La hora del mecanismo y los partidos
La hora del mecanismo y los partidos
En el borrador, el acuerdo tiene primarias de amplia convocatoria; fuerte protagonismo regional; extensión del proceso de deliberación hasta el fin del primer semestre. Como todo buen acuerdo, nadie está completamente satisfecho con el resultado.
No hay nada peor que se pueda decir de la campaña de Joaquín Lavín que constatar que no sea noticia. Todo lo contrario a lo que acontece con las candidatas de la Concertación. Hay que aclarar que Lavín nunca -tampoco en la anterior campaña- ha aspirado a un proceder que impacte en la elite política. Fue muy criticado, ya que no cumplía aspectos que ésta valora, como la capacidad de expresar ideas originales, imponer autoridad y ajustarse a cierto prototipo de líder: el estadista.
No haberse dejado enmarcar en un esquema que lo desfavorecía puede ser considerado un acierto. Aun cuando su estilo no resultaba del gusto de la elite, conseguía amplia aceptación en los sectores populares. Los que no lo vieron -en el pasado reciente- mostraron cuánta sensibilidad democrática habían perdido, confundiendo el gobierno con una tecnocracia de iniciados. Desde entonces las cosas han cambiado mucho.
Lavín se repite, pero la respuesta del ciudadano ante su accionar está más cerca de la indiferencia que del entusiasmo. Porque todo ha variado, salvo el candidato. Lavín hace lo mismo, pero no se ve como el mismo que una vez fue.
La derecha necesita suplir carencias que el candidato ha ido adquiriendo, lo mismo que la disminución de su capacidad de congregar en la tarea común. Los partidos de la oposición saben que las iniciativas más importantes de la campaña deben partir de ellos, o al menos ser respaldadas directamente por ellos para tener posibilidad de éxito.
La campaña de derecha está siendo directamente monitoreada por RN y la UDI. El esquema que se ha empezado a consolidar se asemeja mucho al de una intervención comedida. En el período que viene debe predominar en la derecha el papel que los partidos quieren jugar y se necesita que jueguen. El candidato requiere de asistencia y apoyo. No dárselo provocaría un auténtico desastre. Entregándole el respaldo que necesita, pueden tener la certeza de que, lo que se haga desde la campaña presidencial, estará en sintonía con la campaña parlamentaria, que es lo que verdaderamente concentra la atención de la dirigencia de la Alianza.
Se puede estar de acuerdo o no con el comportamiento de los partidos de la oposición. Es sensato, adaptado a sus posibilidades, les permite aspirar a los mejores resultados posibles en el terreno en el que tienen sus mejores posibilidades. Si la Concertación quisiera hacer otro tanto, puesto que lleva la delantera, debe adoptar una línea de conducta completamente diferente en su aplicación práctica.
Se requiere no acotar el ámbito que se entrega a las candidatas, sino apoyar que éste se expanda con los meses. No se puede actuar de otra forma cuando se sabe que es más probable continuar en el poder. Esto conlleva obligaciones ineludibles, entre éstas, proteger la autoridad presidencial, adaptándose a una situación inédita.
Es claro que la mejor medida que pueden tomar los partidos respecto de sus candidatas es dejarle espacio para que actúen. Cada vez que los partidos hacen noticia por sí mismos, en particular de manera polémica, consiguen generar dudas y agregar fuentes de conflictos que debieran ser evitadas.
No es que las organizaciones partidarias tengan poca importancia. Al revés. Son innecesarias las demostraciones de que resultan esenciales. Se requiere que las directivas no entren en una competencia de protagonismos, aunque en ocasiones les sea difícil por la capacidad de tomar la iniciativa que es característica de los comandos.
La campaña es tiempo de concentrarse en los proyectos de futuro, no en intereses partidarios de preocupación inmediata. Al parecer eso se está consiguiendo, aun tras el sorpresivo cambio de conducción socialista. La relación de candidatura y comando con los partidos es de extraordinaria importancia. De la adecuada complementariedad y trabajo mancomunado depende gran parte del resultado.
La prueba más dura para directivas y comandos está en la definición del mecanismo por el que habrá candidata única. Las negociaciones entre los partidos son indispensables, pero cuando éstas se empantanan, llega el momento de preocuparse. Las dirigencias políticas están consiguiendo despejar las dificultades y buscar puntos de confluencia.
En el borrador, el acuerdo tiene tres componentes: primarias de amplia convocatoria; fuerte protagonismo regional en el debate; extensión del proceso de deliberación hasta el fin del primer semestre. Como ocurre con todo buen acuerdo, nadie está quedando completamente satisfecho con sus resultados, pero a cada cual le parece lo suficientemente razonable.
Son más las ventajas que los inconvenientes. La Concertación ha ampliado la convocatoria para definir su abanderado. No se ve por qué tendría que retroceder. El tiempo que se emplea en el proceso permite una competencia efectiva: de eso se trata. Además, el tiempo no se pierde cuando se debate, si no cuando no se decide qué procedimiento seguir.
Si a alguien no le gusta la participación de las regiones, mejor que guarde prudente silencio. Porque en el centro de la propuesta concertacionista está la descentralización, la participación ciudadana y la integración social. Como dice la canción, “el que no crea, que haga la prueba”. De modo que se está empleando bien el tiempo y la energía humana de estos momentos preliminares. Esperamos que se siga así.
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