viernes, mayo 28, 2004

El leninismo en versión UDI

El leninismo en versión UDI


Una de las mejores cosas que le puede pasar a la democracia es que los partidos políticos se fortalezcan. Pero esto no parece ocurrir en Chile. Se dan recuperaciones parciales, sin una puesta al día en el conjunto de los aspectos vitales de estas organizaciones.

La UDI también se sumó al cuadro de partidos con problemas, aunque por razones diferentes. Tardó, porque con su modelo piramidal y cerrado de funcionamiento era casi impermeable a los ataques externos. Esto se vio reforzado al inicio de la transición por su aislamiento de los actores relevantes, que la veían como un movimiento extremo, sobreviviente del pinochetismo.

A lo único que estaba expuesta era a una falla que proviniera desde la cúspide. Y fue esto lo que ocurrió. Se suele poner el caso Spiniak como el punto de partida de este proceso de desgaste, aunque los síntomas de deterioro venían de antes, desde que la confianza en sus propias capacidades y la conciencia de sus fortalezas dejaron de ser contrapesadas con una percepción igualmente lúcida de sus debilidades.

Al observar al liderazgo de la UDI en lo que va del gobierno de Lagos, hay una rara sensación de asistir al desborde de sus características más marcadas. Hasta la campaña de Lavín, predominó entre sus líderes el fortalecimiento de la organización, la ampliación de su presencia territorial en los sectores poblacionales de las grandes ciudades. Respecto de este tiempo puede aplicarse la frase de Radomiro Tomic sobre el PDC: “nadie es más grande que el partido”. Sin embargo, esto llegó a su fin cuando el gremialismo logró alcanzar la supremacía como partido individualmente considerado.

Longueira realizó una serie de audaces maniobras políticas que lo perfilaron como un hábil conductor. Sorprendía a amigos y adversarios. Pero se dejó llevar por su propia opinión y sus ideas, sin esperar el consenso interno. Cuando siguió con este modo -en un ambiente de fuerte tensión- y con una evidente extenuación física y psicológica, terminó por perder gran parte del prestigio que había ganado.

Recién instalada la nueva directiva, lo primero que hizo Jovino Novoa fue hablar del caso Spiniak, denunciar una maniobra política de destrucción de imagen y atacar al gobierno sin matices.

Lejos de los buenos tiempos, la UDI vuelve a cerrarse en torno a sí misma y deja de innovar, porque comienza a ver al país a través de las necesidades, de los temores y de los prejuicios de su partido y de sus dirigentes. Hay un desplazamiento desde los objetivos más trascendentes a los más inmediatos, de los de mayor proyección a los de defensa corporativa. Hay un ciclo que se cierra.

La originalidad de la obra de Jaime Guzmán fue que, concientemente, imitó la forma de organizarse de sus adversarios para combatirlos. La UDI, en parte, es como la Falange para combatir a la DC, o el MAPU de los tiempos de la UP, el partido de cuadros que intentaba sobrepasar a los partidos de la izquierda socialista y comunista. Así, un militante de la UDI es como un comunista de misa diaria, como un MAPU al que le carga el socialismo renovado, y como un DC que sueña con que el centro político desaparezca. Todo junto.

Esto explica por qué quienes son atacados por la UDI tienen la extraña sensación de que algo conocido los golpea. Tanto vapuleo despiadado les recuerda el hogar y hasta la añoranza de los viejos tiempos. Al ser atacados por los gremialistas, los miembros de la Concertación sienten tanto mal trato como si estuvieran “en la interna” con los “compañeros” o “camaradas”. Ese es el aire que resulta tan familiar.

Los mismos gremialistas se denominan el último partido “leninista” que va quedando. De alguna manera lo son, claro que en versión Opus Dei.

El problema está en que al adoptar una organización clásica de izquierda para potenciar una opción de derecha, también se adquieren sus males. El cuadro es conocido. La autocrítica de quienes fueron actores en los países del “socialismo real” señala que el papel que se quería que cumpliera el pueblo fue ocupado por el partido; que la conducción llegó a recaer en el comité central y, finalmente, en el secretario general que terminó por concentrarlo todo. Entonces, cuando se maleó la cúspide no cayó un líder, cayó la estructura completa que solo podía defenderse desde el mismo lugar en que se estaban generando los problemas.

La historia nunca se repite, pero ilustra. Los procesos políticos son largos y los efectos se dejan sentir con retraso. Por ahora, la UDI no parece tener problemas, salvo el secretario general, como diría un comunista.

Pero este no es cualquier problema. El gremialismo empezó a tener fuertes dolores de cabeza, con alucinaciones, delirios de persecución y repetición de temas, vengan o no a cuento. Esto es preocupante, porque no se repuso de la crisis derivada del cambio obligado de liderazgo. El malestar en la UDI continúa, pero de otra forma.

Tal vez otra frase de Tomic se le termine por aplicar a la UDI cuando estos días se vean retrospectivamente: “la derecha ha quedado herida en el ala”. Y tuvo razón. Tal vez la vuelva a tener ahora.

viernes, mayo 21, 2004

Confianza creciente

Confianza creciente


Suele ocurrir que cuando los gobiernos llegan al último tercio de su mandato comienzan una lenta agonía. En algunos casos, ya se pueden dar por bien librados si logran terminar el período para el que resultaron elegidos. Todas las esperanzas al inicio, todas las desilusiones al final. Pues bien, el actual gobierno va ganando adeptos y reconocimiento, en tanto que el Presidente consolida su prestigio.

A este gobierno no le tocó un período fácil de prosperidad. No se benefició de una ola de éxito económico o cosa que se le parezca. Más bien ha ocurrido al revés. Varias de las potenciales crisis que habían quedado sin resolver irrumpieron en este período y temas no resueltos por largo tiempo se manifiestan ahora con fuerza. El gobierno está bien porque logró revertir una tendencia nada tranquilizante.

Como sea, lo cierto es que se ha transitado desde un pesimismo inicial a una confianza creciente y compartida. Por cierto, el paulatino pero sostenido mayor crecimiento económico empieza a hacerse sentir, y eso influye. Pero no lo explica todo, porque una reactivación económica puede coexistir perfectamente con una crisis política.

Si se superaron los momentos difíciles fue también por los méritos que vienen del ámbito político. El gobierno se logró legitimar como actor responsable en las más adversas circunstancias; el Presidente se convirtió en una fuente de certidumbre para muchos en medio de los vendavales; y todos los sectores políticos se abstuvieron de alimentar una espiral desestabilizadora.

Se suele creer que los acontecimientos políticos están determinados solo por lo que realizan los dirigentes públicamente conocidos. En realidad, no es así. No hay gobernabilidad posible sin que los ciudadanos lo permitan.

El gobierno enfrentó una seguidilla de situaciones difíciles y la ciudadanía se dio cuenta de que había quien se hiciera cargo de ellas. El Ejecutivo no se vio superado ni desbordado y encontró soluciones que evitaban las recaídas.

No es que la ocurrencia de hechos preocupantes se haya detenido. Lo que pasa es que la alarma pública no se desata tan rápidamente. Lo primero que se espera es la respuesta gubernamental, en la confianza de que seguirá reaccionando como hasta ahora.

Cuando las fuerzas opositoras preparan una campaña presidencial se esfuerzan por aprovechar el desgaste del gobierno. Pero, como a este gobierno le está ocurriendo todo lo contrario, a la oposición no le queda otra cosa que revisar lo ya planificado. Y le quedan dos opciones: o intenta superar al gobierno “por arriba” o busca desgastarlo “con ayuda”.

En otras palabras, y dependiendo de la confianza que tengan en su candidato, lo que la oposición tiene que definir es si tiene la posibilidad de rebasar en positivo a la actual administración, o, si ello no es posible, aumentar el número de dificultades con las que el gobierno tiene que lidiar a fin de que se produzca el anhelado desgaste gubernamental.

La primera alternativa requiere contar con alguien que le “haga el peso” al actual mandatario. Si cada vez que el gobierno actúa, hay alguien al frente que señala cómo se pudo hacer mejor, que mira más lejos y señala mejores caminos, entonces la vida le sonreirá a la derecha. Eso sería ganar en buena ley en base a la originalidad, la credibilidad y la consistencia.

Pero ¿qué pasará si no es esta la situación? Por supuesto hay que descartar el suicidio político, esto es, no se puede decir que los otros lo hacen mejor. Lo que queda, lamentablemente, es que si uno no sube en las encuestas, ni en la consideración general, ni eleva la calidad del debate entrando en los temas medulares, hay que bajar al otro de su pedestal.

Si el gobierno goza de credibilidad y el Presidente tiene prestigio y mantiene la confianza ciudadana, lo que le queda a la derecha es intentar cuestionar cada una de estas certezas públicas. ¿Por cuál camino optará? No tendremos que esperar mucho para saberlo, bastará con ver las reacciones al mensaje presidencial de hoy.

Si confía en si misma y en su candidato como líder, entonces su visión del mensaje será ponderada, alabará lo que le parezca bueno y ofrecerá las alternativas que se presentan en los casos que les parezca débil la cuenta gubernamental. La semana se abrirá, entonces, con el debate sobre propuestas.

La otra posibilidad es entregar una visión del mensaje será mercadamente oscura, que no reconozca logros importantes, que ponga la lupa sobre las dificultades y que no mencione las obras en curso. En caso extremo, de la crítica se pasará a la descalificación. El gobierno será presentado como una lacra para el país, sus personeros concentrarán el abanico de defectos personales y políticos. Se hablará de fracaso, de corrupción generalizada y de un alarmante retroceso como país. La frontera entre el ataque a las posiciones y a las personas será sobrepasada sin vacilar.

Según cómo reaccione, la oposición nos estará diciendo mucho más sobre ella misma que sobre el gobierno. Por sus críticas los conoceréis.

viernes, mayo 14, 2004

La UDI y la píldora

La UDI y la píldora


El gremialismo tuvo una dura prueba con la píldora del día después. Y la reprobó. Se trata de un tema de fondo, que requiere definir una posición más allá de la respuesta populista. Para esto, es preciso tener una misma posición sobre un tema álgido, incluso antes de pedirle al gobierno que diga lo que piensa.

La UDI podía oponerse o aprobar la medida del Ejecutivo, pero no estar en todos los lugares al mismo tiempo: algunos de sus dirigentes aceptaron la píldora, otros “se opusieron” y otros pidieron ser comprensivos con unos y otros.

Bastante mal, la UDI no logró coincidencia en un tema que puso a nivel de principios. Entonces, cuando -además- sale pidiendo explicaciones agresivamente, todo lo que se dice parece comedia del absurdo: lo que se afirma de otros se vincula con los que están en la misma tienda política.

Olvidemos este “detalle”. Tomemos como posición de toda la UDI, la más agresiva. Entonces, si el debate que produce sobre el uso de un fármaco es político, lo responsable es afrontarlo y entrar con fuerza en la defensa de lo que se cree mejor para todos. Así ocurre, por ejemplo, cuando parte del gremialismo dice que esta medida se debe a un fracaso de gobierno en la lucha contra la delincuencia, que quedaría reflejada en los casos de violaciones de menores. Si esta es la posición de que defiende, entonces no hay problema.

Pero cuando se recurre a la objeción de conciencia es hacerlo en otro terreno. La cuestión no es entre el gobierno y un alcalde o varios de ellos; es entre ellos y sus vecinos. De allí no debe salir. Pero demos tiempo para que este diálogo se dé sin un ambiente de presiones y sin que nadie juegue a la víctima. La UDI dio libertad de acción a sus alcaldes que no tengan problemas valóricos respecto de la distribución del fármaco.

¿De qué se trata entonces? Según Longueira, “no se trata de entregar píldoras después de las violaciones, sino de evitar que éstas ocurran”, y que “las madres de Chile quieren que sus hijas no sean objeto de agresiones sexuales cuando salen a la calle”.

¿Qué es tener “éxito” en la lucha contra la delincuencia? ¿Qué las acciones delictuales se reduzcan a cero? Hasta el más exigente sabe que esto no es posible en ningún país. Va contra la evidencia el considerar que las violaciones tienen como hechores a personas fácilmente identificadas como delincuentes. La mayor parte de los violadores son parientes o conocidos de las víctimas, pertenecen al entorno en las que ellas debieran sentirse protegidas. Por esto, el problema no está en proteger a las víctimas “cuando salen a la calle”, sino dentro de sus hogares o de las casas que frecuentan con toda confianza. No hay que perder el centro del verdadero dilema de ética pública. Lo que importa son las víctimas, no los ediles.

Hay aquí una visión autoritaria de las cosas que no corresponde en el caso de funcionarios, como son los alcaldes. Casi todos usan un lenguaje figurado al referirse a la comuna que dirigen: “en mi comuna, yo no permito”, “en mi comuna, yo dedico mis esfuerzos” y “yo le puse plata al consultorio, a la escuela, etc.” cuando se refieren al presupuesto municipal, que no es “su” dinero.

Las comunas no son de los alcaldes. Las municipalidades no son fundos. Si de alguien son, lo son de los vecinos. Un alcalde no permite ni deja de permitir que una norma de vigencia nacional se cumpla. Las que no están pintadas a la espera que los alcaldes decidan por ellas y por sus familiares directos. Familiares y víctimas tienen conciencia y es su decisión la que más importa en estos casos. Esto es lo que procede.

Por hacer esto, Longueira dijo que estamos “viviendo una dictadura”, pero los que realmente hemos sufrido a una -no colaborando con ella, que no es la forma como se las percibe mejor-, sabemos que no se caracterizan por el respeto de las personas y de sus decisiones. A todo el dolor que tienen que soportar las mujeres violadas, no hay necesidad de añadir el hecho que un funcionario se crea con derecho a definir por ellos lo que tienen que hacer luego de sucedido un delito, que es también una tragedo y un trauma.

Si alguien dice que en “su” comuna no pueden entregarse determinado fármaco en “su” consultorio, se está sobrepasando. La comuna es de la víctima, el consultorio está para atenderla, los fármacos deben estar ahí por si la definición de ella y su familia así lo requieren. Lo único inaceptable es que alguien se imponga a la víctima y la obligue en un sentido o en otro. Algo así sería un segundo atentado a la dignidad de la persona afectada. Pero a nadie se la ha ocurrido semejante monstruosidad, a la que habría suficientes motivos como para llamarla totalitaria.

Entiéndase bien: sin importar nuestras diferencias valóricas, es indudable que cada cual tiene que cumplir con los deberes públicos para los cuales fue electo. Comportarse como un ciudadano no como el responsable de su comunidad tal cual es en su diversidad: de los creyentes y los ateos, los hombres y mujeres, de los que quieren hacer uso de un fármaco y de los que no.

El alcalde es un servidor no su amo ni su patrón. Entramos en un período en el que no son los alcaldes quien decide que tan acertadamente opinan y juzgan sus ciudadanos. Habrá el momento de recordar episodios como el de los alcaldes de la UDI y la píldora del día después.


El gremialismo tuvo una dura prueba con la píldora del día después. Y la reprobó. Se trata de un tema de fondo, que requiere definir una posición más allá de la respuesta populista. Para esto, es preciso tener una misma posición sobre un tema álgido, incluso antes de pedirle al gobierno que diga lo que piensa.

La UDI podía oponerse o aprobar la medida del Ejecutivo, pero no estar en todos los lugares al mismo tiempo: algunos de sus dirigentes aceptaron la píldora, otros “se opusieron” y otros pidieron ser comprensivos con unos y otros.

Bastante mal, la UDI no logró coincidencia en un tema que puso a nivel de principios. Entonces, cuando -además- sale pidiendo explicaciones agresivamente, todo lo que se dice parece comedia del absurdo: lo que se afirma de otros se vincula con los que están en la misma tienda política.

Olvidemos este “detalle”. Tomemos como posición de toda la UDI, la más agresiva. Entonces, si el debate que produce sobre el uso de un fármaco es político, lo responsable es afrontarlo y entrar con fuerza en la defensa de lo que se cree mejor para todos. Así ocurre, por ejemplo, cuando parte del gremialismo dice que esta medida se debe a un fracaso de gobierno en la lucha contra la delincuencia, que quedaría reflejada en los casos de violaciones de menores. Si esta es la posición de que defiende, entonces no hay problema.

Pero cuando se recurre a la objeción de conciencia es hacerlo en otro terreno. La cuestión no es entre el gobierno y un alcalde o varios de ellos; es entre ellos y sus vecinos. De allí no debe salir. Pero demos tiempo para que este diálogo se dé sin un ambiente de presiones y sin que nadie juegue a la víctima. La UDI dio libertad de acción a sus alcaldes que no tengan problemas valóricos respecto de la distribución del fármaco.

¿De qué se trata entonces? Según Longueira, “no se trata de entregar píldoras después de las violaciones, sino de evitar que éstas ocurran”, y que “las madres de Chile quieren que sus hijas no sean objeto de agresiones sexuales cuando salen a la calle”.

¿Qué es tener “éxito” en la lucha contra la delincuencia? ¿Qué las acciones delictuales se reduzcan a cero? Hasta el más exigente sabe que esto no es posible en ningún país. Va contra la evidencia el considerar que las violaciones tienen como hechores a personas fácilmente identificadas como delincuentes. La mayor parte de los violadores son parientes o conocidos de las víctimas, pertenecen al entorno en las que ellas debieran sentirse protegidas. Por esto, el problema no está en proteger a las víctimas “cuando salen a la calle”, sino dentro de sus hogares o de las casas que frecuentan con toda confianza. No hay que perder el centro del verdadero dilema de ética pública. Lo que importa son las víctimas, no los ediles.

Hay aquí una visión autoritaria de las cosas que no corresponde en el caso de funcionarios, como son los alcaldes. Casi todos usan un lenguaje figurado al referirse a la comuna que dirigen: “en mi comuna, yo no permito”, “en mi comuna, yo dedico mis esfuerzos” y “yo le puse plata al consultorio, a la escuela, etc.” cuando se refieren al presupuesto municipal, que no es “su” dinero.

Las comunas no son de los alcaldes. Las municipalidades no son fundos. Si de alguien son, lo son de los vecinos. Un alcalde no permite ni deja de permitir que una norma de vigencia nacional se cumpla. Las que no están pintadas a la espera que los alcaldes decidan por ellas y por sus familiares directos. Familiares y víctimas tienen conciencia y es su decisión la que más importa en estos casos. Esto es lo que procede.

Por hacer esto, Longueira dijo que estamos “viviendo una dictadura”, pero los que realmente hemos sufrido a una -no colaborando con ella, que no es la forma como se las percibe mejor-, sabemos que no se caracterizan por el respeto de las personas y de sus decisiones. A todo el dolor que tienen que soportar las mujeres violadas, no hay necesidad de añadir el hecho que un funcionario se crea con derecho a definir por ellos lo que tienen que hacer luego de sucedido un delito, que es también una tragedo y un trauma.

Si alguien dice que en “su” comuna no pueden entregarse determinado fármaco en “su” consultorio, se está sobrepasando. La comuna es de la víctima, el consultorio está para atenderla, los fármacos deben estar ahí por si la definición de ella y su familia así lo requieren. Lo único inaceptable es que alguien se imponga a la víctima y la obligue en un sentido o en otro. Algo así sería un segundo atentado a la dignidad de la persona afectada. Pero a nadie se la ha ocurrido semejante monstruosidad, a la que habría suficientes motivos como para llamarla totalitaria.

Entiéndase bien: sin importar nuestras diferencias valóricas, es indudable que cada cual tiene que cumplir con los deberes públicos para los cuales fue electo. Comportarse como un ciudadano no como el responsable de su comunidad tal cual es en su diversidad: de los creyentes y los ateos, los hombres y mujeres, de los que quieren hacer uso de un fármaco y de los que no.

El alcalde es un servidor no su amo ni su patrón. Entramos en un período en el que no son los alcaldes quien decide que tan acertadamente opinan y juzgan sus ciudadanos. Habrá el momento de recordar episodios como el de los alcaldes de la UDI y la píldora del día después.

viernes, mayo 07, 2004

Los pecados del populismo

Los pecados del populismo


El populista tiene algo de sobrecogedor. Al escarbar un poco en su superficie, lo que se encuentra es el vacío, la falta de propuestas -que es el sentido de la política- nada más que el afán por el poder mediante el recurso de halagar y “dar en el gusto” a los electores a cualquier costo. Su única fidelidad es con los indicadores de popularidad.



El populismo sacrifica lo que tiene valor permanente en aras de lograr un provecho inmediato. Los populistas tienden a no considerar las consecuencias duraderas de sus acciones: buscan obtener ventajas aquí y ahora.

En situaciones normales, esta actitud puede pasar inadvertida. Pero no en momentos complejos, cuando las repercusiones de lo que se hace importan mucho. Entonces el populista queda al descubierto como lo que es: un peligro para la estabilidad democrática. Ni siquiera sirve para defender los intereses de los grupos poderosos.

La crisis del gas pone al país en una situación difícil. Nuestro objetivo común es influir en la toma de decisiones en Argentina, para que su gobierno cambie su posición en este caso. Cualquier otra cosa nos perjudica. Pero hay algunos que no han encontrado nada mejor que aprovechar las circunstancias para incidir en la elección presidencial próxima. Si las instituciones son afectadas, es algo que los tiene sin cuidado.

Se nota enseguida cuando un populista entra en debate, porque ni se esfuerza por dar coherencia a sus argumentos con aquellos que utilizó en el pasado; y aunque pareciera centrarse en la solución de problemas, en realidad ataca a las personas. Nunca presenta una solución seria, sólo exige dureza.

El populista tiene dos caras. Una es casi angelical y siempre sonriente, la del candidato mismo. Pero, para saber en lo que está realmente centrado hay que poner atención a lo que dicen y hacen sus lugartenientes. Estos realizan el trabajo sucio y lanzan los ataques sin mascaras y sin contemplaciones.

Si hay algo que al populista no le preocupa es exponerse a las mismas críticas que hace; por ejemplo, acusa a la chancillería de improvisación sobre nuestras relaciones con América Latina, a pesar que antes lo criticó por atender en exceso a un barrio del que nos deberíamos apartar.

¿Alguien puede señalar algún gesto del candidato de la derecha que evidencie una preocupación particular por la región? Quizá se mencionaría su viaje a Cuba, pero a este no lo antecedió nada y no derivó en ninguna acción: lo que ocurriera o dejara de ocurrir con Cuba le tenía sin cuidado. Tampoco Castro importaba en cuanto Jefe de Estado, sino Fidel en cuanto figura mediática y el tiempo en cámara obtenido con él. Punto y a otra cosa.

El populista parece puramente liviano porque las propuestas que presenta no brillan precisamente por su originalidad y profundidad. En realidad no lo es. Se le puede calificar de frívolo por su despreocupación. Pero también como despiadado por el abanico de procedimientos que está dispuesto a emplear contra los “obstáculos”: daga para los enemigos y circo para la concurrencia.

El peligro que representa el populista queda patente en el trato que les da a los liderazgos que se le oponen, por ejemplo, el de las ministras. Es el mismo trato destructivo que usó antes con los personajes de su propio sector que brillaban con luz propia y representaban una amenaza.

El populista tiene algo de sobrecogedor. Al escarbar un poco en su superficie, lo que se encuentra es el vacío, la falta de propuestas -que es el sentido de la política- nada más que el afán por el poder mediante el recurso de halagar y “dar en el gusto” a los electores a cualquier costo. Su única fidelidad es con los indicadores de popularidad.

Por esto, el populista no tiene buena opinión de sus electores, a los que trata como seres bastante limitados. Como el flautista de Hamelin, está convencido que basta con tocar la melodía precisa para que bailen al ritmo de su música. La mejor arma contra la banalización de la política es tratar a las personas con respeto y no despreciar su capacidad de discernir.

Los mejores políticos -los estadistas- son los que dialogan con los ciudadanos de un modo que permite que acepten las decisiones complejas de alcance nacional, que piensen en su propia responsabilidad. O sea, que no sólo lo apoyen, sino que lo acompañen en las decisiones.

La irresponsabilidad de Argentina no se puede enfrentar con irresponsabilidad en Chile. El fuego no se combate con más fuego. Si nos dejamos llevar por las respuestas fáciles e histriónicas no vamos a solucionar ningún problema: vamos a agregar otros al que ya tenemos.
¿Resultará la campaña de hostigamiento y desgaste de las ministras? En la derecha, el populismo destruye líderes, como queda corroborado por la experiencia reciente.

La Concertación es otra cosa. Tiene defectos notables, como los que evidencia cuanto intenta torcerle la voluntad a su propio electorado, pero, definitivamente, es otra escuela. Existe antagonismo, pero también cooperación. No destruye sus liderazgos, sino que los ordena. Se escoge a una persona para que la represente, pero las demás no “desaparecen”, sino que colaboran y se suman, siempre y cuando se respeten ciertas formalidades. No está nada mal como diferencia.