viernes, noviembre 26, 2004

Cada boda tiene su pato

Cada boda tiene su pato



Algo nada de sutil ha cambiado en la derecha luego de la elección presidencial. Sus partidos volvieron a tomar parte importante del control de sus acciones, independientemente de lo que opine o deje de opinar al respecto Joaquín Lavín.

La UDI y RN decidieron que la negociación parlamentaria sería un asunto de los partidos y que no es necesario que en ella participara el candidato presidencial, ya que ellos están “maduros” para hacerlo por sí mismos. Dijeron que marginaron a Lavín de este proceso clave para no “sobreexponerlo”. Pero no cabe duda que es una demostración pública de su actual estado de debilitamiento.

También las evaluaciones iniciales de los resultados en ambos partidos son bastante críticas respecto a la estrategia impulsada por el hasta ahora alcalde de Santiago. RN no intentó evitar que las opiniones más ácidas se filtraran a la prensa. No sólo se diagnostica la pérdida de municipios por la falta de apoyo de los socios, sino que se evalúa que la participación del candidato presidencial no aportó votación adicional. Se considera a Lavín una figura desgastada y sin discurso claro.

Estas manifestaciones públicas de independencia demuestran más desilusión que un afán de critica. Las cuentas de la derecha son claras: Lavín parece haber topado techo y, salvo error ajeno, no tiene la primera opción para alcanzar la presidencia. No parece poseer las dotes estratégicas para revertir la tendencia, y sus colaboradores más cercanos son vistos como un lastre más que como personajes poderosos.

El puesto de samurái es ahora una de las peores ubicaciones posibles, porque toda boda necesita un pato. Y constituye un plato apetitoso para muchos. El único coro afinado UDI-RN informó al abanderado que pasó el tiempo en el que este se podía afirmar en sus “colaboradores informales”. Lavín se apresuró a informar que, por supuesto, no les sustituiría pero que, por supuesto, incorporaría a “mucha más gente al equipo de trabajo” y que “reasignaría roles.” Otra forma de decir lo mismo.

La oposición dejó de aglutinarse en torno a la campaña presidencial. Empezó a convencerse que la planificación para ocupar ministerios, intendencias y reparticiones es casi una pérdida de tiempo. Lo que tiene seguro son los cupos parlamentarios. Aquí centra sus esfuerzos. Los partidos de la derecha se preparan para un acuerdo parlamentario, pero con algún grado de competencia interna que -aunque sea regulada- no dejará de producirse. Requieren tanto de un acuerdo básico como de estímulo electoral, que sólo se consigue si los resultados en todo el país no quedan completamente predichos desde la negociación. Los partidos de la oposición se disciplinan para lograr objetivos alcanzables, y buscan mantener (o mejorar) sus posiciones, independiente de lo que pase en la elección presidencial.

Por esto, la derecha se realínea tras sus liderazgos más sólidos y permanentes, considerando el tipo de desafío que le tocará enfrentar en los meses que siguen. Piñera y Longueira serán los más escuchados, los más influyentes y los auténticos conductores. La pérdida de las ilusiones presidenciales repercute positivamente en el desempeño parlamentario de la oposición.

La Concertación cometería una torpeza si deja pasar el tiempo. En el oficialismo, el ritmo cansino es siempre síntoma de mal desempeño. Del conjunto de descriterios imaginables, el peor sería considerar a Lavín como un problema superado, ya que es ahora cuando se vuelve más peligroso, porque desde el oficialismo se mira a cualquier lado, menos a su verdadero adversario.

El alcalde saliente de Santiago aparece como un personaje cada vez menos atractivo y digno de atención. Pero el patito feo no está muerto, solo estaba extraviado. Su momento más bajo ya pasó. Por esto, se deberían prender todas las luces de alarma. Lavín no estará peor que ahora. Hay tal acuerdo de izquierda a derecha sobre las falencias de la oposición, su candidato y su equipo, que cómo enmendar rumbos no es un misterio para nadie. Menos para Lavín, que parece haber agotado su arsenal de errores. Su actitud es la apropiada para rectificar. Se centrará en sus puntos fuertes: una alta votación como piso, la credibilidad como solucionador de problemas de interés ciudadano y sus adelantos en materia programática.

A pesar de sí mismo, Lavín sigue siendo un buen candidato y alguien difícil de derrotar. Para conseguirlo, la Concertación debe hacerlo mejor que hasta ahora. Parecía que el problema era sólo definir cual era su candidata. Pero la capacidad para enredar siempre depara sorpresas. Ahora, el problema es cuándo se empezará -por fin- a definir.

Al momento, tenemos a Michelle Bachelet proclamada en el hecho por dos partidos. Sus presidentes han dado más de un paso atrás para permitir que destaque, y sus posibles competidores mantienen la compostura. Tampoco cabe duda que Soledad Alvear merece ser candidata presidencial, no está claro -hasta ahora- que su partido esté mostrando que la merezca como candidata. No falta el que da un paso adelante para aparecer también en la foto. Su posible competidor maneja la incertidumbre, pero no se presenta.

Como siempre, las opciones reales las validan el apoyo popular y no las especulaciones. El que no pueda ganar, al menos que deje competir.

La demora no favorece a nadie en la Concertación. La derecha tiene que levantar un candidato, la Concertación necesita definir una figura presidencial. Otorgar una autoridad tan indiscutible a una mujer sólo es posible con la buena voluntad de todos, con el apoyo de los partidos y tiempo para adaptarse a una situación inédita.

Solamente la Concertación unida puede generar un proyecto compartido que entusiasme y convenza. Para esto se necesita mucho tiempo bien empleado. ¿Por qué será que algunos actúan como si sobrara?