viernes, marzo 04, 2005

Fernández: la voz calma de un rostro frío

Fernández: la voz calma de un rostro frío



“Si investigo, no duro ni cinco minutos como ministro”, declaró en su defensa el senador de la UDI Sergio Fernández, en alusión a por qué actuó como lo hizo en el caso de los detenidos desaparecidos.

En esas pocas palabras definió toda la miseria política de la dictadura y la responsabilidad política de los representantes de la derecha que actuaron en ese régimen.

“Si investigo no duro”, es decir: si me hubiera atrevido a interferir en la maquinaria estatal de muerte no conservo mi puesto. Preferí continuar en mi puesto. Preferí el ejercicio del poder a hacerme cargo del lado más oscuro.

Está todo dicho. Pero aún no están todas las consecuencias humanas y políticas develadas. Hay quienes se extrañan que alguien pueda decir estas cosas con un tono pausado y monocorde. Se sorprenden de la voz calma en el rostro frío. ¡Tuvo años de entrenamiento para mantener la calma mientras las peores cosas ocurrían!

Por que, ¡vaya sorpresa!, ahora resulta que el ex ministro sí sabía de los detenidos desaparecidos. Resulta que el cardenal se lo había hecho saber, y que él tuvo conocimiento de 488 personas que desaparecieron.

¿Qué hizo con esta información? ¿Enfrentar a los órganos de seguridad? No, por supuesto. Se la entregó … a otros. A los que no habían ejecutado las acciones denunciadas. En este caso, a Investigaciones. Por supuesto, los resultados de sus “gestiones” no llegaron a ningún lado.

Por que, en realidad, las gestiones no tenían ningún propósito efectivo. Sólo que dejaban a quien las llevaba a cabo con algo parecido a una conciencia tranquila.

Dice el ex ministro que él actuó en consonancia con la información “genérica” que tenía. Si se le mintió, él no tenía cómo saberlo.

Esta explicación vale lo que vale. Incluso incomoda un poco comentarla. Pero lo que Fernández sólo puede ocurrir en un país desconocido que no es el nuestro.

Intente usted darle una explicación “genérica” a un ministro sobre un tema que le interesa y que es de su responsabilidad. Imagine usted cómo reaccionaría un parlamentario cuanto está fiscalizando y, alguien del Ejecutivo, le entrega una explicación somera sobre lo que investiga. Piense en el gerente de cualquier empresa al que un subordinado le entrega información tranquilizante en un negocio de importancia. ¿Cómo le iría al amante de lo “genérico”?

Si Fernández aguantó un calmante como explicación, no es porque buscara la verdad. En el fondo, buscaba que lo tranquilizaran. Mientras más se escucha lo que dice, más claro queda el papel que jugaron tantos civiles en el régimen militar, aunque pocos desde lugares tan prominentes.

Una y otra vez el tema vuelve. Ahora por un debate sobre responsabilidad política y responsabilidad penal, enseguida por una polémica electoral. En la coyuntura, lo primero no tiene mucho destino y lo segundo no tiene gran profundidad. Sin embargo, colaborar a la formación de un juicio ciudadano es, al final, lo más trascendente en este caso.

Estamos en campaña y esto significa que cualquier tema, por importante que sea, pasa en los comandos por un procesamiento que busca extraerles algún provecho de utilidad inmediata. Un ejemplo es la reacción de Lavín en defensa de Fernández. Interesa que el candidato es una desilusión para muchos y que hasta el voto “duro” se licuaba. Por eso esta defensa tan típica de derecha, que intenta reaglutinar a los convencidos y desde allí remontar.

Pero a los chilenos nos interesa saber qué pasó, quién lo hizo, quién lo dejó hacer. Recordar para no repetir. Qué no se mientan, qué no nos mientan. Porque no es verdad que los engañaron y el que lo dice se equivoca.

Y así fue como pasó. La imagen que se nos presenta es la de una gran casa iluminada para la fiesta. En el salón todo era elegancia, sonrisas, baile con orquesta y abundante comida. Mientras en el subterráneo había gente que sufría, gritaba y moría en lugares oscuros, en manos de especialistas.

Lo que nos dicen los dueños de casa es que ellos estaban en el salón iluminado, no en el subterráneo. Lo que nosotros decimos es que se trataba de la misma casa. ¡Por Dios Santo, era la misma casa!

Nos dicen los del salón que no escuchaban los gritos, porque estaban muy cerca de la orquesta. Nosotros replicamos que siempre se preocuparon de estar cerca de la orquesta, para no escuchar nada.

Así son los dictadores. Cuando están en el poder son arrogantes y bravucones: nada sucede sin que lo sepan. Pero algo les pasa cuando pierden el poder. La posibilidad del juicio público les produce amnesia. Tanto que uno llega a la conclusión que la dictadura es un sistema donde gobiernan los ignorantes. El dictador no sabe nada. Al ministro del Interior le hablaban “en genérico”. El encargado de comunicaciones no estaba informado… Lo que parecía un esbirro era, en realidad, un demócrata encubierto que esperaba la primera oportunidad para mostrar sus profundas convicciones.

Estos amnésicos nos piden que hagamos una profesión de estupidez. Hasta ahora, hemos creído que las dictaduras son regímenes donde quien llega al mando por la violencia concentra el poder para obtener sus objetivos, sin respetar la dignidad de sus opositores. No fue así… No. La dictadura fue un régimen donde gente bien intencionada e ingenua se preocupaba patrióticamente de que las cosas funcionaran.

Lo malo fue que estas hermosas personas fueron vilmente engañadas por los servicios de seguridad. Estos fueron tan hábiles que se las arreglaron para que gente de moralidad intachable no se enterara (si no décadas después) de hechos deleznables que, por supuesto, ellos deploran.

Si esto no se lo creen sus hijos y sus nietos, ¿por qué deberíamos creerlo nosotros? Todos saben la verdad y los aterroriza que personas que aprecian sepan que ellos usaron el terror y se beneficiaron de la violencia. Son prósperos y quieren parecernos respetables.

Pero ¿cómo vamos a darle nosotros lo que su conciencia les niega? Están atrapados en su propia mentira. Y eso debe ser atroz. Las últimas víctimas de la dictadura son sus propios victimarios. Y ahora, ¿qué dirán los que una vez fueron oprimidos? En este caso, tiendo a pensar que no mucho más. Solo ser fieles a la verdad.

Alguno podrá decir que ya habló y dio la cara cuando era más valioso. Cuando no estaba permitido. Cuando no usaban caretas. Cuando se mostraban como eran, como son, como no podrán volver a ser. Lo que hubo que decir, ya se dijo.

A ellos sólo les queda la voz calma de un rostro frío.