viernes, octubre 29, 2004

Para entender los triunfos y las derrotas

Para entender los triunfos y las derrotas



Siempre se dice que lo más importante en una elección es contar con buenos candidatos. Tras la simpleza del enunciado se esconden algunas cosas que escapan al lugar común. Es bueno recordar esto cuando nos aprestamos a votar y, luego, a evaluar los resultados.
Muchos creen que un buen candidato es alguien bien preparado, buen profesional o exitoso en su área. Pero no es tan simple. Hay decenas de personajes sumamente exitosos en sus actividades privadas que resultaron ser grandes fiascos al presentarse a cargos de elección popular. Otros consideran que una persona popular y conocida, ojalá con mucha exposición mediática, puede ser buen candidato. Pero no basta.
En realidad, hay un talento propiamente político, que no se requiere en otras funciones y que se hace notar cuando alguien da por descontado que lo tiene. Cuando llega la elección, sufre una tremenda sorpresa.
¿Quién puede ser, entonces, un buen candidato? La respuesta pudiera ser esta: el que está políticamente calificado para responder a la confianza pública, para trabajar mancomunadamente con gente diversa y estar en terreno el tiempo suficiente. Se requiere tener en cuenta todos estos aspectos y no únicamente uno de ellos.
Muchos querrán explicarse en estos días por qué le fue como le fue a su candidato favorito. Esto ayuda a explicarlo algo mejor.
Lo característico de los políticos de excelencia es su notable capacidad para tomar contacto con las personas, escuchar sus inquietudes y canalizar sus necesidades y demandas de un modo constructivo.
Un buen político actúa como un puente entre las personas y las organizaciones públicas, procurando que estas se pongan a su servicio de los ciudadanos. Cuando no es un demagogo, toma en cuenta las auténticas capacidades con que cuenta una comunidad para resolver sus problemas. No ofrece lo imposible, pero no se conforma con lo rutinario.
Un político de excelencia sabe poner en juego estas capacidades ya desde la campaña. Al conseguir su energía del contacto con las personas, las exigentes jornadas de campañas lo cansan, pero no lo agotan. Aunque algunos no lo crean, un buen político escucha bastante más de lo que habla.
En más de un sentido, las elecciones más exigentes son las locales. En las generales se puede “aparecer” más o menos a última hora. A nivel local esto es mucho más difícil. En el nivel regional o nacional cuentan mucho más los recursos económicos; pero a nivel de una comuna, se le exige a un candidato un conocimiento de problemas muy específicos, de los cuales se espera que muestre un dominio importante.
Así que hay que tener cuidado al juzgar a una persona por el porcentaje de votos que consigue en esta oportunidad. Hay que preguntarse antes sobre aspectos decisivos, tales como cuándo fue proclamado candidato; desde qué momento pudo ponerse en campaña y, algo nada despreciable, qué obstáculos tuvo que sortear de aquellos cercanos que pudieron ser designados y no lo fueron.
Por eso el tiempo es un elemento clave que algunos se olvidan de contabilizar. Si usted quiere saber cómo le fue a su candidato o candidata, tome en cuenta los aspectos anteriores, y luego considere los siguientes elementos:
Primero: es muy difícil sacar a un alcalde de su puesto. Quienes lo quieren intentar deben ponerse en campaña, en cambio el alcalde, con sólo hacer su tarea y por contar con la organización municipal, ha estado en campaña de manera constante durante cuatro años, sin interrupciones.
Segundo: nunca un alcalde tiene más fuerza que cuando repostula por primera vez. Esto porque su grado de conocimiento en los ciudadanos ha aumentado, ha implementado un plan de acción que siempre cuenta con elementos nuevos y puede argumentar que no ha tenido suficiente tiempo para ejercer el poder como para implementar todas sus iniciativas.
Tercero: hay que tomar en cuenta desde qué punto un candidato tiene que empezar a remontar para revertir un resultado. Hay candidatos que hacen poco; pero el alcalde de turno lo ha hecho tan mal que ha bastado un empujón para que caiga. Hay candidatos buenos, que lo hacen todo bien; pero que han enfrentado candidatos muy fuertes, los que, de no presentarse un retador de calidad, se hubieran llevado una amplia mayoría de votos.
Por lo tanto, hay que cuidarse de emitir un juicio apresurado. Perder por poco frente a un candidato fuerte y consolidado, es bastante más meritorio que derrotar a una autoridad desprestigiada, alguien que una vez obtuvo alto respaldo pero que tuvo una actuación deficiente o deslucida.
Cuando quienes votan se conforman con poco, permiten que aparezcan los mediocres y los demagogos, especialistas en prometer, pero no en cumplir. Por el contrario, los electores que toman en cuenta las necesidades de la comunidad a la que pertenecen y son exigentes a la hora de pedir cuentas de lo prometido en la campaña, no perdonan a los malos candidatos.
Porque la democracia vive de la calidad con que actúan los ciudadanos, hay que premiar a los mejores y a quienes nos integran a una visión compartida de enfrentar los problemas de la comuna.
Hay quienes afirman que pierden el voto porque su candidato no resultó elegido. En realidad, lo pierde si no le hace caso a su propio criterio y si no vota en conciencia. Nunca se arrepiente el que vota pensando en lo que cree mejor para su comunidad.