Hombres al borde de un ataque de nervios
Hombres al borde de un ataque de nervios
¿Qué impide definir la candidatura presidencial de la Concertación? Simplemente, que aún hay obstáculos para dirimir entre las dos precandidatas con opciones.
Resolver entre ambas no tiene porqué se un proceso traumático, más bien la forma que ambas emplean para encarar la competencia se aleja mucho de la polarización. En cambio las demoras injustificadas sí que pueden llevar tensiones tan intensas como innecesarias. En realidad, estamos ante un proceso natural, que se puede transitar con más o menos tropiezos, pero que tiene ya pocas variantes en su desenlace.
Hay líderes que están intentando mostrar que las cosas están mucho menos definidas de lo que, de verdad, se encuentran. Pero esto no es efectivo por dos razones centrales. Primero, porque no se puede desperdiciar la adhesión ciudadana impunemente (¿a alguien le fue bien en las elecciones municipales navegando a contracorriente de los gustos y preferencias de los votantes?), y, segundo, porque la mayor parte de los ciudadanos no están interesados en que se les explique que en política se puede estar hablando públicamente de una cosa (la elección presidencial), cuando se está pensando en otra (la plantilla parlamentaria).
Una de las tareas más difíciles para un partido es lograr que una parte importante de la población tenga confianza y adhesión en uno de sus representantes. Cuando esto se consigue, entonces es inadmisible que se siga debatiendo si hacen o no caso a los ciudadanos. Así no se hace política democrática. Y no es así como se hará en esta ocasión tampoco, porque nadie ha reunido tanta insensatez junta desde hace mucho tiempo.
Quienes han dedicado toda su vida a la actividad política llegan a creer que tienen una especie de derecho a decidir por los demás, suponiéndose a sí mismos una capacidad de juzgar por encima de los ciudadanos. Pero no pueden reemplazar a la mayoría a la hora de decidir.
Quizá alguno en su fuero interno lo considere una verdadera lástima, pero lo cierto es que el voto censitario o el privilegio de los notables han sido abolido, y cada uno de nosotros tiene solo un voto y pesa lo mismo que todos los demás.
En política también se dan las “enfermedades profesionales”. Hasta el más hábil y experimentado puede excederse en un alarde de virtuosismo. Sin embargo, los mejores negociadores saben que su éxito depende de sostener posiciones creíbles, de despejar los problemas (en vez de acrecentarlos), y de operar más allá de sus intereses personales.
Entonces, ¿quién tiene ahora la capacidad de decisión en estos momentos? De partida, las propias precandidatas, aunque otros se atribuyen una capacidad de dirimir que no poseen. Los obstaculizadores se consideran como los mejores exponentes para ser presidentes. Claro, los demás no se han dado cuenta todavía, pero ya se encargarán ellos de que este pequeño detalle sea subsanado.
Los más torpes creen que la característica más evidente de las precandidatas es la única que tienen. De modo que si alguien es “simpática” es “sólo” simpática; si hace bien su trabajo es “matea.” Pero de allí se decreta que no pasan, porque desde el principio se niegan a la posibilidad. Piensan que se trata de una equivocación ampliamente difundida, pero que no puede durar. En algún momento, se descubrirá “la verdad”, que marque el descubrimiento de un fraude.
Para decirlo de una manera poco pulcra: no falta el que está a la espera de que se terminen las contemplaciones, sueñan con que en algún momento se les hará una entrevista particularmente dura, sean maltratadas y se pondrán a llorar ante las cámaras. Tras lo cual se volverá a la normalidad, es decir, se volverá a ellos como alternativa obvia.
Pero debieran meditar un poco sobre una pregunta que, por evidente, se hace invisible: ¿quiénes, de los líderes que conocemos, han cometidos menos errores desde que empezó la competencia? Hay pocas dudas.
A no ser por sus méritos sobresalientes, es inverosímil creer que exista alguien expuesto por varios años al escrutinio público, en responsabilidades de primera magnitud y que concite amplio apoyo. Tal vez nuestra vieja guardia vea mucho, pero de seguro, pasa por alto lo nuevo.
Cuando hay dos mujeres líderes que destacan, lo básico es preguntarse ¿por qué no alguna de ella? A algunos la idea no les gusta nada. Sobre gustos cuesta ponerse de acuerdo, pero no se puede prescindir de la realidad.
No se puede llegar y decir -sueltos de cuerpo- que no se cree en las encuestas. Todos sabemos que si estuvieran en los primeros lugares serían los más entusiastas de las encuestas. Se puede creer o no en Dios, pero no las encuestas; ellas no son objetos de fe, sino instrumentos para detectar lo que pasa.
Si alguien no aparece en los sondeos de opinión, o para ubicarlo hay que recurrir a los decimales, el problema no es de las encuestas. En realidad, ellas les hacen un favor. Si una persona se mira al espejo y no le gusta lo que ve, tiene todo el derecho a tirar el espejo a la basura. Pero no es recomendable en que insista en presentarse a un concurso de belleza.
La Concertación tiene la obligación de promover y respaldar a sus liderazgos que cuentan con apoyo popular. No hay que olvidar que todo su esfuerzo está destinado a escoger a la persona que pueda competir en mejor forma con Lavín. Y para esto hay que tomar las decisiones correctas en el tiempo oportuno.
Hasta el momento, la coalición de gobierno ha tenido éxito en su esfuerzo sistemático por cometer menos errores que la derecha. Lavín acaba de hacer una declaración sorprendente al reconocer la reciente derrota. En un tono de lo más natural dijo: “Nos equivocamos en una cosa obvia: esta es una elección local en que la gente más que nunca vota por las personas. Por eso no sacaba nada con ir a una comuna cualquiera a pedirle a la gente que votara por el candidato A, si ellos consideraban mejor al candidato B”.
Es verdad lo que dice. Se trata de un error obvio que puede volver a repetir en una nueva oportunidad. Los errores no se cometen solos. Alguien decide cometerlos y, en este caso, son de su completa responsabilidad. La Concertación no puede imitar a la derecha. La sensatez nunca está demás.
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