiento y acumulación de adhesiones? Lo más usual en política no es que el candidato se presenta sólo después de que su visión de lo mejor para el país sea ampliamente aceptada. Más bien se presenta para representar un consenso sobre sus ideas que llegar a ser un convencimiento para la mayoría sólo en el punto de llegada. Nunca antes.

No se puede esperar que los demás hagan lo que les corresponde para tomar las decisiones que a cada uno competen. "Pórtense bien para que me presente", parece ser la consigna. Pero el orden correcto no parece ser ése. Las ausencias no producen ordenamiento. Cada cual debe tomar su decisión, no partir de la decisión ajena. Si se espera que los demás partan para hacer lo correcto, lo que se consigue se asemeja más a un parque lleno de estatuas que a una animada convención.

En todo caso, lo que importa es lo que está en nuestras manos resolver. Dedicarse a ser intérpretes de aquello que no alcanzó a suceder no tiene ningún sentido en política.

Al parecer estamos con los papeles cambiados. Aquellos que tienen que respaldar candidaturas con viabilidad se dedican a presentar candidaturas con cierta periodicidad.

Se está llegando al convencimiento de que no se pueden delegar las responsabilidades, y de que mucho menos se puede llegar al extremo de esperar que sean las encuestas las que terminen por revelarnos lo que debemos hacer. Entre otras cosas, esto es imposible porque las cifras no hablan por sí solas ni saben de cambios de escenario ni de voluntades en juego. Las encuestas informan e ilustran pero no resuelven; porque no dicen para dónde hay que ir sino dónde uno se encuentra en un instante determinado.

Salir de competencia de bostezos

Lo que sin duda corresponde a un error es considerar que entramos en una etapa en la que se puede adoptar un compás de espera, estimar que de ahora en adelante lo que importa es la capacidad de negociar en ambientes elitarios.

La capacidad de negociar será siempre importante, pero se trata -ante todo- de empezar a ganar posiciones de cara a la opinión pública.

Porque la oportunidad para crecer se presenta cuando el bloque con el cual se compite entra en un período en que poco nuevo puede mostrar.

Éste es el caso en que nos encontramos. En oportunidades como ésta, cualquier novedad que se presente debe correr por cuenta de la centroizquierda. Lo que aquí ocurra debe ser interesante para muchos, no la obsesión de unos cuantos negociadores.

¿Por qué hemos llegado a este escenario? Sencillamente porque la derecha ya ha escogido a su candidato. No le queda competencia interna en pie y, no importando cuanta escenografía se fabrique para poner en escena los apoyos formales, todos saben que las decisiones ya están tomadas. En este cuadro no pueden pretender atraer la atención ciudadana.

Peor aún. La UDI está haciendo todo lo posible para no sorprender a nadie. Está siguiendo una pauta que evitará salirse de una rutina ya acordada, permitir la negociación parlamentaria, mantener los equilibrios entre los partidos, y adaptarse al ritmo del más lento del convoy.

La impresión que deja todo este esfuerzo es que busca mantener la diferencia favorable que ha conseguido la derecha hasta hoy, pero con ello es mucho lo que se sacrifica.

Si uno quiere saber con quién ha de conversar en la derecha para tomar decisiones es claro que no debe hacerlo con el gremialismo. Ese partido está funcionando como apoyo, pero no como director de orquesta. En estas condiciones nadie puede saber cuánto se puede mantener este equilibrio inestable si todas las ventajas del comportamiento adoptado redundan en beneficio sólo de uno de los socios.

Por eso, en los próximos meses, y luego de la proclamación más anunciada de los últimos tiempos, la derecha tendrá que hacer un esfuerzo notable para no caer en el aburrimiento y producir aburrimiento.

Claro que, en una guerra de bostezos, no ganan los que tienen que recuperar posiciones. Así que para la Concertación estas semanas no son para maniobras de salón sino para volver a conectarse con sus electores. Desde el principio ha de reflexionarlo todo pensando en despertar el interés general. Si lo hace, en pocas semanas, los resultados pueden ser sorprendentes.

viernes, diciembre 05, 2008

La decisión democratacristiana

La decisión democratacristiana

Víctor Maldonado

Si se ha de negociar en Concertación para obtener una cartilla parlamentaria, quienes dirijan la falange deben ser capaces de implementar lo que acuerdan. Si se ha de apoyar a un candidato presidencial, deben mover todos los recursos partidarios.


Un problema compartido

Es normal que los partidos oscilen en su adhesión. A veces concitan más apoyo cuando sintonizan mejor con las necesidades del momento, otras veces pierden apoyo cuando sufren procesos de desgaste o cuando a otros les va mejor en convencer sobre cuáles son las mejores opciones disponibles.

Cuando un partido oscila de este modo y le toca una mala temporada, lo que debe hacer es cambiar a las personas que lo dirigen, porque el camino que se ha seguido ha dejado de ser adecuado y se hace necesario optar por alguna de las otras opciones estratégicas que siempre están presentes en su interior.

Pero no ha sido éste el tema de la DC, porque en una década y media sólo ha conocido el escenario de una gradual y constante pérdida de votantes.

Esto quiere decir que, sea lo que fuere que no esté funcionando, no se relaciona simplemente con las características personales de los líderes del momento. Han de ser errores compartidos y, si se quiere, "cuidados" por todos. A ratos, la Democracia Cristiana ha aparecido como dispuesta a renunciar a todo, menos a sus errores. De ahí la baja.

El tema de saber lo que sucede y tener un diagnóstico certero sobre la situación de la falange es de gran importancia más allá de sus fronteras. Ocurre que, por la confluencia de múltiples factores, la Democracia Cristiana se aproxima a uno de esos momentos en que puede iniciar un giro en su evolución conocida.

En pocos días más, tendrá lugar el acto partidario más importante, la Junta Nacional, y lo que ella decida tendrá amplias repercusiones. Simplemente no hay espacio para desperdiciar una oportunidad como ésta.

El asunto reside en saber qué debe salir de este acontecimiento y qué es lo que se debe iniciar con él.

Los democratacristianos quisieran que su Junta sirviera para todos sus propósitos al mismo tiempo. Quieren renovarse, mostrar nuevos rostros, tener opinión consensuada en los temas relevantes, apoyar a su candidato presidencial, respaldar una buena negociación parlamentaria, etcétera. Demasiado para un solo acto.

La verdad es que, en el caso de un partido, lo que importa es tener la certeza de que se está en el camino de la recuperación, más que pretenderlo todo y rápido.

Muchas cosas son deseables. Se puede decir que, en este caso como en tantos otros, lo que muchos quisieran ver son rostros nuevos o renovar los impulsos al conjunto de la organización. Pero hay que decir que para que eso suceda, se requiere una decisión previa de los participantes de la Junta Nacional que va contra lo que les resulta habitual. A un acontecimiento de estas características van los consagrados, y los consagrados son los que llevan más tiempo, y suelen gustar de lo conocido.

¿Ideas o convicciones vividas?

Lo primero a lo que hay que escapar es a los lugares comunes y a las soluciones fáciles. Si le preguntan a un DC qué explica los problemas por los que atraviesa su partido, lo primero que dirá es que faltan ideas y propuestas. Y eso no corresponde con la realidad.

La Falange es un partido que dedicó un año y medio a la preparación de un congreso cuya finalidad expresa era la renovación de las ideas. A la DC no le faltan ideas, lo que le falta es darles la importancia que tienen y persistir en su profundización. No serán nuevas declaraciones lo que logre un giro.

Esto parece más urgente de asumir cuando de izquierda a derecha cada cual parece estar diciendo lo mismo y con parecidas palabras.

Hoy, en toda la banda del espectro político se han sacado las mismas conclusiones que antes distinguían y diferenciaban a los democratacristianos: defensa de la democracia y de los derechos humanos, cuidado de combinar justicia con libertad, promoción de la participación ciudadana, decidida opción por el camino de la profundización de las reformas. Por si fuera poco son muchos los que convergen hacia el centro político. En otra época la radicalidad política estaba muy bien expresada en los extremos, que eran poderosos y de perfiles claros. Entonces la moderación política era relativamente fácil de expresar.

Ése es el escenario al que la DC sigue mentalmente ligada. Pero ahora el anverso de la moderación no es la tentación de la violencia, sino la práctica del populismo y de la irresponsabilidad. Cuando eso sucede, quien quiera ser una opción auténticamente renovadora debe practicar una política fuertemente fundamentada en valores, que recoja los dilemas más acuciantes de su sociedad, y que acompañe a la mayoría ciudadana en las decisiones que más importan en su vida cotidiana. Los desafíos son éticos y hay que atreverse a optar en temas peliagudos.

Pero la DC no ha optado hasta ahora por el camino difícil. En un ambiente general de banalidad y desembozada exhibición de ambiciones individuales, se ha comportado como un mal imitador de los defectos más comunes. Por eso le va mal. No porque represente un opción obsoleta, sino porque no representa nada definido y reconocible para la gran mayoría de los ciudadanos.

Por eso digo que el problema de fondo no reside en una ausencia de ideas, sino de convicciones vividas. Una reacción que se haga cargo de esto no ha de madurar en un solo hecho, pero se ha de expresar en él.

Lo que no puede faltar

En el trasfondo muchos más han de ser aquellos que trabajan por el bien común partidario. A nombre de la DC y en cargos importantes falta gente formada en sus valores profundos. Pero, ¿desde hace cuánto no es prioridad partidaria formar a su gente? Faltan jóvenes, pero, ¿quién se dedica ciento por ciento a ello? Falta apoyo profesional en la toma de decisiones, pero ¿quién lo organiza y lo solicita? No se invierte en lo permanente y la atención está centrada donde apuntan las cámaras de televisión. ¡Y después alguien se asombra de lo que ocurre!

Como se ve, el mal de este partido es un mal de muchos, sólo que el PDC ha estado a la cabeza del pelotón por mucho tiempo y, por lo tanto, el desgaste ha sido mayor y más prolongado.

El camino fácil es exhibir rostros que permitan mostrar la apariencia de renovación. Es difícil, emprender el rumbo, lento y cuesta arriba, de la renovación auténtica. El problema no es de imagen, el problema es de espíritu. El asunto no está en que reaccione uno o algunos. Se ha de reaccionar en comunidad para que los problemas se solucionen.

Además, lo que parece estar en la cabeza de muchos es encontrar a unos cuantos a los cuales encajarles una responsabilidad que es eminentemente colectiva.

Pero esto es pedir demasiado. Es más fácil encontrar líderes responsables que personajes mágicos. En realidad, no hay posibilidad de reemplazar un cambio institucional del que todos deben hacerse responsable, al menos en parte. Esto se logra con lentitud, aunque alguna vez hay que empezar.

Por cierto, la solución a sus problemas es tan fácil de decir como difícil ha resultado de implementar.

En el orden de prioridades, lo que se necesita es, antes que todo, contar con una dirección representativa y dotada de autoridad. Necesita una directiva en serio, más que en lindo.

Una dirección representativa significa constituir un equipo de trabajo en que todos los sectores representativos están incluidos. Son parte de la tarea y de la responsabilidad a asumir. Nadie mira desde el balcón cómo llegar a la próxima mala noticia, sino que todos trabajan en la cancha para ganar.

Una dirección dotada de autoridad significa que se escoge a las personas capaces de responder ante los demás actores políticos por las decisiones que se toman. Si se ha de negociar en Concertación para obtener una cartilla parlamentaria, quienes dirijan la falange deben ser capaces de implementar lo que acuerdan. Si se ha de apoyar a un candidato presidencial, deben mover todos los recursos partidarios tras este propósito, sin aceptar las excusas de nadie.

La solución a los problemas de la DC no es una directiva, pero la DC ha de generar una directiva que trabaje para buscar soluciones. Un equipo de trabajo fuerte y representativo capaz de respaldar sus opciones parlamentarias y sostener una candidatura presidencial. Muchas otras cosas se han de iniciar, pero de esta Junta no se puede salir con nada menos.