viernes, marzo 25, 2005

El prisionero, la sentencia y la venganza

El prisionero, la sentencia y la venganza


Con garra y entusiasmo

Nada más parecido a una sentencia. RN nos sorprende con su nuevo anuncio de apoyo decidido a la candidatura de Lavín.

Desde la salida de Piñera de su presidencia, este partido debe haber dado una media docena de declaraciones enfáticas de apoyo al abanderado, “con garra y entusiasmo”, como les gusta decir a sus dirigentes.

Esta escena se repetirá en las semanas que siguen. Aunque con tanto apoyo se obtenga precisamente lo contrario de lo que se declara. Y así la candidatura de Lavín rote en torno a un mismo círculo, sin avanzar. Cuando éste se desahoga diciendo “hagan lo que quieran”, muestra un estado de ánimo acorde con el momento en el que se encuentra: prisionero de una situación de la que solo sacan ventaja sus adversarios en la oposición.

El circuito en el que ha entrado el ex alcalde es francamente desesperanzador. RN lo proclama su candidato por amplio margen, en alguna de sus instancias oficiales. A la salida, las declaraciones más contundentes advierten que su candidatura va por mal camino y otros sentencian que, así como va, Lavín no podrá despegar. Preanuncian reveces próximos y una baja en las encuestas.

Y, claro, sucede que en las encuestas siguientes Lavín nuevamente baja. Todos dudan públicamente. Sugieren el cambio de candidato. Acuerdan reunirse para “analizar la situación y tomar una decisión definitiva”. Cuando se reúnen, llegan a las mismas conclusiones: no hay “agua en la piscina” para otra candidatura.

Mostrando un entusiasmo que no desentonaría en un funeral, RN llega nuevamente a la ratificación solemne de la candidatura de Lavín … y vuelta de nuevo a lo mismo.

A Tarzán se lo comieron los monos

La situación no solamente es incómoda para el supuesto abanderado y para la conducción partidaria de RN. Esta no puede aparecer cada cierto tiempo volviendo al punto de partida, y pensar que se está manteniendo el mínimo decoro. Cada vez más la dirección oficial se desdibuja, hasta hacer casi imposible el prestar atención a lo que dice. Con RN queda en evidencia que hay partidos a los que se les conduce mejor desde los lados que desde la directiva.

Llama la atención la torpeza y falta de tacto. Torpeza, porque cuando una candidatura sólo puede perder, es innecesario que quienes puedan reemplazarlo en el liderazgo anuncien lo mal que está. Falta de tacto, porque el procedimiento para tratar las diferencias solo puede agravarlas, dejando heridos, un reguero de resentimientos y el convencimiento que no hay un fin superior.

En la derecha no tratan de convencer; intentan imponerse. El comportamiento no ha tenido que ver con una diferencia entre formas de hacer política. Lo que los ha diferenciado es la fuerza que cada cual ha tenido en un determinado momento para tratar al otro como le gustaría.

El gremialismo bajó a Piñera de una campaña senatorial, mostrando una saña “sin medida ni clemencia”. Al parecer, ha llegado la hora de la venganza. No hay ninguna necesidad para ello. Más bien es contraproducente para quien lo lleve a cabo. Solo pueden perder todos con lo que hacen. Sin embargo, ahí los tenemos, degustando la lenta agonía que se les propina a los aliados. Esto no es política de estadista, sino práctica de matones con poder.

Mal por Chile. Otra fue la conducta de la derecha al inicio de la transición, como parte de quienes produjeron un patrimonio nacional de sensatez.

¿Qué se consigue con esto? Sólo que emigre el apoyo. En la experiencia cotidiana, está presente un cambio en su entorno familiar y entre sus conocidos. Personas “congénitamente” de derecha están más atraídas por lo que pase en las primarias de la Concertación que por su candidato.

Es sorprendente la vuelta de la política a la conversación cotidiana en las casas, los eventos sociales y todo tipo de lugares públicos.

Las candidatas interesan y la derecha aburre. Las candidatas incorporaron lo cotidiano por la puerta ancha de la política, por eso la política entró en lo cotidiano. Para que a uno le preocupe la derecha, tiene que estar interesado en la zoología o las historietas: tiene que importarle quién es Tarzán, quiénes los monos y quiénes las víboras. Todo esto en un grupo de gente que viene de apoyar a un gorila que tenía al país lleno de sapos. ¿A cuento de qué tanto animalito?

Hasta el menos perspicaz entiende la diferencia. La derecha vive una tragicomedia. A algunos los hará reír y a otros llorar. Pero lo cierto es que quienes causan estas reacciones no dan el ancho de lo que se les pide. Porque la mayor diferencia no se nota cuando se gana o cuando todo va bien, sino en cómo se enfrentan los problemas y las diferencias.



El gobierno de la una con la otra


La Concertación acaba de pasar por un episodio difícil. Su desarrollo fue rápido y su desenlace se produjo en cuestión de días. Todo en menos de una semana.

Inmediatamente después, la Concertación sorprende con el rápido cierre de una negociación exitosa. Un buen acuerdo es siempre algo a felicitar, pero un buen acuerdo conseguido a tiempo, es doblemente meritorio. Quienes lograron establecer las primarias con itinerario conocido, en un lapso prudencial y al gusto de ambas partes, han prestado un invaluable servicio al conglomerado oficialista.

En la Concertación no se trata únicamente de solucionar las diferencias en cuestión de días, con altura de miras, sin ofensa, sin rencores, sin mezquindades. Se trata de superarlos de manera que no siga penando, para permitir seguir ejerciendo el gobierno en coalición. No hay un gobierno socialista, PPD, radical y otro, en paralelo, del PDC. Así no funciona el Estado ni el gobierno.

Todos llevan la cuenta de los días en que la coalición de gobierno entra en problemas. Nadie se preocupa de contar los meses que dedica la derecha a cultivar los propios. Ello porque el estado natural de la Concertación es la confluencia y el de la oposición es la divergencia.

La derecha escoge por eliminación. La Concertación por integración. Ahora existen dos precandidatas. El resultado está por verse, pero se sabe que el próximo será el gobierno de la una con la otra. Cada cual está a favor de una, pero no en contra de la otra. Y en esto reside la diferencia. La derecha tiene por candidato un prisionero. La Concertación tiene sus candidatas instaladas en las casas y en la calle.

viernes, marzo 18, 2005

Derecha: primarias no, derrota sí

Derecha: primarias no, derrota sí


El vacío de liderazgo es un tema que se hace sentir en la derecha. Lo lógico era que la Alianza se centrara en las parlamentarias, con un decoroso papel en la presidencial. Pero el descontento es tan notorio que hay menor espacio para las conductas prudentes.

Se plantea la idea de una primaria presidencial. La viabilidad y oportunidad brillan por su ausencia. Pero es significativo que no se evite la discusión a puertas abiertas, no obstante ser perjudicial para la campaña del candidato. Como arrojarle un salvavidas de plomo a Joaquín Lavín cuando intenta salir a flote.

Las preferencias se concentran en el ex alcalde porque ha sido el candidato indiscutido por mucho tiempo. Pero cuando en la próxima medición nuevamente baje, la paciencia parecerá agotada. El electorado de derecha (no solo sus dirigentes) empezará a plantear la posibilidad de su reemplazo antes de diciembre o inmediatamente después.

En las encuestas, Lavín es el personaje más conocido de la oposición, pero también uno de los de mayor rechazo. Hay otros menos conocidos y por eso pueden crecer si se ponen en campaña. En otras palabras, ajustada la lectura de las encuestas, considerando un momento en que todos fueran igualmente conocidos -lo que se consigue en campaña-, y si se profundiza el rechazo a Lavín, las primarias no lo favorecen.


Motin en la derecha

Este escenario es el menos probable -no imposible-, porque la elite de la derecha no lo desea. En realidad, si hay un lugar donde Sebastián Piñera provoca aversión es en la elite. Da que pensar que una parte no despreciable de quienes lo conocen de cerca, terminan oponiéndosele. Es probable que el trato directo no sea lo más gratificante.

Pero en la política la última palabra no la tiene la elite, en ninguna de sus expresiones. Como han demostrado liderazgos como el de Soledad Alvear y Michelle Bachelet, está en las manos ciudadanas. Ningún poder oculto lo alteraría. Todos los barones socialistas unidos no podrían bajar a Bachelet y lo mismo acontecería con los falangistas y Alvear. Pese al hábito de ajustar piezas desde lugares poco visibles, nadie lo intenta salvo excepciones que se explican más por genética que política.

La gente común y silvestre puede dar piso a un motín en la derecha. Esto es clave. Si se hace un símil con la Concertación, se puede aclarar con rapidez. En el caso de la coalición de gobierno, la gente quiere a las candidatas, pero no confrontación entre ellas. Quiere dirimir sin descalificar, excluir ni rechazar.

La moderación no la pondrán los comandos, sino los ciudadanos a los que está destinado los esfuerzos de uno u otro. Tal vez el electorado de derecha no sea tan diferente. Quizá tampoco le parezca buena la confrontación entre personalidades y partido. Eso a pesar de que sus dirigentes rara vez tengan la sensatez de evitar meterse de lleno en el primer atisbo de conflicto.


Si te mato, me muero

Este es el tiempo de Lavín para bien o para mal. Para perder... por mucho o por poco. Pero es su tiempo. A Piñera le conviene hacer pesar su ausencia. Ganar una elección, pero no la presidencial. Mostrar la diferencia entre su “rendimiento” y el de Lavín. Pero sin torpedear sus esfuerzos por salir a flote. Sin embargo, el descontento es el descontento y ya no se puede ocultar.

¿Alguien se sorprendería de saber que en un evento de estas características sería Piñera el que tendría la mejor opción y no Lavín?

Si lo hace, nunca se estará completamente seguro de que esto se deba a la mala influencia que ejerció Piñera al desviar votos y distraer esfuerzo o a un desfondamiento natural.
Desde luego, tal vez hoy no se vea cómo, pero lo cierto es que “el que a hierro mata, a hierro muere”. Y lo que hoy le haga Piñera a Lavín, alguien se encargará de devolvérselo en su oportunidad.

Lo que detiene el motín es la necesidad de presentar una lista única parlamentaria, algo que no es posible sin candidato presidencial único. Pero la razón es esta, no el tremendo arrastre popular que tenga Lavín en comparación a su contrincante. Hay que reconocer que Piñera es más potente como amenaza que como candidato. Tiene enemigos y muchos. Pero ninguno de ellos ha llegado a decir que lo considera poco inteligente.

Pues bien, presentarse como candidato en una elección primaria en la derecha lo haría partícipe de la derrota de Lavín o la figura principal de su propia derrota ante la Concertación en el caso que ganara (probablemente para alivio del propio Lavín).

Al presentarse dividiendo, solo puede perder. Visto desde fuera la primaria puede ser buena idea en la oposición; siempre lo ha sido en el oficialismo. Pero no. En la Concertación ha habido primarias porque ha existido antes Concertación, propósitos comunes, experiencia de trabajo, respeto de la palabra empeñada, márgenes conocidos de discrepancias, capacidad de soportar tensiones.

La derecha no es así. Tal como está ahora, no sabría cómo detenerse en el momento álgido. No le es fácil caminar y masticar chicle. Enfrentada en una competencia interna absorbente, olvidaría a los adversarios para dedicarse al placer que cultiva con más refinamiento: darle al otro el tratamiento más rudo. Sabría cuando entran en primarias, pero no tendría la menor idea de cómo salir. En las primarias se cosecha lo que se ha sembrado antes, y la derecha ha sembrado demasiados vientos para no cosechar una fuerte tempestad auto inflingida.

viernes, marzo 11, 2005

Un sueño imposible

Un sueño imposible


Tres componentes descompuestos

La Presidencia se ha vuelto para Lavín un sueño imposible. Hoy afronta un problema sin solución y que sella su destino. Necesita que los tres componentes de una campaña -el candidato, el comando y los partidos- tengan intereses compatibles. Esto no ha ocurrido y ya no ocurrirá.
El candidato debe fortalecerse con el apoyo de quienes tienen respaldo en la oposición. Apenas lo intenta, surge algún veto. Subir a Sebastián Piñera es bajar a la UDI; subir a Lily Pérez es bajar a Carlos Bombal. Con cualquier combinación nunca suma más de lo que pierde.

El interés de un partido es siempre potenciarse. Eso se expresa en el parlamento. Para que un candidato presidencial concite la atención de los partidos que lo respaldan, necesita rebasar el ámbito de influencia de quienes lo apoyan. El candidato debe “aportar un plus”. Pero Lavín suma menos que toda la derecha y reduce su apoyo en cada nueva medición.

Entre dedicarse a ganar lo que puede o hacer transferencias de sangre a una candidatura perdida, la derecha no tiene dónde perderse.

El interés del comando es hacer la mejor campaña “profesionalmente hablando”. Se le pide algo que no puede dar. Necesita romper la inercia, pero, si se pone agresivo, la opinión pública -que no quiere eso- lo penalizará. Si el comando se fortalece con figuras atractivas, el entorno será más atrayente que el mismo candidato. Lo matarán de puro cariño.

Hoy al comando se le pide clarividencia política. Pero éste queda en manos de eficientes técnicos que pueden hacer todo lo demás, menos eso. Ellos se dedicarán a hacer la pega, para que nadie diga que cometieron una falta, porque saben que serán reconocidos “en el mercado” (no es lo mismo saber que dentro de unos meses estarán en La Moneda a reconocer que promocionarán jabones, autos o lencería). Claro: al final el candidato se fue al despeñadero, pero ¡qué bello marketing tuvo antes de su lamentable deceso político!


Un corral para Piñera

En la derecha, lo decisivo es que los componentes de la campaña no tienen objetivos convergentes. Quien tenga dudas que vea lo de Piñera. Lavín tenía en sus manos decidir. Lo que no está en su poder es detener la campaña por el liderazgo que puede dejar vacante en pocos meses. Puede condicionar el escenario de la competencia por su sucesión, no suspender la competencia. Al incorporar a Piñera, por ejemplo, en un rol protagónico, Lavín daba más impulso a su propia campaña pero dado el personaje, perdía una parte del control de su entorno.

Dejar fuera a los liderazgos reales evita problemas con el gremialismo (que tiene menos claro qué gana con apoyar tanto al abanderado), pero mantiene el letargo en que se debate su campaña. Mientras existiera la duda sobre lo que finalmente haría Lavín, los demás estaban a la expectativa.


Eliminadas las incógnitas, llegó el momento de tomar decisiones. La resolución que se tomó respecto de Piñera es típica. Fue como dejarlo fuera desde dentro. Se le ofreció incorporarse como par de un grupo de 15 personas. Para reunirse una vez a la semana. Para dar opiniones. Por supuesto, el invitado dijo que no, pero aunque se llegara sentar en el “comité estratégico”, de nada sirve. No lo quieren. Sabe que está puesto en un corral. Igual dedicará 99% del tiempo… a las parlamentarias. El adversario interno no es integrable. Es un síntoma de que en la campaña los componentes están descompuestos.

Si la competencia no se da al interior del comando, se dará fuera de él. Y el escenario son los partidos (controlar sus directivas) y la parlamentaria. Son puntos neurálgicos y requieren ser resueltos de manera favorable por el liderazgo.

Respecto a la conducción de los partidos no hay duda: lo que importa no es cuán cerca haya estado cada cual de Lavín, sino qué tan preocupado haya estado un líder de los militantes a lo largo del territorio.

El reconocimiento partidario no se improvisa ni se genera en un día, pero se puede perder con cierta rapidez por errores graves. No debiera extrañar que algunos posibles líderes queden relegados por haberse preocupado más de Lavín que de su casa. Para esto falta un poco.

Diputados y senadores no pueden esperar. Todo candidato parlamentario busca aliados. No por gusto, sino con el propósito de recibir apoyos en el proceso electoral. Veremos muchos padrinos prestando ayuda y asistencia a postulantes o repostulantes.

En otras ocasiones hubiera bastado con arrimarse al candidato presidencial. Ahora los tiempos son diferentes. El motivo de tanto movimiento es que los aspirantes a suceder a Lavín requieren redes regionales que los sostengan en sus aspiraciones. Justo en el momento en que tal ayuda es más necesaria y es mejor recibida.

Lavín ha dejado de ser un personaje que haga innecesaria la búsqueda de apoyos. Es notorio que empieza a sufrir cierto vacío. No puede auto asignarse carta blanca. No puede ser un candidato apoyado por todos, y, al mismo tiempo, manifestar preferencias parlamentarias que entregan ventaja a unos sobre otros en competencias estrechas.

Los gremialistas se han contentado con dejar claro que la responsabilidad de lo que ocurra es imputable al candidato. Y no podrán seguir mucho tiempo sin sacar las conclusiones de un distanciamiento que no quieren, pero que no pueden evitar.

Falta poco para que los líderes de la oposición se convenzan que el mejor lugar en la campaña de Lavín es fuera del comando. Descendiendo en las encuestas, enfrentando candidatas que se fortalecen, con partidos en pugna y con un comando dedicado a rescatar el desilusionado voto duro, la Presidencia se ha vuelto un sueño imposible para Lavín.

viernes, marzo 04, 2005

Fernández: la voz calma de un rostro frío

Fernández: la voz calma de un rostro frío



“Si investigo, no duro ni cinco minutos como ministro”, declaró en su defensa el senador de la UDI Sergio Fernández, en alusión a por qué actuó como lo hizo en el caso de los detenidos desaparecidos.

En esas pocas palabras definió toda la miseria política de la dictadura y la responsabilidad política de los representantes de la derecha que actuaron en ese régimen.

“Si investigo no duro”, es decir: si me hubiera atrevido a interferir en la maquinaria estatal de muerte no conservo mi puesto. Preferí continuar en mi puesto. Preferí el ejercicio del poder a hacerme cargo del lado más oscuro.

Está todo dicho. Pero aún no están todas las consecuencias humanas y políticas develadas. Hay quienes se extrañan que alguien pueda decir estas cosas con un tono pausado y monocorde. Se sorprenden de la voz calma en el rostro frío. ¡Tuvo años de entrenamiento para mantener la calma mientras las peores cosas ocurrían!

Por que, ¡vaya sorpresa!, ahora resulta que el ex ministro sí sabía de los detenidos desaparecidos. Resulta que el cardenal se lo había hecho saber, y que él tuvo conocimiento de 488 personas que desaparecieron.

¿Qué hizo con esta información? ¿Enfrentar a los órganos de seguridad? No, por supuesto. Se la entregó … a otros. A los que no habían ejecutado las acciones denunciadas. En este caso, a Investigaciones. Por supuesto, los resultados de sus “gestiones” no llegaron a ningún lado.

Por que, en realidad, las gestiones no tenían ningún propósito efectivo. Sólo que dejaban a quien las llevaba a cabo con algo parecido a una conciencia tranquila.

Dice el ex ministro que él actuó en consonancia con la información “genérica” que tenía. Si se le mintió, él no tenía cómo saberlo.

Esta explicación vale lo que vale. Incluso incomoda un poco comentarla. Pero lo que Fernández sólo puede ocurrir en un país desconocido que no es el nuestro.

Intente usted darle una explicación “genérica” a un ministro sobre un tema que le interesa y que es de su responsabilidad. Imagine usted cómo reaccionaría un parlamentario cuanto está fiscalizando y, alguien del Ejecutivo, le entrega una explicación somera sobre lo que investiga. Piense en el gerente de cualquier empresa al que un subordinado le entrega información tranquilizante en un negocio de importancia. ¿Cómo le iría al amante de lo “genérico”?

Si Fernández aguantó un calmante como explicación, no es porque buscara la verdad. En el fondo, buscaba que lo tranquilizaran. Mientras más se escucha lo que dice, más claro queda el papel que jugaron tantos civiles en el régimen militar, aunque pocos desde lugares tan prominentes.

Una y otra vez el tema vuelve. Ahora por un debate sobre responsabilidad política y responsabilidad penal, enseguida por una polémica electoral. En la coyuntura, lo primero no tiene mucho destino y lo segundo no tiene gran profundidad. Sin embargo, colaborar a la formación de un juicio ciudadano es, al final, lo más trascendente en este caso.

Estamos en campaña y esto significa que cualquier tema, por importante que sea, pasa en los comandos por un procesamiento que busca extraerles algún provecho de utilidad inmediata. Un ejemplo es la reacción de Lavín en defensa de Fernández. Interesa que el candidato es una desilusión para muchos y que hasta el voto “duro” se licuaba. Por eso esta defensa tan típica de derecha, que intenta reaglutinar a los convencidos y desde allí remontar.

Pero a los chilenos nos interesa saber qué pasó, quién lo hizo, quién lo dejó hacer. Recordar para no repetir. Qué no se mientan, qué no nos mientan. Porque no es verdad que los engañaron y el que lo dice se equivoca.

Y así fue como pasó. La imagen que se nos presenta es la de una gran casa iluminada para la fiesta. En el salón todo era elegancia, sonrisas, baile con orquesta y abundante comida. Mientras en el subterráneo había gente que sufría, gritaba y moría en lugares oscuros, en manos de especialistas.

Lo que nos dicen los dueños de casa es que ellos estaban en el salón iluminado, no en el subterráneo. Lo que nosotros decimos es que se trataba de la misma casa. ¡Por Dios Santo, era la misma casa!

Nos dicen los del salón que no escuchaban los gritos, porque estaban muy cerca de la orquesta. Nosotros replicamos que siempre se preocuparon de estar cerca de la orquesta, para no escuchar nada.

Así son los dictadores. Cuando están en el poder son arrogantes y bravucones: nada sucede sin que lo sepan. Pero algo les pasa cuando pierden el poder. La posibilidad del juicio público les produce amnesia. Tanto que uno llega a la conclusión que la dictadura es un sistema donde gobiernan los ignorantes. El dictador no sabe nada. Al ministro del Interior le hablaban “en genérico”. El encargado de comunicaciones no estaba informado… Lo que parecía un esbirro era, en realidad, un demócrata encubierto que esperaba la primera oportunidad para mostrar sus profundas convicciones.

Estos amnésicos nos piden que hagamos una profesión de estupidez. Hasta ahora, hemos creído que las dictaduras son regímenes donde quien llega al mando por la violencia concentra el poder para obtener sus objetivos, sin respetar la dignidad de sus opositores. No fue así… No. La dictadura fue un régimen donde gente bien intencionada e ingenua se preocupaba patrióticamente de que las cosas funcionaran.

Lo malo fue que estas hermosas personas fueron vilmente engañadas por los servicios de seguridad. Estos fueron tan hábiles que se las arreglaron para que gente de moralidad intachable no se enterara (si no décadas después) de hechos deleznables que, por supuesto, ellos deploran.

Si esto no se lo creen sus hijos y sus nietos, ¿por qué deberíamos creerlo nosotros? Todos saben la verdad y los aterroriza que personas que aprecian sepan que ellos usaron el terror y se beneficiaron de la violencia. Son prósperos y quieren parecernos respetables.

Pero ¿cómo vamos a darle nosotros lo que su conciencia les niega? Están atrapados en su propia mentira. Y eso debe ser atroz. Las últimas víctimas de la dictadura son sus propios victimarios. Y ahora, ¿qué dirán los que una vez fueron oprimidos? En este caso, tiendo a pensar que no mucho más. Solo ser fieles a la verdad.

Alguno podrá decir que ya habló y dio la cara cuando era más valioso. Cuando no estaba permitido. Cuando no usaban caretas. Cuando se mostraban como eran, como son, como no podrán volver a ser. Lo que hubo que decir, ya se dijo.

A ellos sólo les queda la voz calma de un rostro frío.