viernes, noviembre 05, 2004

El cambio vino y se fue

El cambio vino y se fue



En la anterior campaña presidencial, la derecha hizo hincapié en la idea del cambio, pero jamás imaginó que ese diagnóstico le sería aplicado a ella misma en la primera oportunidad que se presentara.

La interpretación de la alternancia en el poder como “ahora me toca a mí” mostró una inesperada reinterpretación. La derecha quiere alternancia cuando los demás están en el poder, no cuando ella está al mando. A ninguno de sus alcaldes se le ocurrió que el ideal en esta elección municipal era que lo “alternaran” con el postulante de la Concertación. Pero muchos de ellos salieron de su cargo, no porque les tocara, sino porque lo hicieron mal.

En su momento fueron presentados como la solución a todos los problemas habidos y por haber, solo cuatro años después, justo en el momento en que a un alcalde le es más fácil revalidarse, en muchos lugares lo que había era decepción.

Para peor, el propio Lavín hizo algo que no se debe hacer: endosó la responsabilidad de la derrota a la mala gestión de los que perdieron. Dos días antes de la elección, seguía repitiéndoles que “ustedes representan el cambio”.

Hoy, esas mismas personas representan la derrota. Al parecer, Lavín nada tiene que ver en este asunto. Alguien debería decirle que no se golpea al caído, mucho menos cuando es alguien que se jugó lealmente por uno. Con esto lo único que conseguirá es que, en el momento que corresponda, todos los que creyeron ser respaldados por él y fueron abandonados apenas perdieron, le paguen con la misma moneda.

Las elecciones fueron un completo desastre para la derecha. Lo fueron tanto por los resultados objetivos, como por la diferencia que se dio entre sus expectativas y lo que de verdad aconteció. A medida que pasan los días, sus explicaciones se han hecho más sofisticadas, pero ninguna la deja en buen pie.

El análisis de la Alianza se centra en cinco factores: cambio del sistema electoral, la existencia de descolgados, la mala gestión de sus alcaldes, la intervención del gobierno y la comprobación de que Lavín no logró traspasar votación a sus candidatos.

Cada uno de los aspectos mencionados muestra sus propias carencias.

1. La elección separada de alcaldes y concejales fue aprobada con votos de la derecha y, si sus parlamentarios no consideran los efectos que causan al votar de determinada manera, ¿a quién pueden culpar?

2. La existencia de descolgados corrió para los dos bandos y, comparativamente, afectó más a la Concertación que a la Alianza; pero el conglomerado de gobierno advirtió sobre este efecto antes de la elección; luego de los resultados, el efecto de los que iban “por fuera” no la sorprendió ni impidió su alegría por los resultados. En la derecha, este factor prácticamente no fue mencionado antes y fue “descubierto” después que se dieron a conocer los resultados.

3. La mala gestión de los alcaldes de derecha (perdieron 63 municipios) es lo más impactante. Lavín los presentó hace cuatro años como “representantes del cambio en la comuna” y un adelanto de lo que vendría. Ahí está el balance.

4. Respecto de la “intervención de gobierno”, poco se puede decir, porque no hay manera de que el gobierno deje de mostrar sus obras a los ciudadanos, que las autoridades sigan en terreno y que hablen de las alternativas de fondo. Lo que hay que recordar es que fue Lavín el que, luego de derribar a los presidentes de la UDI y de RN en marzo, anunció el inicio de la carrera presidencial. En la campaña fue él y sus seguidores los que pidieron que las ministras salieran, y ya sabemos qué efecto tuvo.

5. Lo más grave, pensando en la elección presidencial, es la creciente duda sobre la capacidad de Lavín de entregar apoyo de un modo decisivo: tal vez el problema no sea que no “traspase votos”, sino algo peor, que estén disminuyendo sus propias adhesiones. En la derecha nadie lo dice, pero todos lo piensan.

Para la Concertación lo más importante no está en las cifras. Lo esencial es que el gobierno y los partidos que lo respaldan mostraron que no todo consiste en “hacer cosas”, y que jugarse por apuestas políticas fundamentales es importante. Por ello Lagos entregó un motivo para mantener la opción que lo respaldaba en cada comuna, incluso en los lugares en que se perdía. De este modo, todo voto fue significativo.

A la Concertación le fue bien porque contó con buenos candidatos; porque en muchos lugares fueron llamados todos los que querían colaborar y todos trabajaron en la campaña; y, porque los candidatos tuvieron el tiempo suficiente para ganar. No en todas partes se obtuvo la alcaldía, pero si se sigue haciendo un buen trabajo, ¿por qué no habría de resultar la próxima vez?

Sin embargo, hay una advertencia que hacer. La coalición gobernante se ha comportado de la mejor forma posible mientras ha sentido la presión cercana de la derecha. Tal vez un resultado más estrecho la hubiera hecho mantener esa tensión en el alto nivel del último año y medio. Pero ganó ampliamente, y por ello, aunque parezca contradictorio, este es un momento peligroso.

Pocas cosas son peores que tomar las decisiones fundamentales con demasiado relajo. De la prudencia se puede pasar al letargo, sobre todo si quienes tienen que decidir están demasiado entretenidos definiendo los cupos parlamentarios. El tiempo político disponible no lo fijan las dirigencias. Lo más importante es no perder contacto con los ciudadanos.

En el momento en que la mayoría considere que se necesita tener abanderado presidencial, se habrá acabado el recreo. A menos que se desee la recuperación de la derecha, lo que ha ocurrido cada vez que la Concertación se ha tomado las cosas con demasiada calma.
Por ahora, la iniciativa la tiene el oficialismo y la oposición se le ve entre confusa e insegura, sabiendo de que todo depende, desde la elección, de que su adversario tropiece. De momento, tal parece que “el cambio” vino y se fue.